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miércoles, 22 de abril de 2015

RODRIGO RATO, FIGURA HISTÓRICA

    Lo sucedido con el hasta ayer mismo festejado vicepresidente de Gobierno en tiempos del aznarato ha roto los esquemas de millones de españoles bienpensantes. Veían en su persona al taumaturgo del “milagro económico” y a saber por qué razón en este país no  es chocante ni  sonrojante hablar de milagro en asuntos tan crudamente materiales.
      Una manera de pensar y proceder ha quedado al descubierto, una vez más, pero en forma de revelación. Un día no lejano Rato será objeto de sesudos estudios, cuando se den la vuelta por completo las tornas de la historia, y todo lo relacionado con las ideas, las prácticas y los supuestos milagros del neoliberalismo en nuestro país sea pasto de la despiadada crítica que merece.
    Es, a mi parecer, uno de los hombres  a seguir para ilustrar la penetración del neoliberalismo en nuestro país, la reducción del PP a sus antisociales milongas y, lo que no deja de tener interés histórico, la peculiar manera de enlazar el “capitalismo de amiguetes” del franquismo con el de nueva planta, operación por lo visto facilísima, ejecutada con naturalidad por los hijos de quienes se aprovecharon de su condición de vencedores de la Guerra Civil.
   El tema da mucho de sí por cuanto  invita a reflexionar sobre la tradicional simpleza del capitalismo español, hecho a los negocios facilones a la sombra del poder y  sobre el completo repertorio de corruptelas en la trastienda del sistema presuntamente inmaculado, antes dictatorial, ahora democrático (por no remontarnos a la España de Galdós).
   Y da mucho de sí por cuanto salen al paso claros indicios de que los amiguetes de hoy, estimulados por ese neoliberalismo que les ha venido como anillo al dedo, de por sí acostumbrados a trampear o a ver trampear al filo de la ley,  se han superado a sí mismos, como si todavía bastase hablar con don Tal, amigo de toda la vida y del Alto de los Leones, para resolver cualquier enredo molesto. Y claro que sin el temor de que les vaya a caer un rayo desde El Pardo y, encima, con la grata sensación de estar en la misma movida que los grandes tiburones del mundo entero, sensación que sus padres no tuvieron ocasión de catar.  
    En mis arduos recorridos por la historia de España he tenido repetidos encuentros, como ratón de libros y periódicos viejos, con el señor Rato, e incluso con las andanzas de su padre. Me tengo bien leídas las dos biografías disponibles. He sabido de su Porsche primigenio  y de sus idas y venidas en moto de gran cilindrada con su amigo Herrero de Miñón. También supe de su empeño definir a Alianza Popular como partido de derechas, como si  en el punto de partida no hubiese entendido el propósito de centrarla. E incluso llegué a saber que el principal motivo por el que se vio preterido en beneficio de Mariano Rajoy fue su oposición a la guerra de Irak, expresada a puerta cerrada. Me percaté, claro, de que no era el más retrógrado del elenco, que era rápido y expresivo, no un vulgar monigote parlante.
  Ahora bien, lo que siempre me produjo inquietud e incluso desazón fue su proyección como superministro de Economía y Hacienda. ¿Estaba preparado para ese cargo, siendo así que era un abogado? Había hecho un master en administración de empresas en Estados Unidos, pero, ¿era suficiente? No, intuí. Creo que su preparación era buena para ventear negocios y articularlos, no para la conducción económica de un país como el nuestro, con sus particularidades y su insuficiente rodaje democrático.
    Rato estudió Economía cuando ya estaba en las alturas. Esto tuvo su mérito si pasamos por alto las circunstancias (¿quién se habría atrevido a agraciarle con un suspenso?). Como para cualquiera que haya tenido que compaginar el estudio con el trabajo, constituye para mí un motivo de asombro que lograse, además, producir una tesis doctoral en tiempo récord, en medio de un cúmulo de responsabilidades de Estado. 
    Los nombramientos ministeriales obedecen a una lógica peculiar en la que intervienen factores diversos, como la amistad por ejemplo. Pero entiéndase mi inquietud.  Consideré, fatal casualidad,  los merecimientos de Rato inmediatamente después de estudiar la aportación del profesor Fuentes Quintana, un peso pesado (el artífice de los Pactos de la Moncloa). De la comparación no salía muy favorecido.
     Su encumbramiento a la gerencia del FMI (como resultado de la presión conjunta y solidaria del PP y del PSOE) me procuró otra ración de inquietud. Que luego se le atribuyese, en retrospectiva, el mérito de haber obrado el “milagro económico español”, visto lo visto, cuando aun faltaba el escándalo, me puso ante la evidencia de que se trata de un personaje clave para entender el curso de los acontecimientos, esto es, la deriva de este país desde la Transición a las putrefactas aguas del neoliberalismo en las que ha venido a encallar y desangrarse. Y por cierto que no es un dato menor que Luis de Guindos y Cristóbal Montoro se iniciasen como peones suyos.
     Sí, creo que el de Rato es un caso emblemático, digno de un estudio en profundidad, sea cual sea el resultado de los procesos judiciales en curso. Claro que se puede considerar un “caso particular”, según la apreciación de Soraya Sáenz de Santamaría, pero lo que tiene de interesante le trasciende ampliamente. Como fenómeno social y psicológico, y por supuesto como fenómeno de partido, no tiene desperdicio.
     Bien mirado, no es sorprendente que se dejase llevar por el abecé del neoliberalismo, la moda loca de cuando él se puso a estudiar Economía, tan fácil de acoplar a los modos oligárquicos jamás desarraigados a los que ya hice referencia. Gracias a ese abecé alcanzó el grado máximo de asertividad y propulsión, pues en él no figuran las dudas ni las consideraciones históricas, como tampoco las consecuencias sociales, que le traen sin cuidado a esa escuela de pensamiento.
     Que era facilísimo dejarse llevar lo prueba el hecho de que los muy instruidos ministros socialistas Boyer y Solchaga le hubiesen desbrozado el camino. ¡Que tiempos aquellos en los que ni siquiera hacían falta los hombres de negro para que el oso hiciera lo que es debido!
     En todo caso, tengo por seguro que dicho abecé torció el rumbo de la entera Transición. Así, sea por miopía o por malicia, ha acabando por repetirse en nuestro caso la desgracia de otros países dependientes que fueron arrasados  con anterioridad. Tarde o temprano, tras las vacas gordas, tras hacer caja con la venta de las joyas de la abuela, vendrían las flacas,  estaba escrito, un desastre para el país, ya que no para la elite de la que el señor Rato formaba parte por derecho propio. Y esto también se sabía, o por lo menos lo sabían los estudiosos de la Historia y algunos economistas que se quedaron sin el Premio Nobel.
    En fin, no siendo posible considerar a Rato el único responsable de lo ocurrido, de que no se tomaran las medidas oportunas en su debido momento, resulta imposible situarlo al margen como anomalía, como manzana podrida o cosa parecida.  Y además, lo que él tiene de bluff espectacular, pertenece de por sí a la esencia del neoliberalismo cleptocrático, como la pulsión chapucera, el cortoplacismo y la desconexión del bien común.  Su caída, que para muchos significa una revelación cuasi insoportable (“pero, dígame, ¿en manos de quiénes hemos estado?”), ha venido a coincidir con el ocaso del neoliberalismo, a estas alturas incapaz de generar ningún proyecto positivo para el común de los mortales. No creo que sea una coincidencia casual. Ya no hay conejos en la chistera ni ases en la manga. ¡Qué mal suenan hoy las milongas sobre la nueva economía, el capitalismo popular y la sociedad de propietarios!