domingo, 7 de abril de 2013

EL TESTIMONIO DE RAÚL DEL POZO


   Refiere el veterano periodista y escritor,  a quien no le conozco ningún pliegue sospechoso, haber visto una parte de los famosos papeles de Bárcenas, más que suficiente para considerar que lo conocido hasta la fecha no es más que la punta del iceberg que se nos viene encima.
     Resulta que había constructores y medios de prensa metiendo dinero en el PP por la puerta de atrás, y  que ese dinero, metido en sobres, se repartía entre ciertos dirigentes y entre “gente importante” de la prensa. Como estamos viviendo en fase de vacas flacas, ese modus operandi, propio de lo que se entiende por tráfico de favores, resulta especialmente escandaloso, con independencia de cómo se depuren los hechos ante la justicia. Y el PP no logrará salir de la fosa séptica en que ha ido a caer por el simple procedimiento de recordar los trapos sucios del PSOE.
    Los papeles que Raúl del Pozo dice haber visto tienen todas las trazas de esconder algo más que un problema de partido. Porque nos ayudan a visualizar la persistencia de usos caciquiles que vienen de muy lejos, un gusto por el compadreo y por abandono de los intereses públicos para dar satisfacción a los intereses oligárquicos.
    La afición a hacer negocios con el respaldo del poder no la inventó el PP, es una de las marcas de fábrica del capitalismo español y una de las causas de su poquedad. Una cosa es hablar alegre y desenfadadamente de privatizar esto o lo otro, de acabar con tales o cuales servicios públicos, y otra muy distinta renunciar a los favorcitos del poder, a los negocios fabulosos y facilones, cosa que a la clase habituada a esos favorcitos ni se le pasa por la cabeza. 
   Ahora sabemos por qué no se tomó ninguna medida inteligente ante la formidable burbuja inmobiliaria, por qué no hubo ningún debate sobre los caminos alternativos y por qué la crisis nos ha pillado en pelotas. Es imposible que un político tenga eso que se llama visión de Estado y sentido de futuro si anda pensando en sobrecitos. Y por descontado que con sobrecitos de por medio el periodismo propiamente dicho, como servicio a la verdad, desaparece… sustituido por eso que se llama propaganda política, algo letal para la conciencia de un país. Lo visto y lo sospechado sugieren que, en términos políticos y periodísticos, ha habido gente importante con un nivel de seriedad y competencia semejante al alcanzado por el señor Urdangarín en el mundo de los negocios. Demasiada gente, y esto es lo que me causa escalofríos. Porque ya no es un asunto de manzanas podridas.

miércoles, 13 de marzo de 2013

CRISIS, ANGUSTIA, ESPERANZA


  Asistimos al final de una época, en España, en Europa y más allá. Estamos metidos en una crisis global, de alcance impredecible, pues lleva a un enfrentamiento frontal entre sus beneficiarios, el famoso 1 por ciento, y  sus víctimas, con la razón y la justicia del lado de estas,  con la fuerza bruta, el dinero y la organización del lado de aquellos.
    Oigo voces melancólicas, que recuerdan los felices noventa y las gracias del fin de siglo, y los lindos años iniciales del siglo XXI, como si en esos tiempos no hubieran sido triturados en serie varios países según la fórmula que ahora se aplica a nosotros como gran novedad.
  La crisis que ahora nos atormenta es el resultado de un proceso de cuarenta años de monomanía neoliberal. Se ha seguido un plan encaminado aniquilar la llamada Trinidad de Dahrendorf (democracia, cohesión social, crecimiento económico) en beneficio de los muy ricos.
    Estamos ante una obra de la propaganda, el soborno y el chantaje. No hay en todo ello el menor atisbo de respeto por lo que antes se llamaba bien común. No hay tampoco asomo de racionalidad, pues los que nos han traído hasta aquí  van alocadamente a lo suyo, como en su día fue Hitler. Es de temer, por lo tanto, un desastre global,  que puede dejar pequeños a todos los anteriores.
   Es el  momento de recordar que el  movimiento elitista se coló en nuestro país en el peor momento, a la salida de la dictadura. La democracia resultante se ha visto reducida a un grato fenómeno de superficie que algún día los historiadores describirán como una simple concesión política encaminada a encubrir una jugada maestra del poder oligárquico de aquí y de allá.
   Tanto el PSOE como el PP se entregaron, aquel bajo cuerda y este descaradamente, al neoliberalismo económico, renunciando de plano a sus respectivos ideales programáticos, dejándose llevar por el espíritu de los tiempos, sin el menor reparo, sin el menor atisbo de personalidad, sin el menor sentido de futuro. Se dejaron llevar, se dejaron utilizar por las altas instancias planetarias, y a buen seguro que acabarán “a la italiana”, como los socialistas de Craxi y los democristianos de Andreotti.  Todo el entramado legal trufado de astucias que nos impidió ponernos a la altura de la Europa social y que nos dejó atados de pies y manos a los poderes financieros se firmó sin debate alguno, bajo el lema “¡es la economía, estúpidos!”.
   ¿Ha sido  decente entregar las empresas del Estado a manos de unos compadres? ¿Es de recibo que el Banco Central Europeo preste dinero al 1 por ciento a los bancos privados  para que estos hagan un negocio redondo y mecánico por el procedimiento de prestárselo a los Estados al 7 por ciento?  No desde luego. En este casino se juega a lo grande, tan a lo grande que Urdangarin y Bárcenas son minúsculos.
    En nuestro país, la clase dirigente, actuando siempre como vicaria de un poder más alto,  hizo lo posible por quedar bien con la gente, se sobreentiende que no por amor sino razones de mercadotecnia. Hasta que la codicia rompió el saco.  La crisis económica propiamente dicha está siendo aprovechada para acabar con las conquistas sociales, para acabar con la igualdad de oportunidades y con todo lo relacionado con la protección de los más débiles, trabajadores incluidos. Esto forma parte de un plan urdido hace cuarenta años en unos think-tanks del otro lado del Atlántico. Los resultados, a la vista. La filosofía de fondo: el darwinismo social. El propósito: ganar enormes sumas de dinero real o virtual. El objetivo final: una sociedad no igualitaria, como la del siglo XIX, entregada al servicio del 1 por ciento.
    El  esfuerzo realizado por los españoles para conseguir un mínimo de cohesión social y, por lo tanto, de estabilidad y de bienestar, al carajo. De ahí que se socialicen las pérdidas, que se paguen salarios estratosféricos a unos impresentables y se acogote al pueblo. Se apunta a que la gente caiga de rodillas, quedando en situación de ser sobreexplotada hasta la extenuación. El 1 por ciento se frota las manos al ver subir el paro: España volverá a ser interesante para los señores inversores cuando nuestros cuerpos y almas valgan menos que las de un trabajador chino.
   Todo esto es desesperanzador. Sin embargo, la historia no ha terminado. Las mismas personas que en su momento se dejaron deslumbrar por los objetos baratos que, fabricados por esclavos, se ponían al alcance de cualquiera, las mismas que se dejaron deslumbrar por usureros disfrazados de Aladino, las que no protestaron cuando las empresas nacionales construidas con el trabajo de generaciones fueron privatizadas según las pautas del “capitalismo de amiguetes”, las mismas que se tomaron en serio las monsergas sobre el “capitalismo popular”, han dejado de creer. Hasta la conformistas, heridos en su seguridad, dan la espalda a todo eso. El poder establecido ya no tiene que vérselas con una minoría de críticos, sino con una repugnancia generalizada. Mucha gente que se creía muy lista al predicar el neoliberalismo económico, y muy segura, acaba de descubrir que, en efecto, el pez grande se come al chico, y que ellos no son tiburones sino simples sardinas.
    Los esfuerzos del poder establecido por hacerse con las riendas de las conciencias con truquillos de marketing hasta ayer mismo eficaces producen resultados patéticos. En lugar de convencer, irritan. Las poses ensayadas, los discursos con voz firme, las mentiras dirigidas al gran público, cuyas tragaderas hemos tenido ocasión de apreciar en los últimos lustros, todo eso se vuelve contra quien lo practica. Y quizá en ello se esconda una brizna de esperanza. En teoría al menos, la política de la mentira tiene sus horas contadas, como la tiene la época de los robos de guante blanco. Bien entendido que no sabemos qué hará el poder cuando se vea totalmente al descubierto. Según las enseñanzas de la historia, es capaz de meterse en guerras abiertas, en guerras sucias y, por descontado, de robar a cara descubierta. Quedemos advertidos. 

lunes, 11 de febrero de 2013

LA CRISIS: DIAGNÓSTICO Y TRATAMIENTO


   Esta crisis no es el resultado de un accidente; viene de lejos y nuestra clase dirigente se la ha ganado a pulso. Urdangarín, Díaz-Ferrán, Rato y Bárcenas, como la entera trama Gürtel, son nada más que síntomas, la forma en que se manifiesta un síndrome realmente grave, típico de la cultura del dinero, una cultura arrasadora que penetró en nuestro país por puertas y ventanas, hace mucho tiempo, en tiempos de Felipe González. ¡Todo por la pasta!
   Recuérdese la apreciación del señor Solchaga, que se felicitaba de lo rápido que se podía enriquecer cualquiera en España, recuérdese la admiración que  suscitaba la irresistible ascensión de Mario Conde. La cultura del pelotazo no es de hoy. Hasta los niños, de lo que soy testigo, empezaron a decir que querían ganar mucho dinero. De aquellos polvos vienen estos lodos. Y nótese la naturalidad de los presuntos abusadores, en ninguno de los cuales detecto trazas de arrepentimiento, ni tampoco el saber estar de Al Capone (un hombre consciente de sus actos). Se han pasado varios pueblos y hasta parecen sorprendidos de haber tropezado con la ley. Pero no nos quedemos con lo anecdótico.
    Lo verdaderamente grave es que Felipe González se dejó abducir por lo que pasará a la historia como la “revolución de los muy ricos”, un fenómeno de importación (como en su día lo fue el fascismo). Parece que las energías disponibles se agotaron en el tránsito de la dictadura a la democracia, y volvimos al “¡que inventen ellos!”, sin el menor atisbo de originalidad.
   El PSOE dio de lado a sus raíces socialdemócratas, y en consecuencia, el PP lo tuvo muy fácil para dar de lado al contenido social de su programa, de raíz democristiana y fraguista. Ambos sacrificaron a la vez sus respectivas tradiciones, atraídos los cantos de sirena del capitalismo salvaje. De ahí que se produjese un cambio de mentalidad espectacular, que, a no dudar, habría sorprendido por igual a Pablo Iglesias y al general Franco. Lo sucedido no entraba en el guión de ninguno de los dos. Tampoco en el de Adolfo Suárez, ni en el de Calvo Sotelo. No es que el PSOE y el PP se adaptasen al espíritu de los tiempos con la debida astucia, es que se dejaron llevar, encantados de la vida. Así pues, en lugar de servir complementariamente a los intereses generales, optaron por servirse a sí mismos y a los peces gordos próximos y remotos.
    La consecuencia: los dos partidos unieron su destino al neoliberalismo económico, que incluye entre sus habilidades la de vender las joyas de la abuela,  la de sangrar el erario público en beneficio de los banqueros y la socialización de las pérdidas, algo normal desde que los contribuyentes norteamericanos tuvieron que pagar los platos rotos de la juerga gangsteril que hundió a sus otrora prósperas cajas de ahorros (a mediados de los ochenta). Se lo jugaron todo a esa carta, esta es la tragedia. Lo que viene ahora es un cambio de época: el capitalismo salvaje ya no puede ser vendido a nadie, tampoco a los despistados habituales, ni maquillado bajo cinco capas de purpurina. Para seguir igual, gobernando por decreto, ¿qué les queda? ¿Unos trucos de propaganda que, en lugar de persuadir, irritan? ¿Las fuerzas de orden público? Están totalmente quemados, metidos en un juego oligárquico realmente insoportable.
    Quizá traten de disculparse, señalando los enjuagues del Vaticano, las manipulaciones del libor, los chanchullos de las agencias de calificación, y  las listezas de los usuarios de puertas giratorias, hoy en Wall Street, mañana en el gobierno. La enfermedad es la misma, desde luego. Pero no creo que eso les baste para hacerse perdonar. Y no lo creo porque este país no puede esperar a que la peste remita o a que se le ponga coto desde las más altas instancias planetarias, asimismo enfermas.
   En primer lugar, no puede esperar porque la gente lo está pasando francamente mal. En segundo, porque los naipes marcados están a la vista de todos. En tercero, porque la enfermedad no se cura con castigos ejemplares. En cuarto, porque mucha gente ya tiene la sensación de haber sido estafada por esta democracia. En quinto porque el sistema ha perdido la capacidad de redistribuir la riqueza sensatamente, con la consiguiente caída en picado de su legitimidad. Y en sexto y último término, porque la conciencia social de la que hacen gala los dos partidos hasta la fecha hegemónicos está claramente por debajo de la del franquismo, lo que ya es el colmo, lo que produce náuseas tanto a la izquierda como a buena parte de la derecha (eso sólo causa  placer a la oligarquía).
    Y como el país no puede esperar, como la solución no vendrá del duopolio ni de sus compadres de fuera, hay que enviarlo a su casa antes de que nos haga más daño.  Y sinceramente, la única solución que veo es un Frente Amplio o Frente Popular, en el que puedan participar todas las fuerzas políticas contrarias a la Bestia neoliberal, hoy encarnada en los dos mastodontes que practican un turno aun más torticero que el  de la Restauración canovista. 
   No es la hora de los maximalismos ni de los particularismos, ni de los pronunciamientos antisistema. No es el momento de modificar la Constitución (bien entendido que entre las propuestas del Frente Popular deberá figurar la eliminación de las modificaciones que el PP y el PSOE hicieron a nuestras espaldas). Es el momento de hacer valer nuestra democracia.  Todos los partidos pequeños deben sentarse a la mesa, en busca de un programa común, sin cerrarle la puerta a nadie (tampoco a los que procedan de la órbita de esos partidos hegemónicos, si se han liberado de la servidumbre neoliberal). De ello depende la supervivencia de nuestra democracia. Y hay que empezar a trabajar ya, en previsión de que las elecciones se adelanten, lo que puede ocurrir para pillar a todos a contrapié,  y en previsión de que aparezca un Monti hispano o de que se intente marear la perdiz con un gobierno de concentración. Y por favor, no nos dejemos distraer por casos como los de Urdangarín o Bárcenas, y tampoco por la prima de riesgo. El tiempo apremia. La alternativa es muy simple: o con la Bestia neoliberal o contra ella.
    

sábado, 2 de febrero de 2013

HACIA EL PUNTO DE NO RETORNO


    En los últimos tiempos no he escrito nada en este blog. Me ha dado una especie de vértigo, asociado a un cierto sentido de la responsabilidad. Y es que no quisiera echar leña al fuego, cosa que resulta simplemente de enumerar nombres  (Bárcenas, Urdangarín, Revenga, Corinna, Díaz Ferrán, Rato, Pujol,  Mato…). Depende con qué se junte Gürtel para provocar una reacción en cadena. Ni siquiera es prudente hablar de trajes a medida o de sobres, porque en presencia de recortes y privatizaciones es como jugar con fuego.
   Desde hace tiempo tengo la impresión de que nos acercamos al punto de no retorno, a partir del cual no habrá forma de volver al buen rollo que tanto le costó conseguir a este país.  Y esto me preocupa  y me deprime. No puedo olvidar con qué rapidez pasaron nuestros abuelos de la alegría al horror. ¿Quién les hubiera dicho el alegre 14 de abril de 1931  que la Guerra Civil les esperaba a la vuelta de la esquina?  Hay que andar con pies de plomo, no sea que esto acabe mal, no digo que como entonces, pero mal, muy mal. ¿Qué hay más allá del punto de no retorno? Conozco mis sueños, pero, contando con las arteras realidades, la verdad es que no lo sé.
     Algo me dice que el porvenir depende del buen hacer, de la integridad  y hasta de la genialidad de quienes nunca han estado en el poder. El sistema bipartidista que hemos conocido hasta la fecha está  muerto y enterrado. Es cierto que quedan dos zombies todavía muy serios y pomposos, pero eso no quiere decir nada. Una forma de hacer política terminó el día en que los dos partidos mayoritarios se reunieron en secreto y prostituyeron la Constitución a pedido de unos vampiros. Durante las vacaciones de verano, sin avisar.  Hubo un antes y un después. Fue un atentado contra el orden democrático, algo repugnante, algo que jamás se le habría podido pasar por la cabeza a un demócrata serio.
    No se puede gobernar chulescamente en función de intereses particulares y de espaldas al bien común, aunque se disponga de una mayoría absoluta. La legitimidad de un sistema de poder, sea democrático o no, depende de que la gente no vea a los que están arriba como meros explotadores, depende de una redistribución de la riqueza más o menos efectiva. La chulería se puede perdonar, el acaparamiento no. Y si ambas cosas se suman, adiós. No descubro nada.
  Dicha redistribución no se inventó para dar curso al llamado Estado de Servicios: viene de la noche de los tiempos, y fue practicada por toda clase de jefes de banda y de reyezuelos, desde el neolítico en adelante.  Allí donde cesa, ahí donde la camarilla superior se dedica a laminar los derechos de la gente –otorgados en una fase anterior–, a sangrar el erario público y al pueblo indefenso, cuando se limita a intercambiar dineros y favores en las alturas, la legitimidad desaparece, sea cual sea la forma de gobierno. Hacer política de espaldas a tan elemental principio es, a estas alturas de la historia, una locura, más propia de ludópatas que de personas con dos dedos de frente. La creencia de que se puede usar la democracia para ir contra el bien común es vieja, pero siempre ha acabado en un desastre.
    Ni con la mejor voluntad podemos atribuir a simple torpeza el haber caído de lleno la seducción del ladrillo, en la burbuja, como tampoco podemos atribuir la clamorosa ausencia de planes alternativos a una falta de reflejos. Simplemente, ha tenido lugar –tiene lugar– un gran negocio. De ahí el trasiego de maletines y de sobres, de ahí el compadreo y el desprecio de la verdad.
    Es muy triste comprobar que a lo largo de estos años de democracia –en los que hemos presenciado el despertar de capacidades muy prometedoras–,  se ha consolidado la vieja manera oscura y antidemocrática de hacer las cosas, a base de chanchullos realizados a la sombra del poder, la fórmula del capitalismo bananero, una variante del capitalismo salvaje típica de los países subdesarrollados.
    ¿Ahora que todo el mundo ve el negocio, de maletines a sobres, se puede seguir en las mismas? Llegados a este punto, no lo creo, aunque haya que contar con la movilización de un ejército de abogados y con una legión de asesores de imagen. El daño está hecho. Y como la gente está sufriendo, mal asunto.  Por eso hay que andar con cuidado, para no hacernos daño y salir todos bien librados.

jueves, 8 de noviembre de 2012

A PROPÓSITO DE ROBESPIERRE Y DE SPINOZA


   Y a propósito también de Manuel Fernández-Cuesta, que acaba de publicar dos artículos que me han llamado poderosamente la atención, “Robespierre y el imaginario constituyente”  y “Spinoza y la necesidad de lo colectivo”. 
   Me complace que Manuel Fernández-Cuesta se haya saltado las normas de etiqueta y nos ponga ante una cita de Robespierre sin preocuparse por los escalofríos que este nombre  pueda provocar: “Un pueblo cuyos mandatarios no deben dar cuenta de su gestión a nadie no tiene Constitución. Un pueblo cuyos mandatarios sólo rinden cuentas a otros mandatarios inviolables, no tiene Constitución, ya que depende de éstos traicionarlo impunemente y dejar que lo traicionen los otros”.  Y no me complace menos escuchar la voz de Spinoza, entendida como una apelación a la sabiduría, en abierto desafío contra la el burdo darwinismo social que pretenden imponernos los doctrinarios del Estado neoliberal (todo él concebido para llevarse por delante el bien común e imponernos la ley de la jungla).  
    ¿Acaso es demasiado remoto y oscuro Spinoza? Pues no: las citas que trae a colación Manuel Fernández-Cuesta, tomadas de su Ética, son de las que no dejan dormir: “Aquella sociedad, cuya paz depende de la inercia de unos súbditos que se comportan como ganado, porque sólo saben actuar como esclavos, merece más bien el nombre de soledad que de sociedad”. De pronto, he aquí que el pensamiento de Robespierre y el de Spinoza se hacen presentes, con una tremenda carga de actualidad.  Manuel Fernández-Cuesta nos invita, o más bien nos obliga, a contemplar la realidad a la luz de la herencia intelectual que nos corresponde.
     Desde la óptica del poder que pretende arrasarnos debe ser hasta gracioso vernos mareados por “las noticias”, empeñados en hacernos de nuevas, insistir en la acomodación, seguir al pie de la letra la norma no escrita que impide mentar a Robespierre,  a Spinoza, a Marx o  a Engels, cual si fuéramos todos unos perfectos inocentes, pequeños Adanes dispersos a los que se puede vender mil veces la misma mula coja…  ¡Y ya basta!
   Véase http://www.eldiario.es/zonacritica/Robespierre-imaginario-constituyente_6_61303876.html y  http://www.eldiario.es/zonacritica/Spinoza-necesidad-colectivo_6_65853427.html  

viernes, 12 de octubre de 2012

RECORDANDO A DIONISIO RIDRUEJO


     Hoy, 12 de octubre, se conmemora el centenario del nacimiento de Dionisio Ridruejo (Burgo de Osma, 1912-Madrid, 1975). Aún me duele su ausencia, aún me pregunto qué pensaría él de esto o de lo otro, de lo que me pasa a mí, y de lo que nos pasa. Y cosa extraña, ahora que me acerco a la edad en que él murió, constato que su figura, lejos de empequeñecerse, se ha ido agrandando en mi  memoria.  
    Estoy a la espera de que salga la reedición corregida y aumentada de mi libro Dionisio Ridruejo, poeta y político. Relato de una existencia auténtica, que estará disponible muy pronto (RBA). Allí cuento su vida, una vida digna de ser contada, y a la que habrá que regresar muchas veces para tratar de entenderle no sólo a él sino también al tiempo que le tocó vivir, sobre el que todavía proyectamos un viejo esquema maniqueo del que más nos vale escapar. A ese libro remito al lector interesado, pues su vida no cabe en un post… Mi visión más intimista se encuentra en “El yo misterioso de Dionisio Ridruejo” (https://tribunahumanistablog.wordpress.com/2020/12/19/el-yo-misterioso-de-dionisio-ridruejo-3/).
    Hoy, brevemente, y a manera de homenaje, quisiera tener un emocionado recuerdo para todo lo que él hizo con el sostenido propósito de cancelar la lógica fatal de 1936. De un modo o de otro, todos los demócratas estamos en deuda con él, por  su abnegación y por su lucidez. 
     Y también quiero tener un recuerdo para su definición política de madurez. Él se definía como “neosocialista”, es decir, como socialista liberal, no marxista, o como “socialdemócrata”. Y es que no había renunciado a la meta última de la revolución: la sociedad sin clases.  Ya de vuelta de cualquier veleidad mesiánica, era una meta a alcanzar por vía democrática, como resultado de un  esfuerzo colectivo. Es lo que me enseñó.
    Ya sé que mis contemporáneos, al oír que era un “socialdemócrata”, lo imaginarán de la hechura de un Schröder, de un Blair o de un Rodríguez Zapatero. Y no. Era de otra madera, dicho sea sin ánimo de ofender a nadie. No era lo que se entiende por un iluso, pero de acomodaticio no tenía un pelo. Ridruejo quería “socializar la riqueza”, como me dijo reiteradamente, saliendo al paso de mis dudas e inquietudes. Primero, la democratización, y luego a trabajar con ese deseo entre pecho y espalda.  
   En su representación del futuro próximo, se veía en el centro-izquierda, entre un PSOE todavía marxista y una democracia cristiana de amplia base. Le parecía de vital importancia situarse entre ambas fuerzas, con la idea de impedir que izquierda y derecha chocasen como ciegas placas tectónicas.
    Como todo el sistema se ha desplazado espectacularmente hacia la derecha, hoy le veríamos a la izquierda…   No sé qué nos diría, pero creo que  sus lecciones políticas y vitales merecen un buen repaso precisamente ahora, cuando nos toca unir voluntades diversas con el superior objetivo de poner fin a la dictadura neoliberal, aparentemente tan imbatible como lo fue el franquismo en su tiempo.

martes, 9 de octubre de 2012

HACIA UN FRENTE AMPLIO CONTRA LA BESTIA NEOLIBERAL


  La situación no puede ser más grave, ni de peor pronóstico. Gestionada a favor de una oligarquía transnacional, la llamada “crisis económica” se ha convertido ya en una crisis política en toda la regla. De seguir las cosas así, pronto no quedará nada de ese bien precioso llamado legitimidad democrática. La gente se siente atropellada y arteramente estafada. La “convenida decadencia” de nuestra clase política no es una boutade del juez Perdaz; es una triste realidad.
    Asistimos al ignominioso final del “bipartidismo imperfecto” que rigió los destinos del país desde la Transición. El PP y el PSOE han cavado una fosa decididos a compartirla. Su habituación al poder y su estricta adecuación a los intereses oligárquicos dejan poco margen a la esperanza de que vayan a ser capaces de regenerarse sobre la marcha.
   ¿Qué cabe esperar de dos partidos capaces de prostituir la Constitución con nocturnidad y alevosía para darle el gusto a unos rufianes? Ambos dos nos han metido en este camino de perdición, y ambos han tenido su parte en la conversión del proyecto europeo en una estación de servicio para las oligarquías locales y transnacionales. No dudo de que en ambos partidos hay gentes de bien, pero dudo de que sean capaces de rectificar la deriva insensata: llevamos no sé cuánto tiempo esperando que esas personas hagan valer, a gritos si es preciso, en Ferraz y en Génova, pero también en Bruselas, los principios que dieron su razón de ser a sus respectivos partidos.
    Tal y como están las cosas, creo que el porvenir de nuestra democracia depende del buen hacer de los partidos pequeños. Y esto cuando la gente está realmente harta de los políticos, cuando se oyen discursos antipolíticos que no habrían desentonado durante la agonía de la República de Weimar. Ya están pagando justos por pecadores y mucha gente da por sobreentendido que todos los partidos son igualmente nefastos (una manera posmoderna de darle la razón al mismísimo Franco).
    Para salvar nuestra democracia, esos partidos pequeños tendrán que dar el do de pecho en circunstancias sumamente adversas, sin altavoces mediáticos, bloqueados por una ley electoral impresentable, con todas las fuerzas de la oligarquía en su contra. ¿Y cree alguien que podrán llegar lejos compitiendo entre sí?  
     Nuestra  democracia necesita es una alternativa clara, a la que no se llega simplemente criticando los hechos del gobierno, ni tampoco haciendo gestos de inteligencia a las personas que se manifiestan en nuestras calles y plazas. Bien están esas críticas y estos gestos, pero hace falta más.  En primer lugar, algunos principios seriamente meditados, en segundo lugar, un renovado sentido de la unidad. Si a la hora de la verdad el votante crítico o rebelde se va a quedar dudando entre Izquierda Anticapitalista, Equo, Los Verdes, Izquierda Unida, Izquierda Abierta y Unión, Progreso y Democracia, quizá para recaer en el llamado voto útil o para quedarse en casa, mal asunto. ¡Una vez más se le habría hecho el juego a a la perversión que padecemos!
    La situación es tan grave que, viendo venir un serio problema de gobernabilidad, elementos favorables a la continuidad del presente estado de cosas han hecho un llamamiento a favor de un “gobierno de concentración”, con “acuerdos de Estado” entre el PP y el PSOE.  ¡A ver si entre los dos nos imponen, a costa de la democracia, los dictados antisociales que rechazamos de plano! Urge, por lo tanto, que lo que ya cabe definir como oposición a dicho estado de cosas –como oposición a la Bestia neoliberal–, de los pasos necesarios para constituir un Frente Amplio, en el que puedan tener cabida los elementos más dispares, incluidos los procedentes del naufragio de los partidos hegemónicos.  
    Esta propuesta puede asustar a quienes tengan un mal recuerdo del Frente Popular, pero más nos debería asustar que la Bestia siga a su bola sin topar con ninguna barrera digna de tal nombre. Y lo primero es constituir una plataforma de convergencia, capaz de refinar un programa común de actuación, capaz de poner en limpio las ideas y los acuerdos, en la que los representantes del 15M y de otras fuerzas sociales deberían participar por derecho propio.
     La alternativa debe quedar explícita, explícitos y bien razonados sus objetivos, claro el entendimiento  de las distintas fuerzas, o no será creíble y la ola antipolítica seguirá su curso hasta convertirse en un tsunami. Clara la alternativa y clara la unión de quienes se oponen a  la Bestia, la sensación de que no estamos representados en la arena política desaparecería en poco tiempo, iniciándose la cura de nuestra democracia.
    Naturalmente,  para dar vida a un Frente Amplio hay adaptar tales o cuales principios partidistas,  hay que renunciar a tales o cuales parcelas de poder en el seno de los grupos participantes. Ahora bien, si las cominerías particulares y las ansias de dominio de unos sobre otros se impusieran, haciendo imposibles los acuerdos, se estaría dando la razón a los cultores de la antipolítica y ofreciendo un feo aval a los que dicen que todos los políticos son iguales.
   Aquí y ahora de lo que se trata es de poner fin a la galopada de la Bestia neoliberal, y esto sólo será posible si se actúa de común acuerdo, con los medios y las personas disponibles. En el pasado, fue posible, mediante la unidad de fuerzas muy diversas, al parecer incompatibles, y por una racionalidad común, debidamente conquistada, poner fin a la dictadura franquista. Esta cayó porque la gente se movilizó, con una impresionante sucesión de huelgas, y porque los liberales, los democristianos, los socialistas (todavía marxistas), los socialdemócratas, los comunistas y hasta gentes que formaban parte de la élite franquista lograron entenderse y actuar unánime e inequívocamente contra el orden de cosas imperante. Esto quiere decir que, cuando se visualiza un fin superior, la unión es posible  e históricamente efectiva. O acabamos con la Bestia neoliberal entre todos, o ella acabará con nosotros y con nuestros hijos.