martes, 10 de marzo de 2015

LA RELIGIÓN COMO ASIGNATURA


     Nada nos puede sorprender que el BOE consagre la religión como asignatura puntuable  y el creacionismo como saber digno de ser impuesto en las escuelas. En primer lugar porque nuestro Estado se ha resistido a ser un Estado laico cabal (no es raro topar con personas que se expresan como si siguiera vigente aquello del Trono y el Altar). Y en segundo lugar, por la adscripción del Partido Popular a la corriente neoliberal y neoconservadora, un sofrito intelectual de origen norteamericano en el que la religión desempeña, cínicamente, un papel premoderno.
    Uno puede creer que la religión como asignatura obedece  a la simple reactivación de pulsiones nacional-católicas locales. En parte sí, desde luego, pero lo decisivo  ha sido el influjo creciente de la corriente neoliberal y neoconservadora, capaz de insuflar nuevos bríos a cualquier fundamentalismo.
     El señor Ignacio Wert, ministro de Educación, pertenece en cuerpo y alma a esa corriente retrógrada. Puede que él se crea muy avanzado, pero sus iniciativas en el plano de la educación datan de mediados de los años setenta del pasado siglo. Todas ellas despuntaron en los conventículos derechistas financiados por los hermanos Koch, Mellon y similares, como reacción contra el modelo de sociedad imperante y, desde luego, contra los ideales de la Ilustración y del New Deal.
    ¿Qué sentido tenía ofrecer una buena educación para todos, si el resultado no era una sociedad conformista? Las eminencias grises de esos conventículos pretendían acabar con los usos y costumbres políticos vigentes. Querían volver en economía al laissez-faire y a la ley de hierro de los salarios, querían imponer una educación elitista, entendida como negocio privado, la única que convenía a los intereses oligárquicos, la única compatible con el capitalismo salvaje. Aquí no nos enteramos.
     La Transición se hizo con viento a favor, según los planteamientos característicos de los años mejores del siglo XX, antes de que el pensamiento neoliberal y neoconservador mostrase sus poderes propagandísticos. Dejar abandonadas las escuelas públicas, apoyar las privadas y tomar al asalto las universidades no fue una simple moda. Obedeció a un completo programa de ingeniería social made in USA, orquestado de menos a más. Lo que empezó del otro lado del Atlántico no tardó en llegar a Europa por la puerta de atrás, estimulando a la elite y sus asociados y peones de brega, categoría esta a la que pertenece el señor Wert.
     Y claro, hubiera sido mucho pedirles a esos antiilustrados que dejaran en paz la religión. Pronto se acordaron de que había sido un formidable instrumento de dominación y de que como tal la había considerado el sapiente Maquiavelo. Ahora iba a ser más necesaria que nunca, para que los norteamericanos tuvieran a qué agarrarse y con qué distraerse cuando la miseria se abatiera sobre ellos como una plaga bíblica.
    A principios de los años setenta había en Estados Unidos unos diez millones de cristianos renacidos, hoy son nada menos que noventa  millones. Y no por casualidad. Hizo falta una montaña de dinero para lograrlo. Telepredicadores como Jerry Fallwel y Pat Robertson fueron cortejados por la Fundación Heritage. Dinish d´Souza, un racista declarado, uno de los protegidos de Irving Kristol,  cobró sus buenos dineros por escribir una biografía de Falwell, cofundador de la Moral Majority. Falwell era  capaz de afirmar que  el SIDA es el merecido castigo de Dios a los homosexuales y a la sociedad que los tolera. Siempre contó con el apoyo del American Enterprise Institute (algo así como la matriz de la FAES). Como defendía un peculiar “sionismo cristiano”,  el lobby judío le regaló un avión, para facilitar sus espectaculares desplazamientos.
     Cuando la señora Thatcher proponía, junto al dogma neoliberal, un retorno a la moral victoriana,  encarnaba esa ideología emergente, al igual que el señor Reagan al presentarse a las elecciones con la idea de imponer la oración en las escuelas (decidido a cargarse una sentencia en sentido contrario del Tribunal Supremo rubricada en 1951…)  ¡Al diablo el Estado laico!  Reagan no dudó en afirmar que los norteamericanos estaban “volviendo a Dios”. Se reputaba seguidor de la Moral Majority de Falwell.  Y fue muy lejos al declarar que el laicismo es una "desviación", una "degeneración"… Así se expresaba este santón de la derecha neoliberal española, admirada de su tosca asertividad.
     Afortunadamente para nosotros, estas cosas nos alcanzaron con  algún retraso, o en este país no tendríamos ni divorcio ni aborto. Hace treinta años el señor Gallardón no se habría atrevido ni siquiera a proponer su ley antiabortista; tampoco Wert a imponernos sus  torticeras iniciativas de largo alcance. Ahora, sin embargo, con el  manoseado manualillo ideológico de aquellos conventículos, sumado a la mayoría absoluta y a la presión de los de siempre, ninguno de los dos se ha andado con pequeñeces, como tampoco su partido, clara e irreparablemente reducido a su registro neoliberal y neoconservador. 
    Solo la sensatez de la gente puede  frustrar el plan de consumar la maniobra de ingeniería social subyacente. Pero, de momento, ya tenemos aquí la religión como asignatura, los rezos por obligación, con nota. Y aquí tenemos también el creacionismo, en versión católica, como asunto de Estado. Me repugna. Una cosa es la religión como respetable asunto privado, otra como asunto de Estado, en cuyas manos se transforma en mera superstición, como ya nos previno el poeta Virgilio hace dos milenios.

miércoles, 4 de marzo de 2015

CONTRA PODEMOS

    Como estamos viendo, contra Podemos vale cualquier cosa. Parece que tendrían que horrorizarnos sus buenas relaciones con Venezuela, Ecuador o Argentina, con los llamados “populismos” hispanoamericanos que tanto sulfuran al establishment mundial.
     Se batalla por dejar fuera de juego al nuevo  partido,  como cosa completamente extraña al venturoso sistema en que habitamos, como algo  de importación  que debería darnos un miedo espantoso. Como si los países mencionados no hubieran sido víctimas del mismo atropello neoliberal que ahora nos toca sufrir a nosotros, como si  sus gobiernos hubieran sido elegidos caprichosamente, no por el mayoritario deseo de detenerlo y revertirlo.
     A ver si la gente va a votar aterrada, a ver si se refugia en lo malo conocido sin osar ni el más pequeño paso hacia lo nuevo. La técnica falló en Grecia, pero se supone que aquí dejará las cosas más o menos como están.
     El propósito de ocultar lo que Podemos tiene de consecuencia –de respuesta al atropello sufrido– es una irresponsabilidad histórica. Por lo visto, aquí hay que dar por sentado que se puede desplumar a los españoles en beneficio de una minoría local y transnacional entre cánticos de alabanza y agradecimiento.
    Y  es  irresponsabilidad muy grave por otro motivo a todas luces innombrable: de seguir en las mismas,  nuestros gobernantes actuales y sus asociados obligarán a Podemos a radicalizarse quién sabe hasta qué extremos. Esto según las elementales lecciones de la historia. Si ya les parece, tal como es, tan radical y tan comunista, ya me contarán. Claro que me será dicho que ellos, tan sensatos,  nada han tenido que ver con tan previsible consecuencia por venir la radicalización en el lote o potencial de Podemos. Y responderé que fue de necios jugar con fuego o, mejor dicho, con el común de los mortales.
     En estos momentos,  Podemos emplea un discurso moderado, nada revolucionario, enfocado a encontrar un nuevo equilibrio, o lo que es lo mismo a  detener y revertir los usos neoliberales que amenazan con devolvernos a lo peor del  siglo XIX. Y claro que esto ya se considera horripilante, aunque sea una exigencia de lo más razonable tanto en términos de justicia como en términos de mera sostenibilidad del proyecto democrático europeo, hoy en crisis total.
     Desde dentro de Podemos habrá quien le pida a Pablo Iglesias que aproveche para darle la patada al capitalismo en cuanto tal, en vista de su incompatibilidad con el bien común (ya verificada hasta la náusea). Otros le pedirán, simplemente, moderación, conciencia de los propios límites y la claridad de ideas y la firmeza a las que renunciaron el PSOE y la  izquierda europea en aras de la vergonzosa acomodación que nos condujo a este berenjenal. Si los moderados se ven desairados, los radicales se cargarán de razón, si es que no la tienen ya.
      El curso de los acontecimientos no depende solo de la moderación de Podemos. Lo que haga el sistema es decisivo. Si le niega a Podemos el pan y la sal, si lo único que se le ocurre es enterrarlo en basura mediática, la cosa se pondrá fea de verdad tanto si se queda en la oposición como si llega al poder teniéndolo que compartir o como si se alzase con una de esas mayorías absolutas que tan mal le sientan al país. Acabaría radicalizándose por la misma fuerza de los hechos. Actualmente, Podemos no es un mal para nuestra democracia, sino una medicina, fuerte eso sí. Como lo es Syriza en Grecia y en Europa, que se juega su razón de ser en el envite.

lunes, 2 de marzo de 2015

EL PATÉTICO DEBATE SOBRE EL ESTADO DE LA NACIÓN

     El presidente Rajoy se superó a sí mismo como vocero de su propio  éxito, entendido como promesa de futuros y formidables logros.  Sus opositores consumieron sus respectivos turnos en denunciar  los aspectos negros de su gestión, anticipo de cosas peores con toda seguridad.
     El presidente y  sus oponentes han dado la curiosa impresión de referirse a países distintos. Puestas así las cosas, no hay nada que decirse. Él nos ve salvados de la crisis, ellos completamente hundidos. No hay coincidencia en el diagnóstico ni en las cifras ni en el tratamiento. No hay ni el menor asomo de un proyecto común. No puede haberlo.
   El presidente llegó al colmo de ordenarle a Sánchez, maleducadamente, que calle para siempre. Como  si le hubiese traicionado o poco menos al venirle con las mismas críticas que el resto de los partidos de la oposición de centro y de izquierda.
     Anécdotas aparte,  vemos enfrentados dos modelos de sociedad, el neoconservador-neoliberal (psicopático por definición), y el socialdemócrata en sus diversas versiones. O con uno o con el otro. Hay mucha gente de hábitos centristas, pero en medio solo un socavón.
    El presidente sigue terne en su devastadora  huida hacia delante. Confía en el poder de sugestión de las cifras macroeconómicas, un truco mil veces repetido desde los tiempos de Reagan y Thatcher. Desde los tiempos de Menem y  Fujimori. Los pueblos acaban hartos del engaño, como nos acaban de recordar los griegos, de pronto mayoritariamente insensibles a las zanahorias, las promesas y las amenazas.
    No es un dato menor que, según el CIS, el 60% de los encuestados haya reprobado las intervenciones de Rajoy. Su triunfalismo, sus promesas, sus elusiones, marrullerías, zanahorias y amenazas no le han servido de mucho. Pero da igual: de aquí a las elecciones  seremos martirizados por el mismo argumentario falaz. Y es que no tiene otro, como no lo tienen los poderes internos y externos que le respaldan. Se juega fuerte, a cara o cruz, de modo que tales poderes le arroparán. Ya le pedirán después, si es que sobrevive, que siga con las “reformas”.  
    No es cierto, por otra parte, que el  presidente desconozca el país por completo. Sabe de su miedo, por ejemplo. Al ver venir las urnas no ha dudado en lanzar por la borda el 99% de la propuesta antiabortista de Gallardón, una pasada neoconservadora que le podía costar muchos votos. Las tasas judiciales acaba de eliminarlas de un plumazo, por la misma razón.
     ¿Se le había pasado por alto el sufrimiento de los enfermos de hepatitis C? ¡Pues no! ¿Y la angustia de los endeudados? ¡Pues tampoco! De ahí que anuncie medidas de última hora.  Y seguramente, ya que estamos en la recta final, tomará otras  por el estilo, destinadas a los grandes titulares, insuficientes en la práctica.
    El mensaje:  dado lo bien que ha hecho las cosas, ahora justamente puede permitirse tales concesiones. Por mínimas que sean, de ellas se infiere que necesita más tiempo, ¡otra legislatura!  Nos vemos invitados a creer que él es el único que opera en el mundo real, a diferencia de sus rivales políticos… Eso sí, sin acordarnos, se supone, de los niños españoles hambrientos, ni de los ancianos en apuros, ni del frío, ni de ninguno de esos terribles datos que eludió a conciencia, y menos de cómo se ha desplumado a las clases no privilegiadas en beneficio de la elite por todos conocida.
     Este debate sobre el Estado de la Nación, tan mísero, nos ha mostrado su pavorosa soledad. Apareció totalmente desconectado del resto de nuestros representantes en el Congreso. Sólo le jalean los suyos, corresponsables de la galopada que de no ser parada en seco nos devolverá a lo peor del siglo XIX.

miércoles, 11 de febrero de 2015

PARA SALIR DE DUDAS

  Sólo hay que esperar un poco, unos días, menos de un mes. Me confieso con el alma en vilo. Tengo mis sospechas, pero a ver qué pasa.
    ¿En qué acabará la “negociación” entre Grecia y la Troika? ¿Habrá un debate inteligente entre las partes, o un simple dicktat? ¿Hay siquiera un margen para los juegos de prestidigitación? ¿Seguirá la Troika chantajeando y machacando a los griegos, indiferente a su sufrimiento, e incluso los castigará por la osadía de haber  depositado su confianza en Tsipras? ¿Se impondrá la ley de la jungla como hasta la fecha? Un poco de paciencia y lo sabremos. Si Grecia acaba humillada y económicamente peor de lo que estaba, no quedará otra que darnos por enterados de una vez por todas sobre lo que nos espera y sobre lo que ya se ha cocido sobre nuestro destino en la trastienda de esta Europa que me resulta irreconocible. Bien entendido que ya es el colmo haber llegado hasta aquí.
    Pero no sólo vienen días decisivos para Grecia. Tengo el alma en vilo por lo de Ucrania. Europa  y el mundo podrían estar en camino de un desastre de proporciones inauditas. Ahora mismo tienen lugar “negociaciones” a varias bandas, en ausencia de las Naciones Unidas y mientras en el este del país truena la artillería. De lo que se decida ahora depende, tengámoslo claro, nuestro porvenir.
    Dada la habituación de ciertas potencias a jugar con fuego por razones geoestratégicas y económicas, todas inconfesables, dada su peculiar habilidad para crear focos de horror y experimentar cínicamente con ellos, solo cabe esperar una desgracia. Pero, a ver qué se decide.
     Si todo siguiese igual  o peor sobre el terreno, será inevitable concluir que las negociaciones no fueron tales por haber planes ya perfectamente trazados y en fase de ejecución. Por momentos, lo confieso, me vuelve la sensación de incertidumbre, por no decir de miedo, que experimenté cuando era un muchacho a propósito de la crisis de los misiles soviéticos en Cuba, con el mismo contrapeso de “no puede ser”, con la misma tendencia a no pensar en ello y a distraerme con pequeñeces.

jueves, 5 de febrero de 2015

DE LOS USOS DEL TERROR

      El PP y el PSOE acaban de escenificar un pacto contra el terrorismo. Los atentados de París repercuten en nuestra legislación: nos topamos con un uso indebido e inquietante de ese criminal ataque a la redacción de la revista Charlie Hebdo.
     Con eufemismos, se cuela la cadena perpetua, en contradicción con nuestro texto constitucional de 1978. No es ni mucho menos algo que puedan hacer esos dos partidos por su cuenta y riesgo, sin debate formal, en plan artículo 135. Pero lo han hecho.
   En un primer análisis, el PP se empeña en ir de duro después de la excarcelación forzosa de determinados etarras. Y el PSOE, a pesar de sus reticencias,  se suma a la iniciativa, para no pecar de blando y darse aires de partido de gobierno. Ambos pretenden congraciarse con los sectores que menos comprenden los estándares de un sistema jurídico avanzado. Sorprende que esto ocurra en un país que no se permitió tal claudicación en plena escalada del terrorismo etarra. Y sorprende que pretendan hacernos creer que la cadena perpetua sirve para disuadir a los terroristas propiamente dichos.
   Ahora bien, un análisis en profundidad nos obliga a tener en cuenta que lo que hoy se lleva en el mundo es aprovechar los golpes del terrorismo para modificar reactivamente las leyes, como si fuera normal.  Un ejemplo elocuente: los atentados del 11-S contra las Torres Gemelas y el Pentágono sirvieron de pretexto para imponer a los norteamericanos la Patriot Act, un atropello contra sus libertades en nombre de la seguridad.
     De modo que es difícil sustraerse a la impresión de que este pacto podría tener un doble fondo. Es de temer que la escenificación obedezca a la intención de contar con nuevo instrumento de control e intimidación  para el caso de que las cosas vengan mal dadas para los firmantes. Hasta podría maliciarse un adelanto de alguna forma de coalición.
    El documento que firmaron, dirigido en principio contra el terrorismo internacional, especialmente el de corte yihadista, entra en pormenores que dan mucho que pensar. Los “desórdenes públicos”, por ejemplo, entran dentro de la calificación de actos de terrorismo. Resulta que de ahora en adelante cualquiera que consulte una página web yihadista o presuntamente yihadista ya se puede dar por terrorista, lo mismo que aquel que entorpezca la voluntad del Estado… Sospecho que hay que juntar el pacto y la “ley mordaza” para entrever la amarga realidad. Y solo en función de un acuerdo estratégico de fondo se puede entender que el PSOE no tenga la menor intención de contribuir a la derogación de esta. El establishment teme que la situación se le vaya de las manos, que la gente se subleve contra sus usos rapaces y va poniendo a punto un sistema de control e intimidación más propio de una dictadura que de una democracia.
      Añadiré que el pacto tal como nos ha sido presentado, como asunto de extrema urgencia, y a juzgar por algunos detalles de su contenido (con su acento en la necesidad de hacer frente a una supuesta pululación de terroristas a título individual), aporta una carga de paranoia de la que no cabe esperar nada bueno. En lugar de ayudar a la gente a mantener la cabeza fría, como se hizo en tiempos de la escalada etarra, ahora se echa leña al fuego.
     El cultivo de tal  paranoia es otro uso indebido del terrorismo. Se nos da a entender que el peligro nos acecha desde todos los rincones. Por este camino se llega al extremo aberrante de conducir a una alumna musulmana de  ocho años a la comisaría por no condenar como es debido el atentado contra Charlie Hebdo, esto es, supongo escandalizado, por enaltecimiento de terrorismo… 
    El maestro la denunció al director y el director a la policía. Y esto es realmente noticia (cuando todavía nos encontramos a la espera de importantes aclaraciones sobre el atentado de París, aclaraciones que probablemente se pospongan sine die, como si la lucha contra el terrorismo requiriese grandes dosis de secreto).
     La paranoia sirve para encubrir los problemas reales que afligen a la sociedad y al mundo, y simultáneamente para crear, paso a paso, un sistema de vigilancia absoluto, en nombre de la seguridad y en irreparable perjuicio de la libertad. Que tal cosa se haga al precio de poner a los musulmanes bajo una lupa irrespetuosa forma parte de la jugada. Se trata de que al ciudadano desconcertado se le suba a la cabeza el famoso “choque de civilizaciones”. La idea es que no se tome a pecho los problemas reales que le afligen.
    Dicho ciudadano puede calmar su paranoia con pactos como el que se acaba de suscribir: en teoría, la cosa no va con él. Y esta certeza tiene por consecuencia –ya es un clásico– dividir a la sociedad y embotar la sensibilidad moral ante el sufrimiento de quienes le resultan extraños y, por lo tanto, sospechosos, gentes cuyos derechos caen en picado.
    Bien está reafirmar que todos estamos contra el terrorismo. Pero tan satisfactoria unanimidad no nos autoriza, creo yo, a hacer dejación del deber de descifrar su mecanismo, requisito de su efectiva desactivación y la única vacuna conocida contra el peligro de ser manipulados tanto por los terroristas como por los creadores de opinión.
     El pacto ofrece un  amplio repertorio de medidas represivas, nada más, cuando todos sabemos que no bastan por sí mismas. En el caso concreto del terrorismo yihadista, no se logrará su desactivación si occidente persiste en su línea de conducta, si se niega a admitir su parte de responsabilidad,  un tema tabú según el discurso oficial, acostumbrado a llamar, con pésimas intenciones,  “justificaciones” a las “explicaciones”.

miércoles, 28 de enero de 2015

LA VICTORIA DE SYRIZA

    Alexis Tsipras ya es jefe de gobierno. ¡Menudo vuelco ha dado el panorama político griego en un abrir y cerrar de ojos! Se veía venir, claro, pero tanto miedo al cambio fue inyectado en los espíritus que entraban dudas de última hora. El miedo fue menor que el ansia de mandar al diablo a los responsables de la indefensión del pueblo griego. Llegados a cierto punto, se demuestra, la gente teme más lo conocido que lo nuevo y se acaban las bromas.
     Lo peor que le podría ocurrir a Grecia y a Europa es que Tsipras nos saliese rana, que pasase a la historia como un Obama, como un Venizelos, como  un Hollande, como un pequeño Rubalcaba. ¡Sabe Dios lo hartos que estamos de este tipo de fuleros! Tan bajo han puesto el listón que Tsipras, a poco que consiga poner coto a la barbarie neoliberal, a poco que consiga aliviar el sufrimiento de su pueblo, se ganará un lugar muy honorable en la historia de su país y en la de Europa.
    Que le Bestia neoliberal no le va a dar facilidades, esto ya lo sabemos. Si algo teme dicha Bestia son los contagios, y ahora andará debatiéndose entre castigar a los griegos, para que no cunda el ejemplo, o segarle la hierba bajo los pies a Tsipras de forma encubierta. Pero, claro, todo tiene un límite: recurrir a medidas excepcionales tendría por resultado destruir el sistema democrático griego y, de paso, el de Europa en su totalidad. Algo que, supongo, los peones de la Bestia se cuidarán de hacer, pues no se pasa impunemente de una democracia a una dictadura con todas sus letras, un callejón sin salida, una insostenible monstruosidad.
   Atento a la correlación de fuerzas, supongo que Tsipras hará de tripas corazón y se decantará por un comportamiento pragmático o posibilista. Sus enemigos exteriores e interiores verían con gusto que se metiese en juegos de todo o nada, que diese muestras de ser radical e intratable. No creo que caiga en ese error de principiante, aunque se lo demanden sus seguidores más impacientes.
    La mayor parte de sus votantes sabe, estoy seguro, que la tarea que tiene ante sí es inmensa, y le agradecerán que se mueva en las coordenadas de lo real-posible, acrecentando con ello la confianza en él depositada. A fin de cuentas, el pragmatismo y el posibilismo son de agradecer en un gobernante decidido a servir a su pueblo con las armas de la razón y de la justicia.
    Lo que no se perdona es el pragmatismo y el posibilismo como táctica al servicio de una minoría, como las presentes elecciones han venido a demostrar en el pellejo de los señores Samaras, Venizelos y Papandreu. Como táctica al servicio del bien común, como táctica al servicio del designio de someter la economía a los intereses comunes, el posibilismo y el pragmatismo tienen connotaciones positivas que la gente sabrá apreciar y comprender. Bien entendido que, a estas alturas, contando con el sufrimiento  y la amargura reinantes, la situación no está para paños calientes. Hay chantajes a los que Tsipras no puede ceder, so pena de perder lo ganado. Por el bien de Grecia y de Europa tendrá que dar más de un puñetazo sobre la mesa. Si se pasa de rosca como posibilista y pragmático, si hace el Hollande o el Venizelos, agotará la fe en las opciones sensatas, y la gente volverá los ojos a las insensatas, como siempre ha sucedido. Los señores de Bruselas y sus asociados bancarios harán bien en tenerlo en cuenta. ¡Más les vale no estrangular a Syriza!
    Tsipras cuenta con una ventaja no pequeña sobre sus oponentes: puede decir la verdad, puede explicarse. Ellos no, porque desde hace tiempo se entregaron a la mentira, por comodidad, por seguirle la corriente a los expertos en mercadotecnia, para mejor dejarse mimar por los hombres del dinero y, encima, por traerse entre manos un abyecto, asocial y psicopático proyecto de dominación del que nadie osaría hablar en público. Sobre la base de la verdad, Tsipras hasta podría pedir a sus compatriotas algún esfuerzo puntual, algo que por descontado que no se puede pedir a base de engaños, por estar todos escarmentados. 

viernes, 9 de enero de 2015

LA MASACRE DE “CHARLIE HEBDO”

     Los asesinos acaban de ser abatidos. Todavía no se sabe cuántos rehenes han caído como resultado de las operaciones encaminadas a su neutralización. Se ignora asimismo cuál es el estado de los numerosos heridos en el atentado contra “Charlie Hebdo”. Estamos bajo los efectos de una conmoción en la que solo resplandecen en positivo los sentimientos de solidaridad con las víctimas, con los queridos artistas segados por una venganza  atroz motivada por unas caricaturas de Mahoma, y con todas las personas, agentes del orden o meros transeúntes,  que han caído con ellos por pura fatalidad.
     Que los asesinos sean elevados a la categoría “mártires de la yihad” por sus afines extraeuropeos  nos revuelve las entrañas. Nos vemos de cara con lo extraño, en su versión peor. Se activan los reflejos defensivos, con la correspondiente paranoia.
    Una caja de zapatos provocó en Madrid el desalojo de la estación de Nuevos Ministerios y un colapso circulatorio. Falsa alarma. Se temen nuevos atentados.
     Se constata que por imponente que sea el aparato de seguridad del Estado, nuestras ciudades y nosotros mismos somos de buenas a primeras muy vulnerables a este tipo de acciones terroristas. Que se haya demostrado, en este caso como en otros, que sus perpetradores estén condenados a un final desgraciado parece no bastar para poner las cosas en su sitio. Las emociones se desbordan, en parte por el temor a una oleada de sinrazón criminal.
     Hasta se habla de restablecer la pena de muerte. La ira provocada por la masacre amenaza con descargar sobre los inmigrantes en general, sobre el Islam, sobre el multiculturalismo, más culpable que la miseria. Algunos descerebrados vienen con el cuento de que el famoso choque de civilizaciones es un hecho y que al menor descuido los “moros” llegarán a Toledo, y más lejos. De la vesánica excepción se pasa directamente a la generalización.
    Hay que mantener la cabeza fría. Por un lado, se impone una defensa cerrada de la libertad de expresión, acorde con nuestra espontánea solidaridad con los dibujantes de “Charlie Hebdo”. Por el otro, parece aconsejable cierta prudencia en su ejercicio en lo tocante a Mahoma. No por miedo, ni por ley, sino por mero sentido común, pues en estos momentos no es nada inteligente, ni humanitario, provocar a ciertos elementos de por sí sobrecalentados, hiriendo la sensibilidad de los moderados. ¿Simplemente para darse un gusto de género dudoso? No procede, creo.  Esto ya lo pensaba yo antes de esta masacre (lo que, por cierto, nunca ha reducido mi solidaridad con Salman Rushdie).
    Además, se impone la necesidad de impedir que lo ocurrido se convierta en un pretexto para recortar derechos y libertades en nombre de la seguridad. La tentación de repetir en Europa la escalada que llevó a la Patriot Act debe ser rechazada de plano, antes de que sea tarde.
     A lo que me permitiré añadir algo más. No se puede ir por la vida haciendo barbaridades, bombardeando países, creando monstruos bajo cuerda, torturando y humillando sin propósito decente conocido, y pretender luego dar lecciones de superioridad moral. Creo que la civilización occidental debe hacer un examen de conciencia serio (de lo que no la creo capaz, la verdad).
    La barbarie es muy contagiosa, y no le veo la gracia a jugar con fuego, cosa que se empeñan en hacer los aprendices de brujo de la geoestrategia, capaces de ignorar la relación entre sus usos sangrientos y las reacciones criminales y demenciales como la presente, un tema tabú por lo que parece. ¡Ojalá estuviésemos tan unidos contra nuestra barbarie occidental como lo estamos para honrar a las víctimas y lamentar lo sucedido!