martes, 26 de mayo de 2015

TRAS LAS ELECCIONES DEL 24-M

    Se constata un gran avance de la izquierda y un retroceso de la derecha, un cambio de tendencia que, con las elecciones generales a la vista, se puede entender como una clara señal de que se prepara una redistribución del poder. Es pronto para echar a volar las campanas, pero se alegra el espíritu al constatar que millones de españoles son, hoy por hoy, inmunes a las mentiras de saturación que hemos padecido durante los últimos meses.
    Hay quien se asusta ante la necesidad de pactar y habla de ingobernabilidad. Evidentemente, no será fácil llegar a acuerdos y atenerse a ellos. Pero, la verdad, creo que ya era hora de que llegásemos a una situación como esta. Las mayorías absolutas habidas hasta la fecha han sido sumamente dañinas para la  normal maduración de nuestra joven democracia. Piénsese en los modales chulescos de sus beneficiarios, en el hurto de los temas serios  y trascendentes del debate público y leal, por no hablar de otras consecuencias indeseables, desde la corrupción a la promoción de auténticos inútiles a puestos de elevada responsabilidad.
   Me hacen gracia las murmuraciones de la derecha ante las declaraciones del presidente Rajoy, que ya pone proa a las elecciones generales sin mirar atrás. ¿Qué esperaban? Hace mucho tiempo que el PP quemó sus naves para mejor disfrutar de la corriente neoliberal-neoconservadora que nos ha traído al presente desfiladero histórico. El resultado era previsible y de aquí a noviembre no tiene la menor posibilidad de rectificar, como no tiene ni la menor opción de pintar de rosa su agenda oculta, que no es otra que la de seguir en las mismas, destruyendo la cohesión social en nombre de los intereses de su red clientelar y de los mandatos de los amos de las finanzas internacionales.
    No cabe ignorar que el PP tenía otras potencialidades, pero ya da igual. Se lo ha jugado todo a una carta, justo a la carta que la gente tiene buenos motivos para aborrecer y temer. Y es que ha dejado la causa de la justicia social en el lado de la izquierda, de manera inequívoca, haciendo daño hasta a sus ingenuos votantes de ayer. Si ahora empezase a hablar de justicia social, sus palabras sonarían  tan hipócritas que es hasta normal que no se atreva a pronunciarlas.
    Hay quien cree que Rajoy no es el mejor candidato por no ser el más locamente neoliberal-neoconservador del elenco, pero ya me dirán lo que adelantan con ello en orden al reencuentro con la sensibilidad del común de los mortales. Y recuerden que ahora precisamente asistimos al hundimiento del absurdo mito de que las derechas entienden la cosa económica mejor que nadie…
    Ahora veremos qué hace el PSOE. Parece que la historia ha tenido a bien darle una oportunidad de redimirse de sus desviaciones. ¿Con quién pactará? Supongo que Pedro Sánchez ya se ha dado cuenta de que cualquier tocamiento con el PP sería desastroso para el partido. Pero no cabe descartar que le chantajeen para que de el paso fatal. La sombra de Felipe González es alargada y no sabemos en qué quedaron las tenidas sobre el famoso gobierno de concentración PP-PSOE. O con la derecha o con la izquierda, señor Sánchez. Este país no está para bromas.
    No quisiera dejarme en el tintero una evidencia de sumo interés. La división de la izquierda no ha sido un impedimento para su avance, y esto por un dinamismo interno que ha desbordado el marco partidario convencional. Cabe ver en ese dinamismo, tan esperanzador, la consecuencia del sufrimiento y la desazón, y además una manera colectiva de sobreponerse a los cantos de sirena del fatalismo histórico.
    La derecha no tiene ni la menor posibilidad de emplear su arsenal contra un fenómeno social de tal amplitud, contra semejante voluntad de cambio. Dicho arsenal quizá le sirvió para sembrar dudas, en espíritus timoratos, sobre la idoneidad de los líderes de Podemos para encarnar una alternativa creíble y para endosarle al partido de Pablo Iglesias una agenda oculta de tenebrosas intenciones totalitarias, pero ha demostrado ser patéticamente inútil contra dicha voluntad. Si lo tuviera que expresar en términos convencionales, diría que el poder establecido ha topado con el pueblo.

    

jueves, 14 de mayo de 2015

A LOS 70 AÑOS DEL FIN DE LA II GUERRA MUNDIAL

    Los actos se han visto deslucidos por la imposibilidad de una celebración conjunta de la victoria sobre el nazismo. Así las cosas, con Europa  y Estados Unidos por un lado, y por el otro Rusia, más valía dejarse de celebraciones.
    Lo único que ha quedado claro es que vamos mal, como si se hubiese perdido la memoria y el significado de lo acontecido, lo que ya son ganas de tentar al diablo y de remeternos a traición en la lógica de la destrucción mutua asegurada. Es como si no se hubiera aprendido nada, nada bueno quiero decir…
   Es cierto que algo mejoraron las cosas en la resaca de la última hecatombe mundial, pero no es menos verdad que, tras un par de décadas y pico de prudencia, los amos del tinglado volvieron descaradamente a las andadas. Del capitalismo prudente, que algunos denominaron capitalismo con rostro humano, hemos pasado al capitalismo salvaje, empeñado en devolvernos a lo peor del siglo XIX. Y esto no por ignorancia, qué más quisiéramos, sino por calculada maldad.  Lo que rebaja la honra del bando victorioso o, al menos, el derecho de los herederos del triunfo a presumir de los hechos heroicos de sus mayores.
    Horror de horrores: en el núcleo ideológico del neoliberalismo vigente encontramos el mismo principio que catapultó a Hitler a la barbarie, a saber, el entendimiento de la vida como feroz combate encaminado a la supervivencia del más fuerte, principio extraído  de una lectura torticera  y sumamente burda de la teoría de la evolución. El mismito.
    No nos extrañe, pues, el curso de los acontecimientos,  porque en ello va implícita la santificación del poder económico y militar, entendido como la más alta expresión de la vida. El pez grande se come al chico y así debe ser. Esto lo pensaba Hitler y lo piensan ahora mismo los líderes y las hordas neoliberales.
    Incapaz de sobreponerse a la crisis derivada del avance científico y filosófico, la élite del poder cayó la locura de echarse en brazos de la naturaleza, y particularmente en sus aspectos más violentos, en busca de orientación moral. Como si  no fuese capaz de advertir que la naturaleza, por definición amoral, nada tiene que decir al respecto. Pero en esas estamos. El regreso del darwinismo social a primer plano tras dos décadas y pico en la reserva, es el dato número uno a tener en cuenta para entender lo que nos está pasando y para predecir lo que nos espera de seguir por este camino.
    Ya a mediados de los años setenta, el señor Nelson Rockefeller, tenido por persona liberal y progresista, quedó en evidencia como lo que era y dejó al descubierto la nueva orientación de la élite del poder. Según recogió el New York Post (13 de septiembre de 1975), Rockefeller osó afirmar que uno de grandes problemas es “la herencia judeocristiana de querer ayudar a los necesitados”.  ¡Pero qué incordio la compasión, menudo obstáculo para el libre juego de los tiburones! Han pasado cuarenta años desde entonces y es de temer que pronto se  sugiera la conveniencia de acorralar y suprimir a las bocas inútiles. De momento, ya se ha entrado en lamentaciones sobre el exceso de población. Esto cuando ya es considerado normal bombardear países y ciudades so pretexto de neutralizar a un solo hombre.
    Nunca está de más celebrar el final de una guerra, pero  mejor si se hace con las manos limpias, la conciencia esclarecida y el ánimo fraterno. Si Hitler hubiera ganado, la Alemania nazi se hubiera hecho con un imperio interior gigantesco y habría podido llevar a término su vasto programa de exterminio y esclavización. Perdió, afortunadamente, pero no deberíamos relajarnos como idiotas: se ha puesto en marcha un proyecto de dominación global sobre el mismo principio inmoral que hizo posible la locura nazi. Ya hay exterminados, ya hay deportados, ya hay desaparecidos, ya hay esclavos, ya hay ciudadanos de segunda y de tercera, ya hay pueblos que, por lo visto, no valen el suelo que pisan. Y ya hay millones de personas que moralmente hablando son de la misma hechura de Eichmann, inmersas en la banalidad del mal, esto es, trabajando para una burocracia criminal.
   La humanidad, es triste reconocerlo, no se ha liberado de las fuerzas antihumanas que se empeñan en arruinarle la vida. Ayer fueron nazis, hoy neoliberales. Que estos sean más sutiles y menos impacientes que los nazis a mí no me sirve de consuelo. Mientras las cosas sigan así, mientras no se tome al pie de la letra la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el derecho de celebrar aquella victoria de 1945 se debe dar por cautelarmente suspendido.

lunes, 11 de mayo de 2015

CHANTAJISTAS Y CHANTAJEADOS

      En estos tiempos de dominación neoliberal y globalización, el chantaje se ha convertido en la herramienta más efectiva del poder establecido. Como este poder es esencialmente antidemocrático (obedece a intereses oligárquicos contrarios al bien común), no  es de extrañar que se emplee a fondo como chantajista, papel que le sienta como anillo al dedo y en el que está dando pruebas de un virtuosismo mafioso de superior categoría. 
     Nos encontramos inmersos en la era del chantaje, como si viviésemos en una dictadura.  Y nada tiene de sorprendente que la dignidad humana se encuentre bajo mínimos y que la libertad, en lugar de ir a más según el sueño de la modernidad, se recorte a ojos vistas. Caminas o revientas. Son lentejas, lo tomas o lo dejas… Y así se llega a la prostitución, a la esclavitud, así se firman contratos infumables y se dice sí señor a cualquier burrada.
     Contémplese la realidad europea, lo que nos pasa a nosotros y el completo panorama económico y geopolítico en clave de chantaje. En lugar de las razones y sentimientos que asociamos a la búsqueda de la justicia local y planetaria, vemos el completo repertorio del arte de chantajear a pueblos y personas. Lo considero una recaída en la barbarie de pronóstico pésimo. Las negociaciones no son tales. Son simulacros.
      ¡Qué tiempos estos en los que el chantajista endosa a la realidad los mandatos que se le antojan, dándoselas de honorable! ¡Qué tiempos, en los que el chantajeado, en lugar de sentirse como tal, en lugar de tragarse la humillación o de reaccionar como una víbora, le sigue la corriente al opresor, ya dispuesto a ceder todo lo que haga falta, e incluso a hablar del caloret o de otras cuestiones triviales mientras cede y cede como si fuera de lo más natural.
     ¿Cómo se llegó al artículo 135 que hoy figura en nuestra Constitución? Pues por ceder ante un chantaje. ¿Cómo es posible que el Acuerdo de Libre Comercio e Inversión EE UU/UE se haya pergeñado a puerta cerrada y que los señores europarlamentarios no se hayan echado abajo esa puerta? ¿Cómo es posible que estos representantes de la ciudadanía europea se hayan dejado contentar con una especie de resumen sin poner el grito en el cielo, sin reaccionar siquiera cuando el chantajista les prohibió que lo leyeran como es debido y hasta tomar notas? Por la dialéctica chantajista/chantajeado.
    ¿Qué pasa con las propuestas económicas de todos los partidos que se presentan a las elecciones del presente año en España? Pues que han sido escritas bajo la amenaza del chantaje local y global.
     Nadie quiere exponerse a que el chantajista se enfade, nadie quiere reconocer siquiera que está siendo víctimas de un chantaje y de que así no hay manera de establecer un programa coherente, ni tampoco de fijar los objetivos con claridad meridiana, como si el punto justo estuviese en engatusar simultáneamente al chantajista y al votante chantajeado.
     El votante, viendo el garrote suspendido sobre su cabeza, pide moderación, calculitos, alguna cosilla, nada que pueda irritar a los amos del mundo. (¡Madrecita, que me quede como estoy!) Quien amenace con volcar la mesa del tahúr se verá castigado en las urnas, como bien saben el chantajista y la masa ovejuna. Y por eso es muy conveniente hablar de corrupción, de manzanas podridas, caer en el juego del tú más, como si aquí el problema fueran los chorizos y no el sistema y su infame doctrina de fondo.
    ¡No hay alternativas! Esta necedad que contradice la razón de ser de la política, encubre las pezuñas del chantajista y esconde las vergüenzas del chantajeado. Ni se dude de que el las próximas elecciones, millones de españoles irán a votar convencidos de que son libres, pero en realidad entregados a la lógica del Síndrome de Estocolmo, la misma que domina a la mayor parte de los líderes que aspiran a conquistar La Moncloa, como domina a su actual inquilino.
    Y naturalmente  esos electores timoratos y calculadores han sido tenidos en cuenta por los redactores de los programas económicos. Aquí nadie está libre de temer el mencionado garrote, tampoco ellos, todavía aferrados a la curiosa esperanza de que el capitalismo salvaje entre en razón, nostálgicos de un capitalismo bueno o roosveltiano que no volverá a fuerza de comedimiento y bajadas de pantalones.
    ¡Véase lo que pasa en Grecia! Por no rendirse a la primera, véase, véase. El chantaje apunta más que a expulsar a Grecia del euro, a provocar la caída de Syriza y a devolver el poder a alguno de los blandengues de ayer. Si Syriza cae o se traiciona, ¡qué alegría más repugnante se llevarán al cuerpo los encumbrados matones de la Bestia neoliberal, y que alegría los simples cagones, viendo en ello una justificación y una disculpa moral!
     El chantaje ha sido tan masivo y sostenido que ya no hay quien se atreva a llevar el debate político al estricto plano de la justicia, por preferir todos los juegos de números, como si debiéramos dar por supuesto que en esos juegos tiene tan digna dama algún papel (podría tenerlo, pero actualmente no lo tiene).
    Chantajistas y chantajeados hablan en un idioma común, caídos en el economicismo inherente a la narrativa del chantaje en curso.  La mayoría de los economistas críticos huyen como de la peste de que los tomen por militantes antisistema, ateniéndose al guión de lo que hay, a las reglas del juego escritas y no escritas del sistema. A ver si se puede hacer algo sin irritar a los que tienen la plata. Es una manera de ceder al chantaje. ¿Se atrevió el señor Miliband a cuestionar de raíz la política económica de Cameron? No, claro que no. Otro que dobló el espinazo y acabó en la cuneta.
     Esto sucede cuando está ya clarísimo que el chantajista es un perfecto inmoral, un enemigo de la democracia y de la humanidad, y que, por lo tanto, no tiene nada que ofrecer aparte de las operaciones de saqueo y socialización de las pérdidas. Que para servir a la causa de la justicia los números tendrían que ser otros y distinta la escala de valores, esto es sabido, pero el miedo es libre.
    El chantaje ha pervertido nuestras mentes y corazones. A duras penas es posible traer a primer plano a los pobres y hambreados europeos  y ya es imposible que a uno le tomen en serio si alude al espantoso daño que el actual sistema está haciendo a la gente en el plano vital, un daño atroz del que sus hijos no se librarán por estar ya en la categoría de los sin futuro.
     El chantaje opera a diversos niveles, y ya han pervertido las mentes hasta el punto de que se debe dar por sobreentendido que tener un trabajo precario y miserablemente pagado, no ser desahuciado y contar con luz eléctrica es extraordinario, más que suficiente para llevar una vida digna (y  no digo plena porque esta palabra ya no se usa por no ser del agrado del chantajista,  solo interesado en la plenitud de sus negocios). Nótese que defendemos educación en nombre de los beneficios económicos futuros y no del desarrollo libre de las personas. Quien defienda este desarrollo de las personas será tomando por loco y fichado como tal.
     Creer que si uno cede el chantajista se portará bien es una imbecilidad, la esperanza del tonto. Cuanto más se cede, peor. Y además, llegados a este punto, la idea de ceder para ganar tiempo carece de valor operativo. Porque aquí el único que puede sacar partido de ella es precisamente el chantajista.

    Y si uno no está dispuesto a ceder, debe atarse los machos. Debe estar preparado para que de los modales melifluos, tecnocráticos  y pseudodemocráticos el chantajista pase directamente a los brutales.  Y puede que de esto no estemos lejos a juzgar por los preparativos jurídicos, policiales e informáticos. El chantajista se cura en salud, consciente de que lo que se trae entre manos es de rango genocida y de que su supervivencia depende cada vez más de la pura fuerza bruta, la de las plantaciones de esclavos, la de Auschwitz o del Gulag. 

miércoles, 6 de mayo de 2015

EL VOTANTE DE IZQUIERDAS

    Urnas a la vista, el votante de derechas  solo tiene que elegir entre dos opciones. O se inclina por el PP o por Ciudadanos,  por la opción jurásica o por la emergente. 
    El votante de izquierdas, en cambio, no lo tiene tan fácil. ¿A quién debe confiar su representación? En este campo el panorama es complejo. Solo está claro que aquí y ahora de lo que se trata es de hacer frente a la a Bestia neoliberal, antes de que sea tarde, antes de que termine de retrotraernos al siglo XIX.
    Y como esto sí que está claro, por ser cuestión de supervivencia, es inevitable que la visión de las urnas le cause a este votante una sensación rara y hasta de enojo con sus pares. Debería estar ilusionado, lo estuvo hasta hace poco, y ahora anda cejijunto.
    Es una  pésima idea entrar en el futuro con las fuerzas divididas por personalismos, rencillas de familia y cálculos esotéricos. Donde ya debería haber formado un frente amplio, resulta que no lo hay. Es muy de lamentar precisamente ahora, por estar la mencionada Bestia en un apuro. Es de género tonto no ver y no aprovechar la oportunidad, sobre todo si se piensa en su temible capacidad de reacción y en el odioso y semioculto programa que se trae entre manos. En fin, con división interna o sin ella, el cometido de la izquierda es ese.
     Y siendo así, con pena o sin ella, el votante de izquierdas se ve ante la desagradable evidencia de que, a juzgar por su ejecutoria, el PSOE no es de fiar. Ha servido a la Bestia, ha traicionado a sus votantes, y hasta la fecha no ha ofrecido ninguna prueba de que no vaya a repetirlo. Es más, dada su hipersensibilidad a los chantajes oligárquicos, dada su habituación al arte del acomodo, está cantado que volverá a las andadas en cuanto se le pase el sofocón.
     Ahora como siempre, el PSOE va de “izquierda responsable”, tildando de idiota a cualquiera que no se comporte como un oso de feria. Y esto vale por una declaración de intenciones. Mucho le habrá dolido que el 15-M lo metiese con el PP en el mismo saco, pero méritos sí que hizo, como sabe cualquier votante de izquierdas que se precie, haya votado o no al PSOE en el pasado.
     ¿Está Pedro Sánchez decidido a eliminar el maldito artículo 135 que Zapatero urdió a escondidas con el PP? ¿Decidido denunciar los aspectos siniestros del acuerdo de Comercio e Inversiones EE UU/UE? ¿Decidido a poner en su sitio a la casta extractiva? ¿Decidido a apoyar a Grecia en los altos foros internacionales? ¿Decidido  a dar cuenta en el Congreso del chantaje de turno, lo que debió hacer Zapatero y no hizo, decidido a dimitir antes de entregarnos? ¡A saber!
    Aquí y ahora, el votante de izquierdas que realmente esté convencido de que hay que pararle los pies a la Bestia, no pudiendo fiarse del PSOE, tendrá que elegir entre Podemos, Izquierda Unida y sus asociados, Ganemos y los suyos… y reclamarles que lleguen a un entendimiento sincero y práctico lo antes posible, porque sin él serán triturados de uno en uno  o de un solo golpe todos sin que la gente que les apoya tenga la menor oportunidad de hacerse valer como lo que es, un conjunto humano numeroso y poderoso, indignado ante el curso de los acontecimientos. 

lunes, 4 de mayo de 2015

UN CENTRO INEXISTENTE, UNA DERECHA ARCHICONOCIDA

    La confusión que reina en esta fase preelectoral es más aparente que real: prestidigitaciones aparte, nos movemos entre dos opciones incompatibles, la neoliberal y su contraria. 
     Los principales partidos en liza se las dan ahora de centristas y hasta parece que hay una aglomeración en ese espacio. Pero  mejor no llamarse a engaño. Donde ahora se alza el gran teatro de la mendacidad habrá pronto un socavón. Los votantes que se dejen llevar por las apariencias se verán pasado mañana sin representación. La incompatibilidad de las dos opciones en juego es brutal y no tardará en saltarnos a la cara.
    La crisis de UPyD es un síntoma clarísimo del vaciado del centro, de su creciente impotencia, causada, en último análisis,  por la  polarización de los espíritus hacia los extremos. En el sistema hasta ayer mismo existente y a pesar de su expreso deseo de corregir los excesos del ordenamiento territorial, el partido encabezado por Rosa Díaz llegó a convertirse en el partido de centro por antonomasia. Desde ese emplazamiento  trabajó denodadamente en proyectos de intención progresista, de cuyo sentido y valor no cabe dudar. Si no hubieran  ido a morir bajo el rodillo del PP, serían mejor conocidos y agradecidos.  Ahora bien, si ya era difícil que se tuviera la percepción de que seguía donde estaba tras su instintiva e histérica coincidencia con el PSOE y el PP en los modos y razones empleados para descalificar a Podemos, lo que ocurrió después fue, a mi juicio, decisivo desde la óptica de la calle.
     UPyD vino a redefinir involuntariamente su colocación en el espacio político por  culpa de la aproximación de algunos de sus componentes de peso a la órbita de Ciudadanos.  Atentos al emergente Rivera, deseosos de un pacto, estos tránsfugas nos revelaron a posteriori que UPyD  había sido una formación trufada de a sujetos  afines a la derecha neoliberal, poco comprometidos con las ideas decían defender bajo la batuta de Rosa Díez (de suyo antipática desde la óptica de los tiburones del establishment y, por lo mismo, un obstáculo para la motorización de los oportunistas).
    Caso ejemplar el del eurodiputado margenta Sosa Wagner, empeñado en votar al descentrado señor Juncker y el primero en reclamar públicamente una aproximación a Ciudadanos, necesaria, explicó, para hacer frente al “peligro” representado por Podemos… lo que en los tiempos que corren carece de connotaciones centristas, por tenerlas simplemente derechistas.
     El programa económico de UPyD es socialdemócrata, el de Ciudadanos neoliberal. ¿Pelillos a la mar? ¡Pues no, señor Sosa Wagner, por muy sobado que esté en término socialdemocracia!  ¿Acaso no se encontraba UPyD más cerca de la izquierda en general que de lo que hay del otro lado de la tierra de nadie que se ha formado bajo sus pies? Si en su crisis se venciese hacia la derecha sería de lo más patético, una confirmación de que es lo que suele suceder.
    El drama de UPyD es el drama del centro político en este país, una señal de que los tiempos han cambiado. Recuerdo que Fernando Savater proclamó que UPyD se disponía a hacer valer “lo mejor de la izquierda y de la derecha”, lo que en la práctica ha conducido, como era de temer, a una burda contradicción, desconcertante de puertas para dentro y de puertas para afuera, casi letal en estos tiempos de confrontación. De ahí la crisis interna y el desconcierto de sus votantes.
    A todo esto, la progresión del partido de Albert Rivera no tiene nada de sorprendente. Este partido atrápalo-todo ha demostrado, según las encuestas, una notable capacidad para atraer a votantes indignados de variada procedencia. Si se demostró que había poquísimo espacio para una formación como VOX a la derecha  del PP, por el otro costado había mucho terreno a disposición de cualquiera. Metido en sus asuntos y de espaldas al común de los mortales, el PP descolonizó ese terreno despreocupadamente, dejando en el aire a quienes creyeron que en su día  había virado hacia el centro
     El partido de Rivera se presenta como una formación laica, de buenas intenciones sociales, progresista… ¿Por fin la famosa “derecha moderna” que se ha echado en falta en este país, la que el PP pudo encarnar y no quiso? Quizá, pero a destiempo.  Ciudadanos hace acto de presencia en el tablero electoral justo cuando la derecha reinante fuera de nuestras fronteras, su aliada natural,  ha pasado de moderna a completamente retrógrada. Su destino no es otro que ser abducido por este gigante y así terminará lo que ahora parece tener un plumaje propio.
    En términos convencionales, podría decirse  que Ciudadanos es un partido de centro-derecha, pero no en la actualidad. Es de derechas a secas, como el PP, aunque carezca de la carga neoconservadora de éste. Y es muy natural que le guste a la señora Esperanza Aguirre, y al entero establishment, que sabe que lo tendrá de su parte, a partir un piñón con el PP si la situación lo demanda. Hasta es posible que en las altas esferas se atribuya a Rivera, falto de compromisos con los cacicatos establecidos, mayor desenvoltura a la hora de aplicar sus recetas y los “nuevos ajustes” reclamados por Bruselas.   
    En fin, con un estilo o con otro, PP y Ciudadanos juegan en el mismo equipo, con los mismos economistas de cabecera, con la misma entrega servil a lo que hay. Que uno se obsesione con el aborto y el otro no, es cuestión muy secundaria.  Vamos a lo serio: ¿se imagina alguien a Ciudadanos eliminando el odioso artículo 135 de la Constitución, o  rechazando de plano la parte vomitiva del Tratado de Libre Comercio e Inversión entre la UE y EE UU?
    Del PP, el macizo de la derecha española, poco hay que decir. Ahora, a buenas horas, se empeña en recuperar el famoso centro, en ocultar su neoconservadurismo, en callar sus devociones neoliberales, en esconder a Wert, en remar en el Retiro, en hacernos olvidar su proyectada ley antiabortista, en dar marcha atrás a las tasas judiciales, en disimular su piel de reptil, en vocear éxitos minúsculos como si fueran enormes, en mostrarse cómodo en mangas de camisa y sin corbata, en ocultar sus vergüenzas, en marearnos con cifras, en gustarse a sí mismo en plan Louise Hay/Arriola. Desde las altas esferas planetarias le han dado una tregua, le felicitan, no le recriminan sus gestos de intención social hechos a última hora y a la desesperada (ya le exigirán nuevos “ajustes” pasado mañana).
     Según las encuestas, el PP perderá su mayoría absoluta. Como esta se le subió a la cabeza, no sabemos cuánto tiempo le llevará recuperar la cordura y los buenos modales. Lo único seguro es que el PP seguirá siendo tan neoliberal y neoconservador como hasta la fecha, perrunamente fiel a los amos de por aquí  y de por allá.
      El votante de derechas sabe muy lo que se puede esperar. El PP le ofrece más de lo mismo. Y Ciudadanos más lo mismo con un líder novedoso, joven, descargado de culpas y compromisos ancestrales, de quien cabe esperar algunas originalidades, como la suspensión del AVE o la legalización de la prostitución. Ambas formaciones son neoliberales, y a quien le guste esta repulsiva y chapucera doctrina de la oligarquía nacional y transnacional, no tendrá ocasión de equivocarse… Puede estar seguro, además, de que el PP y Ciudadanos, unidos por una visión similar de la organización territorial de este país y por el catecismo neoliberal, se entenderán a la hora de la verdad. Y por cierto que  el despistado que los tome por centristas acabará perdido en la niebla ni se sabe por cuánto tiempo, hasta que la sensación de haber sido timado le provoque un desagradable despertar.

lunes, 27 de abril de 2015

MÁS ALLÁ DE LA CONFUSIÓN

   Tras el arranque andaluz, enfilamos hacia nuevas citas electorales y la confusión va en aumento. Nadie quiere mostrar sus cartas para no espantar a los famosos votantes del centro, todo se personaliza, se excitan las filias y las fobias, se huye de los temas serios y se amañan hasta las sumas y las restas.
    La confusión es, sin embargo, más aparente que real. Tenemos, por un lado, a los partidos que desean poner límites y hacer retroceder a la Bestia neoliberal-neoconservadora  y por el otro a quienes sueñan con engordarla ilimitadamente a nuestra costa y a la de nuestros hijos y nietos.
     No hay ni puede haber un punto de convergencia entre ambos proyectos, por eso ya dije alguna vez que, de hecho, el centro político ha desaparecido.  No digo que no haya gente que se sienta en ese espacio, en una posición muy de clase media, convencida de que ahí reside el equilibrio y el buen sentido. El problema es que esa gente se encuentra en una especie de tierra de nadie. Quienes aspiran a representarla no se encuentran allí, sino a la derecha o a la izquierda, como los hechos no tardarán en acreditar.
    La clase media, engañada y traicionada por sus presuntos representantes, ya ha sido destruida en Estados Unidos y en otros países caídos en las garras del neoliberalismo. Ahora ocurre en Europa. Lo sufrimos en nuestras propias carnes, una experiencia que esa buena gente “del centro” no es capaz de admitir ni cuando la pisotean.
   Tarde o temprano la confrontación  entre neoliberales-neoconservadores y sus oponentes irrumpirá brutalmente y pondrá a todos en su sitio. Sucederá tras las próximas elecciones municipales y autonómicas, antes o después de las generales, quizá más tarde,  porque todo depende de cómo vayan las cosas aquí y en el mundo. Sí, llegará el momento, lo presiento, en que no habrá el menor margen para la simulación.
    Si ganan los partidarios de la Bestia, más de lo mismo: seguirán llevándonos a empujones y por etapas al siglo XIX, entregados a un designio oligárquico que no hay democracia que resista. Si ganan sus oponentes, toparán de frente con el establishment  mundial y con una agrupación de las fuerzas sobrevivientes que tan fielmente le sirven. Si por miedo decidieran no hacer nada y marear la perdiz, dejarán a las víctimas sin la representación que les prometieron,  o sea, rotas o airadas, lo que también sería funesto para nuestro sistema democrático.
    Ahora bien, a  juzgar por las encuestas en este país todavía no se ha llegado al punto en que una abrumadora mayoría experimente el ferviente deseo de dejar atrás lo malo conocido en busca de lo bueno e incierto por conocer. Es un dato a tener en cuenta.
     ¿Hace falta más sufrimiento para que se llegue a ese punto crítico?  Tal parece, como parece que hace falta más dolor para que los adversarios de la Bestia dejen de hacer el tonto, incapaces de dar vida a un frente amplio a la altura de los desafíos que nos van a salir al paso indefectiblemente, como parte del embolado global.  
     Sería de desear que  los representantes de la izquierda no perdieran el tiempo con cominerías, personalismos  y desmesuras, pues les ha caído encima la responsabilidad de impedir que nuestro país pierda el tren de la historia. Sería muy triste que España reaccionase tarde y mal y encima sola y desunida contra dicha Bestia, como ahora le pasa a Grecia. Sería como para tirarse de los pelos, pues en estos mismos momentos la Bestia está  enferma de muerte, como consecuencia de su criminal locura. Como no será que ya ha despuntado una hornada de economistas que han dejado de reírle las gracias. Thomas Piketti no está solo, señal  inequívoca de que los tiempos están cambiando, aunque no tan rápido como algunos desearíamos.
     A mi entender al menos, el tren de la historia ha llegado a un punto en que el neoliberalismo-neoconservadurismo ya se ha exhibido ante grandes masas humanas y ante un significativo número de cabezas pensantes como lo que es: una salvajada sin porvenir, mortal para la gente y para la salud de la tierra, un constructo ideológico impresentable  y falaz, surgido de la matriz de una oligarquía local y transnacional tan ciega como egoísta y cutre. Como ya no puede prometer a la gente prosperidad alguna, al neoliberalismo solo le queda mentir y abusar de su indecente instrumental propagandístico y represivo. Hemos llegado al punto de que hay que ser muy necio o muy malvado para sostener esa ideología es la mejor, la última, la incontestable. La Gran Crisis Política nos espera, pues, a la vuelta de la esquina.

miércoles, 22 de abril de 2015

RODRIGO RATO, FIGURA HISTÓRICA

    Lo sucedido con el hasta ayer mismo festejado vicepresidente de Gobierno en tiempos del aznarato ha roto los esquemas de millones de españoles bienpensantes. Veían en su persona al taumaturgo del “milagro económico” y a saber por qué razón en este país no  es chocante ni  sonrojante hablar de milagro en asuntos tan crudamente materiales.
      Una manera de pensar y proceder ha quedado al descubierto, una vez más, pero en forma de revelación. Un día no lejano Rato será objeto de sesudos estudios, cuando se den la vuelta por completo las tornas de la historia, y todo lo relacionado con las ideas, las prácticas y los supuestos milagros del neoliberalismo en nuestro país sea pasto de la despiadada crítica que merece.
    Es, a mi parecer, uno de los hombres  a seguir para ilustrar la penetración del neoliberalismo en nuestro país, la reducción del PP a sus antisociales milongas y, lo que no deja de tener interés histórico, la peculiar manera de enlazar el “capitalismo de amiguetes” del franquismo con el de nueva planta, operación por lo visto facilísima, ejecutada con naturalidad por los hijos de quienes se aprovecharon de su condición de vencedores de la Guerra Civil.
   El tema da mucho de sí por cuanto  invita a reflexionar sobre la tradicional simpleza del capitalismo español, hecho a los negocios facilones a la sombra del poder y  sobre el completo repertorio de corruptelas en la trastienda del sistema presuntamente inmaculado, antes dictatorial, ahora democrático (por no remontarnos a la España de Galdós).
   Y da mucho de sí por cuanto salen al paso claros indicios de que los amiguetes de hoy, estimulados por ese neoliberalismo que les ha venido como anillo al dedo, de por sí acostumbrados a trampear o a ver trampear al filo de la ley,  se han superado a sí mismos, como si todavía bastase hablar con don Tal, amigo de toda la vida y del Alto de los Leones, para resolver cualquier enredo molesto. Y claro que sin el temor de que les vaya a caer un rayo desde El Pardo y, encima, con la grata sensación de estar en la misma movida que los grandes tiburones del mundo entero, sensación que sus padres no tuvieron ocasión de catar.  
    En mis arduos recorridos por la historia de España he tenido repetidos encuentros, como ratón de libros y periódicos viejos, con el señor Rato, e incluso con las andanzas de su padre. Me tengo bien leídas las dos biografías disponibles. He sabido de su Porsche primigenio  y de sus idas y venidas en moto de gran cilindrada con su amigo Herrero de Miñón. También supe de su empeño definir a Alianza Popular como partido de derechas, como si  en el punto de partida no hubiese entendido el propósito de centrarla. E incluso llegué a saber que el principal motivo por el que se vio preterido en beneficio de Mariano Rajoy fue su oposición a la guerra de Irak, expresada a puerta cerrada. Me percaté, claro, de que no era el más retrógrado del elenco, que era rápido y expresivo, no un vulgar monigote parlante.
  Ahora bien, lo que siempre me produjo inquietud e incluso desazón fue su proyección como superministro de Economía y Hacienda. ¿Estaba preparado para ese cargo, siendo así que era un abogado? Había hecho un master en administración de empresas en Estados Unidos, pero, ¿era suficiente? No, intuí. Creo que su preparación era buena para ventear negocios y articularlos, no para la conducción económica de un país como el nuestro, con sus particularidades y su insuficiente rodaje democrático.
    Rato estudió Economía cuando ya estaba en las alturas. Esto tuvo su mérito si pasamos por alto las circunstancias (¿quién se habría atrevido a agraciarle con un suspenso?). Como para cualquiera que haya tenido que compaginar el estudio con el trabajo, constituye para mí un motivo de asombro que lograse, además, producir una tesis doctoral en tiempo récord, en medio de un cúmulo de responsabilidades de Estado. 
    Los nombramientos ministeriales obedecen a una lógica peculiar en la que intervienen factores diversos, como la amistad por ejemplo. Pero entiéndase mi inquietud.  Consideré, fatal casualidad,  los merecimientos de Rato inmediatamente después de estudiar la aportación del profesor Fuentes Quintana, un peso pesado (el artífice de los Pactos de la Moncloa). De la comparación no salía muy favorecido.
     Su encumbramiento a la gerencia del FMI (como resultado de la presión conjunta y solidaria del PP y del PSOE) me procuró otra ración de inquietud. Que luego se le atribuyese, en retrospectiva, el mérito de haber obrado el “milagro económico español”, visto lo visto, cuando aun faltaba el escándalo, me puso ante la evidencia de que se trata de un personaje clave para entender el curso de los acontecimientos, esto es, la deriva de este país desde la Transición a las putrefactas aguas del neoliberalismo en las que ha venido a encallar y desangrarse. Y por cierto que no es un dato menor que Luis de Guindos y Cristóbal Montoro se iniciasen como peones suyos.
     Sí, creo que el de Rato es un caso emblemático, digno de un estudio en profundidad, sea cual sea el resultado de los procesos judiciales en curso. Claro que se puede considerar un “caso particular”, según la apreciación de Soraya Sáenz de Santamaría, pero lo que tiene de interesante le trasciende ampliamente. Como fenómeno social y psicológico, y por supuesto como fenómeno de partido, no tiene desperdicio.
     Bien mirado, no es sorprendente que se dejase llevar por el abecé del neoliberalismo, la moda loca de cuando él se puso a estudiar Economía, tan fácil de acoplar a los modos oligárquicos jamás desarraigados a los que ya hice referencia. Gracias a ese abecé alcanzó el grado máximo de asertividad y propulsión, pues en él no figuran las dudas ni las consideraciones históricas, como tampoco las consecuencias sociales, que le traen sin cuidado a esa escuela de pensamiento.
     Que era facilísimo dejarse llevar lo prueba el hecho de que los muy instruidos ministros socialistas Boyer y Solchaga le hubiesen desbrozado el camino. ¡Que tiempos aquellos en los que ni siquiera hacían falta los hombres de negro para que el oso hiciera lo que es debido!
     En todo caso, tengo por seguro que dicho abecé torció el rumbo de la entera Transición. Así, sea por miopía o por malicia, ha acabando por repetirse en nuestro caso la desgracia de otros países dependientes que fueron arrasados  con anterioridad. Tarde o temprano, tras las vacas gordas, tras hacer caja con la venta de las joyas de la abuela, vendrían las flacas,  estaba escrito, un desastre para el país, ya que no para la elite de la que el señor Rato formaba parte por derecho propio. Y esto también se sabía, o por lo menos lo sabían los estudiosos de la Historia y algunos economistas que se quedaron sin el Premio Nobel.
    En fin, no siendo posible considerar a Rato el único responsable de lo ocurrido, de que no se tomaran las medidas oportunas en su debido momento, resulta imposible situarlo al margen como anomalía, como manzana podrida o cosa parecida.  Y además, lo que él tiene de bluff espectacular, pertenece de por sí a la esencia del neoliberalismo cleptocrático, como la pulsión chapucera, el cortoplacismo y la desconexión del bien común.  Su caída, que para muchos significa una revelación cuasi insoportable (“pero, dígame, ¿en manos de quiénes hemos estado?”), ha venido a coincidir con el ocaso del neoliberalismo, a estas alturas incapaz de generar ningún proyecto positivo para el común de los mortales. No creo que sea una coincidencia casual. Ya no hay conejos en la chistera ni ases en la manga. ¡Qué mal suenan hoy las milongas sobre la nueva economía, el capitalismo popular y la sociedad de propietarios!