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domingo, 7 de agosto de 2022

LA GUERRA DE UCRANIA, EL PODER Y LA MORAL

       La humanidad vive horas cruciales bajo  dos amenazas terroríficas, el calentamiento global y el  apocalipsis nuclear. Según António Guterres, secretario general de la ONU,  lo de Ucrania podría acabar en una hecatombe planetaria. Por su parte, Selwin Hart, brazo derecho de Guterres, asesor para la Acción del Clima, lo tiene claro:  hay que proceder a la descarbonización y eliminar los combustibles fósiles sin pérdida de tiempo. 
     ¿Qué posibilidades hay de que salgamos bien librados de esta doble amenaza? A mi juicio, no muchas, más dependientes de la suerte que de la razón, malamente pervertida en los tiempos que corren. La guerra de Ucrania ha provocado reacciones en cadena que bloquean una reacción sensata al cambio climático  y nos lanza a la cara la posibilidad de una confrontación nuclear. 
      Joe Biden llegó a la presidencia con la promesa de afrontar el desafío climático con la debida ambición y urgencia, pero, como siempre,  estamos a la espera de los resultados. En cuanto a la guerra de Ucrania, ni viéndola venir hizo nada positivo para impedirla, demostrando con ello su incapacidad como líder mundial y su irresponsable sometimiento a intereses oscuros.  No tuvo mejor idea que llamar "asesino" a Putin, sentando el principio bélico y antidiplomático que vemos todos los días en los medios. Aunque bien es verdad que en mayo, en un artículo opinión  publicado en The New York Times, Biden  dejó dicho que no abriga el deseo de derrocar a Putin, que no quiere que que la guerra se prolongue "solo para infligir dolor a Rusia". Algo es algo, pero todo indica que este anciano presidente cabalga un tigre. En estos momentos Estados Unidos presta a Ucrania un creciente apoyo dinerario, armamentístico y de inteligencia, mientras trata de estrangular la economía rusa. El juego va de recordar el poderío atómico de Putin y de olvidarlo a continuación.
        El 77 aniversario de las bombas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki debería servirnos de aviso. ¿Se arrepintió Truman de haber dado orden de lanzar esas bombas con la intención principal de poner a Stalin en su sitio? No, nunca. ¿Con qué ánimo había procedido a sacrificar esas dos ciudades inermes y desprovistas de interés militar? Truman levantó la mano hacia el entrevistador e hizo un chasquido con los dedos. Así de fácil. Ni el menor atisbo de mala conciencia. Y pienso que ese chasquido también debería recordarse, como símbolo de la deshumanización que puede acabar con nosotros.
        ¿Acaso hemos progresado? Me temo que no. La lógica del poder, o mejor dicho la lógica de la atrocidad, ha vuelto por sus fueros y ya se ha saltado reiteradamente todos los límites delante de nuestras narices. Es una malísima señal. Y lo digo yo, acostumbrado a vivir bajo la amenaza de la Destrucción Mutua Asegurada, hecho a los modos de la Guerra Fría. Me sobrecoge la manifiesta temeridad de los primates actuales. 
        Antes, las desgracias, por tremendas que hubieran sido, concedían una segunda oportunidad y los supervivientes lo primero que acordaban era no volver a las andadas aunque tuvieran que tragar sapos y culebras. No cabe representarse el futuro inmediato a la luz de esa enseñanza recurrente. Se diría que en las altas esferas nadie se acuerda  de las dos guerra mundiales y de su cerril causación. O no se jugaría con fuego. Incluso hay algún imbécil que propone una guerra atómica con la idea de darle una lección a Putin… El calentamiento global es algo nuevo, pero, aplicada de lógica de la atrocidad, ¿adónde iremos a parar? ¿Qué se ha hecho desde que James Hansen dio la voz de alarma ante el Congreso de Estados Unidos en los años ochenta? Solo dar largas, redactar informes y suavizarlos concienzudamente, hacer negocios y marearnos con el greenwashing o lavado ecológico.  
        Para colmo, la barbarie de los primates ha calado a millones de personas. ¿Se declara usted pacifista? ¿Exige la paz aquí y ahora, con las inevitables cesiones entre las partes enfrentadas? ¿Exige que se emprendan acciones serias contra el calentamiento? ¡Pues tonto debe de ser! 
       Aquí lo que cuenta es el Poder (así, con mayúscula, como lo escribía Pasolini), ya desprovisto de ataduras morales. De ahí que la OTAN nos convoque a una competencia global por el gran poder, decidida a imponer  los designios norteamericanos no solo a Rusia sino también a China.  Me parece el colmo de la desmesura. (Y conste que lo digo sin experimentar ni la menor simpatía por el formato de los regímenes desafiados.) ¿Se ha tenido en cuenta el calentamiento, que exige acuerdos globales inmediatos? ¡Pues no! Quema masiva de combustibles fósiles para el sostenimiento y la ampliación del aparato bélico, regreso al carbón…  
         Por desgracia, no se puede decir que el plan de la OTAN para la humanidad sea un simple brindis al sol.  Los chinos y los rusos se lo toman muy en serio. Los halcones de Pekín y Moscú hasta pueden ver en él una justificación para cualquier emprendimiento racional o insensato. Y no se crea que es solo cosa de una OTAN en clave ofensiva. Dentro de ese plan inhumano cobran sentido las declaraciones de Josep Borrell, alto representante de la política exterior europea: en lugar de ejercer como diplomático, nos hace saber que la guerra de Ucrania se dirimirá en el campo de batalla. Por su parte, con la misma actitud, Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, sueña con desmantelar la industria rusa. El influyente magnate George Soros sueña con un mundo liberado tanto de Putin como de Xi Jingping. No tiene ninguna gracia. El poder occidental ha perdido el sentido de los límites. Aquí, en esta desmesura, se deja ver, a mi juicio, una pérdida del sentido de la realidad y una capitulación de orden moral.
       Que la moral sea un invento humano surgido precisamente de la necesidad existencial de ponerle límites al poder no se trae a colación  ni por descuido. Se da por supuesto que  tomársela en serio es propio de curas, filósofos trasnochados y  buenistas. Lo que no impide que se moralice a toda máquina a ambos lados de la línea de fuego:  nadie, y menos los expertos en propaganda  y relaciones públicas que trabajan a sueldo del Poder, ha echado en saco roto  lo dicho por Maquiavelo, a saber, que la moral, no venida del cielo,   es un poderoso e insustituible instrumento de dominación, ni más ni menos.  Y como tal instrumento se la usa a todas horas, malbaratándola. Nosotros, faltaría más, somos los buenos, portadores de las luces de la libertad y la democracia. Estoy hablando de moralizaciones de usar  y tirar. Se condena al ostracismo al príncipe Salman por el descuartizamiento del periodista Kashoggi, y unos días después, se compadrea con él sin el menor sonrojo.
          Al mismo tiempo y sintomáticamente, las voces  que desafían la narrativa oficial tienen a gala expresarse sin valoraciones morales de por medio, como si estas tuvieran que ser  necesariamente tontas o torticeras, como si la lucidez fuera incompatible con el humanismo, como si estuviéramos ante fenómenos teléuricos.   Miren por donde, vienen a coincidir estas voces con aquello del “no hay alternativa”,  el famoso veneno thatcheriano contra la conciencia moral, ya responsable del desaliento, el cinismo y la paralización de millones de personas tanto de derechas como de izquierdas. 
        ¿Acaso hay alguna incompatibilidad entre analizar los hechos  a la fría manera de Tucídides y juzgarlos desde la óptica moral que corresponde a las necesidades humanas y a la sabiduría acumulada? Tal parece,  porque ahora, que yo sepa, solo el papa Francisco,  Noam Chomsky  y Rafael Poch  son capaces de hacer ambas cosas. Los demás son devotos de la cratología, no sé si por presumir de objetividad, por un tic académico,  o por no querer meterse en líos. El caso es que así colaboran a la militarización de las conciencias. 
      La adoración del poder va a más, al tiempo que este va a por todas sin el menor escrúpulo. Las buenas gentes ya habituadas al lenguaje del poder en el orden económico pasan a usarlo en el orden militar y ceden gustosamente a la necia pretensión de dividirnos entre buenos y malos, amigos y enemigos.
       Conviene recordar que tiempos hubo en que para ser  respetado y admirado, para ganar lealtades,  había que poseer algo llamado autoridad moral (algo que, a diferencia de sus lectores posmodernos, Maquiavelo nunca se tomó a la ligera).  He recordado el siniestro chasquido de Truman, pero solo a bombazos y dólares desde luego que Estados Unidos no habría alcanzado el rango de potencia hegemónica. Habría sido temido, nada más. En cambio, con su doctrina de las cuatro libertades (de expresión, de culto, del miedo y de la miseria)  se hizo con un formidable crédito moral durante la II Guerra Mundial, que luego consolidó con el apadrinamiento la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948).  
       ¿Qué queda de ese crédito? Nada, por desgracia.  Estados Unidos lo dilapidó en los últimos cuarenta años a mayor gloria de los señores del dinero y de la guerra. A estas alturas ya suena a hueco todo lo que se diga apelando a su recuerdo. Lo que yo considero una señal clara, entre otras, de que la potencia hegemónica se encuentra en decadencia. (Ande, señor Biden, vaya a pedirle sacrificios a su pueblo o a los europeos de a pie y a ver qué cara le ponen.) 
        Hace mucho que pasamos de la señora Eleanore Roosevelt, promotora incansable de los derechos humanos, a la neocon Jeanne Kirkpatrick, capaz de afirmar en público que dicha Declaración no pasa de ser una carta a Santa Claus. La misma señora que, para deleite de Ronald Reagan y de sus asociados, afirmaba que siempre hay que distintiguir entre dictadores malos y “buenos”, con los que es  lícito hacer toda clase de negocietes sin venir con cominerías. Y  sí, ya nos vamos acostumbrando al doble rasero, una la inmoralidad. 
        Al principio, consciente de lo que se jugaba, Estados Unidos actuó con disimulo en el “lado oscuro” (los derribos de Mossadeg, Arbenz, Sukarno y Allende, el asesinato de Lumumba, por poner solo algunos ejemplos), tratando de  mantener a salvo la autoridad moral ganada con tanto esfuerzo. Luego, vino la guerra de Vietnam, empezada con disimulo y continuada a cara descubierta. ¿Y de ahí en adelante?  Descontada la fanfarria mediática, puro matonismo de inspiración neocon: Conmoción y Pavor, bombardeos de ciudades, fósforo blanco, secuestros (entregas extraordinarias), torturas (técnicas de interrogación mejoradas), asesinatos selectivos, por lo general con víctimas colaterales, actos de “justicia” según la jerga oficial, y allí en Guantánamo un Dachau a modo de siniestra advertencia.  Y todo esto haciendo trampas, mintiendo desde las más altas tribunas, incurriendo en chapuzas monstruosas, como  el financiamiento de bandas armadas de fanáticos y la alevosa provocación de guerras civiles interminables. Pongámonos en el pellejo de los afganos que, creyendo en las lindas palabras de los invasores,  acabaron entregados a lo talibanes. No, aclaró Biden tras veinte años de campaña, nunca se trató de configurar una democracia; simplemente, se había actuado contra el terrorismo. La retirada no era, pues, una derrota, sino el premio por haber cumplido la misión.  
        Con esos procederes Estados Unidos dilapidó su crédito moral.  Y no hay más que ver cómo trata a sus  propias gentes para que uno sepa a qué atenerse. El  pueblo norteamericano, antes envidiado, está sumido en la miseria y el precariado, por no hablar de los veteranos de guerra  con los nervios destrozados de por vida (se suicidan por decenas). Si  la élite prepotente y avariciosa ya se cargó el “sueño americano”, díganme qué le puede interesar el bienestar de la humanidad. 
        Y todo esto, precisamente por el papel inspirador otorgado en el imaginario colectivo a ese país en base a sus pasados logros, ha tenido graves consecuencias para el conjunto de la humanidad: desengaño, odio, desorientación.  La pérdida de autoridad moral ha acabado por afectar a su credibilidad y desde luego que también a cualquier pretensión de legitimidad de los planes de dominación en que pretende involucrarnos. Hace unos años una encuesta Gallup reveló que mucho más que al terrorismo o cualquier otra amenaza, los terrícolas temen a Estados Unidos. 
      ¿En qué quedaron los usos del llamado “poder blando”, capaz de ampliar la simpatía por el gigante del norte? En nada. Lo que cuenta es la fuerza bruta, de la que ese país anda sobrado, algo muy peligroso ahora, cuando su hegemonía empieza a ser cuestionada tanto en el plano económico como en el tecnológico.
       Según una famosa lista filtrada por el general Wensley Clark, después de  Afganistán, Irak y Libia venía Siria. Bacher Al Asad fue demonizado en  la línea habitual, se financió y armó a insurgentes diversos, incluidos los extremistas islámicos; en suma, se organizó otra guerra civil.  Y todo iba según lo planeado hasta que, oh sorpresa, Vladimir Putin salió en defensa del presidente sirio con sus bombarderos. Estados Unidos tuvo que envainársela.  Fue un aviso. 
       Estados Unidos no le perdonaría jamás a Putin la bofetada, la primera que recibió así, en frío.  El nuevo orden (por llamarlo como se acostumbra) surgido tras la caída de la Unión Soviética se podía considerar roto ya por aquel entonces.  Al matón supremo le había surgido un rival, otro matón. Se diría que el resto es una consecuencia. 
       Henry Kissinger, entre otros pesos pesados, maligno él pero con cerebro, explicó que no había que acorralar a Rusia ni empujarla  a  una alianza con China, explicó que no era una buena idea meter a Ucrania en la OTAN y que era un desatino atizar una guerra civil en este país. No se atendió a sus razones, ya vemos con qué resultado. ¿Y por qué no se le hizo caso? ¿Por qué no se atendió a sus pragmáticas recomendaciones? La  respuesta es simple: porque en la actualidad el poder está  tan desprovisto de frenos morales como de frenos pragmáticos. Hay motivos para creer que hasta la noción de “mal menor” se perdió por el camino. 
      Si el poder ya no entiende las razones de un Kissinger, ya me dirán. Visto lo visto, ni siquiera debería asombrarnos que el señor Putin, hasta ayer mismo considerado astuto y calculador, haya acabado por lanzarse criminal y chapuceramente  sobre Ucrania. No es asombroso, digo, de acuerdo con los usos imperantes de un tiempo a esta parte. 
       Sin duda  abundan en los círculos del poder norteamericano los  seres pensantes capaces de tener en cuenta las realidades y los obvios requerimientos de la supervivencia humana.  Pero, lamentablemente, hay otros, en la élite del poder, que están en otra onda y que por lo visto ejercen una influencia decisiva a la hora de la verdad sea cual sea el presidente. Me refiero a sujetos que tienen en el oído  los monólogos a puerta cerrada del tenebroso Leo Strauss,   unos tipos convencidos de la superior sapiencia de la idiota de Ayn Rand, unos adictos al trotskismo de  Kristol (una versión ultraderechista de la famosa “revolución permanente”). Estos van a lo suyo,  inmisericordes, psicopáticamente decididos dominar el mundo por las malas, tomándose su tiempo, yendo por etapas, susurrando al oído del fantoche de turno, haciendo de paso negocios armamentísticos formidables so pretexto de emprendimientos guerreros  no menos demenciales que el de Putin.  
       ¿El país se queda en los huesos? ¿El capitalismo salvaje por ellos impuesto nos ha metido a todos en un callejón sin salida? ¡Es que les da igual! Que por algo están prendidos de las ubres del Complejo Militar Industrial (ese monstruo fuera de control sobre cuya peligrosidad advirtió el presidente Eisenhower en su discurso de despedida). Que esa porción de la élite  pretenda arrogarse la representación de Occidente es una listeza intolerable (salvo que se refiera a lo peor de Occidente elevado al cubo). Del hecho de que hayan conseguido hacerse con el el apoyo de  unos líderes europeos desconectados de la sensibilidad común solo se deduce que los valores occidentales que se publicitan como superiores han sido desactivados a ambos lados del Atlántico. 
        Ojalá estuviésemos ante un mero sometimiento perruno a los dictados norteamericanos, como parece  a primera vista: ya es hora de que reconozcamos que la élite europea ha caído bajo el embrujo neocon, al punto de ser incapaz de pensar por sí misma hasta cuando la tratan a patadas.  Siento decirlo, pero lo veo venir: estos primates europeos van a terminar de cargarse la autoridad moral heredada de las generaciones precedentes y, en la misma jugada, el Estado de Servicios que a ellas les debemos. Sí, están dispuestos a sacrificar a sus pueblos,  a empeñarlos para los restos, a gastarse en armas lo que no tienen, a destruir  y envilecer sus sistemas políticos, como si  estuviesen decididos a copiar en sus respectivos países la degenerada  polarización que distingue a la sociedad de sus mandantes. Es el momento de esgrimir la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Pero, ¿quién, entre esta gente poderosa, podría hacerlo sin que nos pareciera el colmo del cinismo?
     Entre las consecuencias del derrumbe de la Unión Soviética, debemos incluir no solo el sueño neocon de un mundo unipolar bajo la férula de Estados Unidos, de penoso despertar. Porque a ese derrumbe le siguió la galopada, ya sin barreras, del capitalismo salvaje, que ni siquiera se molesta en frenar en vista de las tremendas crisis que produce (paga el contribuyente) , y algo más: una pérdida de valores. Para contender con la Unión Soviética y frenar la expansión del comunismo, había que cuidar las formas, mostrar lo bien  y civilizadamente que se vivía en libertad,  en democracia, con cierta idea de superioridad basada en ideales  y valores de procedencia cristiana entreverados con los mimbres del liberalismo. Occidente se esmeró en presentarse como una alternativa bien probada y muy atractiva a los regímenes dictatoriales de Stalin y e Mao. ¡El mundo libre! Pero luego, tras la caída la Unión Soviética, al diablo esos valores, a los que solo se apela cuando interesa  manipular las emociones de las “muchedumbres desconcertadas”
     El problema es que sin valores, sin la autoridad moral que se deriva de su cultivo, solo queda la fuerza bruta. Triste espectáculo: resulta que ya no hay nada más que se pueda oponer a Rusia y a China, cuyos líderes hace tiempo están advertidos de la mutación, del giro hacia el matonismo planetario y del carácter fraudulento de la apelación a los valores traicionados. Lo que en sí mismo no augura nada bueno.  A estas alturas del partido, por cada acusación que los líderes occidentales lancen contra los regímenes de Rusia y China, estos lo tienen fácil: les  basta con acusarlos de ver la paja en el ojo ajeno y de no ver la viga en el propio.
        ¿Hay alguna posibilidad de que Occidente recupere sus valores esenciales?  ¿Puede recuperar su autoridad moral? Ojalá. Sería patético que los rusos o los chinos se vieran forzados a darnos lecciones de pragmatismo, y más patético aun que nos viéramos en situación de esperar que algún remanente de la Iglesia Ortodoxa Rusa, o algún giro dialéctico en el cerebro de Putin  o  alguna fórmula confuciana vengan en auxilio  de la humanidad… ¡Qué dolor! ¡Qué vergüenza!

jueves, 27 de noviembre de 2014

PODEMOS, LA IZQUIERDA Y LA DERECHA

A Cayo Lara le desagrada que Podemos haga gala de ambigüedad en lo tocante a su posición en el espectro político. Pablo Iglesias ha dicho que su ADN personal es de izquierdas, pero  no lo hace extensivo a Podemos. El nuevo partido pretende trascender la dialéctica/izquierda derecha, un enfoque trasnochado según nos cuentan. Hay al respecto una diferencia significativa entre IU y Podemos.
    Entiendo el recelo de Cayo Lara, y lo comparto. Norberto Bobbio decía, a mi juicio con razón, que un partido no puede ser a la vez de izquierdas y de derechas. Creo que en algún punto de su trayectoria Podemos se topará con esta evidencia insoslayable, en forma de crisis interna o de ataque exterior.
    A mí no me gusta esta ambigüedad. Por razones teóricas y pedagógicas, pero también por los malos recuerdos que me vienen a la cabeza cuando alguien me  suelta “no es de izquierdas ni de derechas”, por ser precisamente esta la fórmula de Hitler, de Franco y de José Antonio  Primo de Rivera. 
     Con motivo del 15-M fui sorprendido por algunos jóvenes que no se sentían ni de derechas ni de izquierdas, nunca supe si por devociones posmodernas, por haberse tomado en serio lo del fin de la historia, o simplemente por tener asociada la izquierda al PSOE y la derecha al PP. En fin, me dije, da igual que el 15-M no se sitúe formalmente en la izquierda como movimiento de indignación, como expresión multitudinaria de una voluntad de cambio, expresión en la que caben las más distintas sensibilidades; además, no todos mis interlocutores andaban en las mismas. Pero el problema me lo platea Podemos como partido llamado a ocupar un sitio en el espacio político.
     Detrás del lema “ni de izquierdas ni de derechas” siempre se agazapa, a juzgar por la experiencia, una oscura voluntad de hacerse con la hegemonía, una voluntad incompatible con una sociedad abierta y con un sistema de partidos variado y funcional. Es el lema que conduce a los sistemas de partido único. Con estas cosas no se juega, y más vale que Podemos se ande con cuidado, para no desbocarse y también para ejercer la función pedagógica que corresponde a la alta responsabilidad que va camino de asumir.
      Claro que no es mi propósito prejuzgar a Podemos, todavía en fase de construcción. Sería injusto atribuirle las culpas de otros o embutirlo por anticipado en un esquema, como hacen sus enemigos. Además, reconocidas las preocupaciones precedentes, no dejo de dar vueltas al fenómeno, topándome con elementos de juicio que  no se pueden pasar por alto en estos momentos de emergencia. Como observador estoy obligado a contemplar el cuadro desde todos los ángulos.
     Por ejemplo, la ambigüedad que irrita a Cayo Lara y a mí tiene todas las trazas de obedecer a una toma de conciencia por parte de los dirigentes de Podemos en lo que se refiere a su electorado seguro y a su electorado potencial. Estaríamos ante un simple reajuste del lenguaje en función de los hábitos imperantes en esos segmentos, es decir, ante un caso de pragmatismo o de demagogia, según el observador, siendo obvio por lo demás que solo tendría derecho a protestar el no demagogo (espécimen desconocido en el juego político actual).
     Los sinsabores electorales de IU parecen haber sido tomados como lección. Y el resultado es espectacular. 
    Sería absurdo pedirle a Podemos que actúe en función de un repertorio ideológico cerrado y coherente, pues es de sobra sabido que quien lo haga se quedará, urnas mediante, en un rincón. Como es sabido también que,  para ganar unas elecciones, hay que conquistar a los votantes del centro, esos votantes que siempre se le han resistido a IU, los que “deciden” según los técnicos en la materia.  
   Todo indica que los dirigentes de Podemos aspiran a que sea lo que se entiende por un partido “atrápalo todo” (al precio de fastidiar a los puristas).  ¿Tiene sentido reprochárselo? ¡Los dos partidos del turno con los que debe competir funcionan en ese registro y no serán vencidos por quien se abstenga de incurrir en esa estratagema tan vulgar como eficaz! ¿Acaso podríamos exigirles a unos estudiosos de la política que prescindan de su saber en aras de una pureza suicida? 
    Mucha gente que no se siente representada por la derecha no se atreve a declararse de izquierdas por razones históricas, siendo de lo más práctico prescindir de la etiqueta y dejar en segundo plano a los componentes de Izquierda Anticapitalista, obviamente inhabilitados para la conquista del centro. Como es práctico insistir en que aquí se enfrenta el pueblo contra la casta. Así planteadas las cosas, se pueden dejar en el armario los fantasmas evocados por la lucha de clases, sin incurrir en demagogia alguna porque no se engatusa a nadie. El enfrentamiento entre pueblo y casta extractiva es real, no un invento de ocasión.
     Por lo demás, hay que tener en cuenta la pesada inercia histórica: de alguna manera este país sigue dividido en dos por la línea de separación marcada por la Guerra Civil. Y podría ocurrir que la ambigüedad de Podemos sirviese para desactivar los reflejos condicionados a la hora de votar. ¿Una listeza de Podemos, o una señal de que el tiempo no ha transcurrido en vano? Depende del punto de vista. 
     Es comprensible, por ejemplo, que los europarlamentarios de Izquierda Unida hayan abandonado el hemiciclo en protesta por la presencia del Papa en un espacio formalmente laico, pero también lo es que Pablo Iglesias se haya quedado  y le haya aplaudido, celebrando su contundente declaración a favor de la justicia social. No veo en ello una listeza, ni tampoco una contradicción, sino una sensibilidad diferente, menos traumatizada por la acción eclesiástica directa, y bastante más recomendable que la rigidez habitual si de lo que se trata es de ganar elecciones y de sumar fuerzas contra la Bestia neoliberal, el enemigo común.

domingo, 12 de enero de 2014

LA IGLESIA Y LA BESTIA NEOLIBERAL (IV)


     Estimulada por los éxitos de la mercadotecnia religiosa de allende los mares, por el agresivo dogmatismo neoconservador en temas sensibles como el aborto o la homosexualidad, por el repunte de la moral victoriana propiciado por la señora Thatcher y el señor Reagan, devoto de la Moral Majorty, la Iglesia católica se olvidó del Concilio Vaticano II, metiéndose un espectacular viraje retrógrado, adaptándose, una vez más, al espíritu de los tiempos.  
    La reaparición de la Religión como asignatura escolar en la ley Wert y el proyecto de ley sobre el aborto del ministro Ruiz Gallardón habrían sido impensables de no mediar ese movimiento retrógrado. El relanzamiento de la religión y los ataques contra el aborto forman parte del síndrome neoliberal-neoconservador, por definición antiilustrado, cuyos efectos la Iglesia católica quiso aprovechar en beneficio propio durante las últimas décadas, como si los telepredicadores norteamericanos tuvieran algo que enseñarle.  
    No es de extrañar, por lo tanto, la revalorización de las sotanas y las casullas, ni los pronunciamientos contra el preservativo, como tampoco el hecho de que un hombre de Dios haya osado definir la enfermedad del diputado Zerolo como un castigo divino. Todo esto viene en el lote, siendo, como siempre, muy difícil saber si nos encontramos ante casos de fanatismo o de simple hipocresía.
     Lo único claro es que se pretende devolver las conciencias a las coordenadas preilustradas, en un patético intento de recuperar el pleno dominio sobre ellas. Como no estamos ante un asunto meramente pintoresco sino ante un asunto de poder, se vuelven a oír voces anticlericales claras y distintas. 
    La irritación que producen las alevosas medidas retrógradas de los señores Wert y Gallardón acaba cargada en la cuenta de la Iglesia, que así se expone a que, ya que los señores financieros tienen medios sobrados para irse de rositas, sea ella, más débil, la que tenga que pagar el pato en primer lugar. Y de paso, todos nos vemos expuestos a que nuestros verdaderos problemas sean torticeramente ocultados por un loco cacareo sobre temas que este país había dejado atrás con realismo y sabiduría.
    Coincide todo esto con la llegada del papa Francisco, de quien ya se puede decir que ha inaugurado una nueva etapa, por su estilo, por sus palabras y sus actos, un jarro de agua fría sobre la recalentada conciencia de los elementos neoconservadores. La situación es, pues, novedosa, y sería una torpeza juzgarla mecánicamente según la plantilla anticlerical de toda la vida. En cuanto dichos elementos neoconservadores salgan de su estupor, le harán la vida imposible al papa Francisco, y si no queremos hacerles el juego, más nos vale echarle una mano, a él y a la parte de la Iglesia que se encuentra tan deseosa como nosotros de poner fin a la asesina dictadura neoliberal.
      ¿Ha concluido el giro retrógrado de la Iglesia? Tal parece.  Las  finas antenas vaticanas han detectado que hemos llegado al final de una época y de que la gente está  harta de los usos infames del poder. Creo que precisamente por eso ha podido llegar Francisco al papado y adelantarse genialmente a otros dirigentes planetarios, todavía engolfados en un status quo que la gente odia con todas sus fuerzas.  Ya ha dicho lo que opina del capitalismo salvaje. De modo que segarle la hierba bajo los pies a él y a los católicos contrarios a la Bestia neoliberal sería un error lamentable, probablemente fatal para la causa. La pretensión de pararle los pies a dicha Bestia en plan adánico está condenada al fracaso. De ahí la importancia de la Iglesia, de lo que ella haga y de lo que nosotros hagamos en relación con sus hechos. Si en su momento fue decisivo el  Concilio Vaticano II para dejar al franquismo fuera de juego, algo podemos esperar de este papa, seamos católicos o no.
      Si Francisco se mantiene firme frente a la Bestia, si deja fuera de juego a los fanáticos y dogmáticos, si contribuye a restablecer la convivencia entre progresistas católicos y no católicos, y si le muestra al PP el camino de salida de la trampa neoliberal y neoconservadora en que se ha metido, señalándole la incompatibilidad del abecé del cristianismo y estos fraudes despreciables, habrá hecho bastante. Por lo que considero que los instintos anticlericales están ahora claramente fuera de lugar.  Contra la Bestia, lo importante es la unión, no me canso de decirlo.

domingo, 17 de noviembre de 2013

¿HACIA UN PERÍODO CONSTITUYENTE?


    ¿Cómo salimos de este atolladero, de este  tétrico sacrificio a los intereses oligárquicos locales y transnacionales? La paciencia de mucha gente se ha agotado.
   Oigo hablar de que es preciso abrir un “proceso constituyente”, pero no hay acuerdo sobre sus alcances. Para UPyD, se trata de abrirlo con la intención de “refundar el Estado”, con propósito de poner coto a la deriva del llamado nacionalismo periférico. Para otros, se trata de regresar al punto de partida, con ánimo de establecer una República, un sueño que, visto lo visto, empieza a cobrar forma en el ánimo de quien menos te lo esperas. Y los clásicos lo tienen claro: Julio Anguita cree posible que tengamos una República dentro de un par de años, José Luis Centella usa la palabra “pronto”.  
   Durante el cónclave del PSOE también se habló de modificar la Constitución, para introducir algunos principios que no están explícitamente fijados  en ella y para dar lugar a un Estado federal, suponemos que asimétrico, satisfactorio para los nacionalismos periféricos.
   Como vemos, la idea de meterle mano a la Constitución está en el aire. Sin duda, guarda relación con el terrible desencanto con respecto a los merecimientos de la Transición que aqueja quienes tienen que vérselas día a día con las amargas realidades. Dicho desencanto, muy justificado, excitado por la sordera gubernamental, da alas al deseo de rehacer el sistema, de arriba abajo o en parte sustancial.
     Es muy comprensible, claro, pero me temo que estemos a punto de meternos en un lío, por falta de consenso, y por una mezcolanza de temas y de voces, siendo obvio el peligro de perder de vista el verdadero problema, que no es otro que el encontrar la manera más inteligente de hacer frente a la Bestia neoliberal y neoconservadora que nos está arrastrando a las crueles coordenadas maltusianas  y ricardianas del siglo XIX.
   Seré sincero: la situación me parece tan dramática que no considero oportuno meternos en un debate constitucional, ni total ni parcial. Pues solo contribuiría a dividir a quienes nos oponemos al presente estado de cosas y a marear y amedrentar a millones de votantes, eventualidad que, a no dudar, aprovecharía el PP, el cual, en franco contraste con los descontentos, afirma que no se trata de modificar la Constitución (aunque ya lo haya hecho en connivencia con el PSOE, como se refleja en el infame artículo 135). La situación nos obliga a reflexionar.
    La Constitución de 1978 tiene sus defectos, desde luego, pero no se crea que es tan sencillo escribir la Constitución perfecta. Además, ¿estamos tan seguros de que el problema radica en su espíritu y en su letra? A mi juicio, el problema radica en su desarrollo, en el uso que se ha hecho de ella, e incluso en el olvido de algunos de sus párrafos más enjundiosos.
    Y por otra parte, ¿estamos seguros de que, activísima todavía la Bestia neoliberal, no podríamos ver laminados precisamente los artículos de mayor contenido social, escritos cuando todavía regían en el mundo los principios que justificaron la creación del Estado de Bienestar y la construcción de la clase media? Dada la actual correlación de fuerzas, bien podríamos ir a por lana y volver trasquilados.
    Aparte de que nos ha servido para entendernos, como texto de referencia común, la Constitución de 1978 tiene potencialidades inexploradas.  Fue escrita –insisto– antes de que la Bestia neoliberal levantase la cabeza.
    Después de haber contribuido a la redacción del texto constitucional, habiéndolo hecho suyo aunque no le gustase del todo, Manuel Fraga hizo notar que se podía hacer “lectura socializante” de esta Constitución.  Lo que nos indica que puede ser de suma utilidad contra la Bestia neoliberal. Porque nada tiene de neoliberal, con la sola excepción del artículo 135, calzado en el texto con nocturnidad y alevosía en  agosto de 2011. ¿Por qué no se ha hecho esa “lectura socializante”? Por la deriva de todo el sistema político hacia las coordenadas del neoliberalismo con la inestimable colaboración de lo que se dado en llamar “izquierda responsable”…
    Por lo pronto, haríamos bien en exigirles al PSOE  y al PP que se comprometan a eliminar cuanto antes ese artículo 135, cuya sola presencia prostituye el documento y deja el destino de los españoles en manos de usureros de por aquí y de por allá. El solito convierte nuestra Constitución en papel mojado, e invita introducir en ella, morbosamente, del mismo artero modo, tal o cual capricho particular, como puede invitar a arrojarla en bloque a la papelera de la historia. Borrado ese artículo, la Constitución recuperará su seriedad y su utilidad,  ahorrándonos, sin duda, muchos disgustos.
    Como los ánimos están encrespados y la situación es insoportable, hay que tener cuidado con las subidas de testosterona y con los errores de cálculo. No olvidemos que nos encontramos ante un asunto de poder. O la Bestia neoliberal o nosotros. Y para salir bien librados no podemos dividir nuestras fuerzas, ni tampoco ir por la vida atacando a diestra y siniestra. Con esto quiero decir, en primer lugar, que la cuestión Monarquía o República no es ahora lo principal.
   La pelea entre republicanos y monárquicos haría las delicias de la Bestia neoliberal, tanto más campante cuanto mayor sea la división y la ingenuidad de sus oponentes. Idealizar la República podría ser, a la luz de nuestra experiencia, tan pueril como idealizar a la Monarquía. Y como este es un asunto de poder, creo que lo primero de todo, antes de emprenderla contra el Trono, es averiguar de qué lado están don Juan Carlos y su hijo.
   La Monarquía pudo ser instaurada y pudo mantenerse sobre el principio de que daría cobertura a todos los españoles y no sólo a la mitad. Y su perduración depende ahora de que la veamos y la sintamos de nuestra parte. Si el rey y su hijo se avinieran a utilizarla como simple herramienta de los intereses oligárquicos, entonces sus días estarían contados, como ellos son los primeros en saber. Entiendo, por lo tanto, que no es nada inteligente amenazarles en vano y ponerlos a la defensiva  antes de saber de qué lado están, algo que, en rigor, a pesar de algunos detalles inquietantes, no es evidente en estos momentos. Sería una torpeza poner a la Monarquía en la acera de enfrente, a priori, sin darle ocasión a expresarse con la debida formalidad. Porque, como he dicho, estamos ante un asunto de poder, siendo de sentido común unir fuerzas.
    En la  misma línea, diré que no me pareció feliz que en el cónclave del PSOE se eligiese este momento para plantear secamente la plena separación de la Iglesia y el Estado. Que esta es una de las asignaturas pendientes ya lo sabemos. Pero hay que andar con cuidado en este tema,  pues,  insisto en ello, nos encontramos ante un asunto de poder. Y a nadie se le oculta que no es lo mismo contar con el apoyo de la Iglesia que con su enemiga. Y que, como en el caso de la Monarquía, no conviene guiarse por prejuicios, sino por hechos, por los hechos de hoy  y de mañana, ¿Está la Iglesia de parte de la Bestia neoliberal o en contra?
     Dar pábulo a las tendencias anticlericales  podría tener por desdichada consecuencia segar la hierba bajo los pies de los católicos que se oponen a dicha Bestia, encabezados, en estos momentos, por el papa Francisco. Tal y como están las cosas, me parecería una torpeza, ya se trate de perpetrarla por unos miles de votos, por una cuestión de principios, por viejas pendencias, o simplemente para encubrir una falta de iniciativa en el verdadero campo de batalla.
   En resumidas cuentas, atendiendo a la correlación de fuerzas en España y en el mundo, atendiendo a nuestros antecedentes históricos, creo que sería un error entregar graciosamente a la Bestia neoliberal el usufructo de la Constitución, de la Monarquía y de la Iglesia. ¿O cree alguien que se podrá hacer frente a la  oligarquía chantajista  en plan adánico? ¡No seamos ingenuos! Sin Constitución, metidos en la batalla entre monárquicos y republicanos, subdivididos a su vez en facciones, metidos en una pelea entre católicos y no católicos, amedrentada y confundida la gente, contando con la cortedad de nuestro ejercicio democrático, ¿cuál sería nuestro destino?