lunes, 13 de mayo de 2013

ESCUDIER TIENE RAZÓN: FRENTE DE IZQUIERDAS


    Juan Carlos Escudier  ha publicado  un artículo  sobresaliente (http://blogs.publico.es/escudier/2013/05/el-mejor-pacto-es-un-frente-de-izquierdas/ ) con su inconfundible estilo, nunca exento de acidez, de humor negro y de exquisita precisión. Allí nos deja, para la reflexión, el siguiente párrafo:  Lo que debería ser posible y hasta obligado es la formación de un frente de izquierdas, donde partidos, sindicatos y movimientos sociales, incluido el 15-M, dejen de hacer la guerra por su cuenta y construyan una alternativa, una respuesta unitaria a tanto destrozo”. Suscribo este parecer.
    Por eso he hablado en algún post de la necesidad de ir hacia un Frente Amplio, e incluso me he atrevido a utilizar la expresión Frente Popular, a sabiendas de que a algunos les puede causar escalofríos.
    Creo, además, que sólo la articulación de un Frente capaz de aglutinar a todas las personas que rechazan el actual estado de cosas puede  salvar a nuestra democracia, revitalizándola por el procedimiento de hacerla efectiva. Porque es lo único que puede romper el círculo vicioso al que nos ha llevado el “bipartidismo imperfecto”. El tándem PSOE-PP, capaz de algo tan abyecto como la modificación del artículo 135 de nuestra Constitución, ya no da más de sí.  
    A no dudar, los dos partidos hasta ayer hegemónicos, que se han cavado la fosa ellos solos, serán duramente castigados en las urnas, hagan lo que hagan de aquí en adelante. Pero ello no quiere decir que el camino sea llano para quienes deseamos una alternativa. Hay que contar con la pesada inercia, con los compromisos sentimentales y también con el miedo a lo desconocido, que será atizado desde todas las instancias planetarias. Cuando un sistema de poder se ve amenazado por las urnas no se queda nunca de brazos cruzados.
     A esta legislatura ya se le ha acabado la cuerda y es probable que no llegue a su término normal. No cabe pasar por alto esta situación, y lo ya sabido: la articulación de un partido hecho y derecho, de nueva planta, capaz de ganar y no meramente de figurar, es tarea de años. Y nuestros problemas son todos urgentes, del tipo de los que se agravan con el tiempo. Bajo esta luz se impone la necesidad de crear un Frente Amplio, que debe estar operativo a la mayor brevedad posible, antes de que seamos víctimas de algún torticero “pacto de Estado” o de algún Monti, antes de que el poder termine de desmandarse, antes de que el mecanismo democrático salte por los aires.
   Por lo tanto, los representantes de las fuerzas enumeradas por Escudier deben sentarse a la mesa mañana mismo. No se trata de que nadie renuncie a tales o cuales querencias particulares, que ya tendrán su cauce y su momento. Se trata de impedir una catástrofe social y política, echando mano de lo que nos une.
   Las diferencias de criterio que hay en el seno de la izquierda pueden ser utilizadas para bien, para mantener la elasticidad y la amplitud de miras, para hacer un saludable ejercicio de tolerancia, para encontrar la justa proporción de utopismo y de pragmatismo que exige esta situación. Y téngase presente que, ya puestos a ello, sería un error excluir en bloque y mecánicamente  a las gentes del PSOE, un error tan grueso como dejarse copar por ellas.
     Dicen los expertos en estas materias que nada une más que un enemigo común. Y esto es precisamente lo que tenemos. No otra cosa es la Bestia neoliberal que pretende devolvernos al siglo XIX. No es el momento de perder el tiempo con personalismos, tiquis miquis doctrinales,  viejas pendencias, cortedades o desmesuras. La Bestia ya se ha abalanzado sobre nuestro pueblo y lo está destrozando.
   [Acabo de leer un artículo del profesor Vincent Navarro que merece ser leído al hilo de estas reflexiones. En lugar de la palabra "Frente", el profesor prefiere "Coalición". Véase:http://blogs.publico.es/dominiopublico/6949/apuntes-para-una-estrategia-de-cambio/]

sábado, 11 de mayo de 2013

SOBRE EL CONTEXTO DE ESTA CRISIS



   La crisis en que estamos metidos, crisis que se utiliza descaradamente para imponernos el rancio catecismo neoliberal (una mezcla repulsiva de laissez-faire económico y moral victoriana), me produce una sensación de déjà vu francamente insoportable. En el caso de España, como en el de Europa, tiene sus particularidades, pero en último análisis estamos ante una repetición, cuya colosal novedad es que, en lugar de espectadores y beneficiarios, somos las víctimas.
   Los cálculos económicos son obsesionantes, pero hay que levantar la vista y mirar en derredor. La pócima que nos vemos obligados a tragar ha sido ya apurada hasta las heces por los indonesios, por distintos pueblos sudamericanos, por los rusos, por los antes llamados yugoslavos y, desde luego, por los propios norteamericanos. Siempre la misma jugada, que incluye la desregulación, las privatizaciones, el saqueo de los bienes públicos y la dilapidación de generaciones enteras bajo las mismas barbas de los pueblos estupefactos. Esto está muy visto y responde a una trama que no es meramente económica. 
   Allá por el año 1948 el presidente Truman anunció que “el sistema americano” o “capitalista” sólo podría perpetuarse en Estados Unidos si se convertía en un sistema “mundial”. Por lo tanto, cualquier prurito “nacionalista” estaba fuera de lugar y habría que acabar con él por las buenas o por las malas.  Truman no hablaba por hablar. En ello estamos.  Y no es una mera cuestión de flujos de capital, como acreditan los drones, los sobornos y los nudos corredizos. Estamos, desde luego, ante un asunto de poder, de un poder oligárquico supranacional. El viejo Truman creía que su plan era beneficioso para el pueblo americano, y se llevaría una buena sorpresa al ver el sesgo tomado por su ambicioso plan.
   Allá por los años setenta, Henry Kissinger hablaba de los “países llave”. En lugar de dominar a todos y cada uno, lo más práctico  y lo menos llamativo era contar con un país dominante, sobre el cual delegar la dominación de los más flojos. En ello estamos también. El papel de Alemania me parece claro, a condición de no confundir a la oligarquía capitaneada por la señora Merkel con el pueblo alemán, ya camino del empobrecimiento.
  Recomiendo un pequeño repaso sobre lo mal que les ha ido a quienes se han salido del guión, desde Jacobo Abenz a Jaime Roldós, desde Lumumba a Milosevic, sin olvidar a Sadam Hussein. Bueno era Yeltsin, no Gorbachov, que se tuvo que ir a su casa. Y ya vemos lo que le está pasando al sirio Al Assad, el oftalmólogo, hoy retratado como un monstruo peor que  Gadaffi.
    Sobre los que pretenden defender los intereses nacionales, caen, como sobre Hugo Chávez, montañas de basura mediática. Como no parece prudente ir de lleno contra el nacionalismo económico, no sea que se despierte y se expanda, la artillería se dirige contra el “populismo”, la bestia negra de la gente bienpensante.
    Habiendo quedado el nacionalismo asociado a guerras atroces, los magos de la mercadotecnia lo han tenido fácil para vender las maravillas de la globalización y disimular de paso la ausencia de patriotismo que caracteriza a sus empleadores. Y es que, como dijo Marx, el dinero –que es de lo que se trata– carece de nacionalidad.
    Sorprende lo fácil que ha sido convertir a los Estados mismos, antaño orgullosos de sí, en meros lacayos de intereses transnacionales, siempre dispuestos a acogotar a los pueblos con mano de hierro. Por un lado tenemos los países llave, por el otro, en clara sintonía, a los Estados que son “llaves” para el dominio de las masas humanas que están a su merced.  Hemos llegado al punto en que se ha impuesto la loca creencia de que el antipopulismo militante es la suprema virtud de un político serio. No es casual.
    Como no es casual que Europa, considerada ayer como un todo, como un polo alternativo llamado a sustituir al soviético, con dulces perspectivas, esté hoy por los suelos, gobernándose abiertamente contra los intereses de sus ciudadanos. En cuanto se pudo decir (con Rifkin, en el 2004) que existía un “sueño europeo” en condiciones de tomar el relevo al destruido “sueño americano”, el tinglado se vino abajo. Y es que era molesto que hubiera algo razonable que oponer a las furias de Wall Street y, encima, con un euro en condiciones de erigirse en una alternativa al dólar. Dícese que Sadam Hussein se suicidó al anunciar que, en lugar de dólares, utilizaría euros, y que Gadaffi se la jugó en cuanto planteó la broma de una moneda africana con apoyatura en el oro. ¿Tonterías? Ya nos lo dirán los historiadores.
   No por casualidad, los conflictos entre naciones se han visto sustituidos por conflictos étnicos y religiosos, los cuales, debidamente atizados, han sido utilísimos para reventar, uno tras otro, varios Estados que ofrecían resistencia al plan de dominación global y que parecían indestructibles, más indestructibles que la Europa en construcción. Se diría que por ahí hay gente que ha tomado nota de la manera en que Hitler ocultó los problemas reales tras un antisemitismo de múltiples usos. Mucho me temo que le estén copiando.
   Los reventados han sido precisamente aquellos que molestaban de un modo u otro al despliegue de las mesnadas neoliberales. (He aquí, por cierto, un motivo de reflexión para nuestros “nacionalistas periféricos”, que deberán desconfiar de cualquier apoyo exterior que venga a infundirles ánimo. Pues hay expertos en el arte de reventar países, según el principio del “divide y vencerás”. )
    Estúdiese a cámara lenta la desintegración de la Unión Soviética y los hilos que movieron a tales o cuales elites independentistas. El caso de Chechenia merece ser estudiado con no menor atención que el de Kosovo.
   El sacrosanto principio de la autodeterminación de los pueblos es especialmente apropiado para ocultar maniobras de poder francamente inmundas, cruelmente adversas al bienestar de los pueblos. ¡Como no será que hasta se usa como pretexto para bombardearlos!
   No es cosa de que nos hagamos los tontos. Variaciones y modismos aparte, nuestra época se caracteriza por ocultar a propios y extraños lo que antes se llamaba lucha de clases, como se caracteriza por ocultar la explotación de los pueblos desde remotas instancias de poder. Todo se disimula bajo el disfraz de una confrontación étnica o religiosa,  por un lado, y, por el otro,  con aires de tecnocracia. Y esto sólo es posible por ejecutoria de unos líderes que en otros tiempos habrían sido tildados de “vendepatrias” y condenados al ostracismo. Parece contradictorio, pero no.   
    En todas partes, vemos surgir a personajes que dicen tener una mano muy firme para “servir al país”, al tiempo que lo venden sin contemplaciones y sin regatear ni un poquito siquiera. Personajes como Menem, Yeltsin o Schröder aparecen como por arte de magia al mando de las operaciones… Y permítaseme que no de nombres actuales.
   Simplemente, se ha impuesto el novedoso criterio de que los gobernantes tienen el derecho y el deber de actuar  en contra de los intereses de la gente tras haberse apoderado de la legitimidad democrática. Por lo visto,  en estos tiempos de la democracia de audiencia,  dicha legitimidad está condenada a servir  mecánicamente a una serie de políticas antisociales, validando en todo momento la entrega de bienes y servicios  públicos al mejor postor. Con lo que queda asegurado, para el vendedor, un futuro dorado. Por lo visto, ir contra la gente es lo que distingue a lo buenos gobernantes. Porque ellos saben, siendo sus víctimas como niños pequeños. Claro que también Vikun Quisling sabía… En su tiempo el enemigo al que había que venderse se llamaba nazismo. El de hoy, capitalismo salvaje. Desde una óptica extraterrestre, sin embargo, Quisling y los actuales vendepatrias serán pulcramente clasificados en el mismo archivo.
   Esta crisis no es solo lo que parece (un accidente, un error, la obra de unas manzanas podridas, etc.): hay que estudiarla en su contexto. Aunque uno se quede sin dormir.

jueves, 9 de mayo de 2013

ASÍ NO SE PUEDE SEGUIR: ELECCIONES ANTICIPADAS


   Las investigaciones policiales han puesto en limpio lo que no pasaba de ser una sospecha: durante años, grandes empresarios de la construcción han entregado “donaciones” (léase “sobornos” o “coimas”) al PP a cambio de “adjudicaciones” que les han reportado doce mil millones de euros... No estamos ante un enjuague ocasional, sino ante un método de hacer dinero fácil, un método viejo, muy conocido, más propio de una república bananera que de un país europeo, como también lo será la enconada resistencia a asumir las responsabilidades políticas. Tal y como va la investigación, el partido gobernante carece de autoridad moral para pedirnos sacrificios de ninguna clase.
   Como los “donantes” son grandes los constructores,  se esclarece el misterio de que nuestro país se haya emperrado en la vía del ladrillo, sin atender a razones, hasta caer al precipicio. Sin olvidar que otros constructores menores y más probos verán explicado el mecanismo que los dejó en la cuneta. También se aclara el motivo por el cual los señores Sepúlveda y Bárcenas  han sido sobrellevados con mafiosa solidaridad.
Ya veremos lo que dice la justicia, pero del informe policial se deduce que no estamos ante un problema de “manzanas podridas”, lo que explica la ausencia de remordimientos y la imposibilidad de hacer algo serio al respecto. Estamos ante un escándalo mayúsculo, que dará mucho que hablar a los historiadores.
    La gente tiene motivos para estar muy enfadada. Resulta que este gobierno obedece a los constructores, a la troika, a los banqueros, a los evasores, a los obispos, a cualquier pez gordo que tenga algo que ofrecer, a un Adelson, por ejemplo, que escucha a los magos de la mercadotecnia, que nos machaca con argumentarios imbéciles, pero  que a la gente no la oye ni por casualidad, ni siquiera por elemental prudencia. Se deja ver en esta manía una grave deficiencia moral y política, que viene a sumarse al incumplimiento sistemático de los deberes que le fueron encomendados por la ciudadanía. Ni siquiera se toma la molestia de sustituir a los ministros más irritantes, en un ejercicio de obnubilación que, de manera perversa, confunde con firmeza. Como era de temer, como siempre ha ocurrido en este país, la mayoría absoluta se le subió a la cabeza.   
   A todo esto, intramuros de la derecha se detecta un movimiento adverso contra el presidente Rajoy.  Por cálculo y por ambición, también con cierto sentido de la estrategia y de la autodefena, algunos le consideran el chivo expiatorio ideal. Lo que impresiona es que, en cuanto a las ideas en juego, dicho movimiento se dedique a ofrecer, arrogantemente, más de lo mismo, como si viviéramos en los tiempos de la señora Thatcher y el señor Reagan, lo que es señal clara de rigor mortis intelectual.
    Por el otro lado, se habla de la necesidad acuciante de unos nuevos Pactos de la Moncloa. Suena bien, pero sobre la base actual no es posible ni conveniente: los que andan en ello son los mismos que rubricaron en verano, a escondidas, la modificación del artículo 135 de nuestra Constitución, un pequeño botón de muestra de lo que son capaces. Primero, elecciones, elecciones anticipadas, antes de que sea tarde.

domingo, 7 de abril de 2013

EL TESTIMONIO DE RAÚL DEL POZO


   Refiere el veterano periodista y escritor,  a quien no le conozco ningún pliegue sospechoso, haber visto una parte de los famosos papeles de Bárcenas, más que suficiente para considerar que lo conocido hasta la fecha no es más que la punta del iceberg que se nos viene encima.
     Resulta que había constructores y medios de prensa metiendo dinero en el PP por la puerta de atrás, y  que ese dinero, metido en sobres, se repartía entre ciertos dirigentes y entre “gente importante” de la prensa. Como estamos viviendo en fase de vacas flacas, ese modus operandi, propio de lo que se entiende por tráfico de favores, resulta especialmente escandaloso, con independencia de cómo se depuren los hechos ante la justicia. Y el PP no logrará salir de la fosa séptica en que ha ido a caer por el simple procedimiento de recordar los trapos sucios del PSOE.
    Los papeles que Raúl del Pozo dice haber visto tienen todas las trazas de esconder algo más que un problema de partido. Porque nos ayudan a visualizar la persistencia de usos caciquiles que vienen de muy lejos, un gusto por el compadreo y por abandono de los intereses públicos para dar satisfacción a los intereses oligárquicos.
    La afición a hacer negocios con el respaldo del poder no la inventó el PP, es una de las marcas de fábrica del capitalismo español y una de las causas de su poquedad. Una cosa es hablar alegre y desenfadadamente de privatizar esto o lo otro, de acabar con tales o cuales servicios públicos, y otra muy distinta renunciar a los favorcitos del poder, a los negocios fabulosos y facilones, cosa que a la clase habituada a esos favorcitos ni se le pasa por la cabeza. 
   Ahora sabemos por qué no se tomó ninguna medida inteligente ante la formidable burbuja inmobiliaria, por qué no hubo ningún debate sobre los caminos alternativos y por qué la crisis nos ha pillado en pelotas. Es imposible que un político tenga eso que se llama visión de Estado y sentido de futuro si anda pensando en sobrecitos. Y por descontado que con sobrecitos de por medio el periodismo propiamente dicho, como servicio a la verdad, desaparece… sustituido por eso que se llama propaganda política, algo letal para la conciencia de un país. Lo visto y lo sospechado sugieren que, en términos políticos y periodísticos, ha habido gente importante con un nivel de seriedad y competencia semejante al alcanzado por el señor Urdangarín en el mundo de los negocios. Demasiada gente, y esto es lo que me causa escalofríos. Porque ya no es un asunto de manzanas podridas.

miércoles, 13 de marzo de 2013

CRISIS, ANGUSTIA, ESPERANZA


  Asistimos al final de una época, en España, en Europa y más allá. Estamos metidos en una crisis global, de alcance impredecible, pues lleva a un enfrentamiento frontal entre sus beneficiarios, el famoso 1 por ciento, y  sus víctimas, con la razón y la justicia del lado de estas,  con la fuerza bruta, el dinero y la organización del lado de aquellos.
    Oigo voces melancólicas, que recuerdan los felices noventa y las gracias del fin de siglo, y los lindos años iniciales del siglo XXI, como si en esos tiempos no hubieran sido triturados en serie varios países según la fórmula que ahora se aplica a nosotros como gran novedad.
  La crisis que ahora nos atormenta es el resultado de un proceso de cuarenta años de monomanía neoliberal. Se ha seguido un plan encaminado aniquilar la llamada Trinidad de Dahrendorf (democracia, cohesión social, crecimiento económico) en beneficio de los muy ricos.
    Estamos ante una obra de la propaganda, el soborno y el chantaje. No hay en todo ello el menor atisbo de respeto por lo que antes se llamaba bien común. No hay tampoco asomo de racionalidad, pues los que nos han traído hasta aquí  van alocadamente a lo suyo, como en su día fue Hitler. Es de temer, por lo tanto, un desastre global,  que puede dejar pequeños a todos los anteriores.
   Es el  momento de recordar que el  movimiento elitista se coló en nuestro país en el peor momento, a la salida de la dictadura. La democracia resultante se ha visto reducida a un grato fenómeno de superficie que algún día los historiadores describirán como una simple concesión política encaminada a encubrir una jugada maestra del poder oligárquico de aquí y de allá.
   Tanto el PSOE como el PP se entregaron, aquel bajo cuerda y este descaradamente, al neoliberalismo económico, renunciando de plano a sus respectivos ideales programáticos, dejándose llevar por el espíritu de los tiempos, sin el menor reparo, sin el menor atisbo de personalidad, sin el menor sentido de futuro. Se dejaron llevar, se dejaron utilizar por las altas instancias planetarias, y a buen seguro que acabarán “a la italiana”, como los socialistas de Craxi y los democristianos de Andreotti.  Todo el entramado legal trufado de astucias que nos impidió ponernos a la altura de la Europa social y que nos dejó atados de pies y manos a los poderes financieros se firmó sin debate alguno, bajo el lema “¡es la economía, estúpidos!”.
   ¿Ha sido  decente entregar las empresas del Estado a manos de unos compadres? ¿Es de recibo que el Banco Central Europeo preste dinero al 1 por ciento a los bancos privados  para que estos hagan un negocio redondo y mecánico por el procedimiento de prestárselo a los Estados al 7 por ciento?  No desde luego. En este casino se juega a lo grande, tan a lo grande que Urdangarin y Bárcenas son minúsculos.
    En nuestro país, la clase dirigente, actuando siempre como vicaria de un poder más alto,  hizo lo posible por quedar bien con la gente, se sobreentiende que no por amor sino razones de mercadotecnia. Hasta que la codicia rompió el saco.  La crisis económica propiamente dicha está siendo aprovechada para acabar con las conquistas sociales, para acabar con la igualdad de oportunidades y con todo lo relacionado con la protección de los más débiles, trabajadores incluidos. Esto forma parte de un plan urdido hace cuarenta años en unos think-tanks del otro lado del Atlántico. Los resultados, a la vista. La filosofía de fondo: el darwinismo social. El propósito: ganar enormes sumas de dinero real o virtual. El objetivo final: una sociedad no igualitaria, como la del siglo XIX, entregada al servicio del 1 por ciento.
    El  esfuerzo realizado por los españoles para conseguir un mínimo de cohesión social y, por lo tanto, de estabilidad y de bienestar, al carajo. De ahí que se socialicen las pérdidas, que se paguen salarios estratosféricos a unos impresentables y se acogote al pueblo. Se apunta a que la gente caiga de rodillas, quedando en situación de ser sobreexplotada hasta la extenuación. El 1 por ciento se frota las manos al ver subir el paro: España volverá a ser interesante para los señores inversores cuando nuestros cuerpos y almas valgan menos que las de un trabajador chino.
   Todo esto es desesperanzador. Sin embargo, la historia no ha terminado. Las mismas personas que en su momento se dejaron deslumbrar por los objetos baratos que, fabricados por esclavos, se ponían al alcance de cualquiera, las mismas que se dejaron deslumbrar por usureros disfrazados de Aladino, las que no protestaron cuando las empresas nacionales construidas con el trabajo de generaciones fueron privatizadas según las pautas del “capitalismo de amiguetes”, las mismas que se tomaron en serio las monsergas sobre el “capitalismo popular”, han dejado de creer. Hasta la conformistas, heridos en su seguridad, dan la espalda a todo eso. El poder establecido ya no tiene que vérselas con una minoría de críticos, sino con una repugnancia generalizada. Mucha gente que se creía muy lista al predicar el neoliberalismo económico, y muy segura, acaba de descubrir que, en efecto, el pez grande se come al chico, y que ellos no son tiburones sino simples sardinas.
    Los esfuerzos del poder establecido por hacerse con las riendas de las conciencias con truquillos de marketing hasta ayer mismo eficaces producen resultados patéticos. En lugar de convencer, irritan. Las poses ensayadas, los discursos con voz firme, las mentiras dirigidas al gran público, cuyas tragaderas hemos tenido ocasión de apreciar en los últimos lustros, todo eso se vuelve contra quien lo practica. Y quizá en ello se esconda una brizna de esperanza. En teoría al menos, la política de la mentira tiene sus horas contadas, como la tiene la época de los robos de guante blanco. Bien entendido que no sabemos qué hará el poder cuando se vea totalmente al descubierto. Según las enseñanzas de la historia, es capaz de meterse en guerras abiertas, en guerras sucias y, por descontado, de robar a cara descubierta. Quedemos advertidos. 

lunes, 11 de febrero de 2013

LA CRISIS: DIAGNÓSTICO Y TRATAMIENTO


   Esta crisis no es el resultado de un accidente; viene de lejos y nuestra clase dirigente se la ha ganado a pulso. Urdangarín, Díaz-Ferrán, Rato y Bárcenas, como la entera trama Gürtel, son nada más que síntomas, la forma en que se manifiesta un síndrome realmente grave, típico de la cultura del dinero, una cultura arrasadora que penetró en nuestro país por puertas y ventanas, hace mucho tiempo, en tiempos de Felipe González. ¡Todo por la pasta!
   Recuérdese la apreciación del señor Solchaga, que se felicitaba de lo rápido que se podía enriquecer cualquiera en España, recuérdese la admiración que  suscitaba la irresistible ascensión de Mario Conde. La cultura del pelotazo no es de hoy. Hasta los niños, de lo que soy testigo, empezaron a decir que querían ganar mucho dinero. De aquellos polvos vienen estos lodos. Y nótese la naturalidad de los presuntos abusadores, en ninguno de los cuales detecto trazas de arrepentimiento, ni tampoco el saber estar de Al Capone (un hombre consciente de sus actos). Se han pasado varios pueblos y hasta parecen sorprendidos de haber tropezado con la ley. Pero no nos quedemos con lo anecdótico.
    Lo verdaderamente grave es que Felipe González se dejó abducir por lo que pasará a la historia como la “revolución de los muy ricos”, un fenómeno de importación (como en su día lo fue el fascismo). Parece que las energías disponibles se agotaron en el tránsito de la dictadura a la democracia, y volvimos al “¡que inventen ellos!”, sin el menor atisbo de originalidad.
   El PSOE dio de lado a sus raíces socialdemócratas, y en consecuencia, el PP lo tuvo muy fácil para dar de lado al contenido social de su programa, de raíz democristiana y fraguista. Ambos sacrificaron a la vez sus respectivas tradiciones, atraídos los cantos de sirena del capitalismo salvaje. De ahí que se produjese un cambio de mentalidad espectacular, que, a no dudar, habría sorprendido por igual a Pablo Iglesias y al general Franco. Lo sucedido no entraba en el guión de ninguno de los dos. Tampoco en el de Adolfo Suárez, ni en el de Calvo Sotelo. No es que el PSOE y el PP se adaptasen al espíritu de los tiempos con la debida astucia, es que se dejaron llevar, encantados de la vida. Así pues, en lugar de servir complementariamente a los intereses generales, optaron por servirse a sí mismos y a los peces gordos próximos y remotos.
    La consecuencia: los dos partidos unieron su destino al neoliberalismo económico, que incluye entre sus habilidades la de vender las joyas de la abuela,  la de sangrar el erario público en beneficio de los banqueros y la socialización de las pérdidas, algo normal desde que los contribuyentes norteamericanos tuvieron que pagar los platos rotos de la juerga gangsteril que hundió a sus otrora prósperas cajas de ahorros (a mediados de los ochenta). Se lo jugaron todo a esa carta, esta es la tragedia. Lo que viene ahora es un cambio de época: el capitalismo salvaje ya no puede ser vendido a nadie, tampoco a los despistados habituales, ni maquillado bajo cinco capas de purpurina. Para seguir igual, gobernando por decreto, ¿qué les queda? ¿Unos trucos de propaganda que, en lugar de persuadir, irritan? ¿Las fuerzas de orden público? Están totalmente quemados, metidos en un juego oligárquico realmente insoportable.
    Quizá traten de disculparse, señalando los enjuagues del Vaticano, las manipulaciones del libor, los chanchullos de las agencias de calificación, y  las listezas de los usuarios de puertas giratorias, hoy en Wall Street, mañana en el gobierno. La enfermedad es la misma, desde luego. Pero no creo que eso les baste para hacerse perdonar. Y no lo creo porque este país no puede esperar a que la peste remita o a que se le ponga coto desde las más altas instancias planetarias, asimismo enfermas.
   En primer lugar, no puede esperar porque la gente lo está pasando francamente mal. En segundo, porque los naipes marcados están a la vista de todos. En tercero, porque la enfermedad no se cura con castigos ejemplares. En cuarto, porque mucha gente ya tiene la sensación de haber sido estafada por esta democracia. En quinto porque el sistema ha perdido la capacidad de redistribuir la riqueza sensatamente, con la consiguiente caída en picado de su legitimidad. Y en sexto y último término, porque la conciencia social de la que hacen gala los dos partidos hasta la fecha hegemónicos está claramente por debajo de la del franquismo, lo que ya es el colmo, lo que produce náuseas tanto a la izquierda como a buena parte de la derecha (eso sólo causa  placer a la oligarquía).
    Y como el país no puede esperar, como la solución no vendrá del duopolio ni de sus compadres de fuera, hay que enviarlo a su casa antes de que nos haga más daño.  Y sinceramente, la única solución que veo es un Frente Amplio o Frente Popular, en el que puedan participar todas las fuerzas políticas contrarias a la Bestia neoliberal, hoy encarnada en los dos mastodontes que practican un turno aun más torticero que el  de la Restauración canovista. 
   No es la hora de los maximalismos ni de los particularismos, ni de los pronunciamientos antisistema. No es el momento de modificar la Constitución (bien entendido que entre las propuestas del Frente Popular deberá figurar la eliminación de las modificaciones que el PP y el PSOE hicieron a nuestras espaldas). Es el momento de hacer valer nuestra democracia.  Todos los partidos pequeños deben sentarse a la mesa, en busca de un programa común, sin cerrarle la puerta a nadie (tampoco a los que procedan de la órbita de esos partidos hegemónicos, si se han liberado de la servidumbre neoliberal). De ello depende la supervivencia de nuestra democracia. Y hay que empezar a trabajar ya, en previsión de que las elecciones se adelanten, lo que puede ocurrir para pillar a todos a contrapié,  y en previsión de que aparezca un Monti hispano o de que se intente marear la perdiz con un gobierno de concentración. Y por favor, no nos dejemos distraer por casos como los de Urdangarín o Bárcenas, y tampoco por la prima de riesgo. El tiempo apremia. La alternativa es muy simple: o con la Bestia neoliberal o contra ella.
    

sábado, 2 de febrero de 2013

HACIA EL PUNTO DE NO RETORNO


    En los últimos tiempos no he escrito nada en este blog. Me ha dado una especie de vértigo, asociado a un cierto sentido de la responsabilidad. Y es que no quisiera echar leña al fuego, cosa que resulta simplemente de enumerar nombres  (Bárcenas, Urdangarín, Revenga, Corinna, Díaz Ferrán, Rato, Pujol,  Mato…). Depende con qué se junte Gürtel para provocar una reacción en cadena. Ni siquiera es prudente hablar de trajes a medida o de sobres, porque en presencia de recortes y privatizaciones es como jugar con fuego.
   Desde hace tiempo tengo la impresión de que nos acercamos al punto de no retorno, a partir del cual no habrá forma de volver al buen rollo que tanto le costó conseguir a este país.  Y esto me preocupa  y me deprime. No puedo olvidar con qué rapidez pasaron nuestros abuelos de la alegría al horror. ¿Quién les hubiera dicho el alegre 14 de abril de 1931  que la Guerra Civil les esperaba a la vuelta de la esquina?  Hay que andar con pies de plomo, no sea que esto acabe mal, no digo que como entonces, pero mal, muy mal. ¿Qué hay más allá del punto de no retorno? Conozco mis sueños, pero, contando con las arteras realidades, la verdad es que no lo sé.
     Algo me dice que el porvenir depende del buen hacer, de la integridad  y hasta de la genialidad de quienes nunca han estado en el poder. El sistema bipartidista que hemos conocido hasta la fecha está  muerto y enterrado. Es cierto que quedan dos zombies todavía muy serios y pomposos, pero eso no quiere decir nada. Una forma de hacer política terminó el día en que los dos partidos mayoritarios se reunieron en secreto y prostituyeron la Constitución a pedido de unos vampiros. Durante las vacaciones de verano, sin avisar.  Hubo un antes y un después. Fue un atentado contra el orden democrático, algo repugnante, algo que jamás se le habría podido pasar por la cabeza a un demócrata serio.
    No se puede gobernar chulescamente en función de intereses particulares y de espaldas al bien común, aunque se disponga de una mayoría absoluta. La legitimidad de un sistema de poder, sea democrático o no, depende de que la gente no vea a los que están arriba como meros explotadores, depende de una redistribución de la riqueza más o menos efectiva. La chulería se puede perdonar, el acaparamiento no. Y si ambas cosas se suman, adiós. No descubro nada.
  Dicha redistribución no se inventó para dar curso al llamado Estado de Servicios: viene de la noche de los tiempos, y fue practicada por toda clase de jefes de banda y de reyezuelos, desde el neolítico en adelante.  Allí donde cesa, ahí donde la camarilla superior se dedica a laminar los derechos de la gente –otorgados en una fase anterior–, a sangrar el erario público y al pueblo indefenso, cuando se limita a intercambiar dineros y favores en las alturas, la legitimidad desaparece, sea cual sea la forma de gobierno. Hacer política de espaldas a tan elemental principio es, a estas alturas de la historia, una locura, más propia de ludópatas que de personas con dos dedos de frente. La creencia de que se puede usar la democracia para ir contra el bien común es vieja, pero siempre ha acabado en un desastre.
    Ni con la mejor voluntad podemos atribuir a simple torpeza el haber caído de lleno la seducción del ladrillo, en la burbuja, como tampoco podemos atribuir la clamorosa ausencia de planes alternativos a una falta de reflejos. Simplemente, ha tenido lugar –tiene lugar– un gran negocio. De ahí el trasiego de maletines y de sobres, de ahí el compadreo y el desprecio de la verdad.
    Es muy triste comprobar que a lo largo de estos años de democracia –en los que hemos presenciado el despertar de capacidades muy prometedoras–,  se ha consolidado la vieja manera oscura y antidemocrática de hacer las cosas, a base de chanchullos realizados a la sombra del poder, la fórmula del capitalismo bananero, una variante del capitalismo salvaje típica de los países subdesarrollados.
    ¿Ahora que todo el mundo ve el negocio, de maletines a sobres, se puede seguir en las mismas? Llegados a este punto, no lo creo, aunque haya que contar con la movilización de un ejército de abogados y con una legión de asesores de imagen. El daño está hecho. Y como la gente está sufriendo, mal asunto.  Por eso hay que andar con cuidado, para no hacernos daño y salir todos bien librados.