viernes, 6 de diciembre de 2013

¿MONARQUÍA O REPÚBLICA? (II)


  Según las estimaciones de Julio Anguita, podríamos tener una República en un par de años… Hay mucha gente desencantada que, visto lo visto, se apunta al proyecto. Sobre todo gente joven, que viene a sumarse a los veteranos republicanos que dieron su plácet a don Juan Carlos por entender que ofrecía el único puente disponible para pasar del franquismo a una sociedad abierta, personas de mayor edad que hoy se sienten burladas.
    De pronto, como si fuera noticia, unos y otros descubren que don Juan Carlos fue nombrado por el general Franco, lo que se utiliza como argumento supremo contra él, después de las consabidas alusiones a sus amistades peligrosas, al yate, al elefante, al caso Urdangarín y demás. Quien menos te lo esperas, tiene la lista de agravios completa en su cabeza y se irrita al ver una instantánea del rey brindando con altos empresarios.
    Pues bien, sin ignorar esa lista, yo he puesto sobre el tapete la inconveniencia y la inoportunidad de segarle a don Juan Carlos la hierba bajo los pies. ¿Una ingenuidad y una cobardía por mi parte, como me han dicho? Si yo fuera ingenuo en este punto, la situación sería todavía peor de lo que me parece hoy, de peor pronóstico, de peor arreglo.
   Porque, para empezar, mientras IU apunta a una República, el PSOE no, lo que quiere decir que la izquierda acabaría yendo a las urnas en completo desacuerdo en asunto tan capital, metida en una disputa que enturbiaría el ánimo de sus votantes y pondría en fuga a los segmentos más conservadores y timoratos. Es fácil imaginar quién se aprovecharía de ello cumplidamente.
    Estamos ante un asunto de poder y mis detractores, movidos por principios y por sentimientos, no lo tienen en cuenta. Que una República puede ser tan desastrosa como una Monarquía no entra en el razonamiento.
    Se imagina la traída de la Tercera República como un acto de justicia, como algo que debe caer por su propio peso, sin prestar la debida atención a las estimaciones sociológicas, a la pesada inercia, a la correlación de fuerzas, y menos aun a la existencia de elementos extremosos de la derecha que se la tienen jurada a don Juan Carlos por haber traído la democracia liberal,  gentes capaces de guiarse por el principio de que cuanto peor, mejor. ¿Hacia dónde se va por ahí, en tan pésima compañía? Creo que a ninguna parte, a lo sumo a una República más inestable que la de 1931.
    Hay que tener en cuenta que la Bestia neoliberal se ha lanzado al asalto final de este país. Aquí y ahora de lo único que se trata es de pararle los pies, antes de que  nos haya desnacionalizado por completo, antes de que nos encierre entre alambres de cuchillas.
    Pensando en la urgencia de hacer frente a la Bestia, un imperativo de supervivencia, pienso que debemos mantenernos firmes en torno a la Constitución de 1978, lo que implica, obviamente, una negativa a emprenderla contra la Monarquía. Entiendo que, para hacer frente a esa Bestia, lo ideal es que luchemos juntos, con esa Constitución por bandera. Y cuando digo juntos me refiero al monarca también.
    Don Juan Carlos pudo hacerse con una legitimidad que no tenía a partir del punto y hora en que apostó por la democracia y por dejar atrás el franquismo, haciéndose valer como rey de todos los españoles y no sólo de los del bando vencedor. Sobre otra base no habría podido reinar. Enfrentado con el pueblo no habría ido a ninguna parte a pesar del poder omnímodo que formaba parte de la herencia del dictador. Y porque nos trajo la democracia, renunciando a ese poder omnímodo, se hizo acreedor del agradecimiento general. Su actuación, realizada con visión de estadista, fue decisiva. Pues bien, yo creo que la historia le está obligando a una actuación  no menos trascendente. Porque ahora le toca ponerse de parte del pueblo, en contra de la Bestia. Creo que sería una estupidez segarle la hierba bajo los pies simplemente por tales o cuales anécdotas. Una estupidez, porque es una forma de dividir nuestras fuerzas y de empujarle al campo contrario.
    Mis detractores me hacen notar que mi planteamiento es ingenuo, porque, según ellos, a juzgar por lo ocurrido, don Juan Carlos ya se la ha jugado, poniéndose de parte de la minoría cleptocrática que nos está llevando a la ruina. Si así fuese, este escrito mío sería a la vez ingenuo y trágico, esto por descontado, tan ingenuo y tan trágico como lo que he escrito en el post anterior sobre la Constitución de 1978.
   Pero, ¿sabemos ya lo que piensan y lo que se proponen hacer don Juan Carlos y su hijo? Conjeturo que ambos deben estar sopesando las cosas con la vista en el futuro que llama imperiosamente a la puerta. Imagino que ya se han dado cuenta de que la pretensión de “borbonearnos” con unas lindas palabras no tiene porvenir en estas circunstancias de ahogo generalizado.
   ¿De qué lado están y estarán don Juan Carlos y su hijo? Esto es lo decisivo y solo ellos pueden responder. Yo lo único que sé es que las monarquías que traicionaron al pueblo para servir a una oligarquía cleptocrática acabaron mal, merecidamente mal. Me cuesta creer que nuestra Monarquía vaya a caer en una trampa histórica tan obvia. En todo caso, un poco de paciencia; la aclaración no tardará en llegar.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

LA CONSTITUCIÓN DE 1978 (I)


   Mi  post titulado “¿Hacia un período constituyente?” me ha valido algunas críticas, e incluso la acusación de ser ingenuo y  cobarde por andarme con “miramientos” en lo que se refiere a la Constitución, la Transición, la Monarquía y la Iglesia. De modo que me toca volver a las andadas. Empezaré con el tema de la Constitución, cuyo aniversario se celebra este mes.
    Como he dicho, hoy se habla mucho de cambiarla, e incluso de que es demasiado vieja, como si se tratase de una prenda de vestir. Lo que veo y oigo y también las efervescentes críticas que he recibido, todo me reafirma  en la creencia de que es mejor dejarla como está (eliminando, claro, el infame artículo 135).
    Creo que tiene razón el señor Miquel  Roca cuando dice que hoy no existe el consenso suficiente como para acometer la empresa.¿Nos apetece pasar a la historia como autores de una Constitución chapucera, del gusto de una mayoría coyuntural? ¿Sacaríamos algo en limpio discutiendo en esta atmósfera enrarecida?  Creo que no tiene sentido meterse en semejante berenjenal.
    El PSOE apunta a un Estado federal, Izquierda Unida a una República,  UPyD a controlar las derivas autonómicas... Como dice Roca, no hay consenso acerca de lo que conviene hacer. Las discusiones serían dignas de la torre de Babel. Y esto, creo yo, no nos lo podemos permitir en estos momentos, porque nos la estamos jugando.
    El asalto definitivo de la Bestia neoliberal no nos puede pillar sin Constitución, enfrascados en una trifulca de familia. Tenemos a esa fiera encima, azuzada por fuerzas exteriores que disfrutarían de lo lindo al vernos peleados y divididos por cuestiones que no vienen al caso.
      Confieso que  no estoy de humor para meterme en debates en torno a si es mejor una Monarquía o una República cuando amenazan con comerme por los pies. Y no creo ser el único que anda falto de humor. Lo urgente es darle la batalla a la Bestia, y puedo considerar una forma de marear la perdiz y de dar largas a la defensa de este país venirme con ardores republicanos, soberanistas,  centralistas y demás. Y una forma de engañarme, de dejarme indefenso. Esto sin entrar en lo raro que me suena el “federalismo asimétrico”, por no recordar lo que decía Ortega, aquello de que la mejor manera de agravar el problema nacionalista  es  creer que precisamente uno tiene la solución… Ya me veo discutiendo con personas próximas sobre temas que habíamos acordado que no volverían a separarnos.
     No sé por qué motivo tiene que ser de progresistas soñar con una nueva Constitución, habida cuenta de que la Constitución de 1978 es, oh ironía, más progresista de lo que hoy se estila. Otra cosa es que su espíritu haya sido desatendido por quienes tenían el deber de tenerla en todo momento encima de la mesa.
    Y también es más liberal de lo que hoy se estila, por lo que me da grima que se nos vaya a venir encima una losa absolutista de un signo o de otro, a juzgar por las pasiones del momento y por la pulsión de cortar el nudo gordiano que detecto en los discursos de unos y de otros. Me gusta que sea una constitución liberal, sé qué eso es bueno para mí y para quienes no piensan como yo. 
     Y me gusta especialmente porque tiene una interesantísima particularidad: siendo liberal, no es neoliberal, ni es neocón en ningún sentido. Lo que quiere decir que, si arrancamos de cuajo el infame artículo 135, que data de agosto de 2011, puede servirnos de valladar efectivo contra los embates de la Bestia neoliberal. Ese artículo 135 sí que es neoliberal, y de ahí que sea contradictorio con el texto, por lo que, para cualquiera que se la haya tomado en serio, lo preceptivo sea arrancarlo. Y por cierto que todavía no entiendo la cadena de cinismos y cobardías que hizo posible su  intromisión, ni entiendo que todo siguiese andando como si aquí no hubiera pasado nada, como si fuera normal que la Constitución de un país se prostituyese para darle el gusto a unos chantajistas.
   Recuérdese, por favor, que la Constitución de 1978 fue redactada cuando la Bestia neoliberal aun no había mostrado sus poderes. Ni siquiera tuvo ocasión de emponzoñarla. Y recuérdese que, como señalaba Manuel Fraga, posee un potencial “socializante” nada desdeñable. Si dicho potencial no se ha hecho patente la culpa no es de los padres de la Constitución, sino de lo altos dirigentes de PSOE habidos hasta la fecha, responsables de haber sucumbido a las tentaciones de toda clase de puertas giratorias, en absolutos ajenos a que el PP se diera el lujo de emprender su acometida neoliberal. Porque no lo frenaron, porque no le marcaron ningún límite, porque le invitaron a  olvidar el legado de Manuel Fraga como ellos olvidaron el de Pablo Iglesias, porque se dejaron pringar en un negocio contra la gente.  
   Léase con atención la Constitución y se verá que se pronuncia por una redistribución de la renta más justa y equitativa, y que encomienda al Estado la protección de bienes tales como la vivienda, la salud y el acceso a la cultura. Los derechos del trabajador quedan garantizados. Esta Constitución define inequívocamente un Estado social, obligado a intervenir donde hoy el Estado se hace el distraído para mejor operar en función de  intereses ajenos al bien común.
   Las listezas neoliberales no van con esta Constitución; es más, han sido perpetradas contra ella, pasándole por encima. El neoliberalismo es, a la luz del texto y de su espíritu, absolutamente inconstitucional. De modo que sería de lo más estúpido entregársela a la Bestia como si fuera papel mojado, dando lugar a la imperdonable consecuencia de que fuera precisamente el PP el que tenga la ocasión de envolverse en ella después haberla traicionado sistemáticamente con su neoliberalismo de importación. Si penoso sería darle esa ocasión de capitalizar el voto de los ciudadanos amedrentados ante la perspectiva de un cambio constitucional sobre la marcha, penoso sería también darle le menor ocasión de sustituir, en medio de la previsible confusión “constituyente”, el Estado social definido en 1978 por un Estado neoliberal en toda la regla. Es un peligro a tener en cuenta, a juzgar por el artículo 135.
   De modo que, según lo veo yo, más que dejar atrás la Constitución de 1978, más nos vale volver a ella con la debida seriedad, para que nos sirva de motivo de unión entre gentes felizmente dispares, de modo podamos entrarle a la Bestia con unanimidad y determinación, tanto en España como fuera de ella, en el tablero en el que se dirime la partida de la que dependen nuestro porvenir y el de la mismísima humanidad.
    [Debo añadir que Julio Anguita acaba de declarar que las medidas neoliberales que están afligiéndonos son todas ellas anticonstucionales. Tiene razón. Preguntado por La Sexta acerca de lo que haría él si le fuese dado acceder a la presidencia del gobierno, dio una respuesta que vale la pena recordar: "Aplicaría la Constitución".]

lunes, 2 de diciembre de 2013

¿ESTAMOS PERDIDOS?


     Cuando la crisis dio comienzo, fuimos avisados: como no era cuestión de abandonar el euro, el único modo de no reventar en el sitio era que aceptásemos una rebaja espectacular del precio de personas y de cosas. 
    Y de rebajas continuamos, metódicamente, lo que complace a las más altas instancias planetarias y locales,  pues ya entra dinero, y toda clase de buitres se interesan por nuestros despojos, alzándose con los primeros beneficios de la carnicería. El gobierno se muestra especialmente satisfecho y nos da las gracias por los sacrificios realizados, como si hubieran sido los últimos.
    Está claro el modus operandi. Lo que para algunos no está claro es hasta dónde vamos a llegar por este camino. El deseo de volver a la normalidad es muy fuerte, comprensiblemente. El problema es que la Bestia neoliberal no piensa como usted, buen amigo. Si por ella fuese, se comería a la gallina de los huevos de oro de una sola sentada. Si no lo ha hecho ya es porque tiene un cerebro de parásito, que le aconseja proceder por etapas, un poquito por acá, otro por allá. Lo que menos quiere un parásito es que se le muera la víctima.  Cuanto más le dure, mejor. No por otro motivo el drama sucede tan ceremoniosamente, con los imprescindibles formalismos democráticos. Al final sólo quedará la osamenta, una estampa africana.
    Cuando los españoles valgamos un poquito menos que los chinos, habremos llegado al grado ideal de abaratamiento. Pero ya no seremos nosotros. Ya no pediremos justicia, sino piedad.
    ¿Pero es que una cosa así es posible en España, en Europa? Por cierto que sí. La misma Bestia que se nutre con nuestra sangre y la de nuestros hijos, que negocia con la de nuestros nietos y bisnietos, es la que nos ha hablado de “guerras humanitarias”, la misma que ha bombardeado ciudades enteras so pretexto de capturar a un solo hombre, la misma que está expoliando el planeta y hambreando a millones de seres humanos. La misma. Su respeto por el ser humano es nulo, y si pretende convencernos de que lo tiene en alta estima, miente. Por eso es inútil pedirle que retire el maldito alambre de cuchillas.
    Hace no mucho tiempo, las gentes bienpensantes de Europa no se sentían para nada identificadas con los fugitivos del drama africano, con los espaldas mojadas mexicanos, ni con las ratas de río en general, y hasta disfrutaban comprando cosas salidas de talleres esclavistas.  Pero ahora se disipa el espejismo. Resulta que el alambre de cuchillas está un poquito más allá, por este camino. Más pronto o más tarde nos daremos de bruces con él.
   A ver si nos enteramos de una vez de que la Bestia neoliberal no hace distinciones, de que es capaz de dejar morir a millones de personas con la misma frialdad burocrática de los nazis.  ¿Por qué tendríamos que ser nosotros una excepción? “El pez grande se debe zampar al más chico”. El principio también inspiraba a Hitler. La filosofía de fondo es la misma, como la aspiración al dominio total del planeta, como la demencia.  Por eso no me canso de repetir que o la Bestia neoliberal o nosotros. 

sábado, 30 de noviembre de 2013

EN NOMBRE DE LA LIBERTAD

 Se anuncia una nueva regulación del derecho de huelga, por parecer insuficiente la regulación de 1977… Se anuncia una ley de seguridad ciudadana de corte dictatorial, llamada “anti 15M” o “patada en la boca”. Las dos propuestas de signo anticonstitucional se justifican en nombre de “la libertad”.
   Claro que no hay en ello ningún misterio, por tratarse de una especie de tic de los lacayos de la Bestia neoliberal, que dieron en emplear maniáticamente de la palabra “libertad” allá por los años setenta, listeza que les allanó todos los obstáculos y que les permitió seducir a millones de sus víctimas potenciales.
    Al mostrar sus cartas represivas, el gobierno nos da cuenta, involuntariamente, de lo poco que se fía del “milagro económico” que hoy vocea a los cuatro vientos. Va a seguir torturándonos con sus medida antisociales. De ahí que pretenda blindarse contra huelgas y protestas, pues no le basta con hacerse el sordo.
    Nadie sabe lo que va pasar. El gobierno, tampoco. El proyecto de ingeniería social que estamos sufriendo, aunque calcado del sufrido en otras latitudes, no deja de ser un experimento y él un aprendiz de brujo.
    Al gobierno le toca operar cuando ya nada bonito puede prometer, en plena crisis, cuando la gente ya está con el agua al cuello y de vuelta de todos los sofismas de las escuela neoliberal. En su momento, la señora Thatcher pudo prometer a sus fieles un “capitalismo popular” y una “sociedad de propietarios”. Claro que no para todo el mundo, pues dijo abiertamente que lo que le podía pasar al 30 por ciento de la población, entendida como rémora, le importaba un carajo. Sobre este principio se basó la "revolución conservadora". De buenas a primeras, haciendo suyo el salvaje egoísmo predicado por dicha señora, la clase media se unió a la fiesta, para ser devorada a continuación. Muy triste todo,  y muy visto también.
    Ahora nos toca a nosotros. El famoso “que se jodan” de la señora Fabra ya no se aplica en exclusiva al 30 por ciento menesteroso, sino al 90 por ciento de la población. La clase media española, resultado de décadas de esfuerzo sostenido, se ve, de pronto, ingenua de ella, a los pies de los caballos. Y por eso no tiene nada de sorprendente que el gobierno urda normativas encaminadas a dejarla en el sitio. Los nuevos resortes represivos no apuntan a los gamberros, sino a las gentes normales de todas las edades que hemos visto ponerse en huelga ante la perspectiva de verse catapultadas a la indigencia, o manifestarse pacíficamente, cargadas de razón, en las calles de nuestras ciudades. 

domingo, 24 de noviembre de 2013

HABLA ZAPATERO: EL ARTÍCULO 135


    En agosto de 2011, por la puerta de atrás, el señor Zapatero se puso de acuerdo con el señor Rajoy para lo que yo considero una repulsiva manipulación del texto constitucional, concretada en el artículo 135, por el cual se santifica lo que ellos llaman “estabilidad presupuestaria”, que no es otra cosa que asumir el mandato de dejar el déficit del Estado prácticamente reducido a cero, a lo que se añade el compromiso de pagar a los acreedores extranjeros en primer lugar, aunque ello implique hundir en la pobreza al conjunto de la ciudadanía. El artículo me produce náuseas, por la forma en que fue injertado en la Constitución, sin atender a las formas ni a la coherencia que esta debe forzosamente tener, y por su contenido, ciertamente odioso, por antisocial y antipatriótico.
   Ahora el señor Zapatero nos dice, en una entrevista concedida a El País, que la suya fue una “iniciativa cautelar” y que si no la hubiera tomado España habría sido entregada a un gobierno tecnocrático, presidido por un Monti… ¡Válgame Dios! Preguntado sobre si la “iniciativa cautelar” de marras le fue impuesta desde fuera, contesta que fue de su propia cosecha, “completamente autónoma”. Con lo que queda convenientemente ocultado el oscuro poder que nos chantajeó, obviamente decidido a seguir chantajeándonos de aquí a la eternidad.
    Se concluye que, al tiempo que cedía a instancias ocultas, poniéndonos a los pies de los caballos, el señor Zapatero se puso a cubierto de que dichas instancias antidemocráticas le segaran la hierba bajo los pies. A lo que hay que añadir que, para la salud de nuestro régimen constitucional habría sido mejor que diese la cara por nosotros y obligase a dar la cara a quienes han decidido  hundirnos en la miseria. Y por cierto que si el PSOE sigue tolerando ese artículo infame, no habrá renovación que valga. La famosa “izquierda responsable” acabaría retratada como la izquierda más servil de todos los tiempos.

viernes, 22 de noviembre de 2013

DESPLUMADOS



    La presente crisis está siendo utilizada con maestría por quienes se han puesto de acuerdo para cambiar nuestro modelo de sociedad y para reconducirnos a patadas al siglo XIX. No es una simple crisis económica, es algo mucho peor, es  un “trabajito” de ingeniería social encaminado a aherrojarnos al capitalismo salvaje. Por eso se actúa por etapas, mezclando las lindas palabras con los hachazos.
    El presidente Rajoy acaba de darnos las gracias por nuestros sacrificios, como si hubieran sido voluntarios, como si hubieran servido para algo, como si hubiera llegando el momento de dar las gracias tras haber llegado todos a buen puerto. Mientras se anuncian nuevos hachazos, a padecer, como viene siendo norma, por la parte más débil, parece hasta de mal gusto que nos den las gracias.
    Ya hemos llegado al punto de abaratamiento tal que diversos buitres de por aquí y de por allá se interesan por nuestros suculentos despojos, lo que pone en éxtasis al gobierno, decidido a vendernos como zanahoria lo que desde abajo tiene las trazas de un saqueo.
    Entra dentro del guión ensañarse, con aires tecnocráticos, con la población, según el mandato número uno del capitalismo salvaje (el pez grande se debe comer al más chico), mandato que han hecho suyo los peces gordos, también la ONCE, a la que yo suponía una organización benemérita, hoy dispuesta a pasaportar a la indigencia a los trabajadores del servicio de lavandería hospitalaria del que acaba de apoderarse.
   Todo esto está muy visto. Primero se traficó, en plan capitalismo de amiguetes, con las joyas de la abuela, ahora se trafica con nuestro abaratamiento. De traficar con aquellas joyas, ya dilapidadas, los genios de este negocio han pasado a traficar con los servicios públicos, un jugoso mercado cautivo para presuntos campeones de la competitividad y emprendimiento, expertos en los negocios facilones a cuenta del indefenso contribuyente. Si este pide ayuda, se le ponen toda clase de trabas, y quizá le caiga alguna migaja. Si aquellos piden ayuda, ya es otra cosa, pues el Estado, tan mínimo él, ha cambiado de manos y está a su servicio.
    Como la educación, la sanidad y las pensiones son grandes negocios potenciales para quienes no han pasado de la cultura del ladrillo, ya vemos lo que está pasando y sabemos lo que va a pasar, como lo saben los profesionales de las puertas giratorias y del régimen de sobornos establecido a nuestras espaldas.
    El gobierno cree que, aprovechando su mayoría absoluta, puede dar el golpe de gracia al modelo social preexistente, pisando el acelerador de las reformas. Como no puede decir adónde apunta todo esto –a desplumarnos en beneficio de la pella oligárquica local y transnacional–, sólo puede hacer lo que otros han hecho en estos casos: mentir, hacer gala de una sensibilidad reptiliana, entregar su conciencia a expertos como Arriola, y poner a punto, a ser posible en nombre de la libertad, un sistema represivo-disuasorio  digno de una dictadura o de un mandarinato.

domingo, 17 de noviembre de 2013

¿HACIA UN PERÍODO CONSTITUYENTE?


    ¿Cómo salimos de este atolladero, de este  tétrico sacrificio a los intereses oligárquicos locales y transnacionales? La paciencia de mucha gente se ha agotado.
   Oigo hablar de que es preciso abrir un “proceso constituyente”, pero no hay acuerdo sobre sus alcances. Para UPyD, se trata de abrirlo con la intención de “refundar el Estado”, con propósito de poner coto a la deriva del llamado nacionalismo periférico. Para otros, se trata de regresar al punto de partida, con ánimo de establecer una República, un sueño que, visto lo visto, empieza a cobrar forma en el ánimo de quien menos te lo esperas. Y los clásicos lo tienen claro: Julio Anguita cree posible que tengamos una República dentro de un par de años, José Luis Centella usa la palabra “pronto”.  
   Durante el cónclave del PSOE también se habló de modificar la Constitución, para introducir algunos principios que no están explícitamente fijados  en ella y para dar lugar a un Estado federal, suponemos que asimétrico, satisfactorio para los nacionalismos periféricos.
   Como vemos, la idea de meterle mano a la Constitución está en el aire. Sin duda, guarda relación con el terrible desencanto con respecto a los merecimientos de la Transición que aqueja quienes tienen que vérselas día a día con las amargas realidades. Dicho desencanto, muy justificado, excitado por la sordera gubernamental, da alas al deseo de rehacer el sistema, de arriba abajo o en parte sustancial.
     Es muy comprensible, claro, pero me temo que estemos a punto de meternos en un lío, por falta de consenso, y por una mezcolanza de temas y de voces, siendo obvio el peligro de perder de vista el verdadero problema, que no es otro que el encontrar la manera más inteligente de hacer frente a la Bestia neoliberal y neoconservadora que nos está arrastrando a las crueles coordenadas maltusianas  y ricardianas del siglo XIX.
   Seré sincero: la situación me parece tan dramática que no considero oportuno meternos en un debate constitucional, ni total ni parcial. Pues solo contribuiría a dividir a quienes nos oponemos al presente estado de cosas y a marear y amedrentar a millones de votantes, eventualidad que, a no dudar, aprovecharía el PP, el cual, en franco contraste con los descontentos, afirma que no se trata de modificar la Constitución (aunque ya lo haya hecho en connivencia con el PSOE, como se refleja en el infame artículo 135). La situación nos obliga a reflexionar.
    La Constitución de 1978 tiene sus defectos, desde luego, pero no se crea que es tan sencillo escribir la Constitución perfecta. Además, ¿estamos tan seguros de que el problema radica en su espíritu y en su letra? A mi juicio, el problema radica en su desarrollo, en el uso que se ha hecho de ella, e incluso en el olvido de algunos de sus párrafos más enjundiosos.
    Y por otra parte, ¿estamos seguros de que, activísima todavía la Bestia neoliberal, no podríamos ver laminados precisamente los artículos de mayor contenido social, escritos cuando todavía regían en el mundo los principios que justificaron la creación del Estado de Bienestar y la construcción de la clase media? Dada la actual correlación de fuerzas, bien podríamos ir a por lana y volver trasquilados.
    Aparte de que nos ha servido para entendernos, como texto de referencia común, la Constitución de 1978 tiene potencialidades inexploradas.  Fue escrita –insisto– antes de que la Bestia neoliberal levantase la cabeza.
    Después de haber contribuido a la redacción del texto constitucional, habiéndolo hecho suyo aunque no le gustase del todo, Manuel Fraga hizo notar que se podía hacer “lectura socializante” de esta Constitución.  Lo que nos indica que puede ser de suma utilidad contra la Bestia neoliberal. Porque nada tiene de neoliberal, con la sola excepción del artículo 135, calzado en el texto con nocturnidad y alevosía en  agosto de 2011. ¿Por qué no se ha hecho esa “lectura socializante”? Por la deriva de todo el sistema político hacia las coordenadas del neoliberalismo con la inestimable colaboración de lo que se dado en llamar “izquierda responsable”…
    Por lo pronto, haríamos bien en exigirles al PSOE  y al PP que se comprometan a eliminar cuanto antes ese artículo 135, cuya sola presencia prostituye el documento y deja el destino de los españoles en manos de usureros de por aquí y de por allá. El solito convierte nuestra Constitución en papel mojado, e invita introducir en ella, morbosamente, del mismo artero modo, tal o cual capricho particular, como puede invitar a arrojarla en bloque a la papelera de la historia. Borrado ese artículo, la Constitución recuperará su seriedad y su utilidad,  ahorrándonos, sin duda, muchos disgustos.
    Como los ánimos están encrespados y la situación es insoportable, hay que tener cuidado con las subidas de testosterona y con los errores de cálculo. No olvidemos que nos encontramos ante un asunto de poder. O la Bestia neoliberal o nosotros. Y para salir bien librados no podemos dividir nuestras fuerzas, ni tampoco ir por la vida atacando a diestra y siniestra. Con esto quiero decir, en primer lugar, que la cuestión Monarquía o República no es ahora lo principal.
   La pelea entre republicanos y monárquicos haría las delicias de la Bestia neoliberal, tanto más campante cuanto mayor sea la división y la ingenuidad de sus oponentes. Idealizar la República podría ser, a la luz de nuestra experiencia, tan pueril como idealizar a la Monarquía. Y como este es un asunto de poder, creo que lo primero de todo, antes de emprenderla contra el Trono, es averiguar de qué lado están don Juan Carlos y su hijo.
   La Monarquía pudo ser instaurada y pudo mantenerse sobre el principio de que daría cobertura a todos los españoles y no sólo a la mitad. Y su perduración depende ahora de que la veamos y la sintamos de nuestra parte. Si el rey y su hijo se avinieran a utilizarla como simple herramienta de los intereses oligárquicos, entonces sus días estarían contados, como ellos son los primeros en saber. Entiendo, por lo tanto, que no es nada inteligente amenazarles en vano y ponerlos a la defensiva  antes de saber de qué lado están, algo que, en rigor, a pesar de algunos detalles inquietantes, no es evidente en estos momentos. Sería una torpeza poner a la Monarquía en la acera de enfrente, a priori, sin darle ocasión a expresarse con la debida formalidad. Porque, como he dicho, estamos ante un asunto de poder, siendo de sentido común unir fuerzas.
    En la  misma línea, diré que no me pareció feliz que en el cónclave del PSOE se eligiese este momento para plantear secamente la plena separación de la Iglesia y el Estado. Que esta es una de las asignaturas pendientes ya lo sabemos. Pero hay que andar con cuidado en este tema,  pues,  insisto en ello, nos encontramos ante un asunto de poder. Y a nadie se le oculta que no es lo mismo contar con el apoyo de la Iglesia que con su enemiga. Y que, como en el caso de la Monarquía, no conviene guiarse por prejuicios, sino por hechos, por los hechos de hoy  y de mañana, ¿Está la Iglesia de parte de la Bestia neoliberal o en contra?
     Dar pábulo a las tendencias anticlericales  podría tener por desdichada consecuencia segar la hierba bajo los pies de los católicos que se oponen a dicha Bestia, encabezados, en estos momentos, por el papa Francisco. Tal y como están las cosas, me parecería una torpeza, ya se trate de perpetrarla por unos miles de votos, por una cuestión de principios, por viejas pendencias, o simplemente para encubrir una falta de iniciativa en el verdadero campo de batalla.
   En resumidas cuentas, atendiendo a la correlación de fuerzas en España y en el mundo, atendiendo a nuestros antecedentes históricos, creo que sería un error entregar graciosamente a la Bestia neoliberal el usufructo de la Constitución, de la Monarquía y de la Iglesia. ¿O cree alguien que se podrá hacer frente a la  oligarquía chantajista  en plan adánico? ¡No seamos ingenuos! Sin Constitución, metidos en la batalla entre monárquicos y republicanos, subdivididos a su vez en facciones, metidos en una pelea entre católicos y no católicos, amedrentada y confundida la gente, contando con la cortedad de nuestro ejercicio democrático, ¿cuál sería nuestro destino?