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lunes, 17 de febrero de 2014

EL PROYECTO ANTI ABORTO DE RUIZ-GALLARDÓN


   Como se desprende de mi post precedente, es un proyecto de ley antiilustrado, absolutista y confesional. Me reafirmo en ello pese a las críticas recibidas, añadiendo, para que todo quede bien claro, que la ley de aborto aprobada en tiempos de Zapatero me parece la que corresponde a la época en que vivimos. Hasta me parece muy bien que ofrezca a las menores de edad la posibilidad de actuar sin consultar a los padres.
    Y si esta ley socialista me gusta, imagínese usted mi reacción al conocer la propuesta de Ruiz-Gallardón. ¡Menudo retroceso! Añadía en ese post, una evidencia insoslayable: no hay manera de que un abortista convenza a un antiabortista, y a la inversa tampoco, pues viven en mundos distintos, que es precisamente lo que tiene que tener en cuenta el legislador, absteniéndose de tomar partido. ¿Acaso obliga la ley de Zapatero a abortar? Pues no. ¿Cómo se atreve el PP a prohibir el aborto, obligando a no abortar a quienes desean hacerlo?
    No me apetece entrar el discusión con los antiabortistas, que hagan lo que les parezca mejor. Pero el problema es eso que llaman Ley de Protección de la Vida del Concebido y de la Mujer Embarazada, infumable desde tan grandielocuente, capcioso y sofístico título. Como tenemos un Concebido desde el momento de la fecundación, el aborto pasa a ser un crimen, crimen que, con todo, será autorizado en casos puntuales… de lo que presume Ruiz Gallardón, extremo que, comprensiblemente, irrita a los obispos.
    A partir de ese texto, todas las enmiendas que se introduzcan para “suavizarlo” serán criticadas por los antiabotistas militantes y conducirán a un pastiche  de lo más contradictorio, imposible de explicar en las escuelas. Doy por hecho lo que bien sabe el legislador, a saber, que las personas de pocos medios abortarán en cuchitriles y las otras se tomarán un avión, la mayoría solas por razones obvias.
     Por lo demás, se constata que el legislador, a quien considero capaz de confundir una bellota con un roble, que no distingue entre un embrión y un feto, se arroga el dominio del verbo proteger en lo que se refiere al Concebido. Y se me permitirá que le diga de frente que su idea de protección es como para salir corriendo.
    El ministro se ha declarado en situación de traer al mundo un hijo malformado. Está en su derecho, pero tal declaración no le autoriza a imponer sus ideas a los demás. ¿No sabe que hay madres que han abortado con dolor una criatura que venía mal, no por egoísmo sino por la criatura misma?  
    ¿Sabe realmente el señor ministro de qué habla? Cuando yo tenía doce años tuve la desgracia de que mis maestros me llevaran, con otros chicos, a visitar cierto Cotolengo de Don Orione, donde fui obligado, por considerarse instructivo, a familiarizarme en una especie de gallinero con unas deformes y babeantes criaturas imposibles de olvidar. Lejos de mí la idea de recomendarle esa experiencia, ni a él ni a nadie, porque tuve pesadillas y llegué yo solito a la conclusión de que el Creador no es ni justo ni bueno. Era en los tiempos anteriores a la amniocentesis y el ecógrafo…
   Y en  cuanto a los pomposos derechos de la mujer embarazada, casi mejor no hablar. Sale el ministro y dice que con su ley ninguna mujer irá a la cárcel por abortar. Lo considera un progreso, pero yo no: la mujer es desposeída simultáneamente del derecho de decidir y de toda responsabilidad, pasando de ser el sujeto de su vida, una persona responsable, a ser una menor de edad permanente, una niñita a la no se puede pedir cuentas por sus actos.  Para mejor intervenir desde fuera en su intimidad, lo primero era eso, negarle su autonomía moral.
    Pero, ay, todo el peso de la ley caerá sobre los ejecutores y cómplices del aborto. A efectos prácticos, esto quiere decir que la mujer embarazada que desee abortar se verá convertida en un ser apestado, en una persona sola, que no podrá recurrir a sus allegados si no quiere comprometerlos.
    La mujer no podrá contar con naturalidad ni con su esposo ni con su amante, tampoco con su madre ni con su padre, ni con un buen amigo, todos en peligro de ir directamente al talego. Si algo se hace, habrá de ser cuchicheando, cerrando puertas y ventanas. Y realmente no quiero ni pensar en el desfiladero moral y práctico en que se verán los médicos y el personal sanitario en general. De modo que me parece una ley aborrecible.
    Pero con ello no está todo dicho. En caso de violación parece que se podrá abortar si así lo decide la autoridad competente. Se piensa obviamente en aquellos casos en que una mujer puede quedar embarazada como consecuencia de un atropello brutal, en un sórdido callejón, por ejemplo. Pero, claro, con este inesperado grumo de sensatez, la ley deja insensatamente fuera del campo de visión la complejidad de la conducta humana, donde no siempre es tan fácil discernir matices de gran trascendencia. Hay actos sexuales que, sin suceder en un callejón, ni entre personas que no se conocen, no responden a una sencilla tipificación. La alcoba conyugal, por ejemplo, no es necesariamente un espacio de libertad y hasta puede ser una noche cualquiera tan fea como un callejón. ¿Qué se hace con estos casos? A la autoridad competente sólo le interesan las violaciones en el sentido estricto de la palabra. Quizá acabe viéndolas por todas partes. Pero lo tremendo es que, para  que “hagan algo”, la mujer tendrá que ser paseada con sus sentimientos y penurias, todo bien detallado, como si fuese un mono de feria, por diversas dependencias del Estado, mendigando ayuda, algo a lo que la ley de Zapatero, respetuosamente, no le obligaba. ¿Es normal que se exponga su vida sexual a semejante escrutinio público?
    Por último, quisiera resaltar tres cosas. Una, que en esta ley retrógrada reaparece una repulsiva voluntad de asociar la actividad sexual con la culpa, con el castigo, con el dolor. Está inspirada por la misma mentalidad perversa que se opuso al uso del éter para aliviar los dolores del parto. Dos, desprecia militantemente uno de los principales progresos de la conciencia humana, un logro que debemos a la psicología y a la pedagogía. Porque hoy sabemos que el satisfactorio desarrollo del ser humano tiene como punto de partida el hecho de haber sido deseado por sus padres. Si esto suena demasiado poético, escribámoslo así: el ser humano tiene derecho a iniciar su singladura sin la hipoteca de haber sido considerado un intruso, un ser no querido. Y las autoridades nada saben de eso. Solo los padres,  especialmente la mujer, saben. Y tres, que si esta ley aborrecible sigue adelante, vendrán otras de parecido jaez. Peligraría, por ejemplo, la píldora del día después, peligraría el matrimonio homosexual, etc., aunque solo fuera por razones de coherencia carca, y probablemente la libertad de expresión correría peligro, pues al final será delictivo razonar a favor del aborto, un “asesinato”, un”genocidio”…