martes, 18 de febrero de 2014

LAS ELECCIONES Y LA IZQUIERDA


Se nos echan encima las elecciones europeas y luego vienen otras, trascendentales. Se nos ofrece una oportunidad de pasar de la indignación a la acción positiva. Hay que poner en su sitio a “los señores de Bruselas”; hay que cortar la gruesa trenza de intereses que amenaza con estrangularnos. ¿Vamos ha dejar a Europa,  como cosa perdida y asquerosa, en manos de esos señores? Espero que no, pero me pregunto cuál es la manera más inteligente de proceder.
   Me alarma la dispersión de las fuerzas de la izquierda. No hay tiempo que perder: la Bestia neoliberal está a punto de arrastrarnos más allá del punto de no retorno. Por no mencionar el auge de figuras como Le Pen y Wilders, que llevan tiempo trabajándose a las clases perjudicadas.
    Sería el colmo que estos extremistas de derecha se llevaran el gato al agua, y el colmo también que con su sola presencia pongan las cosas de tal modo que los expertos de mercadotecnia lo tengan fácil para proyectar el espejismo de que los populares europeos  y los socialistas son  centristas serios y tranquilizadores… Europa necesita una poderosa fuerza de izquierda, y la necesita urgentemente. Porque es en Europa donde se tejen las políticas que luego se aplican como si hubieran caído del cielo.
     En España tenemos a los socialistas ya convertidos en un problema para la izquierda social: han hecho méritos como corresponsables  del infame y antidemocrático negocio que nos chupa la sangre. A diferencia de los populares, no están completamente a sus anchas en ese papel, pero lo han cumplido, para desesperación de miles de votantes otrora fieles. La tomadura de pelo no ha podido ser mayor y hasta hay gente que piensa que las medidas progresistas (ley del aborto, matrimonio homosexual) no han sido otra cosa que distracciones. A este extremo hemos llegado (“ni PSOE ni PP”). La evidencia de que los socialistas hicieron con desgana lo que los populares hacen con entusiasmo no atenúa la repulsión. Que los socialistas españoles pactaran a nuestras espaldas la prostitución de la Carta Magna con el artículo 135 fue el acabose.
    ¿Qué posibilidades tiene el PSOE de recuperar la confianza que ha dilapidado? No lo sé, pero pienso que su encastillamento en la creencia de que todo sigue igual obstaculiza la articulación de una alternativa eficaz. Ya está polemizando a derechas e izquierdas, con una mentalidad de pícaro, como si sólo él pudiera hacer lo que no hizo. Pienso que solo el surgimiento de una fuerza muy potente a su izquierda puede obligarle a renovarse y a hacer sus deberes, entre los cuales figura el de entenderse con sus afines teóricos, comprometiéndose a respaldar la eliminación del malhadado artículo 135.
    Tal y como están las cosas, llegará el tiempo de las coaliciones, y hay que cerrarle el paso a cualquier intentona de coalición formal o tácita de los socialistas con los populares, algo que sería nefasto para la democracia en España. Y esto solo lo podrá hacer una izquierda a la izquierda de los socialistas, capaz de darle el golpe de gracia a este turno tan lamentable como el de la Restauración.  
    En España los socialistas no están solos, pero lo que hay a su izquierda es demasiado complicado y desconcertante para el votante común.  Tenemos a los partidos que han hecho su travesía del desierto, las diversas evoluciones del  comunismo y el socialismo, como Izquierda Unida, y a los nuevos, desde Equo al Partido X, pasando por Izquierda Anticapitalista, todos ellos vinculados a fuerzas europeas. Pero el panorama es más complicado. ¿Monarquía o República? ¿Constitución de 1978 o no? ¿Qué hacer con el problema catalán? ¿Socialdemocracia o qué, anticapitalismo puro y duro?  ¿Unas gotas de pragmatismo o ninguna?
    Además, hay un magma novedoso, una continuación del movimiento de los indignados. Se habla de “empoderar”, de “transversalidad”, de la superación de la dialéctica derecha-izquierda, de trabajo en red; conviene meter el incómodo signo @, no sea que a uno le tomen por un machista; se ve con malos ojos a los líderes y no digamos a los más conocidos; se busca la pureza en lo asambleario, se sueña con una democracia como nunca hubo otra igual, con una gran confianza en la gente que me recuerda –no lo puedo remediar– la ingenua fe de mi generación en el pueblo y en la clase trabajadora. La palabra “partido” a veces suena tan mal como la palabra “liberalismo”, lo que es indicio de que las bases del sistema mismo no han sido comprendidas, lo que es tan fatídico para esta Monarquía constitucional como lo sería para una hipotética República. Algunos piensan que el sistema puede ser construido desde cero, lo que indica que muchos han pasado de la vieja fe supersticiosa en la historia a la ignorancia de la historia. No se ve ningún problema en el hecho de que tales o cuales se autodeterminen. Se da por descontado que la Constitución es pésima, la Monarquía un fósil y la República la solución.
     Todo esto es apasionante, pero lamento decir que poco prometedor de cara a las próximas elecciones. Conciliar los nuevos enfoques con los usos políticos tradicionales y formales, terreno en el que se librará la batalla, es una tarea que va para largo, y encima, mientras el PSOE sigue terne en su monarquismo, Izquierda Unida se reafirma en su republicanismo, una división que pagaremos todos, si no se remedia, en las elecciones venideras.
    Es irónico pero, cuando la crisis ha venido a revalorizar los planteamientos de la izquierda, esta no parece en condiciones de dar el do de pecho, si no por falta de vitalidad,  por dispersión. El problema es grave. De ahí que hayan surgido plataformas ad hoc, como Podemos y Convocatoria Cívica, para ver la mejor manera de resolverlo, tarea nada fácil si tenemos en cuenta las diferencias de fondo, la diversidad de las capillas, las reglas no escritas de una contienda electoral y la  dificultad de encontrar el necesario equilibrio entre las propias ideas y la sensibilidad de los votantes comunes y silvestres, a los que sería estúpido dejar atrás con una necia galopada intelectual por terrenos ignotos.
    Aquí no se trata de lograr un avance testimonial –que es lo que prometen hoy por hoy las encuestas– sino de mucho más. Sería, creo yo, una torpeza meter miedo en el cuerpo a los que ya se encuentran asustados. Hay que encontrar el equilibrio. Otra torpeza sería marear al electorado con siglas y con programas y declaraciones de intenciones más o menos semejantes y redundantes. Esto mientras el adversario vacía sobre nosotros su formidable arsenal de sofismas. ¡No quiero ni pensar en el resultado!
    Por mi parte, dejando a un lado las  cominerías y las urticarias, yo solo veo dos maneras de proceder, contando con lo que nos une, el superior propósito de pararle los pies a la Bestia Neoliberal y neoconservadora. Y las dos requieren buena voluntad.
1)    Poner todos los huevos en la cesta de Izquierda Unida, cuyo nombre indica claramente de qué se trata, y que ya cuenta con una variante, Izquierda Plural o  Izquierda Abierta   (por favor, aclárense) a medida de esta situación. Izquierda Unida ya existe, y está en la onda. Es una fuerza conocida, curtida y en situación de evolucionar, ya integrada en el Partido de la Izquierda Europea (PIE), un organismo prometedor. ¿Qué nos impide “empoderar” a Gaspar Llamazares y a Cayo Lara para que puedan actuar? Son dos políticos experimentados, precisamente lo que aquí hace falta, con la ventaja de que ya saben que la introversión no les llevará a ninguna parte. ¿Por qué no darles esta oportunidad, que se han ganado por su trayectoria? ¿Por una inquina a “los políticos”, por un rechazo mecánico del liderazgo, por amor a las caras nuevas, a los sujetos sin historia, para inflar el propio ego? Y hay otro motivo a favor de Izquierda Unida: cuenta con una organización, esto es, con algo que, no nos engañemos, no se improvisa por medio de Internet. Además, Izquierda Unida tiene entre sus filas a Alberto Garzón, que parece en condiciones de tender puentes entre los mayores y los más jóvenes.
2)      Dar vida a un Frente Amplio. Esto se hace de la siguiente manera: se crea una coalición electoral, los líderes de los distintos partidos se encierran a redactar un programa común, y adelante con los faroles. Recuérdese y estúdiese el caso del Frente Popular (1936). Unos líderes aparentemente irreconciliables, desde radicales a comunistas, acuciados por el empuje de la derecha, lograron pergeñar un programa común. Y el votante entendió  ­–Frente Popular, así de claro– y le dio la victoria aunque la propaganda fue misérrima, nada en comparación con la del otro lado, como ocurrirá ahora. Eso sí, estúdiese ese programa, y se verá que era moderado, sin asomo de lo que se entiende por extremismo, donde moderado no significa deshuesado. Y naturalmente, si se quiere hacer las cosas bien, con sentido de la realidad, habrá que hacer como entonces, aceptar la prioridad de Izquierda Unida –la que tiene un espacio ya ganado–, como entonces le fue concedida a Azaña y a Indalecio Prieto. Y además, no habría que cerrarle groseramente la puerta al PSOE (que decida él).
     Claro que lo que acabo de decir será tomado por estúpido si no se tiene en cuenta el embudo de la ley electoral, si se minimiza la potencia del bando contrario, si se toman a broma las limitaciones de la democracia de audiencia, si se confía en la lucidez del personal. La unión hace la fuerza, pero fue la derecha la que obró en consecuencia.

lunes, 17 de febrero de 2014

EL PROYECTO ANTI ABORTO DE RUIZ-GALLARDÓN


   Como se desprende de mi post precedente, es un proyecto de ley antiilustrado, absolutista y confesional. Me reafirmo en ello pese a las críticas recibidas, añadiendo, para que todo quede bien claro, que la ley de aborto aprobada en tiempos de Zapatero me parece la que corresponde a la época en que vivimos. Hasta me parece muy bien que ofrezca a las menores de edad la posibilidad de actuar sin consultar a los padres.
    Y si esta ley socialista me gusta, imagínese usted mi reacción al conocer la propuesta de Ruiz-Gallardón. ¡Menudo retroceso! Añadía en ese post, una evidencia insoslayable: no hay manera de que un abortista convenza a un antiabortista, y a la inversa tampoco, pues viven en mundos distintos, que es precisamente lo que tiene que tener en cuenta el legislador, absteniéndose de tomar partido. ¿Acaso obliga la ley de Zapatero a abortar? Pues no. ¿Cómo se atreve el PP a prohibir el aborto, obligando a no abortar a quienes desean hacerlo?
    No me apetece entrar el discusión con los antiabortistas, que hagan lo que les parezca mejor. Pero el problema es eso que llaman Ley de Protección de la Vida del Concebido y de la Mujer Embarazada, infumable desde tan grandielocuente, capcioso y sofístico título. Como tenemos un Concebido desde el momento de la fecundación, el aborto pasa a ser un crimen, crimen que, con todo, será autorizado en casos puntuales… de lo que presume Ruiz Gallardón, extremo que, comprensiblemente, irrita a los obispos.
    A partir de ese texto, todas las enmiendas que se introduzcan para “suavizarlo” serán criticadas por los antiabotistas militantes y conducirán a un pastiche  de lo más contradictorio, imposible de explicar en las escuelas. Doy por hecho lo que bien sabe el legislador, a saber, que las personas de pocos medios abortarán en cuchitriles y las otras se tomarán un avión, la mayoría solas por razones obvias.
     Por lo demás, se constata que el legislador, a quien considero capaz de confundir una bellota con un roble, que no distingue entre un embrión y un feto, se arroga el dominio del verbo proteger en lo que se refiere al Concebido. Y se me permitirá que le diga de frente que su idea de protección es como para salir corriendo.
    El ministro se ha declarado en situación de traer al mundo un hijo malformado. Está en su derecho, pero tal declaración no le autoriza a imponer sus ideas a los demás. ¿No sabe que hay madres que han abortado con dolor una criatura que venía mal, no por egoísmo sino por la criatura misma?  
    ¿Sabe realmente el señor ministro de qué habla? Cuando yo tenía doce años tuve la desgracia de que mis maestros me llevaran, con otros chicos, a visitar cierto Cotolengo de Don Orione, donde fui obligado, por considerarse instructivo, a familiarizarme en una especie de gallinero con unas deformes y babeantes criaturas imposibles de olvidar. Lejos de mí la idea de recomendarle esa experiencia, ni a él ni a nadie, porque tuve pesadillas y llegué yo solito a la conclusión de que el Creador no es ni justo ni bueno. Era en los tiempos anteriores a la amniocentesis y el ecógrafo…
   Y en  cuanto a los pomposos derechos de la mujer embarazada, casi mejor no hablar. Sale el ministro y dice que con su ley ninguna mujer irá a la cárcel por abortar. Lo considera un progreso, pero yo no: la mujer es desposeída simultáneamente del derecho de decidir y de toda responsabilidad, pasando de ser el sujeto de su vida, una persona responsable, a ser una menor de edad permanente, una niñita a la no se puede pedir cuentas por sus actos.  Para mejor intervenir desde fuera en su intimidad, lo primero era eso, negarle su autonomía moral.
    Pero, ay, todo el peso de la ley caerá sobre los ejecutores y cómplices del aborto. A efectos prácticos, esto quiere decir que la mujer embarazada que desee abortar se verá convertida en un ser apestado, en una persona sola, que no podrá recurrir a sus allegados si no quiere comprometerlos.
    La mujer no podrá contar con naturalidad ni con su esposo ni con su amante, tampoco con su madre ni con su padre, ni con un buen amigo, todos en peligro de ir directamente al talego. Si algo se hace, habrá de ser cuchicheando, cerrando puertas y ventanas. Y realmente no quiero ni pensar en el desfiladero moral y práctico en que se verán los médicos y el personal sanitario en general. De modo que me parece una ley aborrecible.
    Pero con ello no está todo dicho. En caso de violación parece que se podrá abortar si así lo decide la autoridad competente. Se piensa obviamente en aquellos casos en que una mujer puede quedar embarazada como consecuencia de un atropello brutal, en un sórdido callejón, por ejemplo. Pero, claro, con este inesperado grumo de sensatez, la ley deja insensatamente fuera del campo de visión la complejidad de la conducta humana, donde no siempre es tan fácil discernir matices de gran trascendencia. Hay actos sexuales que, sin suceder en un callejón, ni entre personas que no se conocen, no responden a una sencilla tipificación. La alcoba conyugal, por ejemplo, no es necesariamente un espacio de libertad y hasta puede ser una noche cualquiera tan fea como un callejón. ¿Qué se hace con estos casos? A la autoridad competente sólo le interesan las violaciones en el sentido estricto de la palabra. Quizá acabe viéndolas por todas partes. Pero lo tremendo es que, para  que “hagan algo”, la mujer tendrá que ser paseada con sus sentimientos y penurias, todo bien detallado, como si fuese un mono de feria, por diversas dependencias del Estado, mendigando ayuda, algo a lo que la ley de Zapatero, respetuosamente, no le obligaba. ¿Es normal que se exponga su vida sexual a semejante escrutinio público?
    Por último, quisiera resaltar tres cosas. Una, que en esta ley retrógrada reaparece una repulsiva voluntad de asociar la actividad sexual con la culpa, con el castigo, con el dolor. Está inspirada por la misma mentalidad perversa que se opuso al uso del éter para aliviar los dolores del parto. Dos, desprecia militantemente uno de los principales progresos de la conciencia humana, un logro que debemos a la psicología y a la pedagogía. Porque hoy sabemos que el satisfactorio desarrollo del ser humano tiene como punto de partida el hecho de haber sido deseado por sus padres. Si esto suena demasiado poético, escribámoslo así: el ser humano tiene derecho a iniciar su singladura sin la hipoteca de haber sido considerado un intruso, un ser no querido. Y las autoridades nada saben de eso. Solo los padres,  especialmente la mujer, saben. Y tres, que si esta ley aborrecible sigue adelante, vendrán otras de parecido jaez. Peligraría, por ejemplo, la píldora del día después, peligraría el matrimonio homosexual, etc., aunque solo fuera por razones de coherencia carca, y probablemente la libertad de expresión correría peligro, pues al final será delictivo razonar a favor del aborto, un “asesinato”, un”genocidio”…

miércoles, 12 de febrero de 2014

EL PARTIDO POPULAR, EL ABORTO Y NUESTRA CRUZ


     Como un solo  hombre votó  el PP que siga su curso la tramitación de la ley antiabortista del ministro Alberto Ruiz-Gallardón, y como un solo hombre se aplaudió a sí mismo al alzarse con la victoria  en el Parlamento. Ha sido un triste espectáculo, tan memorable como el que nos avergonzó con motivo de la guerra de Irak. Las mayorías absolutas son desastrosas en este país, pues se suben a la cabeza de sus usuarios como un narcótico, lo que deja ver algo peor que la falta de praxis democrática: sale relucir una pulsión absolutista con los correspondientes tics y automatismos.  Esta es nuestra cruz, a la que no veo manera de acostumbrarme.
      Léase el texto de la “Ley de Protección de la vida del concebido”, óigase a Ruiz-Gallardón, sopórtese a sus corifeos, atiéndase a los loros y a los que se deciden a hablar, que llegan a equiparar el aborto hasta la fecha legal con un acto terrorista, y pocas dudas pueden quedar: los que se decían liberales y de centro son inequívocamente absolutistas de derechas. Resulta que no han entendido el porqué filosófico y político del liberalismo, lo que resultaría risible si no fuera trágico. Esto es lo que acaba de demostrarse a la luz del tema del aborto, de este anteproyecto de ley que, ni retocado y repintado, podrá esconder su filiación absolutista de signo confesional, con la correspondiente carga de machismo y de oscurantismo.
    El liberalismo obedece la necesidad de hacer posible la convivencia de personas que no comparten la misma religión y la mismas ideas, necesidad evidente a partir del punto y hora en que se reconoció la quiebra de la unidad religiosa y el carácter problemático de la verdad.  Por lo que se refiere al aborto, a nadie le puede sorprender que tenga partidarios y detractores, pues ello forma parte de lo que se entiende por una sociedad liberal, esto es, abierta y plural. Es más, ya sabemos, hasta el hartazgo, que un antiabortista jamás convencerá a un abortista, ni a la inversa. Viven en mundos distintos y, apercibido de ello, el legislador no puede tomar partido al modo de Ruiz-Gallardón. Porque al hacerlo está vulnerando el principio liberal, como lo vulneraría el abortista que se empeñase en imponer el aborto en tales o cuales casos.
     La verdad es que no se entiende muy bien por qué el PP nos ha arrastrado a este desfiladero. ¿Para halagar a su facción extremista? No está claro, porque no parece arrastrar a un número significativo de votantes? ¿Para satisfacer a los obispos? No está claro tampoco, porque ni siquiera aceptan el aborto en caso de violación, aunque esta la defina la autoridad competente y no la víctima. ¿Para ponerse en  sintonía con los neoconservadores norteamericanos? Podría ser, pero no parece posible que en la España de hoy se puedan encubrir los verdaderos problemas como se hace en la América profunda, donde se hace política, maníacamente, “en nombre del feto” (Harold Bloom). ¿Por aquello de ahora o nunca?  En cualquier caso, mal asunto, con la correspondiente llamada a la confrontación.

domingo, 9 de febrero de 2014

CARLOS PARÍS



    Ha fallecido Carlos París (1925-2014), mi querido maestro, y me he quedado pensando en todas las cosas buenas que le debo, incluido el ejemplo inimitable de su filosófica manera de envejecer, tan fructífera, e incluso tan prometedora (pues este hombre iba a más).
    Lo primero que le debo es su departamento de Filosofía de la Universidad Autónoma de Madrid. Me parece una hazaña que fuese capaz de crearlo en aquellos tiempos tan oscuros, tan franquistas. Era una completa y espléndida anomalía.
    Recuerdo como si fuera ayer el día en que Dionisio Ridruejo me convenció de que siguiera estudiando mi carrera, de que era una estupidez por mi parte despreciarla por el fastidio que me producían los dos años “de comunes”. Un poco de paciencia, me dijo, y podrás disfrutar de un departamento de Filosofía que parece hecho a tu medida. El tiempo le dio la razón a Ridruejo. ¡Menos mal que perseveré! Cuanto más viejo me hago, más agradezco, con mayor conocimiento de causa, el privilegio de haber estudiado en ese departamento.
    Carlos París había congregado un extraordinario elenco de profesores, todos estimulantes, todos ajenos a la somnolencia de los dogmas que regían en otros espacios universitarios, personas que, de no haber conocido en su salsa, hubiera considerado no posibles en aquellos tiempos. París encontró a su gente y ella a él, para gran disgusto del poder establecido. Allí estaban, entre otros, mis  inolvidables Alfredo Deaño, Ubaldo Martínez Veiga, Tomás Pollán, Julio Bayón, Diego Núñez, Pedro Ribas, Antonio Ferraz, Santiago González Noriega y Fernando Savater. Haya sido yo un buen o un mal alumno, seguro estoy de que de no mediar estos profesores mi configuración intelectual sería otra, mucho más pobre.
    En segundo lugar, le debo a Carlos París su defensa de los alumnos nocturnos, amenazados de extinción un año tras otro. De modo que llegué al final de mi carrera gracias a él, gracias a su firme oposición a lo que se entiende por una universidad clasista. En tercer lugar, le debo que viniese a darnos clases aunque sólo fuéramos dos. “Venga ya”, me decían los incrédulos, “¿dónde se ha visto que un catedrático se tome tales molestias?” Él se las tomaba, desde luego, y aquellas clases eran una gozada. Cuando el indocto y retrógrado rector Julio Rodríguez nos cayó encima, las clases continuaron, en su casa.
     En cuarto lugar, tengo que agradecerle su amplitud de miras. Si alguna vez me sentí atrapado en el laberinto de Carnap, fue para que él me lanzase a las aguas purificadoras de Feyerabend. Su capacidad para presentar con placer a pensadores opuestos, para valorar con deleite las aportaciones de los grandes y de los pequeños, era de lo más instructiva y liberadora. Le debo a Mach, pero también a Meyerson.
    Como no le gustaba repetirse, se lanzaba a nuevas aventuras, y uno llegaba a sentirse copartícipe de sus andanzas y descubrimientos. De hecho, formaba parte de su magisterio la invitación a participar. Sabía escuchar y respetaba los conatos reflexivos de sus alumnos, con paciencia, sin abrumarlos con su tremenda erudición, con una simpatía muy suya.
    Me abrió los horizontes de la Filosofía de la Ciencia y de la Filosofía de la Técnica, y además me invitó a acompañarle por los caminos de Ulises y don Quijote. Todo ello con su elegante combinación de rigor e improvisación, siempre muy por encima de lo que se entiende por letra muerta.
    Considero que su replanteamiento de la antropología filosófica figura entre sus grandes aportaciones. En esta rama del saber, tan penosamente descuidada, hacía falta un Carlos París, no me cabe duda, siendo sus aportaciones tanto más vigentes y urgentes cuanto mayor es el oscurantismo que nos ronda en lo tocante a nosotros mismos. Siempre habrá que volver a su libro El animal cultural.
    Cuando yo reaparecí en la universidad con ánimo de hacer mi doctorado, aceptó de buen grado la dirección de mi tesis sobre Nietzsche, aunque este no fuera santo de su devoción. Y esto, claro, le honra en mi recuerdo.
      Añadiré que era el único comunista no dogmático que he conocido, el comunista-humanista posible, es decir, el verdaderamente necesario. Que fuese capaz de ir desde las coordenadas del franquismo en que fue educado hacia el lado contrario, su lado, esto es, de ir de derecha a izquierda, justo lo contrario de lo que se acostumbra, arrostrando por ello toda clase de incomodidades, como el hecho de que fuese tan realista y tan utópico a la vez, he aquí elementos  que forman parte de su legado intelectual y moral, su marca filosófica, pues en su caso la teoría y la praxis no iban por separado. Aunque me quedan sus enseñanzas y sus libros, sé que le echaré muchísimo de menos. Descanse en paz mi buen profesor.

lunes, 3 de febrero de 2014

EL CENTRO-DERECHA, UN ESPACIO POLÍTICO ABANDONADO



     El reparto de espacios surgido de la Transición se ha visto sometido a una modificación que no entraba en los planes de sus arquitectos.
     En el centro-izquierda, tras un corrimiento hacia la derecha, encontramos, más o menos inmóvil, al PSOE, pero del otro lado es inútil buscar: el centro-derecha ha sufrido un corrimiento espectacular hacia estribor. Así se explica que en ciertos medios se hable de “izquierda radical” en referencia al PSOE, un efecto óptico debido al distanciamiento con respecto a la posición inicial.
     Como el PP sigue reputándose de centro-derecha parece que todos sigue igual, pero no, pues ya ha sucumbido a la atracción del modelo neoliberal-neoconservador, situado a unos mil kilómetros de lo que en España se considera “de centro”.
      El elitismo, el servicio a los intereses oligárquicos y confesionales, todo esto viene en el lote de esta derecha, ya incompatible con los usos y costumbres que nos habíamos dado. De ahí que sus propios votantes hayan caído en la estupefacción, y me refiero a los de derechas de toda la vida y a los propiamente centristas.
     Y en estas estamos cuando unos disidentes del PP dan vida a VOX, que también se declara de centro-derecha... Más neoliberalismo-neoconservador, esto es lo que aporta VOX. Apuesta por una reducción-recentralización del Estado, en la línea neoliberal, cosa que, a su parecer, Rajoy debería haber hecho ya sin atender a ninguna consideración por las víctimas, y por la bajada de impuestos que viene en el catecismo de la secta.
     Como los de VOX  son tan antiabortistas como Gallardón, como son tan neoliberales y tan neoconservadores como los del PP, no tienen ni la menor posibilidad de atraerse a los desconcertados votantes del centro, lo que no quiere decir que no sean capaces de gravitar sobre el partido que acaban de abandonar y que acaso pretenden copar de aquí a poco. Para ellos, y esto lo dice todo, Rajoy es un socialdemócrata encubierto, otro error de perspectiva, motivado en este caso porque él preside el gobierno y no puede actuar como ellos quisieran, como el caballo de Atila, como si el catecismo del profesor Schwartz se pudiera aplicar a rajatable sin que este país saltase por los aires.
     Ya se ve qué consecuencias ha tenido para nuestro sistema de partidos la ingenua caída del PP en los brazos del neoliberalismo-neoconservadurismo. Lo que de él sale, viene con la misma marca. Esto es lo que siempre sucede cuando se cae en las garras de un catecismo de tres al cuarto. Al final, las cabezas supuestamente pensantes acaban teniendo que ser clasificadas en función de su fanatismo o, en su defecto, de su hipocresía.
     Particularmente ilustrativo y penoso es lo sucedido en relación a los nacionalismos periféricos. Se diría que el PP da muestras de haberse intoxicado con sus propios rollos sobre la complicidad de Zapatero con la mismísima ETA. De modo y manera que, al tener que cumplir Rajoy el dictamen del tribunal europeo, sus propias huestes se le han echado encima. Quien siembra vientos cosecha tempestades.
     Estamos asistiendo a una nueva puesta en escena del nacionalismo español, en respuesta a los nacionalismos periféricos, en un lenguaje que agravará a estos, y que dará lugar a un fenómeno odioso: una patriótica defensa de España, pero sólo de puertas para adentro, en relación a esos nacionalismo periféricos, y no frente a los tiburones exteriores que la tienen acosada. Y podría suceder que los tremendos problemas de este país acaben todos ellos sepultados bajo la retórica y los hechos de la confrontación doméstica, para gran deleite de dichos tiburones y de sus asociados locales.

domingo, 12 de enero de 2014

LA IGLESIA Y LA BESTIA NEOLIBERAL (IV)


     Estimulada por los éxitos de la mercadotecnia religiosa de allende los mares, por el agresivo dogmatismo neoconservador en temas sensibles como el aborto o la homosexualidad, por el repunte de la moral victoriana propiciado por la señora Thatcher y el señor Reagan, devoto de la Moral Majorty, la Iglesia católica se olvidó del Concilio Vaticano II, metiéndose un espectacular viraje retrógrado, adaptándose, una vez más, al espíritu de los tiempos.  
    La reaparición de la Religión como asignatura escolar en la ley Wert y el proyecto de ley sobre el aborto del ministro Ruiz Gallardón habrían sido impensables de no mediar ese movimiento retrógrado. El relanzamiento de la religión y los ataques contra el aborto forman parte del síndrome neoliberal-neoconservador, por definición antiilustrado, cuyos efectos la Iglesia católica quiso aprovechar en beneficio propio durante las últimas décadas, como si los telepredicadores norteamericanos tuvieran algo que enseñarle.  
    No es de extrañar, por lo tanto, la revalorización de las sotanas y las casullas, ni los pronunciamientos contra el preservativo, como tampoco el hecho de que un hombre de Dios haya osado definir la enfermedad del diputado Zerolo como un castigo divino. Todo esto viene en el lote, siendo, como siempre, muy difícil saber si nos encontramos ante casos de fanatismo o de simple hipocresía.
     Lo único claro es que se pretende devolver las conciencias a las coordenadas preilustradas, en un patético intento de recuperar el pleno dominio sobre ellas. Como no estamos ante un asunto meramente pintoresco sino ante un asunto de poder, se vuelven a oír voces anticlericales claras y distintas. 
    La irritación que producen las alevosas medidas retrógradas de los señores Wert y Gallardón acaba cargada en la cuenta de la Iglesia, que así se expone a que, ya que los señores financieros tienen medios sobrados para irse de rositas, sea ella, más débil, la que tenga que pagar el pato en primer lugar. Y de paso, todos nos vemos expuestos a que nuestros verdaderos problemas sean torticeramente ocultados por un loco cacareo sobre temas que este país había dejado atrás con realismo y sabiduría.
    Coincide todo esto con la llegada del papa Francisco, de quien ya se puede decir que ha inaugurado una nueva etapa, por su estilo, por sus palabras y sus actos, un jarro de agua fría sobre la recalentada conciencia de los elementos neoconservadores. La situación es, pues, novedosa, y sería una torpeza juzgarla mecánicamente según la plantilla anticlerical de toda la vida. En cuanto dichos elementos neoconservadores salgan de su estupor, le harán la vida imposible al papa Francisco, y si no queremos hacerles el juego, más nos vale echarle una mano, a él y a la parte de la Iglesia que se encuentra tan deseosa como nosotros de poner fin a la asesina dictadura neoliberal.
      ¿Ha concluido el giro retrógrado de la Iglesia? Tal parece.  Las  finas antenas vaticanas han detectado que hemos llegado al final de una época y de que la gente está  harta de los usos infames del poder. Creo que precisamente por eso ha podido llegar Francisco al papado y adelantarse genialmente a otros dirigentes planetarios, todavía engolfados en un status quo que la gente odia con todas sus fuerzas.  Ya ha dicho lo que opina del capitalismo salvaje. De modo que segarle la hierba bajo los pies a él y a los católicos contrarios a la Bestia neoliberal sería un error lamentable, probablemente fatal para la causa. La pretensión de pararle los pies a dicha Bestia en plan adánico está condenada al fracaso. De ahí la importancia de la Iglesia, de lo que ella haga y de lo que nosotros hagamos en relación con sus hechos. Si en su momento fue decisivo el  Concilio Vaticano II para dejar al franquismo fuera de juego, algo podemos esperar de este papa, seamos católicos o no.
      Si Francisco se mantiene firme frente a la Bestia, si deja fuera de juego a los fanáticos y dogmáticos, si contribuye a restablecer la convivencia entre progresistas católicos y no católicos, y si le muestra al PP el camino de salida de la trampa neoliberal y neoconservadora en que se ha metido, señalándole la incompatibilidad del abecé del cristianismo y estos fraudes despreciables, habrá hecho bastante. Por lo que considero que los instintos anticlericales están ahora claramente fuera de lugar.  Contra la Bestia, lo importante es la unión, no me canso de decirlo.

viernes, 10 de enero de 2014

LA TRANSICIÓN (III)


     Por un lado tenemos a quienes consideran que la Transición es digna de una admiración sin límites, por el otro a sus detractores, que la consideran el apaño oligárquico que nos ha llevado al presente estado de cosas.
    Y como son precisamente los defensores de la Transición quienes defienden también el status quo, lo que se lleva entre gentes progresistas es condenarla, como pecado original de esta democracia de calidad menguante.
    Se  pueden poner muchas pegas a la Transición, pero, ¿de qué otra manera se hubiera podido pasar de aquella dictadura a la democracia? Dadas las circunstancias, la Transición, que no fue obra de un solo hombre, ni tampoco de una camarilla, merece ser recordada como un éxito colectivo. Creo que las cosas se torcieron después. Cuando los tramos más peliagudos habían quedado atrás, superados, el impulso democratizador empezó a fallar. Lo que no se hizo durante la Transición, ya no se hizo, ni siquiera algo tan elemental como restituir la dignidad de los que todavía yacen en las cunetas.
    De la necesaria adaptación a las circunstancias que hizo posible la Transición se pasó, en poco tiempo, a un permanente ejercicio de acomodo a los intereses del poder más cutre y egoísta.
    Y no nos engañemos: no cabe echarle la  culpa a Adolfo Suárez, ni tampoco a Leopoldo Calvo-Sotelo. El proceso degenerativo dio comienzo durante el dilatado mandato de Felipe González. El acomodo del PSOE a dicho poder cutre fue tan patético que el PP se pudo dar el lujo de prescindir del contenido social que formaba parte de la herencia de Manuel Fraga.
    Según los sociólogos, el país se encontraba en las coordenadas del centro izquierda, pero los partidos hegemónicos, aprovechándose de la relajación general, se fueron juntos, ladinamente, hacia la derecha pura y simple, ya satisfechos con el compadreo en las alturas y con la vista puesta en las puertas giratorias.
    Si la Transición estuvo marcada por el aire de los años sesenta y setenta, un aire progresista y justiciero, lo que vino después  se vio determinado por la corriente neoliberal, a la que el PSOE y el PP sucumbieron sin la menor personalidad. Mientras la gente disfrutaba por primera vez de los usos de una sociedad abierta,  durmiéndose en los laureles y confiando tontamente en sus representantes electos, estos partidos abrieron la puerta no sólo a las obsesiones neoliberales en materia económica. Se la abrieron también a la burda filosofía neoliberal y a los modos y maneras de la mercadotecnia política de importación, de devastadores efectos sobre cualquier democracia pero fatales para una democracia de tan corto recorrido y tan cortas raíces como la nuestra.
    Si se puede afirmar que tuvimos la inmensa suerte de que la Transición tuviese lugar cuando el espíritu de los sesenta y setenta seguía vigente en el ancho mundo, tuvimos la desgracia de que nuestra joven democracia se diera de bruces con el neoliberalismo, un movimiento desnacionalizador, oligárquico, antisocial y esencialmente antidemocrático. Echarle la culpa a la Transición es una forma de eludir responsabilidades y de ocultar la aberrante gestión de su legado.
    Desde los mismos orígenes del sistema democrático moderno se ha venido repitiendo una jugada consistente en otorgar a los pueblos unos maravillosos derechos a cambio de arrancarles una legitimidad encaminada a mejor desplumarlos bajo el imperio de la ley, como ya se vio en los celebrados casos de Inglaterra y Estados Unidos hace más de doscientos años. Pero creo que nos podríamos haber ahorrado la conocida trampa de no mediar el desfallecimiento culpable de la voluntad democratizadora que hizo posible la Transición. ¿Dónde estaba escrito que el PSOE tuviera necesariamente que pasarse de rosca?
     Hoy se habla mucho de la necesidad de emprender una Segunda Transición. Suena bien, pero me da grima que tal cosa se plantee cuando la Bestia Neoliberal no ha sido vencida. No vaya a ser que acabe por imponernos su lógica, porque en tal caso perdidos estaremos y lo que hasta la fecha es inconstitucional, será perfectamente legal. Desplumados y acosados, acabaríamos aborreciendo la democracia liberal tanto como Marx, por las mismas razones.
     Y desde luego que no deja de tener su parte de sarcasmo el hecho de que sean defensores del estatus quo quienes más se llenen la boca con bellas palabras sobre la Transición. Que los mismos que traicionaron su sentido para mejor medrar de espaldas al bien común la soben de esa forma es algo que, sinceramente, me da asco.