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martes, 26 de mayo de 2015

TRAS LAS ELECCIONES DEL 24-M

    Se constata un gran avance de la izquierda y un retroceso de la derecha, un cambio de tendencia que, con las elecciones generales a la vista, se puede entender como una clara señal de que se prepara una redistribución del poder. Es pronto para echar a volar las campanas, pero se alegra el espíritu al constatar que millones de españoles son, hoy por hoy, inmunes a las mentiras de saturación que hemos padecido durante los últimos meses.
    Hay quien se asusta ante la necesidad de pactar y habla de ingobernabilidad. Evidentemente, no será fácil llegar a acuerdos y atenerse a ellos. Pero, la verdad, creo que ya era hora de que llegásemos a una situación como esta. Las mayorías absolutas habidas hasta la fecha han sido sumamente dañinas para la  normal maduración de nuestra joven democracia. Piénsese en los modales chulescos de sus beneficiarios, en el hurto de los temas serios  y trascendentes del debate público y leal, por no hablar de otras consecuencias indeseables, desde la corrupción a la promoción de auténticos inútiles a puestos de elevada responsabilidad.
   Me hacen gracia las murmuraciones de la derecha ante las declaraciones del presidente Rajoy, que ya pone proa a las elecciones generales sin mirar atrás. ¿Qué esperaban? Hace mucho tiempo que el PP quemó sus naves para mejor disfrutar de la corriente neoliberal-neoconservadora que nos ha traído al presente desfiladero histórico. El resultado era previsible y de aquí a noviembre no tiene la menor posibilidad de rectificar, como no tiene ni la menor opción de pintar de rosa su agenda oculta, que no es otra que la de seguir en las mismas, destruyendo la cohesión social en nombre de los intereses de su red clientelar y de los mandatos de los amos de las finanzas internacionales.
    No cabe ignorar que el PP tenía otras potencialidades, pero ya da igual. Se lo ha jugado todo a una carta, justo a la carta que la gente tiene buenos motivos para aborrecer y temer. Y es que ha dejado la causa de la justicia social en el lado de la izquierda, de manera inequívoca, haciendo daño hasta a sus ingenuos votantes de ayer. Si ahora empezase a hablar de justicia social, sus palabras sonarían  tan hipócritas que es hasta normal que no se atreva a pronunciarlas.
    Hay quien cree que Rajoy no es el mejor candidato por no ser el más locamente neoliberal-neoconservador del elenco, pero ya me dirán lo que adelantan con ello en orden al reencuentro con la sensibilidad del común de los mortales. Y recuerden que ahora precisamente asistimos al hundimiento del absurdo mito de que las derechas entienden la cosa económica mejor que nadie…
    Ahora veremos qué hace el PSOE. Parece que la historia ha tenido a bien darle una oportunidad de redimirse de sus desviaciones. ¿Con quién pactará? Supongo que Pedro Sánchez ya se ha dado cuenta de que cualquier tocamiento con el PP sería desastroso para el partido. Pero no cabe descartar que le chantajeen para que de el paso fatal. La sombra de Felipe González es alargada y no sabemos en qué quedaron las tenidas sobre el famoso gobierno de concentración PP-PSOE. O con la derecha o con la izquierda, señor Sánchez. Este país no está para bromas.
    No quisiera dejarme en el tintero una evidencia de sumo interés. La división de la izquierda no ha sido un impedimento para su avance, y esto por un dinamismo interno que ha desbordado el marco partidario convencional. Cabe ver en ese dinamismo, tan esperanzador, la consecuencia del sufrimiento y la desazón, y además una manera colectiva de sobreponerse a los cantos de sirena del fatalismo histórico.
    La derecha no tiene ni la menor posibilidad de emplear su arsenal contra un fenómeno social de tal amplitud, contra semejante voluntad de cambio. Dicho arsenal quizá le sirvió para sembrar dudas, en espíritus timoratos, sobre la idoneidad de los líderes de Podemos para encarnar una alternativa creíble y para endosarle al partido de Pablo Iglesias una agenda oculta de tenebrosas intenciones totalitarias, pero ha demostrado ser patéticamente inútil contra dicha voluntad. Si lo tuviera que expresar en términos convencionales, diría que el poder establecido ha topado con el pueblo.