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martes, 10 de marzo de 2015

LA RELIGIÓN COMO ASIGNATURA


     Nada nos puede sorprender que el BOE consagre la religión como asignatura puntuable  y el creacionismo como saber digno de ser impuesto en las escuelas. En primer lugar porque nuestro Estado se ha resistido a ser un Estado laico cabal (no es raro topar con personas que se expresan como si siguiera vigente aquello del Trono y el Altar). Y en segundo lugar, por la adscripción del Partido Popular a la corriente neoliberal y neoconservadora, un sofrito intelectual de origen norteamericano en el que la religión desempeña, cínicamente, un papel premoderno.
    Uno puede creer que la religión como asignatura obedece  a la simple reactivación de pulsiones nacional-católicas locales. En parte sí, desde luego, pero lo decisivo  ha sido el influjo creciente de la corriente neoliberal y neoconservadora, capaz de insuflar nuevos bríos a cualquier fundamentalismo.
     El señor Ignacio Wert, ministro de Educación, pertenece en cuerpo y alma a esa corriente retrógrada. Puede que él se crea muy avanzado, pero sus iniciativas en el plano de la educación datan de mediados de los años setenta del pasado siglo. Todas ellas despuntaron en los conventículos derechistas financiados por los hermanos Koch, Mellon y similares, como reacción contra el modelo de sociedad imperante y, desde luego, contra los ideales de la Ilustración y del New Deal.
    ¿Qué sentido tenía ofrecer una buena educación para todos, si el resultado no era una sociedad conformista? Las eminencias grises de esos conventículos pretendían acabar con los usos y costumbres políticos vigentes. Querían volver en economía al laissez-faire y a la ley de hierro de los salarios, querían imponer una educación elitista, entendida como negocio privado, la única que convenía a los intereses oligárquicos, la única compatible con el capitalismo salvaje. Aquí no nos enteramos.
     La Transición se hizo con viento a favor, según los planteamientos característicos de los años mejores del siglo XX, antes de que el pensamiento neoliberal y neoconservador mostrase sus poderes propagandísticos. Dejar abandonadas las escuelas públicas, apoyar las privadas y tomar al asalto las universidades no fue una simple moda. Obedeció a un completo programa de ingeniería social made in USA, orquestado de menos a más. Lo que empezó del otro lado del Atlántico no tardó en llegar a Europa por la puerta de atrás, estimulando a la elite y sus asociados y peones de brega, categoría esta a la que pertenece el señor Wert.
     Y claro, hubiera sido mucho pedirles a esos antiilustrados que dejaran en paz la religión. Pronto se acordaron de que había sido un formidable instrumento de dominación y de que como tal la había considerado el sapiente Maquiavelo. Ahora iba a ser más necesaria que nunca, para que los norteamericanos tuvieran a qué agarrarse y con qué distraerse cuando la miseria se abatiera sobre ellos como una plaga bíblica.
    A principios de los años setenta había en Estados Unidos unos diez millones de cristianos renacidos, hoy son nada menos que noventa  millones. Y no por casualidad. Hizo falta una montaña de dinero para lograrlo. Telepredicadores como Jerry Fallwel y Pat Robertson fueron cortejados por la Fundación Heritage. Dinish d´Souza, un racista declarado, uno de los protegidos de Irving Kristol,  cobró sus buenos dineros por escribir una biografía de Falwell, cofundador de la Moral Majority. Falwell era  capaz de afirmar que  el SIDA es el merecido castigo de Dios a los homosexuales y a la sociedad que los tolera. Siempre contó con el apoyo del American Enterprise Institute (algo así como la matriz de la FAES). Como defendía un peculiar “sionismo cristiano”,  el lobby judío le regaló un avión, para facilitar sus espectaculares desplazamientos.
     Cuando la señora Thatcher proponía, junto al dogma neoliberal, un retorno a la moral victoriana,  encarnaba esa ideología emergente, al igual que el señor Reagan al presentarse a las elecciones con la idea de imponer la oración en las escuelas (decidido a cargarse una sentencia en sentido contrario del Tribunal Supremo rubricada en 1951…)  ¡Al diablo el Estado laico!  Reagan no dudó en afirmar que los norteamericanos estaban “volviendo a Dios”. Se reputaba seguidor de la Moral Majority de Falwell.  Y fue muy lejos al declarar que el laicismo es una "desviación", una "degeneración"… Así se expresaba este santón de la derecha neoliberal española, admirada de su tosca asertividad.
     Afortunadamente para nosotros, estas cosas nos alcanzaron con  algún retraso, o en este país no tendríamos ni divorcio ni aborto. Hace treinta años el señor Gallardón no se habría atrevido ni siquiera a proponer su ley antiabortista; tampoco Wert a imponernos sus  torticeras iniciativas de largo alcance. Ahora, sin embargo, con el  manoseado manualillo ideológico de aquellos conventículos, sumado a la mayoría absoluta y a la presión de los de siempre, ninguno de los dos se ha andado con pequeñeces, como tampoco su partido, clara e irreparablemente reducido a su registro neoliberal y neoconservador. 
    Solo la sensatez de la gente puede  frustrar el plan de consumar la maniobra de ingeniería social subyacente. Pero, de momento, ya tenemos aquí la religión como asignatura, los rezos por obligación, con nota. Y aquí tenemos también el creacionismo, en versión católica, como asunto de Estado. Me repugna. Una cosa es la religión como respetable asunto privado, otra como asunto de Estado, en cuyas manos se transforma en mera superstición, como ya nos previno el poeta Virgilio hace dos milenios.