jueves, 27 de noviembre de 2014

PODEMOS, LA IZQUIERDA Y LA DERECHA

A Cayo Lara le desagrada que Podemos haga gala de ambigüedad en lo tocante a su posición en el espectro político. Pablo Iglesias ha dicho que su ADN personal es de izquierdas, pero  no lo hace extensivo a Podemos. El nuevo partido pretende trascender la dialéctica/izquierda derecha, un enfoque trasnochado según nos cuentan. Hay al respecto una diferencia significativa entre IU y Podemos.
    Entiendo el recelo de Cayo Lara, y lo comparto. Norberto Bobbio decía, a mi juicio con razón, que un partido no puede ser a la vez de izquierdas y de derechas. Creo que en algún punto de su trayectoria Podemos se topará con esta evidencia insoslayable, en forma de crisis interna o de ataque exterior.
    A mí no me gusta esta ambigüedad. Por razones teóricas y pedagógicas, pero también por los malos recuerdos que me vienen a la cabeza cuando alguien me  suelta “no es de izquierdas ni de derechas”, por ser precisamente esta la fórmula de Hitler, de Franco y de José Antonio  Primo de Rivera. 
     Con motivo del 15-M fui sorprendido por algunos jóvenes que no se sentían ni de derechas ni de izquierdas, nunca supe si por devociones posmodernas, por haberse tomado en serio lo del fin de la historia, o simplemente por tener asociada la izquierda al PSOE y la derecha al PP. En fin, me dije, da igual que el 15-M no se sitúe formalmente en la izquierda como movimiento de indignación, como expresión multitudinaria de una voluntad de cambio, expresión en la que caben las más distintas sensibilidades; además, no todos mis interlocutores andaban en las mismas. Pero el problema me lo platea Podemos como partido llamado a ocupar un sitio en el espacio político.
     Detrás del lema “ni de izquierdas ni de derechas” siempre se agazapa, a juzgar por la experiencia, una oscura voluntad de hacerse con la hegemonía, una voluntad incompatible con una sociedad abierta y con un sistema de partidos variado y funcional. Es el lema que conduce a los sistemas de partido único. Con estas cosas no se juega, y más vale que Podemos se ande con cuidado, para no desbocarse y también para ejercer la función pedagógica que corresponde a la alta responsabilidad que va camino de asumir.
      Claro que no es mi propósito prejuzgar a Podemos, todavía en fase de construcción. Sería injusto atribuirle las culpas de otros o embutirlo por anticipado en un esquema, como hacen sus enemigos. Además, reconocidas las preocupaciones precedentes, no dejo de dar vueltas al fenómeno, topándome con elementos de juicio que  no se pueden pasar por alto en estos momentos de emergencia. Como observador estoy obligado a contemplar el cuadro desde todos los ángulos.
     Por ejemplo, la ambigüedad que irrita a Cayo Lara y a mí tiene todas las trazas de obedecer a una toma de conciencia por parte de los dirigentes de Podemos en lo que se refiere a su electorado seguro y a su electorado potencial. Estaríamos ante un simple reajuste del lenguaje en función de los hábitos imperantes en esos segmentos, es decir, ante un caso de pragmatismo o de demagogia, según el observador, siendo obvio por lo demás que solo tendría derecho a protestar el no demagogo (espécimen desconocido en el juego político actual).
     Los sinsabores electorales de IU parecen haber sido tomados como lección. Y el resultado es espectacular. 
    Sería absurdo pedirle a Podemos que actúe en función de un repertorio ideológico cerrado y coherente, pues es de sobra sabido que quien lo haga se quedará, urnas mediante, en un rincón. Como es sabido también que,  para ganar unas elecciones, hay que conquistar a los votantes del centro, esos votantes que siempre se le han resistido a IU, los que “deciden” según los técnicos en la materia.  
   Todo indica que los dirigentes de Podemos aspiran a que sea lo que se entiende por un partido “atrápalo todo” (al precio de fastidiar a los puristas).  ¿Tiene sentido reprochárselo? ¡Los dos partidos del turno con los que debe competir funcionan en ese registro y no serán vencidos por quien se abstenga de incurrir en esa estratagema tan vulgar como eficaz! ¿Acaso podríamos exigirles a unos estudiosos de la política que prescindan de su saber en aras de una pureza suicida? 
    Mucha gente que no se siente representada por la derecha no se atreve a declararse de izquierdas por razones históricas, siendo de lo más práctico prescindir de la etiqueta y dejar en segundo plano a los componentes de Izquierda Anticapitalista, obviamente inhabilitados para la conquista del centro. Como es práctico insistir en que aquí se enfrenta el pueblo contra la casta. Así planteadas las cosas, se pueden dejar en el armario los fantasmas evocados por la lucha de clases, sin incurrir en demagogia alguna porque no se engatusa a nadie. El enfrentamiento entre pueblo y casta extractiva es real, no un invento de ocasión.
     Por lo demás, hay que tener en cuenta la pesada inercia histórica: de alguna manera este país sigue dividido en dos por la línea de separación marcada por la Guerra Civil. Y podría ocurrir que la ambigüedad de Podemos sirviese para desactivar los reflejos condicionados a la hora de votar. ¿Una listeza de Podemos, o una señal de que el tiempo no ha transcurrido en vano? Depende del punto de vista. 
     Es comprensible, por ejemplo, que los europarlamentarios de Izquierda Unida hayan abandonado el hemiciclo en protesta por la presencia del Papa en un espacio formalmente laico, pero también lo es que Pablo Iglesias se haya quedado  y le haya aplaudido, celebrando su contundente declaración a favor de la justicia social. No veo en ello una listeza, ni tampoco una contradicción, sino una sensibilidad diferente, menos traumatizada por la acción eclesiástica directa, y bastante más recomendable que la rigidez habitual si de lo que se trata es de ganar elecciones y de sumar fuerzas contra la Bestia neoliberal, el enemigo común.

lunes, 24 de noviembre de 2014

TIEMPO DE CONSECUENCIAS

     No veo la historia con los ojos del determinismo pero entiendo muy bien lo que quería decir Churchill cuando explicó a los británicos que se encontraban en el “tiempo de las consecuencias” (1939), y creo, además, que estamos precisamente ahora en una de tales fases, en España y en Europa.
    Si uno contempla el “problema catalán”  acaba metido en lamentaciones sobre lo que se hizo y no se hizo al respecto, a la espera de la evolución de los acontecimientos, de racionalidad menguante. Lo mismo sucede cuando oye hablar de la necesidad de acabar con “el régimen de 1978”.  Se queda uno a verlas venir, con la sensación de que nunca deberíamos haber llegado a este extremo, de curso imprevisible. Pero es tiempo de consecuencias y  ya no valen las lamentaciones.
    Resulta que hay varias generaciones de demócratas españoles  que sienten asco ante lo sucedido en  el marco constitucional de 1978 y que  ya no hay posibilidad de defenderlo con los argumentos de siempre, cuyo poder de convicción se ha disipado.
     Otro tanto ocurre con respecto a Europa. El europeísta de ayer se queda sin palabras. No es que Europa nos falle, es que ya falló, metida en un proyecto contra sus habitantes que viene de lejos. Lo que sigue es el Acuerdo de Libre Comercio e Inversiones EEUU/UE, cuya botadura, lo veo venir, coincidirá, oh casualidad, con el fin del austericidio (para mejor imponer la  falsa impresión de que ese tratado es el gran remedio a todos nuestros males). Los secuestradores de la vieja Europa y han demostrado cierta maestría en la administración de palos y pequeñas zanahorias, por no hablar de su adicción al terrorismo económico.
     La crisis provocada por unos tiburones que especulaban con más basura que ladrillos ha sido aprovechada para laminar el Estado de Servicios y convertirlo en coto de caza de inversores para nada comprometidos con sus fines originales. Ya se dio marcha atrás a los derechos del trabajador, se benefició a las empresas transnacionales, a los banqueros y los especuladores. Expolio y destrucción de la clase media, inaudita prostitución de la soberanía nacional y, en definitiva,  un sostenido avance hacia una sociedad clasista decimonónica (peor, por tratarse de una regresión traumática).
     En este inmundo negocio compadrean los populares y los socialistas europeos desde hace años, tantos años que ha llegado a ser una consecuencia necesaria el surgimiento de un movimiento generalizado de oposición, un movimiento bifronte, en el que encontramos, por el lado izquierdo, a Syriza y Podemos, y por el lado derecho, al Frente Nacional de la señora Le Pen, por poner solo tres ejemplos de fuerzas opuestas que aspiran a representar a las víctimas del atropello. La farsa europea no podrá continuar impunemente.
    Es tiempo de consecuencias, pues. La confrontación promete ser durísima. Ya me parecía raro que Europa se fuese a dejar desplumar como los países tercermundistas que ya han padecido tan horrible tratamiento. Al final, aunque tarde, cuando grandes masas humanas han tomado conciencia de lo que está pasando, se ha producido una reacción que hará historia.
    Como la escalada neoliberal pretende continuar como si nada pasase, como ya sabemos que no se atiene a principios morales, el movimiento de oposición a sus fines no tiene vuelta atrás e irá necesariamente en aumento. Se masca, pues, un cambio de época, con muy pocas posibilidades de regresar a los consensos originales.  Lo dicho, es tiempo de consecuencias, con las consiguientes pruebas de fuego para la democracia española y europea.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

PODEMOS, LA ESPERANZA

       Según el CIS y para horror del PSOE, el PP y el establishment local y transnacional, Podemos es ya el primer partido en intención de voto. En consecuencia se ha pasado de reducir al nuevo partido a un hatajo de frikies a tratar de convencernos de que es un monstruo capaz de cargarse la democracia y de llevarnos a la ruina. De tal verso resulta que el PP y el PSOE son, aunque no lo sepamos, los garantes de nuestra bienaventuranza.
     Se nos hace saber que Podemos, o más bien Jodemos, es chavista, castrista, leninista y populista, que Iglesias, Monedero, Errejón, Echenique  y los demás son lobos disfrazados con piel de oveja. Y esto no es nada si pensamos en lo que tendremos que oír de aquí a las elecciones generales. Las campañas publicitarias contra Podemos serán de lo más indecentes que quepa imaginar, condimentadas con ataques personales contra sus componentes conocidos y secundarios, según las tácticas para estos casos recomendadas por los Karl Rove que militan en la enmoquetada trastienda del sistema.
     Si es preciso, se inventarán trapos sucios e historias para no dormir en forma de testimonios de infiltrados o sobornados, habrá tergiversaciones y rumores, se pondrá a punto una listita de puntos a golpear venga o no a cuento. Hasta se podría encontrar una conexión entre Podemos y el narcotráfico. Si alguna experiencia tenemos con  “el voto del miedo” (una bajeza que nos ha acompañado durante toda la singladura democrática y que viene de más atrás) lo que se avecina nos dejará curados de espanto. Los hombres de la casta harán todo lo que esté en su mano para meternos miedo en el cuerpo.
     Sin embargo, yo creo que Podemos es una bendición para este país y que ya tenemos  motivos para estarle agradecidos. Gracias a esta nueva y pujante formación, tanto el PP como el PSOE tienen una pequeñísima posibilidad de volver a la realidad en que habitamos todos (a menos que prefieran suicidarse políticamente).  La sola presencia de Podemos, aunque no gane, les obligará a expresarse con la probidad y la racionalidad que han perdido por el camino. O harán el ridículo en plan Arenales Serrano.
    ¿Qué se supone que habría pasado en este país si la indignación no hubiera encontrado un cauce político? ¡Prefiero no pensarlo! Aliados los dos partidos hegemónicos en un turbio negocio contra el país y sus moradores, ¿se las prometían muy felices? ¿Creían que con hacer a oídos sordos asunto arreglado? ¡Menos mal que ha surgido Podemos! 
    ¡Y menos mal también si pensamos en Europa! ¿O se imaginaban el PSOE  y el PP que siguiendo la batuta del tenebroso Juncker como osos de feria y encima contando con la alelada conformidad de todos nosotros? ¡Por favor! Es una suerte que haya nacido Podemos antes de que termine la partida encaminada a dejarnos en los huesos por medio del todavía secreto Tratado de Comercio e Inversión EEUU/UE, la pieza fuerte del menú que cocinan en secreto los populares y los socialistas europeos. Ya sabemos que ni el PP ni el PSOE dirán ni pío en defensa de nuestros intereses. Y nos hace falta un partido como Podemos para que nuestra voz se sume a la de otras fuerzas europeas que se niegan a aceptar que seamos desplumados por los más burdos y antidemocráticos procedimientos.
    Por mi parte, veo en Podemos un fenómeno made in Spain, no una imposible réplica del chavismo. ¡A ver si se dejan de milongas!  Ni Iglesias es comandante como Chávez, ni coronel como Perón, ni la composición social de nuestro país tiene nada que ver con la de los países que alumbraron  las variantes populistas de estos. Si Iglesias llegase a gobernar, no se vería ante un país dividido entre una clase opulenta y un pueblo secularmente mísero, sino ante un pueblo no mísero que se niega a ser esclavizado por una casta extractiva, cosa muy distinta. Claro que, por descontado, la originalidad absoluta no es posible  en política, como ya deberían saber los que copian afanosamente los folletos del American Enterprise Institute. A diferencia de estos o de los socialistas que nada inventaron para mejor acomodarse, que hasta se dejaron encandilar Carlos Andrés Pérez y por el señorito Blair, los de Podemos dan muestras de originalidad, de creatividad, en un grado jamás visto en este país tan dado al corta y pega.
    A mí no me da mala espina que Iglesias visite a Correa, a Morales, a Mújica. ¿Qué tiene de extraño que haya tenido contacto con la Venezuela de Chávez? En América Latina, que ya pasó por la máquina trituradora, hay mucha experiencia acumulada. Lo que para nosotros es una novedad para ellos fue el pan de cada día. Ya escribí hace tiempo que debíamos poner las barbas en remojo y aprender las lecciones oportunas, pues nos empezaba a pasar lo mismo que allá, donde ya no se puede mentar al FMI sin levantar grandes olas de indignación, donde las mentiras neoliberales ya no cuelan.  De modo que, en lugar de inquietarme, las exploraciones de Pablo Iglesias en esos escenarios me reconfortan, porque le habrán ayudado a visualizar por dónde discurre la línea entre lo posible y lo imposible.
     Creo que es preciso resaltar, como dato esperanzador, la preparación académica de Pablo Iglesias y sus compañeros más conocidos. Han estudiado Ciencias Políticas. Hasta la fecha, por lo que se refiere al período inaugurado en 1978, las más altas responsabilidades han recaído en este país sobre tres abogados, un inspector fiscal y un registrador de la propiedad, lo que quizá explique muchas cosas. Como no es fácil orientarse de oídas en este mundo tan complejo y turbulento, conviene un cambio de perspectiva, sobre una preparación diferente. Aquí hacen falta políticos a los que no se les pueda vender con facilidad la burda doctrina que sirve de basamento a la revolución de los muy ricos, necesitamos políticos que no se dejen deslumbrar por la  estúpida creencia de que “no hay alternativas”, que no tomen por novedades unos sofritos del siglo XIX.
     Hay otra ventaja, derivada de la edad de los promotores de Podemos. Se trata de personas jóvenes, crecidas en democracia. Me parece normal que sobre la base de tan envidiable experiencia se hayan llevado un enorme chasco al entrar en la madurez y topar con la triste realidad, con la malversación de esta democracia que sin duda les fue enseñada en términos sumamente idealizados. Tildarlos de antidemócratas está fuera de lugar: son la mejor expresión de la parte sana de nuestra democracia, la mejor cosecha que cabía esperar en un país donde en 1978, seamos sinceros, había poquísimos demócratas de verdad, poquísimos rodados como tales. Las gentes de Podemos tienen, o así lo percibo, una idea más alta y noble de la democracia que la que tenemos los más viejos. Me parece esperanzador.
     Y otra ventaja más: es de agradecer que no padezcan las inseguridades y los temores  neuróticos de quienes hemos vivido bajo la dictadura. Si se me permite un lenguaje desagradable, no han sido castrados… No se han pasado la vida, ni media vida, pendientes de un tirano, no se han ejercitado en la escuela de las medias palabras, la hipocresía y los susurros. No han aprendido a reírle las gracias al poder por la consabida mezcla de temor e interés.
     No quiero ofender a nadie, pero me temo que en este país hay muchos políticos que han pasado de temer los rayos de El Pardo a temer los del Mercado, lo que se manifiesta en una penosa falta de personalidad. Para mí es un motivo de alegría no detectar este síndrome en Iglesias y los suyos. Tengo, pues, la esperanza de que Podemos tenga el valor de decir NO donde los mayores solo saben reverenciar al poder sin dignidad ni imaginación, NO sin el cual no hay proyecto decente que valga.
    En las filas de Podemos puede haber algún leninista coriáceo, superviviente o sobrevenido a consecuencia del atropello que estamos sufriendo. La orgía neoliberal justifica, a ciertos ojos, el maximalismo revolucionario de la vieja escuela. Pero Podemos no va por ahí a juzgar por sus dichos y hechos, como tampoco por las gentes a las que desea movilizar y representar, en lo que cabe ver una salvaguarda para el nuevo proyecto, que no pone el acento en una revolución al antiguo modo sino en dar curso a los valores que de suyo pertenecen a la normalidad democrática, hoy pisoteados en beneficio de una “casta extractiva”. Los perjudicados por la cleptomanía de esta no son solo los muy pobres; suman  el 80% o el 90%  de la población. Así se entiende que, según el CIS, Podemos encuentre apoyo, sobre todo, en personas de clase media y de clase alta, lo que de por sí indica la gravedad del daño que se han hecho a sí mismos el PP y el PSOE, como indica la seriedad del envite. Con sus traiciones al espíritu constitucional, he aquí que estos han perdido el apoyo de la parte más ilustrada de la sociedad, mucho más amplia y consistente que en el pasado.
    En un país que había hecho  avances en el plano de la cohesión social y que ha llegado a una composición que no se parece nada a la que le costó la vida a la República (insuficiencia de la burguesía), nada a la que hizo posible la eclosión de figuras populistas como Perón o Chávez en sus respectivos países, nos encontramos con que el votante de Podemos es muy representativo del alto nivel alcanzado en España por “las masas”, término que no por azar ha caído en desuso. Podemos ha ganado fuerza precisamente porque representa los intereses de la población española más cultivada de todos los tiempos, de pronto castigada pero ya salida de su estupefacción. A la que no se le podía pedir que se dejase desplumar como una gallina muerta.
      Se dice por ahí que Podemos es un peligro para la democracia. Si esta se encuentra amenazada es por la cantidad de legitimidad democrática dilapidada con el infame propósito de crear un sistema oligárquico descaradamente antisocial. Podemos es una respuesta a esta monstruosidad, no su causa. Es un movimiento defensivo contra el intento de devolvernos al siglo XIX. Si pienso en la democracia que nos resta, ya por debajo de los estándares constitucionales de 1978, Podemos no me da ningún miedo. Lo contemplo con esperanza. ¡Hemos dejado de estar políticamente inermes!

miércoles, 5 de noviembre de 2014

UNA LECCIÓN DE DESCARO


     Acaba de hacerse público un documento pergeñado por el Consejo Empresarial de Competitividad (CEC). Se nos hace saber que es posible  crear 2,3 millones de empleos en cuatro años, idea que ha saltado como noticia.
     Como ese Consejo es un think-tank de altos vuelos creado por las dieciocho empresas más grandes de este país, la cosa se las trae. Donde uno esperaría encontrar “un informe” se topa con un texto publicitario, un pastiche ridículo, irritante en grado máximo por la patente contradicción entre el propósito de crear esos puestos de trabajo, algo que suena bien, y la estrategia que se recomienda, un mucho más de lo mismo, lo que ya es el colmo viniendo de unos profesionales de la destrucción de empleo.
     ¿De qué se trata? Pues muy simple: todo irá estupendamente de aquí a 2018 si las reformas continúan, si se privatiza con renovado fervor, si se bajan los salarios y las pensiones…
    Por momentos, tengo la impresión de que el celebrado informe ha sido obra de unos becarios o de algún joven subcontratado en situación de precariedad. Todo esto ya lo he oído en plan mantra una y mil veces. Hay que seguir con los recortes, faltaría más. En este refrito se calcula a ojo de buen cubero que hay que dar otro hachazo a los servicios públicos (de 30.000 millones de euros) y se pone el acento en perseguir el fraude fiscal, sobreentendiéndose que el defraudador es el fontanero que hace una chapuza o la peluquera en paro que le corta el pelo a una vecina. ¡Brillante iniciativa de los genios de la evasión fiscal, santos varones!
    Se llega a una triste conclusión: las dieciocho empresas que patrocinan la CEC no tienen en la cabeza ningún plan B. Les basta con el manualillo neoliberal y a la gente que la parta un rayo.

lunes, 3 de noviembre de 2014

A NUESTRAS ESPALDAS, COMO SIEMPRE

      Me entero por casualidad de que hace cinco meses tuvo lugar en el Congreso de diputados un pacto de caballeros suscrito por PP, PSOE, UPyD y CIU, en virtud del cual estas fuerzas se han comprometido a respaldar el Acuerdo de Libre Comercio e Inversiones (TTIP por sus siglas en inglés), el tratado EEUU/UE, en estos momentos en fase de redacción, secreta como corresponde a la suciedad de la jugada.
    De modo que pedirles a estos partidos que se empleen a fondo en la regeneración democrática sería propio de imbéciles. Ni luz ni debates parlamentarios. Están tan compinchados con el sistema depredador que pedirles que se pongan de nuestra parte en asunto tan grave como trascendente no tiene ningún sentido. Ya han tomado partido. Apoyarán como un solo hombre lo que proponga la Comisión presidida por el señor Juncker, es decir, harán una cesión definitiva y completa de nuestra soberanía, de por sí mermada, y darán por enterrado, sin ceremonias, el sueño europeo. Van de comparsas, pero, ay, con nuestra representación.
    El Acuerdo de Libre Comercio e Inversiones nos será  presentado como la solución a todos los males, en la línea publicitaria habitual. Hasta nos será dicho que así se acabará con el paro, suponiendo que no sabemos lo que pasó en México. Lo cierto es que el poder pasará directamente a las empresas transnacionales y a los grandes inversores, que tendrán más autoridad que los Estados miembros de la Unión. 
    Los padecimientos sufridos hasta la fecha serán poca cosa, un adelanto nada más. Los bienes y servicios que todavía no han sido privatizados, lo serán de manera compulsiva y legal. Europa se comprometerá a hacer con sus trabajadores, parados, enfermos y viejos, lo mismo que se hace en EEUU:  prácticamente nada. Europa se comprometerá admitir los modos norteamericanos en lo tocante al cuidado ambiental y la calidad de los alimentos. Habrá que darles la bienvenida a las hormonas y a Monsanto. No habrá manera de oponerse al fracking, ni a ninguna iniciativa de empresarios e inversores, pues a poco que se sientan molestados obtendrán de un tribunal ad hoc supranacional un fallo condenatorio para cualquiera que se ponga en su camino.
     La cosa, un múltiple y simultáneo golpe a los Estados europeos, se negocia en secreto, a sabiendas de que los pueblos, ya escarmentados, pueden reaccionar muy mal. Como los perjudicados no van a ser exclusivamente los de más abajo, como la clase media se verá directamente afectada y privada de toda seguridad, se concluye que los signatarios del citado pacto de caballeros, como los misteriosos urdidores del acuerdo, no la tienen en cuenta, confirmando lo poco que les importa. Para imponer el plan que se traen entre manos, el único plan por cierto,  se aprestan a pasarle por encima una vez más. Por eso me resulta tan triste como alarmante que estos cuatro partidos españoles se hagan  cómplices de semejante canallada, sin conocer la letra pequeña, por puro automatismo, condicionados por el gusto de obedecer a los monstruos de la depredación neoliberal.  Demostrando con ello que la gente hace muy bien en buscarse representantes más serios y leales. Lo sucedido hace cinco meses en la trastienda del Congreso nos indica por dónde pasa la línea de demarcación entre la decencia y la indecencia.

viernes, 31 de octubre de 2014

NEOLIBERALISMO Y CORRUPCIÓN

     Tuvimos en España la mala suerte de que cuando por fin se produjo la apertura democrática, de suyo limitada por la herencia dictatorial, se nos colase el neoliberalismo por la puerta de servicio, una desgracia.
    Digo por la puerta de servicio porque, en teoría, esta doctrina, promotora del capitalismo salvaje, era incompatible con la sensibilidad tanto de la derecha actualizada como de la sin actualizar, e incompatible también, por descontado, con el socialismo español. En teoría, contábamos con la protección de la Constitución de 1978, y con el instinto de la gente, que ni siquiera veía con buenos ojos el simple título de liberal a secas, como descubrieron Garrigues y Roca. Pero si entró por la puerta de servicio lo cierto es que se adueñó de la casa.
     Es algo que merece un estudio en profundidad, pues en teoría, insisto, este país contaba con anticuerpos de todos los colores contra esta afección que se caracteriza por su desprecio del bien común y por una adscripción militante y descarada a la ley del más fuerte, la más destructiva de todas, hobbesiana y clasista hasta el horror.  Para nada sirvieron los anticuerpos franquistas, falangistas, democristianos, socialistas y comunistas, y de su inoperancia se podría extraer la precipitada conclusión de que eran insustanciales, simples mascaradas.
    A falta de ese estudio en profundidad, creo que la invasión neoliberal se vio favorecida por la tendencia a copiar lo de fuera (¡que inventen ellos!), que nos dejó inermes frente al chantaje de la banca, de la Europa de los mercaderes, del Fondo Monetario Mundial y el Banco Mundial (caídos en manos del neoliberalismo a principios de los años ochenta). El resto lo hizo la táctica del movimiento neoliberal, espléndido a la hora de untar a sus peones. La indigencia intelectual de ciertos personajes y personajillos, deslumbrados por tan tosca y criminal doctrina, selló nuestro destino.
     La falta de hábitos democráticos arraigados impidió que se pusieran límites a la infección. Por lo visto, era fácil pasar del elitismo de antes al nuevo, como era fácil hacer ese tránsito desde el secreteo de los años de clandestinidad, propicio a la creación de una elite llamada a emular a la de siempre. Fácil de solo pensar en las recompensas presentes y futuras, y por supuesto en los inconvenientes de oponerse. Claro que para alcanzar esas recompensas era preciso reducir al parlamento a una función ceremonial y usar contra natura –contra el pueblo– la legitimidad democrática. La falta de desarrollo de la democracia y la falta de sentido democrático de los sucesivos gobiernos nos dejó a los pies de los caballos.
    En todo caso, lo  cierto es que el neoliberalismo penetró de la mano de su opuesto, el socialismo, y  que se hizo fuerte en tiempos de José María Aznar, un entusiasta de la “nueva economía” que prescindió del contenido social-liberal y social-cristiano del partido que había recibido en herencia, y que prescindió también del nacionalismo que formaba parte de la derecha española. La transformación de los dos partidos hegemónicos en formaciones neoliberales más o menos encubiertas tuvo efectos tan corrosivos sobre el sistema de 1978 que este ha llegado a parecer una estafa. Y a la corrupción moral del conjunto debemos añadir la corrupción de las personas.
      El neoliberalismo a dos bandas modificó la escala de valores y dio alas a toda clase de tiburones, grandes y pequeños. El señor Solchaga, ex trotskista  reconvertido al socialismo acomodaticio, se felicitaba de lo fácil que era “hacer dinero” en España. Se vieron cosas extraordinarias, la caída del socialismo felipista en una corrupción bananera, la “cultura del pelotazo”, las amistades peligrosas del rey, la emergencia de la beautiful people, la admiración por Mario Conde, la exaltación del yuppy, supuesto emprendedor, todo muy sintomático. El ideal de la justicia social desapareció del horizonte. Estaba en la Constitución, pero se borró de la mente de los encargados de desarrollarla coherentemente y de hacerla cumplir.
     Se produjo  una elevación del dinero fácil a la cima de la escala de valores. “Tanto tienes, tanto vales. Si no te haces rico, tonto eres.”  Se hizo la vista gorda a los negociados más sucios, en plan dinámico. Las joyas de la abuela fueron privatizadas. Adiós, Iberia. Recuérdese la manera en que  Telefónica fue confiada a los designios personales de Juan Villalonga, hoy inscrito en el cuadro de honor de nuestro “capitalismo de amiguetes”. Empresas levantadas con el esfuerzo de todos en tiempos del franquismo se privatizaron  a demanda de los gurús neoliberales, y esto se hizo cuando ya se sabía lo que había pasado en otras latitudes como resultado de esta manera facilona  y antipatriótica de hacer caja. Se procedió a “liberalizar” el suelo, como si las leyes regulatorias precedentes hubieran sido idioteces franquistas, dando rienda suelta a toda clase de pillerías, un gran negocio para cualquiera que estuviera en la pomada y de paso una manera de desarrollar redes caciquiles y clientelares como parte de la consolidación del poder territorial. Se procedió a privatizar los servicios públicos al son del mantra neoliberal de que el Estado es incompetente por definición.
    El manualillo neoliberal daba muchísimo de sí, de modo que no se consideró una imprudencia temeraria confiar las finanzas del país a un abogado, el señor Rodrigo Rato, celebrado autor del “milagro español”, hoy sospechoso de incompetencia y rapacidad. Los tiempos de Fuentes Quintana habían quedado atrás y no nos quepa duda de que de tales frivolidades vienen estos lodos. El señor Blesa pertenece a la misma camada, ávida de dinero y de una cutrez que hiela la sangre.  Sería inútil buscar la más mínima originalidad en los  protagonistas de esta jugada. Son copias de copias de neoliberales de ambos lados del Atlántico, imbuidos del mismo desprecio por la gente común.  
    De acuerdo con el manualillo, se sobreentiende que los que están arriba son “los mejores”, que no deben dejarse maniatar por el interés de la mayoría, por el pueblo, solo interesante como objeto de explotación. Claro que al principio este fue halagado con créditos, con dinero de plástico para consumir o para llegar a fin de mes, con productos baratos fabricados por mano de obra esclava de otras latitudes, con la expectativa de una sociedad de propietarios, con referencias entusiásticas al capitalismo popular, una forma de engatusar. No estaba previsto que los salarios subiesen y sí, en cambio, descargar sobre el trabajador las consecuencias de lo que Stiglitz ha denominado “capitalismo de casino”.
     Entiéndase de una vez que las tarjetas black, elitistas por definición, no tienen nada de raro en el contexto de la revolución de los muy ricos, de la guerra de clases desencadenada por la minoría cleptocrática y sus agentes indígenas y extranjeros. Son algo que a sus usuarios se les debía, como prueba de su superioridad. Tampoco son anómalos los negociados de Felipe González y José María Aznar, irreprochables dentro de este marco ideológico. Si alguien dice que no le parece bien que estos presuntos estadistas, que ya tienen garantizada una existencia digna a cuenta del erario público, se dediquen a los negocios, seguro que es un anticuado. El neoliberalismo ha modificado la mentalidad: ellos también tienen derecho a engordar sus arcas todo lo posible, como campeones del emprendimiento, una manera de predicar con el ejemplo.   
    Claro que esto mismo se ha hecho siempre, con neoliberalismo o sin él,  en cualquier república bananera, en cualquier Estado fallido. Y se hacía aquí mismo, en tiempos de la Restauración y del franquismo, pero, ay, no en tales proporciones. Con la llegada del neoliberalismo se han batido todos los récords. Ahora hasta hay gentes de poca edad que manifiestan que lo más importante en la vida es hacer dinero. Como hay gentes de edad que, en sede parlamentaria, se cachondean del dolor de los niños españoles que se ven sumergidos en la pobreza. Pedirle un compromiso social a un neoliberal declarado o encubierto es  pedirle peras al olmo, algo tan absurdo como pedirle que cuide la naturaleza.
     Hay miles de profesionales con plena dedicación al negocio de las mordidas, el más primitivo de todos, con algo nuevo: esa doctrina que les capacita para obrar con buena conciencia.  No se les pida el menor remordimiento. Vender unas viviendas sociales a un fondo buitre de no se sabe dónde sin preocuparse por los inquilinos, entra dentro de lo natural…  Hacerse con una parcela de lo público a crédito, cobrar del erario público y poner de rodillas a los trabajadores para añadir  unos beneficios adicionales a los pagos regulares a cuenta de las arcas del Estado,  es tan normal como trenzar con los amigos y pagar las mordidas con la mayor gentileza. Como normal es crear inextricables redes de  testaferros y sociedades pantalla.
     El elitismo caciquil de toda la vida nunca se fue y ahora se ve  potenciado al máximo por el catecismo neoliberal. Se ha encarnado en tiburones de todos los tamaños. De ahí que no se tengan escrúpulos morales a la hora segarle la hierba bajo los pies a la parte más débil de la sociedad  (“¡que se jodan!”).  Aparte de la corrupción inherente a un sistema así, el problema es que el neoliberalismo, que no ha sido concebido para redistribuir la riqueza y sí para concentrarla, ni siquiera la crea. Lo suyo es succionar la que hay en beneficio propio. Después de mí, el diluvio…  Ya pueden el papa y el rey invocar los valores morales y ya pueden las gentes pedir justicia, referencias ausentes en el catálogo neoliberal. Tan grave es la enfermedad que no se va a remediar con el encarcelamiento de unos cuantos tiburones, no caigamos en ese espejismo. Aquí lo difícil va a ser desarraigar la mentalidad neoliberal, esto es, ganar “la batalla de las ideas”.  Para seguir adelante, al neoliberalismo depredador se le han acabado los conejos en la chistera. Solo le quedan las mentiras y la violencia, pero esa batalla hay que ganársela.

viernes, 24 de octubre de 2014

OTRO VISTAZO AL FUTURO


     Mi post anterior me ha valido una reprimenda vía mail: he caído en el pesimismo, con el agravante de dar pábulo a una interpretación de la realidad en clave de conspiración. Como el señor Juncker acaba de decir que se propone que Europa recupere su registro social, el cuadro no es tan negro como yo lo pinto. ¿Qué quiere que le diga, amigo mío?
     Que el señor Juncker, uno de los muñidores del Tratado de Maastricht, va a olvidar en poco tiempo las lindas palabras que pronunció con motivo de su nombramiento como presidente del Ejecutivo comunitario es algo que doy por seguro. Sabía lo que tenía que decir en acto tan solemne, y lo dijo con el mismo desparpajo que le consagrará, por sus hechos, como el firmante del acta de defunción de la Europa que hemos deseado y perdido por obra y gracia de personajes como él.
    La mecánica es siempre la misma: decir algo bonito y luego dar el hachazo por la espalda. Así lo establece el protocolo… La misma Europa que tuvo que soportar el Tratado de Maastricht, el de Lisboa y el Mecanismo Europeo de Estabilidad, tres trágalas antidemocráticos,  va a sufrir el cuarto trágala, los acuerdos de libre comercio entre EEUU/UE, ya urdidos a nuestras espaldas por Juncker y compañía. 
     ¿Quiero decir con esto que el señor Juncker  está metido en una conspiración? La conspiración propiamente dicha, con nombres y apellidos, tuvo lugar hace cuarenta años, cuando un  puñado de ricachones norteamericanos decidieron pararle los pies a la marea progresista y justiciera de los años sesenta. En el libro Palabras para indignados, que escribimos Cristina García-Rosales y yo (de descarga gratuita en esta misma página) se ofrece un resumen de la conjura que desencadenó la “revolución de los muy ricos” con el neoliberalismo como plato único.
    El señor Juncker no tuvo ni arte ni parte en esa conjura. Fue ganado para la causa, como tantos otros, cuando era una persona hecha y derecha, cuando se movía en las coordenadas de la democracia cristiana, sin  imaginar que estaba llamado a formar parte del plantel que se encargaría de desnaturalizarla. ¿Cómo pasó de  la democracia cristiana al neoliberalismo (incompatible con ella)? ¡Solo él podría explicarnos su metamorfosis! Si cayó por el estómago, por la mente, por el bolsillo o por seguir la moda, nunca lo sabremos. Allí está, al frente del Ejecutivo comunitario, y hará lo que tiene que hacer sin que nadie se lo sople en la oreja.
     Nos vemos ante las consecuencias del triunfo de la revolución de los muy ricos, ciertamente espectacular, al punto de que tiene poco sentido hablar de conspiración en la actualidad. La madeja ya no conduce a un puñado de personajes en la sombra. Dicha revolución no necesita una cabeza; tiene muchas, de todos los tamaños y colores. Ha logrado transformar, por medio de la propaganda y a golpes de talonario, la mentalidad de la casta transnacional, antaño mucho más prudente, y la de millones de seres humanos, que ahora caen en la cuenta de que la ley de la jungla no hace excepciones.
    Para entender lo que está pasando ya no basta con tener conocimiento de la conjura inicial. La cosa ha ido a mayores y para no simplificar el fenómeno que nos amarga y destruye conviene, creo yo, hacer uso del concepto que acuñó Ian Kershaw para describir el modo de funcionar de la elite nazi. Trabajaba esta “en la dirección del Führer”. Ahora se trabaja “en la dirección del capitalismo salvaje”, para lo que ya no hacen falta instrucciones misteriosas. No tiene sentido buscar la guarida del ogro con ánimo de ajustarle las cuentas. Está por todas partes, por difusión, cuenta con miles de peones, desde el maduro peso pesado Juncker hasta  nuestro pequeño Nicolás, un aprendiz muy prometedor.  
    Tuve la esperanza de que los dirigentes europeos frenaran a tiempo, una ingenuidad por mi parte. Ahora los veo relamerse, insensibles a las consecuencias sociales, sordos a cualquier consideración sensata. Y habrá una confrontación. Si creen que van a poder terminar de desplumar a los europeos con juegos de palabras y mentiras, están muy equivocados. Y si nosotros creemos que van a resignar su poder sin agotarlo seríamos unos tontos.
     Que el chanchullo neoliberal-neoconservador haya entrado en fase terminal al quedar en evidencia su necedad, su crueldad, su cutrez intelectual  y la insostenibilidad de la pirámide de Ponzi económica en que nos ha involucrado arteramente, se podría prestar a algunas consideraciones esperanzadoras; pero dará tanta guerra y dejará todo tan destruido que no soy capaz de recrearme en ellas.
    Puede que más allá haya un mundo mejor, pero lo cierto es que aquí y ahora tenemos que vérnoslas con la Bestia neoliberal-neconservadora, elitista, clasista, maquiavélica, malthusiana, ricardiana, spenceriana, esencialmente antiilustrada y antidemocrática,  para la cual los derechos humanos no pasan de ser un cuento de hadas. Del hecho de que haya sido desenmascarada ante los ojos de la opinión pública y de que se haya quedado sin argumentos para proseguir su galopada nihilista no logro extraer ni la más pequeña dosis del optimismo que me demanda mi amable contradictor.