Mostrando entradas con la etiqueta política y sociedad. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta política y sociedad. Mostrar todas las entradas

viernes, 26 de junio de 2009

LA IDENTIDAD, UNA OBSESIÓN POSMODERNA

El tema de la identidad se ha puesto de moda. Hasta ayer mismo pocos se tomaban el trabajo de reflexionar sobre ella. Era asunto de especialistas, especialmente de psicólogos…¿No es un intrigante que haya llegado a movilizar a tanta gente aparentemente distraída, que de pronto se muestra celosísima de "su forma de ser", por lo general con grave pérdida de la capacidad de autocrítica y de empatía?

De pronto, surgen por todas partes, como setas, identidades histéricas, y líbrate de herirlas. Mucho cuidado porque los cultores de su identidad no suelen haber meditado gran cosa sobre la condición humana, ni tampoco sobre el hecho de que no somos seres fijos e inmutables sino maleables (como corresponde a nuestra capacidad de aprendizaje y de autorrealización).

La moda tiene su parte de reacción ante los avances de la globalización. Con el auge de las comunicaciones y de los movimientos migratorios, se produce un fenómeno de difusión cultural que no respeta ni las fronteras ni las puertas cerradas. Para unos, es un fenómeno estimulante, enriquecedor, para otros es algo temible. Quienes pretenden vivir en un mundo sencillo, cerrado a influencias extrañas y, por supuesto, sin historia, se sienten amenazados y se esfuerzan por apuntalar reactivamente sus respectivas “identidades”, echando mano de la tradición que consideran propia e irrenunciable, y a falta de ella, se la inventan.

Ahora bien, en esta moda, ya convertida en obsesión posmoderna, hay algo más que miedo a lo desconocido y al poder contaminante del prójimo. No es un asunto puramente psicológico motivado por un fenómeno de difusión cultural más o menos traumático: esta moda, en efecto, no es ajena al comunitarismo, una corriente filosófica posmoderna que, ignoro el motivo, no se suele mencionar por su nombre cuando se echa mano de sus ideas.

Cuando el presidente Sarkozy habla de reafirmar los valores religiosos de Europa, se apoya en el comunitarismo. Lo que corre el peligro de perderse es la vocación universalista del proyecto ilustrado. Al no poner por encima de lo nuestro una instancia superior -la humanidad- perdemos la perspectiva que ha permitido depurar el ideario liberal. Ahora se busca la propia identidad en lo más cercano, en una comunidad, en una tradición, en un giro regresivo típicamente posmoderno. Volveré sobre ello en otro apunte.

miércoles, 24 de junio de 2009

BURKA NO, BURKA SÍ, UNA REFLEXIÓN LIBERAL

El presidente Sarkozy acaba de rechazar el uso del burka en tierras de Francia. A su parecer, según expresó en ambiente decimonónico de género espectacular, no es una prenda que se use por respetables motivos religiosos, sino con la finalidad de sojuzgar a la mujer.

El presidente francés tiene toda la razón... desde nuestro punto de vista. Por algo hemos hecho nuestra la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Ahora bien, hay que andar con mucho cuidado en estas materias.

El burka, mal que nos pese, no está desprovisto de connotaciones religiosas y no se puede pasar por alto que pertenece a una tradición asumida por mucha gente. No estamos, por lo tanto, ante una prenda que se pueda proscribir de la noche a la mañana. ¿Te imaginas, lector, qué cara se le pondría a Sarkozy si un esquimal le tirara a la basura sus trajes o si le fuera impuesta la obligación de lucir una faldita escocesa?

Nos toca hilar más fino. En primer lugar, porque no parece aceptable que un presidente se arrogue el derecho de condenar tal o cual prenda. En segundo, porque forma parte del ejercicio del liberalismo genuino la tolerancia frente a las rarezas ajenas (en ausencia de éstas, a buen seguro que nadie se habría tomado la molestia de sentar las alambicadas bases filosóficas del liberalismo). En tercero, porque no está nada claro que las usuarias del burka estén deseando liberarse de repente (hasta podrían sentirse, cómo decirlo, incómodamente desnudas, como se podría sentir, por ejemplo, una monja católica si se viera obligada a “mostrar sus encantos” porque el señor presidente así lo ha decidido). En cuarto porque, si es preceptivo apoyar a las mujeres que sí deseen liberarse del burka, sería torpe dar a entender a sus opresores que tal impulso se debe exclusivamente a un mandato de las alturas, de una cultura para ellos extraña y avasallante.

En estos temas la "superioridad" no se puede ejercer por las bravas. Una proscripción lisa y llana del burka sólo puede excitar el celo defensivo de sus partidarios, sólo puede herir el pudor de mucha gente, con pocas posibilidades de que se haga patente la disfuncionalidad de la prenda y con ninguna de acabar con la discriminación sexista subyacente, que es, en definitiva, lo único importante.

No hay ninguna superioridad liberal sin los correspondientes modales y sin la necesaria paciencia, y tampoco sin la convicción de que el tiempo trabaja a favor de la razón, de la justicia y de la simple comodidad.

Descontadas las inquietudes policiales ante las personas que no se dejan ver, ¿a qué viene tanta prisa? ¿Por qué no dejar que el tiempo y la seducción de nuestro modo de vida hagan su trabajo? Ya he oído equiparar el velo en su modalidad más sencilla y el burka, y las dos prendas con la mismísima ablación del clítoris, lo que indica una pérdida del sentido de las proporciones.

La ablación del clítoris es, por fortuna, una práctica poco difundida, con la particularidad de que exige, por sus irreparables consecuencias, una intervención inmediata por nuestra parte, por estar en juego la integridad de la mujer. Creo que sólo en este tipo de casos un liberal puede y debe oponerse frontalmente a una tradición ajena a la suya propia.

Rechazamos la ablación del clítoris, la abrasión de la vagina y, por supuesto, el canibalismo. Pero el velo y el burka no pertenecen, que yo sepa, a la misma categoría, ni tampoco, como prendas, son equiparables entre sí.

Como hay cierta variedad de modelos, ya veo venir que, de acuerdo con los criterios policiales de Silvio Berlusconi, dispuesto a imponer dos años de cárcel a las usuarias del burka, habrá patéticas discusiones en comisarías y juzgados sobre si tal modelo es "pasable" o no. Que las víctimas del acoso de las autoridades sean precisamente las mujeres me parece moralmente inadmisible. Ya las veo presionadas por nosotros y por los suyos...

martes, 16 de junio de 2009

LA CRISIS DE LA IZQUIERDA EUROPEA

La izquierda europea se encuentra en crisis y hasta se puede adelantar que, de seguir así, acabará siendo abducida por la derecha, como acredita el caso de Tony Blair. Forma parte de la lógica de la posmodernidad que personajes como él, de los cuales hay muchos, encuentren un feliz acomodo en la élite del poder, como comparsas necesarios.

Se comprende que tras el derrumbe de la Unión Soviética la derecha de intereses se haya crecido. Esta derecha se veía obligada a hacer muchas concesiones para que el “mundo libre” pudiera presumir de mejores escuelas y hospitales que el enemigo comunista. Así, en cuanto éste dio las primeras muestras de flaqueza, empezó a sacudirse de encima "la pesada carga de lo social", siempre en pos de negocios fabulosos, y para ello nada mejor que contar con la complicidad de unos buenos izquierdistas.

Ahora bien, ¿por qué tenía la izquierda europea que dejarse reducir a la condición de oso de feria? ¿Acaso no había representado el llamado “socialismo real” una pesada hipoteca para quienes sueñan con algo más que un termitero? ¿Cómo es posible que no se aprovechase la desintegración de la Unión Soviética para redescubrir la herencia intelectual de la izquierda que fue aplastada por Lenin y Stalin? ¿Cómo es posible que se dejase en manos de personajes como éstos el monopolio del izquierdismo, con la consiguiente incapacidad para pensar un mundo mejor, con la consiguiente desilusión?

¿No era el momento de redescubrir el socialismo no totalitario, quiero decir el socialismo liberal, el socialismo libertario, democrático y no termítico? No, por lo visto. Era, simplemente, la hora de una socialdemocracia claudicante, incapaz de hacer valer sus razones.

Porque los capos de la izquierda –no necesariamente pensantes–, entendieron que era mejor darse aires tecnocráticos para una mejor instalación personal en sistema. Y de tanto compadrear en las alturas, no sólo se olvidaron de sus representados y del compromiso con la humanidad, sino también de recordar a la derecha sus deberes sociales más obvios. Se trata de dos gravísimos fallos históricos, que otra izquierda tendrá que enmendar, esperemos que no a la desesperada. El sistema democrático europeo no aguantaría una izquierda cortada según el odioso patrón bolchevique, pero necesita una izquierda creativa, liberal, ilustrada, actualizada... y decidida a cumplir responsablemente su función.