domingo, 5 de octubre de 2014

EL ESCÁNDALO DE LAS TARJETAS


      Con la que está cayendo, con las preferentes supurando, con el rescate de Bankia cargado en la cuenta del sufrido contribuyente de hoy y de mañana,  estalla el escándalo de las tarjetas fantasma. Como ya conocemos el percal, no hay sorpresa. Preparados estamos, además, para que los inventores y los usuarios de dichas tarjetas se vayan más o menos de rositas. Ya sabemos que estas trapacerías se hacen, aunque no lo parezca, sin perder de vista el filo de la navaja, resultando de ello que lo que desde la calle se ve como estafa clarísima sea una listeza no punible desde la óptica de la autoridad, acaso por razones de caducidad o por no haberse superado el límite entre el pasadón y el delito propiamente dicho. Una cosa son los chorizos y  otra los chorizos de guante blanco, siempre supuestos y sumamente huidizos.
      Si nos atenemos a la formidable serie de escándalos habidos hasta la fecha, este de las tarjetas bien podría ser, aunque haya otros más gordos, el definitivo, el que sirva para dar por archidemostrado lo que da de sí la mentalidad de la llamada casta, sobresaliente en desfachatez. Y esto porque el mecanismo es, a diferencia de lo ocurrido en casos como los de Bárcenas o Pujol, mareantes desde la calle, de una sencillez tal que cualquiera puede entender la jugada.
    Todos sabemos qué es una tarjeta y qué un cajero. Por así decirlo, el señor Blesa y los usuarios de las tarjetas opacas han sido pillados por la ciudadanía con las manos en la masa, y resulta de poca relevancia que devuelvan el dinero o que dimitan o los dimitan. La imagen ha quedado en la retina de forma indeleble. Los pillados in fraganti representan a todos los equipos, tan entongados entre sí que vemos confirmadas nuestras intuiciones más maliciosas e inquietantes. Que unos hayan abusado menos que otros no suaviza el cuadro.  El efecto político es devastador, potenciado al máximo por la mezcla de personas conocidas y desconocidas, representantes estas de los misteriosos sujetos que chupan y chupan.
     Ahora se anuncia por parte de la autoridad una investigación a fondo sobre tales tarjetas en  todos los ámbitos, Ibex incluido. Si resultase que son de uso normal no solo en Bankia, los pillados de esta entidad podrían refugiarse en la multitud de agraciados,  en una costumbre tan arraigada que no se puede erradicar de la noche a la mañana. A saber lo que resulta de esa tardía pesquisa; de momento, ya tenemos bastante. Se ha metido mano al dinero ajeno, se ha burlado a Hacienda, se ha despilfarrado, se ha traicionado, pringado, sobornado, etc., etc.
      Nos vemos ante una curiosa retroalimentación de la picaresca y el caciquismo de toda la vida y los modos neoliberales. El resultado es  una ola de inmundicia que viene de lejos y que de momento no hay dique que detenga. El bien común no figura en la corta lista de intereses de esa clase satisfecha, mafiosa y chupóptera que ahora se llama casta, ya habituada a toda clase de privilegios, ya puesta en situación de despreciar y saquear al común de los mortales con la mayor naturalidad.
    ¿Se imagina el lector al usuario de la tarjeta fantasma aproximándose de lado al cajero, con gabardina y gafas negras? Yo no. Lo veo actuar a cara descubierta, con la autoestima por las nubes, con una buena conciencia a toda prueba, ajeno a la relación entre sus billetes y el sudor del prójimo.
    Lo tremendo no es el asunto de las tarjetas, sino esa naturalidad con la que se succionan los dineros arduamente producidos por los  pobres diablos que se encuentran en un plano inferior, sometidos a otras leyes y controles. Cuando el proyecto de devolvernos al siglo XIX se haya sido cumplido hasta sus últimas consecuencias, las tarjetas negras serán invisibles e indetectables, y la gente común será sencillamente pobre, como entonces. Lo de las tarjetas, siento decirlo, es un pequeño botón de muestra, una indicación de la mentalidad subyacente. Con esa mentalidad no solo se acaba con una caja antaño solvente y respetable, sino también con un país hecho y derecho. ¡Lo estamos viendo!

       

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