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viernes, 2 de diciembre de 2016

SOBRE FIDEL CASTRO Y SU REVOLUCIÓN

    El fallecimiento de Fidel Castro ha reavivado a sus admiradores y a sus detractores, llamados a batirse por toda la eternidad.  Al parecer, aspirar a la ecuanimidad es tan difícil hoy como ayer. Difícil, entre otras cosas porque  los lugares comunes de los anticastristas, a poco que uno ceda al asco,  transforman el castrismo, con todos sus defectos, en un fenómeno resplandeciente, por comparación intachable.
     Quizá no sea inoportuno recordar hoy el efecto que en su día tuvo la revolución cubana  en todo el ámbito latinoamericano. El triunfo de Fidel Castro alimentó la peligrosa creencia de que el éxito se podía repetir en otros países, allí donde minorías valerosas se lanzaran a la acción. Era mucho suponer que otros Estados latinoamericanos fueran tan frágiles como el regentado por Fulgencio Batista, pero pocos revolucionarios se pararon a pensar en ello.
   Tampoco se tomó en consideración que la potencia hegemónica no se dejaría sorprender por segunda vez. Kennedy tomó las primeras medidas encaminadas a la formación y consolidación de una especie de Internacional Militar. Los ejércitos latinoamericanos se reorientaron hacia la “seguridad interior”. En el nuevo encuadre, el trágico final del Che en Bolivia era previsible.
    No obstante, viendo resistir a Fidel en Cuba, muchos creyeron que la apuesta revolucionaria no estaba perdida. Es evidente que no se tuvo en cuenta la correlación de fuerzas ni tampoco el grado de inhumana crueldad que formaba parte del potencial represivo del poder establecido.
    La opción revolucionaria basada en la lucha armada produjo una fatídica división en el seno de las fuerzas progresistas latinoamericanas. Los modos que la hacían posible, no menos que la ideología marxista-leninista que los justificaba, no eran compatibles con  el grueso de tales fuerzas, de signo liberal, hechas a un vivir pacífico y, por muy desencantadas que estuvieran de los usos democráticos de sus respectivos países, nada proclives a empuñar las armas y a marchar como un solo hombre.
    Esa división tuvo consecuencias de largo alcance. Los progresistas de talante liberal, políticamente funcionales en épocas de normalidad, se vieron descalificados por las vanguardias revolucionarias, lo que no les salvó de llevarse su parte de represión. Las fuerzas conservadoras y retrógradas se aprovecharon cumplidamente de la situación.
     El recuerdo de tanto sufrimiento provoca una congoja imposible de describir con palabras, sobre todo si se toma consideración la regla fatal de aquellos tiempos: la existencia de  focos revolucionarios sirvió de pretexto para doblegar a los pueblos y, seguidamente, para imponerles crecientes raciones de capitalismo salvaje.
    Como en el caso de la Revolución Francesa y de la propia Revolución rusa, se plantea la cuestión de qué rumbo habría podido tomar la Revolución Cubana en ausencia de un acoso tan feroz como el que padeció desde el principio. Es un tema de sumo interés, algo melancólico y puramente especulativo. En todo caso, pase lo que pase tras la muerte de Fidel Castro, su revolución pasará a la historia como una excepción, como algo de lo que se puede aprender, pero no copiar.

miércoles, 27 de mayo de 2015

Y AQUÍ LLEGA LA “IZQUIERDA RADICAL”…

     Al día siguiente de las elecciones, varios escribas orgánicos dieron la voz de alarma, prodigando la expresión “izquierda radical” para definir a las fuerzas que han venido a alterar el mapa político que tanto les gustaba. ¿Se trata de distinguir a los recién llegados del PSOE en dos palabras, por falta de espacio? Ya me gustaría, pero no.
   El empavorecido constructor Villar-Mir acaba de afirmar que se nos viene encima el comunismo, nada menos, en lo que ha venido a coincidir con Esperanza Aguirre, empeñada en hacer creer a las buenas gentes que Manuela Carmena se propone acabar con la democracia en España. Y ahora, a la desesperada, al ver que su frente anti-Podemos no cuajará en Madrid, he aquí que se muestra dispuesta a pactar con Carmena… a condición de que abjure de sus vínculos con los “soviets de distrito” [sic!]. Y leo y oigo que no está sola, que el propio PP, o gente del PP, se identifica con su visionaria estrategia. Confieso que de buenas a primeras me reí; pero ya no le veo la gracia.
    Y no se la veo porque estas burradas dejan al descubierto la mentalidad de una parte muy pesada de la élite del poder, la misma mentalidad locoide y egoísta que tanto daño la ha hecho a este país desde los tiempos de Larra y de Galdós.  Me refiero a la mentalidad que tuvo la ocurrencia de propalar el infame bulo de que el señor Alcalá Zamora era la punta de lanza del comunismo, y esto desde el primer día de su mandato, cuando en este país los comunistas se podían contar con los dedos. La misma que alentó y financió el golpe de Estado de 1936 a partir del punto y hora en que perdió la esperanza de mantener a la República bajo control, es decir, en cuanto vio venir el imperativo histórico de redistribuir la riqueza y acabar con los privilegios incompatibles con la modernidad. La misma que entonces creía que era de lo más normal una sociedad dividida en ricos y pobres, la misma que ahora es incapaz de comprender que este país no quiera prestarse a seguir de rodillas ante lo que está pasando, la misma que en su día descubrió el neoliberalismo y se dijo a sí misma que la desigualdad es natural como la lluvia o el granizo, y esto a su entera satisfacción, aunque tuviera que mandar al diablo el cristianismo del que tanto le gusta farolear.
    Confundir a las reuniones vecinales de Madrid con aquellos soviets constituidos en la Rusia inmersa en la I Guerra Mundial es una animalada, fruto de la incultura y de la malicia. Decir que la señora Carmena es un peligro para la democracia, otra animalada. Designar a las fuerzas emergentes bajo el rótulo de izquierda radical, otra. ¿Se pregunta uno si Esperanza Aguirre y los que piensan como ella saben, siquiera remotamente, qué es una izquierda radical? Me parece el colmo que endosen ese título a lo que se presenta como una izquierda a secas, socialdemócrata en todos sus usos y planteamientos. De aquí a una reviviscencia de una izquierda radical, a la Che Guevara por ejemplo, hay un tal trecho que no es de recibo seguir con la milonga.
    La pretensión de amedrentar a la parte peor informada de la ciudadanía con idea de que Pablo Iglesias es como Chávez y que, por lo tanto, tiene la oculta intención de cargarse la democracia, es sencillamente asquerosa. Porque ni Pablo Iglesias es Hugo Chávez, ni es cierto que el chavismo haya prescindido de la legitimidad democrática.  
    Pero no veo por qué me escandalizo… ¿Acaso ignoro que forma parte de la esencia del neoliberalismo justificarse mediante todo tipo de mentiras de brocha gorda en el prepotente convencimiento de que la verdad no pinta nada en política? Lo que parece torpeza, brutalidad e ignorancia viene en el lote.
    No veo ni el menor peligro para la democracia en las fuerzas emergentes. Al contrario, veo en ellas una esperanza de regeneración del sistema en que habitamos, por ser obvio para mí que un sistema político sin una izquierda  real solo podría ser democrático en una sociedad sin clases que ni siquiera se divisa en el horizonte. En cambio, sí veo un peligro para la democracia en la derecha representada por la señora Esperanza Aguirre. ¡Esta sí que es radical! Esperemos que haya otra derecha, porque esta ya sabemos a qué extremos es capaz de llegar y qué tipo respuesta termina por merecer.