viernes, 7 de octubre de 2016

PABLO IGLESIAS Y LOS CANAPÉS

     Pablo Iglesias no asistirá al desfile del 12 de octubre y tampoco a la recepción. Según Infolibre, habría declarado que su lugar está “con la gente”, trabajando “en la defensa de los derechos y la justicia social de este país” y no en celebraciones “comiendo canapés” mientras la ciudadanía sufre...
    Comparto,  es posible, con Pablo Iglesias cierta alergia a los desfiles y los copetines, pero he aquí que, a tenor de su papel político, no le veo la gracia a su espantada y menos con tan ampulosa justificación de por medio. Le supongo enterado de que como representante político de millones de votantes debería ir al mismísimo Averno en el desempeño de sus funciones, incluso de etiqueta si así se exigiese en la azufrada invitación de rebordes chamuscados.  
     La justificación es de lo peor, no solo por su ampulosidad sino también por la desagradable pretensión de marcar las diferencias, de presentarse como trabajador infatigable, como político moralmente superior, de propensiones ascéticas (de una especie que tengo catalogada entre las más peligrosas).
     No soy como los otros, viene a decirnos.  Me imagino al rey y a sus invitados zampándose los canapés, sonriendo si es que se acuerdan de Pablo Iglesias (¡este chico!), para nada afectados por el desplante y la tremenda descarga. Quizá algún invitado aproveche para decir ya lo veis, un antisistema, un maleducado,  pura demagogia, populismo, etc.
    La cosa no tendría importancia si no fuera porque Pablo Iglesias es el líder de Unidos Podemos. Puestos ante las pruebas de que con el PSOE no hay manera de configurar una alternativa de progreso, seguros ya de que este solo piensa en allanar el camino de Rajoy, ya aclarado el estúpido equívoco de los meses precedentes, desaparecido el centro político, nos encontramos con la evidencia de que, por la izquierda, afortunadamente hay algo (o el sistema político se derrumbaría de un día para otro), precisamente la formación que encabeza Pablo Iglesias.
       En tal situación, esto  de los canapés no está nada bien. ¿Por qué dar por sentado que todos los asistentes a la recepción son indignos de empatía, forzosamente hostiles a la justicia social y por ende al proyecto del señor Iglesias? Y ya puestos, tampoco está nada bien lo del desfile. ¿Por qué dar por sentado que entre los militares que desfilarán no hay o no puede haber simpatizantes de Unidos Podemos? ¿O por qué suponer que no los habrá  nunca, concluyendo, absurdamente, que sobran las muestras de respeto por su trabajo en día tan especial? 
     Si Unidos Podemos quiere representar dignamente a las personas  desamparadas por los partidos antes hegemónicos, debe conocerlas mejor, haciéndose cargo de su estupenda variedad. Después de tanto hablar de transversalidad, centralidad y demás,  hacerle ascos a la Fiesta Nacional, al desfile y a los canapés regios es  una forma que se me antoja estúpida de ignorar en qué realidad  sociocultural nos movemos y cuál es la correlación de fuerzas. Es una manera de irritar, de asustar, de herir sensibilidades, de hacerse el loco y, en definitiva, de hacernos perder el tiempo a todos.

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