sábado, 1 de junio de 2013

INVOLUCIÓN


     Que la crisis no es meramente económica se ve claramente en el uso que se hace de ella para manipular las conciencias con vistas al sometimiento de la población. Si algo se mueve es en sentido retrógrado,  a grandes o pequeños pasos, pero sin ninguna vacilación, inexorablemente, sin tope conocido. Si alguien cree que las "reformas" han terminado, se equivoca medio a medio. Simplemente, están siendo dosificadas. Sólo terminarán cuando ya no nos reconozcamos a nosotros mismos en el espejo.
   Durante décadas, España fue hacia arriba. Ahora va hacia abajo, no sólo en lo económico. No es un fenómeno meramente español, pero no veo en ello una disculpa. ¿Acaso teníamos que ser tan poco originales? El despertar de nuestro sueño europeo será, si las cosas siguen así, de tipo africano, de lo que, en todo caso, habrán sido tan responsables los tripulantes de la derecha como los de la izquierda.
    La cosa pinta mal. Mientras la izquierda se complica la vida y se dedica a dar bandazos entre la indecisión, la acomodación y unos planteamientos poco realistas, la derecha se ha olvidado del centro.
   Vuelvo a sentir el ciego choque de placas tectónicas que deseábamos dar por definitivamente superado en aras de un equilibrio inteligente y constructivo. Parece que todo habrá que decidirlo, a cara o cruz, maniqueamente, en las próximas elecciones, como si no fuera a haber elecciones nunca más. Y esto también es pura involución, de la que nada bueno cabe esperar, salvo una escalada de provocaciones y absurdidades. Dejando aparte a cuestión de quién empezó primero a irritar al contrario, resulta obvio que, resucitados Smith, Ricardo, Malthus, Spencer y Pío IX, veremos resucitar, más pronto o más  tarde, a Lenin y a Trotski.
     La aplicación del ideario neoliberal y neoconservador por parte del Partido Popular nos conduce  hacia una sociedad piramidal, jerarquizada, en la cual el dinero, el saber, la seguridad y la libertad serán  monopolizados por unos pocos. ¡Al diablo con los esfuerzos puestos en la cohesión social! El rico no tendrá que preocuparse por su salud, ni por su porvenir, el pobre todos los días a todas horas, hasta el último aliento. Regresamos al siglo XIX. Según se mire, a cámara lenta, o a toda velocidad. Lo que, según nos enseña la historia, no quedará impune. La cosa siempre ha ido fatal cuando la derecha oligárquica se ha encastillado en su egoísmo y su prepotencia. Y desgraciadamente, la derecha inteligente y templada es una especie en extinción. Queda la otra,  la que, dándoselas de original, es capaz de jugar con fuego.
    ¿Es normal que la religión reaparezca como tal religión en el programa de estudios, con nota y todo?  ¿Es normal que se proyecte una ley contra el aborto similar a la que impera en El Salvador, donde está prohibido hasta en el caso de que la vida de la madre corra peligro y el feto sea anencefálico? Normal, no. Quiere decir que vamos hacia una edad oscura, lo que es anormal y ajeno a la sensibilidad de la mayoría de los habitantes de este país.
   En los inicios de la revolución de los muy ricos, en cuya estela se sitúan estas novedades retrógradas, se invirtieron enormes sumas de dinero en el relanzamiento de la religión en los Estados Unidos. Por un lado, se asfixia económicamente a la gente, por el otro se le ofrece la religión como consuelo y como motivo de exaltación. En lugar de justicia, caridad. Ronald Reagan no sólo apelaba a Milton Friedman. Se presentaba como un seguidor del patético predicador Jerry Falwell, el líder de la Moral Majority. La difunta señora Thatcher predicaba las virtudes del neoliberalismo económico y simultáneamente pedía un retorno a la moral   victoriana. Y encima, ambos dos, Ronnie y Maggie como les llamaban sus adoradores, se las daban de avanzados, de defensores de la libertad (igual que nuestros Wert o Gallardón, cuyo "centrismo" ha quedado al descubierto)…  
  ¿Es  normal que desde la televisión pública se invite a los parados a rezar y que se recomiende, en plan años cincuenta, no sé qué decoro a nuestras jovencitas? ¿Es normal que se multipliquen las radios y los canales que emiten en una clave religiosa que realmente no parece europea? Por lo visto. Todo ello viene en el mismo paquete, de tipo involutivo, que a no dudar será respondido con planteamientos de signo contrario, asimismo regresivos de no mediar un milagro. Así, por ejemplo, el infeliz idilio  del Estado con la Iglesia  está pulsando fibras anticlericales  que creíamos olvidadas. 
   Vamos hacia atrás. Por ejemplo, ya se ha impuesto el dogma de  que lo más importante de todo en esta vida  (cuestión de vida o muerte) es  tener trabajo, sea cual sea, en las condiciones que establezca el patrón. ¡Qué tremendo retroceso! ¡Qué ganas de que los españoles nos busquemos la ruina como en tiempos de la República! No falta mucho para que la gente, en lugar de salir a la calle en defensa de las conquistas sociales amenazadas, tenga que hacerlo, simplemente, para pedir “pan y trabajo”. 
   Y ya hemos llegado al punto en que no es posible educar, pues hasta los niños nos saben víctimas de un alevoso atropello que les afecta directamente. Diríjase a un grupo de adolescentes, cante pedagógicamente las virtudes de nuestra democracia y de nuestra monarquía, y preste atención a las miradas, pero también a su propia voz.  Si le suena a hueco, si se siente hipócrita, ya me dirá.
   Esta involución amenaza con devolvernos al punto de partida, al drama de las dos Españas. Los argumentos –por llamarlos de alguna manera– que se oyen en el Congreso sólo dejan patente que hay un abismo entre la izquierda y la derecha, que donde uno ve blanco el otro ve negro. Y esa brecha en las alturas –que no se soluciona con compadreos de espaldas a la ciudadanía– se agrava en línea descendente, como puede atestiguar cualquiera que tome un taxi o se tome la molestia de leer los comentarios de los lectores de la prensa digital. ¿Y el buen rollo que tanto nos costó conseguir, se irá al diablo? ¿Y el trabajo de generaciones, también?  

jueves, 16 de mayo de 2013

EL 15 M Y LA UNIÓN DE LA IZQUIERDA


    Mi pronunciamiento a favor de la botadura de un Frente de izquierdas, en la línea de lo que Juan Carlos Escudier considera “obligado” en las actuales circunstancias, ha motivado un valioso comentario anónimo en el que se lee lo siguiente:
   El movimiento 15-M NO es y NUNCA se ha definido como ‘de izquierdas’. Un frente común contra el bipartidismo, bien. Pero... ¿por qué sólo de izquierdas?”
    En el libro Palabras para indignados [de descarga gratuita en esta misma página], Cristina García-Rosales y yo hemos ofrecido nuestra opinión al respecto.
    Creo que el 15 M  cuenta con dos dimensiones. Por un lado es y seguirá siendo una manifestación de la fraternidad humana, una manifestación tanto teórica como práctica del humanismo. Como tal está por encima de la dialéctica izquierda/derecha, en situación de ser alentado por las personas de ambas sensibilidades que son contrarias a la barbarie de la Bestia neoliberal.
    En este sentido, creo que el 15-M tiene en su haber el mérito de haber inaugurado el giro que hará posible, no sólo en España, acabar con el imperio de dicha Bestia. Ya ha demostrado ser capaz de pulsar las cuerdas de la sensibilidad de personas muy distintas, de varias generaciones, de distintas clases sociales, de diversas nacionalidades, e incluso de personas situadas en la esfera del poder, como acreditan pronunciamientos como los de Stiglitz o de Krugman, que no son precisamente gentes de a pie. Sólo el 15-M es capaz de excitar por igual las fibras humanitarias de quienes protestan y de quienes, para su dolor, se ven enviados reprimirlos, en lo que cabe ver una esperanza de liberación para todos.
   Pero el 15-M tiene otro registro: en la práctica, es de izquierdas. Y hará bien –creo– en reconocerlo abiertamente. Como movimiento espiritual puede aspirar a la superación de la dialéctica izquierda/derecha, pero como empresa política no. Y esto porque estamos muy lejos de haber llegado a la sociedad sin clases, estando el poder establecido perfectamente colocado, en orden de batalla –por el lado derecho, desde luego– para mantener a toda cosa el statu quo que el 15-M viene a cuestionar. Y el peor servicio que podría hacerle el 15-M a la causa que defiende con sus limpios argumentos es servir al fraccionamiento de sus defensores en nombre de un planteamiento adánico, cuyos beneficiarios directos serían los genios de la mercadotecnia neoliberal.
    He oído decir que el 15-M es renuente a perder el apoyo de las personas  que no se sentirían cómodas en  un conglomerado  de izquierdas. Pero entiendo que no sería una desgracia ni para él ni para el país que los indignados de derechas, que los hay, se sintieran incomodados en este punto crucial y, por lo tanto, en situación de replantearse algunas cosas, empezando por el servicio que la derecha real le ha estado haciendo a la Bestia neoliberal. 
    A estos indignados de derechas, supongo que cristiano demócratas, les corresponde la difícil misión de combatir a esta Bestia neoliberal en la misma guarida en que se calienta y se da cuerda a sí misma. Y les toca también contribuir al restablecimiento de un diálogo constructivo entre la izquierda y la derecha, diálogo que es absolutamente necesario si se quiere impedir la estúpida reiteración de los errores que tan caros le han salido a este país, en teoría ya madura para dejar atrás el drama de las dos Españas. 
     El 15-M como un todo apunta claramente al restablecimiento de lo humano en la cima de nuestra escala de valores y al derrocamiento de la cultura del dinero. Tarea enorme para la que hacen falta todas las personas de buena voluntad, sean de izquierdas o de derechas, pero también una toma de posición en el terreno de juego político.
   No sé mañana, pero hoy está claro, en la práctica, de qué lado está el 15-M. La definición de un movimiento político no depende sólo de la que tenga a bien darse, porque es casi siempre decisivo la que le dan las fuerzas adversas. Las voces insultantes de la derecha establecida no han dejado, al respecto, el menor margen de duda. Con todo, ya sé que habrá quien desee persistir en la indefinición, a pesar de esos insultos y de la mano tendida de la izquierda.  Sin embargo, tengo por obvio que el 15-M, , si bien está llamado a regenerar el conjunto del sistema democrático, es esencialmente de izquierdas, por sus dichos y por sus hechos, por su estilo, por su atmósfera y también por sus oponentes. Y por lo tanto, creo que debe obrar como tal, en asociación con otras fuerzas que están a la izquierda, que desde hace años trabajan, a veces muy sufridamente, en la misma dirección.  Desdeñar la experiencia y el conocimiento del terreno de políticos tales como Gaspar Llamazares, Cayo Lara o Juan López de Uralde sería una torpeza, al menos a mi juicio, como sería un error aferrarse a la juventud, error ya cometido en pasados tiempos por quienes deseaban empezar de nuevas. Más bien, le toca al 15-M contribuir a que esos políticos se vean obligados a sentarse a la mesa, por el bien de todos.  
   Sospecho que la resistencia a admitir que el 15-M es de izquierdas tiene que ver, más que con la realidad, con un efecto de las leyendas sobre el fin de la historia, con los rollos de los filósofos posmodernos –tan gratos al poder establecido–, con la reverberación del ideal tecnocrático y, en definitiva, con la ceremonia de confusión que llevó a Bernard Henri-Levy a afirmar que Sarkozy era de izquierdas y que llevó a decir al señor Rajoy que las personas de izquierdas podían votar confiadamente al PP. ¿Se va a dejar el 15-M manipular por estos gastados trucos, por estas tonterías puestas en circulación para confundir a las personas que leen?
    Creo además que, en nuestro caso, eso de no ser ni de izquierdas ni de derechas viene dictado por un factor particular: el rechazo que causan el PSOE y el PP, entendidos el uno y el otro como modelos de sus respectivas ideologías, para colmo complementarios. El instintivo rechazo, aunque comprensible, podría dar lugar a derivas indeseables, al menos desde mi óptica, que es la de un sexagenario.
    En mi memoria, eso de no ser de izquierdas ni de derechas se encuentra asociado a los pronunciamientos de Mussolini, Hitler y Franco, como también las diatribas contra la política y los políticos. Cuando alguien se sitúa por encima de todos, al modo de esos tiranos, cuando se siembra el correspondiente odio a los “politicastros”, comienza siempre una cuenta atrás que acaba con la voladura del sistema democrático. Y como el 15-M es democrático (en este punto, su definición ha sido clara y rotunda) y no va a entrar en ese juego perverso, tendrá que tomar posiciones  en el encuadre político real. Sería muy de lamentar, añado, que, por persistir en una posición superior, se dedicase a segar los pies de los políticos concretos que representan la opción de izquierdas y, al mismo tiempo, se pusiese en situación de ser desfigurado por los siniestros genios de la mercadotecnia que sirve a la Bestia neoliberal, que ya se están relamiendo con la perversa idea de presentar a dicha Bestia como garante de la libertad y de la democracia.  

lunes, 13 de mayo de 2013

ESCUDIER TIENE RAZÓN: FRENTE DE IZQUIERDAS


    Juan Carlos Escudier  ha publicado  un artículo  sobresaliente (http://blogs.publico.es/escudier/2013/05/el-mejor-pacto-es-un-frente-de-izquierdas/ ) con su inconfundible estilo, nunca exento de acidez, de humor negro y de exquisita precisión. Allí nos deja, para la reflexión, el siguiente párrafo:  Lo que debería ser posible y hasta obligado es la formación de un frente de izquierdas, donde partidos, sindicatos y movimientos sociales, incluido el 15-M, dejen de hacer la guerra por su cuenta y construyan una alternativa, una respuesta unitaria a tanto destrozo”. Suscribo este parecer.
    Por eso he hablado en algún post de la necesidad de ir hacia un Frente Amplio, e incluso me he atrevido a utilizar la expresión Frente Popular, a sabiendas de que a algunos les puede causar escalofríos.
    Creo, además, que sólo la articulación de un Frente capaz de aglutinar a todas las personas que rechazan el actual estado de cosas puede  salvar a nuestra democracia, revitalizándola por el procedimiento de hacerla efectiva. Porque es lo único que puede romper el círculo vicioso al que nos ha llevado el “bipartidismo imperfecto”. El tándem PSOE-PP, capaz de algo tan abyecto como la modificación del artículo 135 de nuestra Constitución, ya no da más de sí.  
    A no dudar, los dos partidos hasta ayer hegemónicos, que se han cavado la fosa ellos solos, serán duramente castigados en las urnas, hagan lo que hagan de aquí en adelante. Pero ello no quiere decir que el camino sea llano para quienes deseamos una alternativa. Hay que contar con la pesada inercia, con los compromisos sentimentales y también con el miedo a lo desconocido, que será atizado desde todas las instancias planetarias. Cuando un sistema de poder se ve amenazado por las urnas no se queda nunca de brazos cruzados.
     A esta legislatura ya se le ha acabado la cuerda y es probable que no llegue a su término normal. No cabe pasar por alto esta situación, y lo ya sabido: la articulación de un partido hecho y derecho, de nueva planta, capaz de ganar y no meramente de figurar, es tarea de años. Y nuestros problemas son todos urgentes, del tipo de los que se agravan con el tiempo. Bajo esta luz se impone la necesidad de crear un Frente Amplio, que debe estar operativo a la mayor brevedad posible, antes de que seamos víctimas de algún torticero “pacto de Estado” o de algún Monti, antes de que el poder termine de desmandarse, antes de que el mecanismo democrático salte por los aires.
   Por lo tanto, los representantes de las fuerzas enumeradas por Escudier deben sentarse a la mesa mañana mismo. No se trata de que nadie renuncie a tales o cuales querencias particulares, que ya tendrán su cauce y su momento. Se trata de impedir una catástrofe social y política, echando mano de lo que nos une.
   Las diferencias de criterio que hay en el seno de la izquierda pueden ser utilizadas para bien, para mantener la elasticidad y la amplitud de miras, para hacer un saludable ejercicio de tolerancia, para encontrar la justa proporción de utopismo y de pragmatismo que exige esta situación. Y téngase presente que, ya puestos a ello, sería un error excluir en bloque y mecánicamente  a las gentes del PSOE, un error tan grueso como dejarse copar por ellas.
     Dicen los expertos en estas materias que nada une más que un enemigo común. Y esto es precisamente lo que tenemos. No otra cosa es la Bestia neoliberal que pretende devolvernos al siglo XIX. No es el momento de perder el tiempo con personalismos, tiquis miquis doctrinales,  viejas pendencias, cortedades o desmesuras. La Bestia ya se ha abalanzado sobre nuestro pueblo y lo está destrozando.
   [Acabo de leer un artículo del profesor Vincent Navarro que merece ser leído al hilo de estas reflexiones. En lugar de la palabra "Frente", el profesor prefiere "Coalición". Véase:http://blogs.publico.es/dominiopublico/6949/apuntes-para-una-estrategia-de-cambio/]

sábado, 11 de mayo de 2013

SOBRE EL CONTEXTO DE ESTA CRISIS



   La crisis en que estamos metidos, crisis que se utiliza descaradamente para imponernos el rancio catecismo neoliberal (una mezcla repulsiva de laissez-faire económico y moral victoriana), me produce una sensación de déjà vu francamente insoportable. En el caso de España, como en el de Europa, tiene sus particularidades, pero en último análisis estamos ante una repetición, cuya colosal novedad es que, en lugar de espectadores y beneficiarios, somos las víctimas.
   Los cálculos económicos son obsesionantes, pero hay que levantar la vista y mirar en derredor. La pócima que nos vemos obligados a tragar ha sido ya apurada hasta las heces por los indonesios, por distintos pueblos sudamericanos, por los rusos, por los antes llamados yugoslavos y, desde luego, por los propios norteamericanos. Siempre la misma jugada, que incluye la desregulación, las privatizaciones, el saqueo de los bienes públicos y la dilapidación de generaciones enteras bajo las mismas barbas de los pueblos estupefactos. Esto está muy visto y responde a una trama que no es meramente económica. 
   Allá por el año 1948 el presidente Truman anunció que “el sistema americano” o “capitalista” sólo podría perpetuarse en Estados Unidos si se convertía en un sistema “mundial”. Por lo tanto, cualquier prurito “nacionalista” estaba fuera de lugar y habría que acabar con él por las buenas o por las malas.  Truman no hablaba por hablar. En ello estamos.  Y no es una mera cuestión de flujos de capital, como acreditan los drones, los sobornos y los nudos corredizos. Estamos, desde luego, ante un asunto de poder, de un poder oligárquico supranacional. El viejo Truman creía que su plan era beneficioso para el pueblo americano, y se llevaría una buena sorpresa al ver el sesgo tomado por su ambicioso plan.
   Allá por los años setenta, Henry Kissinger hablaba de los “países llave”. En lugar de dominar a todos y cada uno, lo más práctico  y lo menos llamativo era contar con un país dominante, sobre el cual delegar la dominación de los más flojos. En ello estamos también. El papel de Alemania me parece claro, a condición de no confundir a la oligarquía capitaneada por la señora Merkel con el pueblo alemán, ya camino del empobrecimiento.
  Recomiendo un pequeño repaso sobre lo mal que les ha ido a quienes se han salido del guión, desde Jacobo Abenz a Jaime Roldós, desde Lumumba a Milosevic, sin olvidar a Sadam Hussein. Bueno era Yeltsin, no Gorbachov, que se tuvo que ir a su casa. Y ya vemos lo que le está pasando al sirio Al Assad, el oftalmólogo, hoy retratado como un monstruo peor que  Gadaffi.
    Sobre los que pretenden defender los intereses nacionales, caen, como sobre Hugo Chávez, montañas de basura mediática. Como no parece prudente ir de lleno contra el nacionalismo económico, no sea que se despierte y se expanda, la artillería se dirige contra el “populismo”, la bestia negra de la gente bienpensante.
    Habiendo quedado el nacionalismo asociado a guerras atroces, los magos de la mercadotecnia lo han tenido fácil para vender las maravillas de la globalización y disimular de paso la ausencia de patriotismo que caracteriza a sus empleadores. Y es que, como dijo Marx, el dinero –que es de lo que se trata– carece de nacionalidad.
    Sorprende lo fácil que ha sido convertir a los Estados mismos, antaño orgullosos de sí, en meros lacayos de intereses transnacionales, siempre dispuestos a acogotar a los pueblos con mano de hierro. Por un lado tenemos los países llave, por el otro, en clara sintonía, a los Estados que son “llaves” para el dominio de las masas humanas que están a su merced.  Hemos llegado al punto en que se ha impuesto la loca creencia de que el antipopulismo militante es la suprema virtud de un político serio. No es casual.
    Como no es casual que Europa, considerada ayer como un todo, como un polo alternativo llamado a sustituir al soviético, con dulces perspectivas, esté hoy por los suelos, gobernándose abiertamente contra los intereses de sus ciudadanos. En cuanto se pudo decir (con Rifkin, en el 2004) que existía un “sueño europeo” en condiciones de tomar el relevo al destruido “sueño americano”, el tinglado se vino abajo. Y es que era molesto que hubiera algo razonable que oponer a las furias de Wall Street y, encima, con un euro en condiciones de erigirse en una alternativa al dólar. Dícese que Sadam Hussein se suicidó al anunciar que, en lugar de dólares, utilizaría euros, y que Gadaffi se la jugó en cuanto planteó la broma de una moneda africana con apoyatura en el oro. ¿Tonterías? Ya nos lo dirán los historiadores.
   No por casualidad, los conflictos entre naciones se han visto sustituidos por conflictos étnicos y religiosos, los cuales, debidamente atizados, han sido utilísimos para reventar, uno tras otro, varios Estados que ofrecían resistencia al plan de dominación global y que parecían indestructibles, más indestructibles que la Europa en construcción. Se diría que por ahí hay gente que ha tomado nota de la manera en que Hitler ocultó los problemas reales tras un antisemitismo de múltiples usos. Mucho me temo que le estén copiando.
   Los reventados han sido precisamente aquellos que molestaban de un modo u otro al despliegue de las mesnadas neoliberales. (He aquí, por cierto, un motivo de reflexión para nuestros “nacionalistas periféricos”, que deberán desconfiar de cualquier apoyo exterior que venga a infundirles ánimo. Pues hay expertos en el arte de reventar países, según el principio del “divide y vencerás”. )
    Estúdiese a cámara lenta la desintegración de la Unión Soviética y los hilos que movieron a tales o cuales elites independentistas. El caso de Chechenia merece ser estudiado con no menor atención que el de Kosovo.
   El sacrosanto principio de la autodeterminación de los pueblos es especialmente apropiado para ocultar maniobras de poder francamente inmundas, cruelmente adversas al bienestar de los pueblos. ¡Como no será que hasta se usa como pretexto para bombardearlos!
   No es cosa de que nos hagamos los tontos. Variaciones y modismos aparte, nuestra época se caracteriza por ocultar a propios y extraños lo que antes se llamaba lucha de clases, como se caracteriza por ocultar la explotación de los pueblos desde remotas instancias de poder. Todo se disimula bajo el disfraz de una confrontación étnica o religiosa,  por un lado, y, por el otro,  con aires de tecnocracia. Y esto sólo es posible por ejecutoria de unos líderes que en otros tiempos habrían sido tildados de “vendepatrias” y condenados al ostracismo. Parece contradictorio, pero no.   
    En todas partes, vemos surgir a personajes que dicen tener una mano muy firme para “servir al país”, al tiempo que lo venden sin contemplaciones y sin regatear ni un poquito siquiera. Personajes como Menem, Yeltsin o Schröder aparecen como por arte de magia al mando de las operaciones… Y permítaseme que no de nombres actuales.
   Simplemente, se ha impuesto el novedoso criterio de que los gobernantes tienen el derecho y el deber de actuar  en contra de los intereses de la gente tras haberse apoderado de la legitimidad democrática. Por lo visto,  en estos tiempos de la democracia de audiencia,  dicha legitimidad está condenada a servir  mecánicamente a una serie de políticas antisociales, validando en todo momento la entrega de bienes y servicios  públicos al mejor postor. Con lo que queda asegurado, para el vendedor, un futuro dorado. Por lo visto, ir contra la gente es lo que distingue a lo buenos gobernantes. Porque ellos saben, siendo sus víctimas como niños pequeños. Claro que también Vikun Quisling sabía… En su tiempo el enemigo al que había que venderse se llamaba nazismo. El de hoy, capitalismo salvaje. Desde una óptica extraterrestre, sin embargo, Quisling y los actuales vendepatrias serán pulcramente clasificados en el mismo archivo.
   Esta crisis no es solo lo que parece (un accidente, un error, la obra de unas manzanas podridas, etc.): hay que estudiarla en su contexto. Aunque uno se quede sin dormir.

jueves, 9 de mayo de 2013

ASÍ NO SE PUEDE SEGUIR: ELECCIONES ANTICIPADAS


   Las investigaciones policiales han puesto en limpio lo que no pasaba de ser una sospecha: durante años, grandes empresarios de la construcción han entregado “donaciones” (léase “sobornos” o “coimas”) al PP a cambio de “adjudicaciones” que les han reportado doce mil millones de euros... No estamos ante un enjuague ocasional, sino ante un método de hacer dinero fácil, un método viejo, muy conocido, más propio de una república bananera que de un país europeo, como también lo será la enconada resistencia a asumir las responsabilidades políticas. Tal y como va la investigación, el partido gobernante carece de autoridad moral para pedirnos sacrificios de ninguna clase.
   Como los “donantes” son grandes los constructores,  se esclarece el misterio de que nuestro país se haya emperrado en la vía del ladrillo, sin atender a razones, hasta caer al precipicio. Sin olvidar que otros constructores menores y más probos verán explicado el mecanismo que los dejó en la cuneta. También se aclara el motivo por el cual los señores Sepúlveda y Bárcenas  han sido sobrellevados con mafiosa solidaridad.
Ya veremos lo que dice la justicia, pero del informe policial se deduce que no estamos ante un problema de “manzanas podridas”, lo que explica la ausencia de remordimientos y la imposibilidad de hacer algo serio al respecto. Estamos ante un escándalo mayúsculo, que dará mucho que hablar a los historiadores.
    La gente tiene motivos para estar muy enfadada. Resulta que este gobierno obedece a los constructores, a la troika, a los banqueros, a los evasores, a los obispos, a cualquier pez gordo que tenga algo que ofrecer, a un Adelson, por ejemplo, que escucha a los magos de la mercadotecnia, que nos machaca con argumentarios imbéciles, pero  que a la gente no la oye ni por casualidad, ni siquiera por elemental prudencia. Se deja ver en esta manía una grave deficiencia moral y política, que viene a sumarse al incumplimiento sistemático de los deberes que le fueron encomendados por la ciudadanía. Ni siquiera se toma la molestia de sustituir a los ministros más irritantes, en un ejercicio de obnubilación que, de manera perversa, confunde con firmeza. Como era de temer, como siempre ha ocurrido en este país, la mayoría absoluta se le subió a la cabeza.   
   A todo esto, intramuros de la derecha se detecta un movimiento adverso contra el presidente Rajoy.  Por cálculo y por ambición, también con cierto sentido de la estrategia y de la autodefena, algunos le consideran el chivo expiatorio ideal. Lo que impresiona es que, en cuanto a las ideas en juego, dicho movimiento se dedique a ofrecer, arrogantemente, más de lo mismo, como si viviéramos en los tiempos de la señora Thatcher y el señor Reagan, lo que es señal clara de rigor mortis intelectual.
    Por el otro lado, se habla de la necesidad acuciante de unos nuevos Pactos de la Moncloa. Suena bien, pero sobre la base actual no es posible ni conveniente: los que andan en ello son los mismos que rubricaron en verano, a escondidas, la modificación del artículo 135 de nuestra Constitución, un pequeño botón de muestra de lo que son capaces. Primero, elecciones, elecciones anticipadas, antes de que sea tarde.

domingo, 7 de abril de 2013

EL TESTIMONIO DE RAÚL DEL POZO


   Refiere el veterano periodista y escritor,  a quien no le conozco ningún pliegue sospechoso, haber visto una parte de los famosos papeles de Bárcenas, más que suficiente para considerar que lo conocido hasta la fecha no es más que la punta del iceberg que se nos viene encima.
     Resulta que había constructores y medios de prensa metiendo dinero en el PP por la puerta de atrás, y  que ese dinero, metido en sobres, se repartía entre ciertos dirigentes y entre “gente importante” de la prensa. Como estamos viviendo en fase de vacas flacas, ese modus operandi, propio de lo que se entiende por tráfico de favores, resulta especialmente escandaloso, con independencia de cómo se depuren los hechos ante la justicia. Y el PP no logrará salir de la fosa séptica en que ha ido a caer por el simple procedimiento de recordar los trapos sucios del PSOE.
    Los papeles que Raúl del Pozo dice haber visto tienen todas las trazas de esconder algo más que un problema de partido. Porque nos ayudan a visualizar la persistencia de usos caciquiles que vienen de muy lejos, un gusto por el compadreo y por abandono de los intereses públicos para dar satisfacción a los intereses oligárquicos.
    La afición a hacer negocios con el respaldo del poder no la inventó el PP, es una de las marcas de fábrica del capitalismo español y una de las causas de su poquedad. Una cosa es hablar alegre y desenfadadamente de privatizar esto o lo otro, de acabar con tales o cuales servicios públicos, y otra muy distinta renunciar a los favorcitos del poder, a los negocios fabulosos y facilones, cosa que a la clase habituada a esos favorcitos ni se le pasa por la cabeza. 
   Ahora sabemos por qué no se tomó ninguna medida inteligente ante la formidable burbuja inmobiliaria, por qué no hubo ningún debate sobre los caminos alternativos y por qué la crisis nos ha pillado en pelotas. Es imposible que un político tenga eso que se llama visión de Estado y sentido de futuro si anda pensando en sobrecitos. Y por descontado que con sobrecitos de por medio el periodismo propiamente dicho, como servicio a la verdad, desaparece… sustituido por eso que se llama propaganda política, algo letal para la conciencia de un país. Lo visto y lo sospechado sugieren que, en términos políticos y periodísticos, ha habido gente importante con un nivel de seriedad y competencia semejante al alcanzado por el señor Urdangarín en el mundo de los negocios. Demasiada gente, y esto es lo que me causa escalofríos. Porque ya no es un asunto de manzanas podridas.

miércoles, 13 de marzo de 2013

CRISIS, ANGUSTIA, ESPERANZA


  Asistimos al final de una época, en España, en Europa y más allá. Estamos metidos en una crisis global, de alcance impredecible, pues lleva a un enfrentamiento frontal entre sus beneficiarios, el famoso 1 por ciento, y  sus víctimas, con la razón y la justicia del lado de estas,  con la fuerza bruta, el dinero y la organización del lado de aquellos.
    Oigo voces melancólicas, que recuerdan los felices noventa y las gracias del fin de siglo, y los lindos años iniciales del siglo XXI, como si en esos tiempos no hubieran sido triturados en serie varios países según la fórmula que ahora se aplica a nosotros como gran novedad.
  La crisis que ahora nos atormenta es el resultado de un proceso de cuarenta años de monomanía neoliberal. Se ha seguido un plan encaminado aniquilar la llamada Trinidad de Dahrendorf (democracia, cohesión social, crecimiento económico) en beneficio de los muy ricos.
    Estamos ante una obra de la propaganda, el soborno y el chantaje. No hay en todo ello el menor atisbo de respeto por lo que antes se llamaba bien común. No hay tampoco asomo de racionalidad, pues los que nos han traído hasta aquí  van alocadamente a lo suyo, como en su día fue Hitler. Es de temer, por lo tanto, un desastre global,  que puede dejar pequeños a todos los anteriores.
   Es el  momento de recordar que el  movimiento elitista se coló en nuestro país en el peor momento, a la salida de la dictadura. La democracia resultante se ha visto reducida a un grato fenómeno de superficie que algún día los historiadores describirán como una simple concesión política encaminada a encubrir una jugada maestra del poder oligárquico de aquí y de allá.
   Tanto el PSOE como el PP se entregaron, aquel bajo cuerda y este descaradamente, al neoliberalismo económico, renunciando de plano a sus respectivos ideales programáticos, dejándose llevar por el espíritu de los tiempos, sin el menor reparo, sin el menor atisbo de personalidad, sin el menor sentido de futuro. Se dejaron llevar, se dejaron utilizar por las altas instancias planetarias, y a buen seguro que acabarán “a la italiana”, como los socialistas de Craxi y los democristianos de Andreotti.  Todo el entramado legal trufado de astucias que nos impidió ponernos a la altura de la Europa social y que nos dejó atados de pies y manos a los poderes financieros se firmó sin debate alguno, bajo el lema “¡es la economía, estúpidos!”.
   ¿Ha sido  decente entregar las empresas del Estado a manos de unos compadres? ¿Es de recibo que el Banco Central Europeo preste dinero al 1 por ciento a los bancos privados  para que estos hagan un negocio redondo y mecánico por el procedimiento de prestárselo a los Estados al 7 por ciento?  No desde luego. En este casino se juega a lo grande, tan a lo grande que Urdangarin y Bárcenas son minúsculos.
    En nuestro país, la clase dirigente, actuando siempre como vicaria de un poder más alto,  hizo lo posible por quedar bien con la gente, se sobreentiende que no por amor sino razones de mercadotecnia. Hasta que la codicia rompió el saco.  La crisis económica propiamente dicha está siendo aprovechada para acabar con las conquistas sociales, para acabar con la igualdad de oportunidades y con todo lo relacionado con la protección de los más débiles, trabajadores incluidos. Esto forma parte de un plan urdido hace cuarenta años en unos think-tanks del otro lado del Atlántico. Los resultados, a la vista. La filosofía de fondo: el darwinismo social. El propósito: ganar enormes sumas de dinero real o virtual. El objetivo final: una sociedad no igualitaria, como la del siglo XIX, entregada al servicio del 1 por ciento.
    El  esfuerzo realizado por los españoles para conseguir un mínimo de cohesión social y, por lo tanto, de estabilidad y de bienestar, al carajo. De ahí que se socialicen las pérdidas, que se paguen salarios estratosféricos a unos impresentables y se acogote al pueblo. Se apunta a que la gente caiga de rodillas, quedando en situación de ser sobreexplotada hasta la extenuación. El 1 por ciento se frota las manos al ver subir el paro: España volverá a ser interesante para los señores inversores cuando nuestros cuerpos y almas valgan menos que las de un trabajador chino.
   Todo esto es desesperanzador. Sin embargo, la historia no ha terminado. Las mismas personas que en su momento se dejaron deslumbrar por los objetos baratos que, fabricados por esclavos, se ponían al alcance de cualquiera, las mismas que se dejaron deslumbrar por usureros disfrazados de Aladino, las que no protestaron cuando las empresas nacionales construidas con el trabajo de generaciones fueron privatizadas según las pautas del “capitalismo de amiguetes”, las mismas que se tomaron en serio las monsergas sobre el “capitalismo popular”, han dejado de creer. Hasta la conformistas, heridos en su seguridad, dan la espalda a todo eso. El poder establecido ya no tiene que vérselas con una minoría de críticos, sino con una repugnancia generalizada. Mucha gente que se creía muy lista al predicar el neoliberalismo económico, y muy segura, acaba de descubrir que, en efecto, el pez grande se come al chico, y que ellos no son tiburones sino simples sardinas.
    Los esfuerzos del poder establecido por hacerse con las riendas de las conciencias con truquillos de marketing hasta ayer mismo eficaces producen resultados patéticos. En lugar de convencer, irritan. Las poses ensayadas, los discursos con voz firme, las mentiras dirigidas al gran público, cuyas tragaderas hemos tenido ocasión de apreciar en los últimos lustros, todo eso se vuelve contra quien lo practica. Y quizá en ello se esconda una brizna de esperanza. En teoría al menos, la política de la mentira tiene sus horas contadas, como la tiene la época de los robos de guante blanco. Bien entendido que no sabemos qué hará el poder cuando se vea totalmente al descubierto. Según las enseñanzas de la historia, es capaz de meterse en guerras abiertas, en guerras sucias y, por descontado, de robar a cara descubierta. Quedemos advertidos.