lunes, 21 de mayo de 2018

LA CASA DE PABLO IGLESIAS E IRENE MONTERO

    Se nos hace saber que Iglesias y Montero tienen perfecto derecho a comprase una casa con jardín y piscina, que lo que ellos hagan con su dinero es asunto suyo. Claro que sí, no faltaba más. Ahora bien, es inútil cerrar los ojos: aquí hay un problema de orden político, simbólico y hasta moral de graves consecuencias para ellos y para el partido que acaudillan. 
     Lo que en tiempos normales sería visto con una mirada de condescendencia e incluso de total indiferencia, en estos tiempos de penuria, y precisamente por tratarse de ellos, no inspira los mejores sentimientos, como podemos considerar demostrado. No se entiende que hayan actuando y actúen como si no hubieran tenido ojos para imaginar lo que se les vendría encima. No lo vieron venir, malo; lo vieron venir y les dio igual, malo también.
    En vista de que la adquisición de la casa de marras ha provocado toda clase de ataques y murmuraciones, Iglesias y Montero acaban de convocar un referéndum interno. Ponen sus cargos y hasta sus actas de diputado en el envite. Los militantes de Podemos tendrán que decidir si los despiden o si, por el contrario, los respaldan (dando de paso su beneplácito a la adquisición). Se trata de una huída hacia delante, con la particularidad de que Iglesias y Montero tienen la certeza de que los inscritos en el censo de Podemos no se atreverán a darles la patada. El lunes próximo conoceremos el resultado.
    A mi juicio, el daño ya está hecho, con independencia del resultado. En primer lugar, porque habrá votantes que rechacen la adquisición (en la línea de Kichi.) En segundo, porque habrá quien de luz verde a la continuidad de Iglesias y Montero por entender que se trata de un mal menor (en la línea de Monedero o de Echenique, capaz de decir que quienes osan criticarles son unos “reaccionarios”…). En tercero, habrá quien les apoye por un instinto rebañiego digno de lástima. Con estos mimbres a la vista, ¿qué porvenir aguarda a Podemos?
    En cualquier caso, avalada o no por los militantes de Podemos, la adquisición de la casa  –se pongan como se pongan Iglesias y Montero y quienes les apoyan–, es un regalo para los enemigos profesionales del partido, que darán la matraca con el asunto de aquí a la eternidad. Pero quizá esto no sea lo peor: Hay que tener en cuenta el efecto de la compra sobre la conciencia política de los hasta ayer mismo simpatizantes de Podemos, de suyo inquietos tras las últimas jugadas, muchos de ellos con el agua al cuello. No estoy hablando de los 400.000 militantes que figuran en el censo de Podemos, sino de millones de votantes otrora esperanzados y ahora visiblemente desconcertados, ya en situación de no  sentirse representados. 
    El “son como todos” –por los pugilatos internos, las extravagancias teóricas, la desmesura, los desplantes innecesarios, el retorcimiento lingüistico, la marginación de  compañeros, el nepotismo, la incoherencia  y el casoplón– amenaza con socavar la base electoral de Podemos. La idea de que Iglesias y Montero van de líderes autoritarios y narcisistas va cobrando forma en el imaginario colectivo, y realmente no sé qué tendrían que hacer para ponerse a cero y recuperar la confianza perdida.

jueves, 19 de abril de 2018

TRUMP, MAY, MACRON Y SUS 113 MISILES

    Los misiles han sido lanzados contra Siria en respuesta a un ataque con gases venenosos por parte de las fuerzas de Bashar al-Assad en Duma. Tal es la versión oficial, avalada por las más altas instancias occidentales (a excepción del papa Francisco).  
   “Misión cumplida”, dice Trump. La señora May y el señor Macron prometen nuevos ataques si el régimen de Damasco vuelve a las andadas con dichos gases. No queda claro si el ataque con misiles debe considerarse una represalia o una acción encaminada a acabar con el supuesto arsenal químico de Assad. Y no está claro porque en lo tocante a lo de Siria todo es deliberadamente confuso.
    ¿Qué certeza tenemos de que realmente las fuerzas de Assad  empleasen gases venenosos en Duma, siquiera puntualmente? ¡Ninguna!  No me negarán que sensación de déjà vu es inquietante. Viene a la mente la lista fatal revelada por el general Wensley Clark: Irak, Libia, Siria, etc. 
    Los 113 misiles vienen después de los 59  tomahawk lanzados en septiembre del año pasado contra la base siria de Shairat, ¿lo recuerdan? Trump quedó como un héroe por haber respondido así, contundentemente, a un ataque con gases contra el pueblo de Jan Shijun… Luego resultó que la cosa no estaba clara y que la supuesta contundencia de Trump fue mas bien teatral. Mucho ruido y pocas nueces. Como ahora.  ¿Hubo ataque con gas en Jan Shijun? ¿Quién lo perpetró? En realidad, nada sabemos. Igual que ahora. 
    ¿Qué hay debajo de todo esto? ¿Mantener la guerra en Siria, ahora que Assad parece en condiciones de ganarla? ¿Acostumbrar a la opinión pública a este tipo de acciones con miras a tenerla psicológicamente a punto por si viene al caso emprender una escalada  bélica de grandes proporciones? ¿Hacer negocios por el simple procedimiento de hacer imposible la paz? ¿Desviar la atención de los problemas internos, llámense brexit o Stormy Daniels? 
    En cualquier caso, las más altas instancias planetarias harían bien en tomar nota de una  evidencia crucial: su credibilidad está por los suelos. Pringadas en el drama sirio, de tanto tirar la piedra y esconder la mano, de tanto manipular, de tanto hacerse las buenas para mejor satanizar a Assad,  ya no inspiran ninguna confianza. Y peor, porque ya dan miedo, más miedo que Putin. No estoy seguro de que les importe, dada su prepotencia, pero sí tengo la certidumbre de que nos encaminamos hacia una edad muy oscura.

viernes, 23 de marzo de 2018

LA LLAMADA DE LA TRIBU

   Así se titula el último libro de Mario Vargas Llosa (Alfaguara, 2018),  que  versa sobre su evolución intelectual. Como los escritores no suelen mostrar sus cartas, es de agradecer,  bien entendido que estas “confesiones”  dejan traslucir una forma de buena conciencia que pocas veces se encuentra en estado tan puro y que, francamente, ha llegado a irritarme.
    Reconoce Vargas Llosa que su punto de partida fue el comunismo, cuya versión china le deslumbró. Lo normal en su momento, lo tribal entre ciertos intelectuales de la izquierda latinoamericana. Ser comunista llegó a ser, en determinados círculos, un requisito del progresismo y de la hombría de bien. No se me pregunte por qué, porque a finales de los años cincuenta ya se sabía de sobra lo que había pasado y pasaba del otro lado del Telón de Acero.  Pero, claro, hay que recordar a Jean-Paul Sartre y a sus corifeos, decididos a justificar todas las aberraciones soviéticas y maoístas en nombre de los altos intereses de la revolución, en lo que yo solo puedo ver una desmoralización en toda la regla, lamentable por sus efectos en muchísima gente aparentemente despierta. Si uno protestaba, le endosaban en título de capitalista incondicional, o de pequeño burgués delirante.
    Entraba dentro de lo previsible que un escritor como Vargas Llosa acabase harto. No me lo imagino leyendo con agrado el famoso Libro rojo, más bien vomitivo. ¡Menuda decepción experimentaron él y otros muchos! Pero lo interesante del caso, lo que verdaderamente llama la atención, es de qué manera pasó este hombre de un catecismo a otro, se diría que de un salto. Porque pasó, sin escalas, sin consideraciones dialécticas de ninguna clase, del catecismo comunista al catecismo neoliberal, el refrito de Hayek y de Friedman, bien cargado de darwinismo social.
    Y llama la atención precisamente por tratarse de él, ya que esos tránsitos de la izquierda a la derecha, en plan Jiménez Losantos, han sido muy frecuentes. Frecuentes digo, no siempre por revelación, por caída del caballo. Hay que tener en cuenta que el tintineo del vil mental obra prodigios en las conciencias, especialmente en aquellas que, habiendo renegado de las “virtudes burguesas” y ya embebidas de  los saberes criptomaquiavélicos escondidos en la trastienda del comunismo real, carecían de las fibras morales necesarias para resistir la tentación de acomodarse y de cambiar de amo. Y es preciso recordar aquí, entre las mayores genialidades del movimiento neoliberal, su inteligente política de atraerse a intelectuales de izquierdas. Haber sido izquierdista no era un mal antecedente…si la conversión era total. Piénsese, por ejemplo,  en los servicios del trotskista Kristol a la causa de ese movimiento retrógrado.
   Yo le he oído decir a un algo enojado Vargas Llosa que lo del neoliberalismo es un invento, pues solo hay liberales, se supone que todos hayekianos como él. Vamos a lo grave: Vargas Llosa se salta a la torera todo el plantel de liberales que no fueron neoliberales hayekianos, desde Keynes a Galbraith. Y esto es lo que a mí, liberal en el sentido de estos, me saca de quicio.
    No solo me irrita la falta de probidad intelectual. Me enerva un problema de fondo: la torticera reducción del liberalismo a la versión de Hayek es sumamente dañina para la causa del liberalismo en cuanto tal. Miles de jóvenes indignados, como el Vargas Llosa de los años cincuenta, odian al liberalismo de resultas de este juego de prestidigitación. Y ni qué decir tiene que ese odio es un pasaporte al absolutismo. Es tremendo, pero el movimiento retrógrado se ha apoderado de la palabra “libertad” bajo las mismas narices de la izquierda.
     En resumen, estas memorias de Vargas Llosa sirven descaradamente a los intereses del capitalismo salvaje. Y si esto es de lamentar, se me permitirá que yo lamente también que, tras su abandono del comunismo, eludiese la responsabilidad trabajar en la búsqueda de las buenas razones que la izquierda, ya muy divida por aquel entonces entre comunistas y no comunistas, estaba buscando y todavía no ha encontrado. Pasar del comunismo al capitalismo salvaje era, entre todas, la solución más fácil para él, por lo visto, dada su propensión a ver las cosas o blancas o negras y dada su propensión militante, para nada independiente.

miércoles, 14 de marzo de 2018

EL DEBATE SOBRE LAS PENSIONES

    Como era de prever Mariano Rajoy no respondió a las demandas ciudadanas, claramente expresadas estos días por miles de pensionistas de toda España. Dio la callada por respuesta, hablado mucho eso sí, con su aplomo característico, en plan trilero además. Hasta se dio el lujo de recordar que los primeros hachazos contra los pensionistas  los asestó Rodríguez Zapatero. Dejó bien sentado que las “reformas” son irreversibles, y que hay que continuar por el mismo camino, a juzgar por los excelentes resultados… Lo dicho, con tanto triunfalismo, resultó vomitivo.
   Quizá sea oportuno recordar los primeros ataques graves a los pensionistas fueron perpetrados, en efecto, por Rodríguez Zapatero. Ocurrió a raíz de una cartita que le envió Jean Claude Trichet (un Diktat de la peor especie). El socialista capituló sin ofrecer ni la menor resistencia… y seguidamente urdió en secreto algo muy sucio en complicidad con el líder popular: la modificación clandestina del artículo 135 de la Constitución. España se comprometió a pagar a sus acreedores en primer lugar, en cualquier circunstancia. ¿Y si los españoles sufren? ¡Que sufran!
    Seguramente, Zapatero hizo entonces algo que no quería hacer. Y es probable que a Rajoy no le haga ninguna gracia desairar a los pensionistas en estos momentos cruciales. ¿Acaso no figuran entre ellos los votantes que le han apoyado contra viento y marea?  Maltratarlos viene a ser lo mismo que cargarse su base de sustentación. Está claro que pesa sobre él la pesada mano de los mismos chantajistas que torcieron el camino de Zapatero, a los cuales el destino de los pensionistas españoles presentes y futuros les importa un carajo.
    Pero, claro es, de dichos chantajistas no se habló. Porque, ¿quién esta seguro de poder pararles los pies? ¡Haría falta una combinación de fuerzas dispuesta a jugar fuerte tanto aquí como en la arena internacional!
     Se ha discutido sobre la voluntad del señor Rajoy, sobre sus deseos y capacidades, sobre sus prioridades, pero no sobre ese problema de fondo. Él juega la carta de atenerse al guión de los chantajistas, y como elemento dócil espera ser premiado por ellos. Los otros, sugieren alternativas más o menos interesantes, pero sin contar con dichos chantajistas. Como si no existieran. El caso es que ni Rajoy ni sus oponentes tienen el futuro asegurado. El neoliberalismo tiene una bien ganada fama: destruye partidos y sistemas políticos. Ello forma parte de su esencia. (El previsible hundimiento de Rajoy no inquieta a los chantajistas, por la sencilla razón de que ya tienen a Rivera, otro político de usar y tirar a añadir a la lista fatal.)
    El drama de los pensionistas españoles presentes y futuros forma parte del proceso de destrucción del Estado de Servicios y no se puede entender al margen de la tenebrosa lógica subyacente. Y su movilización generalizada, apoyada por la mayoría de los españoles, nos sitúa ante una alternativa clara. O se está de su parte, del lado de la justicia y la humanidad,  al amparo de la Constitución (con la salvedad del citado artículo 135), o se está de parte de los chantajistas y sus cómplices, ya entregados a la barbarie.
    Desde el punto de vista moral, los pensionistas se encuentran en un plano de superioridad tan clara que cualquier cosa que se diga para burlarlos convierte a quien lo intente en un bárbaro. De ello cualquiera puede extraer alguna lección positiva para la izquierda, hasta la fecha completamente desorientada.
     Los pensionistas no piden el cielo, piden lo justo, a saber, lo que se les debe. De ello se deriva su poder. Es cuestión de calentarse y de comer, aquí y ahora además, algo que no puede esperar la traída de una República o cualquier otra aventura  a lo Puigdemont. Viéndose en los manifestantes de la tercera edad de estos días, como también en la generalizada movilización de las mujeres, quizá ciertos elementos de Podemos aprendan a razonar. 

viernes, 27 de octubre de 2017

LA CARTA DE PABLO IGLESIAS

   Vale la pena leer la epístola de Pablo Iglesias. Queda uno advertido acerca de lo que se propone: liquidar el llamado Régimen del 78  y sustituirlo por una República.  Ya familiarizados con estos decires y con la praxis correspondiente a raíz del caso catalán,  la carta no se puede tomar a la ligera.
   El adversario a batir es el “bloque monárquico” (PP, PSOE y Ciudadanos, tipificado este como “de extrema derecha” [sic!]) . Iglesias nos hace saber que dicho bloque anda metido en una “conjura monárquica para superar, mediante una restauración conservadora y centralista, la crisis española”. Tremenda afirmación. Según el párrafo que uno esté leyendo, el bloque es poderosísimo o algo podrido a la espera del empujoncito que lo mande a la cuneta de la historia.
    Pablo Iglesias afirma que hay solo una oposición, la que representa Podemos. Dice que el hecho de que no fuese a la recepción palaciega del 12 de Octubre así lo demuestra… Un gesto vale más que mil palabras. Los que fueron a la recepción y el que se negó, los conjurados y  el puro, el desafiante (el líder que se llena la boca con la palabra diálogo pero que no quiere representarnos en el palacio cuya entrada le ha sido habilitada con nuestros votos).
    Escribe Iglesias a modo de conclusión: “El espíritu constituyente del 15M debe impulsar la nueva España a la que aspiramos; social, republicana y plurinacional”.
   En primer lugar, yo no sé si el señor Iglesias puede arrogarse  tan frescamente la representación del 15M en base a  semejante guión. Lo dudo. Y por otra parte, ¿dónde está escrito que con los mimbres disponibles sea hacedera una República  sostenible y feliz –mejor que lo que ya hay? 
    A mi juicio, una República traída por los pelos sería una desgracia para España y también para la causa republicana. La visión de Iglesias como Puigdemont bis no tiene ninguna gracia, pero por ahí van los tiros. Por lo que nada tiene de extraño que el PSOE, felipista o sanchista, no pueda ir con él a ninguna parte. De donde resulta un gran favor a Mariano Rajoy.
    Iglesias, el solito, se ha sindicado como antisistema número uno, ciego a la correlación de fuerzas, con olvido de los decires sobre la transversalidad, desdeñando la ventaja moral de operar desde la Constitución en favor de quienes no nos sentimos representados. Increíble pero cierto. El establishment, feliz, por dos motivos: Iglesias asume estúpidamente el papel que este le había adjudicado, yendo de populista, antisistema y demás, y se mete en un nicho electoral condenado a la irrelevancia.
   Pone Iglesias el acento en su “nueva España plurinacional”. Como vivimos en el Estado de las autonomías y no bajo el franquismo, como aquí nadie puede sentirse como los angoleños bajo la dominación de los portugueses, se pregunta uno por el significado y los alcances de la expresión.
   Traída a colación en un contexto emocional marcado por el independentismo catalán, “plurinacional” adquiere unas connotaciones apropiadas para el lanzamiento de un ataque contra lo que Iglesias entiende por “centralismo borbónico”, contra la derecha en general y, por supuesto, contra la Constitución del 78.
    Me pregunto a quién diablos se dirige Iglesias.  Al parecer, a una capilla, quizá a quienes por jóvenes o por ignorantes pueden disfrutar con semejante pastiche, pero no creo que a sus cinco millones de votantes, muchos de los cuales podrían volver al PSOE a toda prisa, puestos en fuga por el plan y por la maniquea interpretación de la historia subyacente.
   En plan teórico se puede dar vueltas al concepto de nación todo lo que se quiera e incluso ver naciones por todas partes, dentro de las que ya hay, no coincidentes con ninguna frontera,  pero, ¿cuánta gente anda con esa obsesión? Por regla general, identificamos nuestra nación con España y la consideramos única. No seamos hipócritas: Nos cuesta horrores comprender a las pintorescas minorías que pugnan por la consideración de ser naciones soberanas dentro del solar patrio. Y esto no obedece a un simple tic de derechas como parece creer Iglesias, sino a la historia que tenemos a nuestras espaldas, a la experiencia de cada día  y a la saludable reverberación de sentimientos universalistas de corte ilustrado.
    Entiendo, cómo no, el amor al terruño, pero no entiendo a santo de qué se le ocurre a Iglesias excitar las fibras nacionalistas de unos y de otros precisamente ahora. Su propuesta apunta a una repetición, a lo grande, del famoso “café para todos”. Y como esto ocurre en el contexto del drama catalán, no se le ve el mismo propósito constructivo que tuvo antaño. Hasta puede uno sospechar una utilización oportunista del independentismo catalán como buldózer contra del Régimen del 78.   
    Lo triste del caso es que al poner el acento en las supuestas ventajas del impreciso modelo plurinacional, que en ninguna parte está escrito que satisfaga las exigencias de un independista radical, Iglesias desperdicia la posibilidad de hacer valer el nacionalismo español –el que entiende cualquier hijo de vecino y que sería necio confiar a la derecha– donde verdaderamente se le reclama: en la inteligente y pragmática oposición de la horda neoliberal. Según tengo observado, esta horda disfruta enormemente tanto con la división y hasta con la partición salvaje de países como también, aunque parezca contradictorio, con los subidones nacionalistas de corte irracional. Sería imperdonable hacerle el juego con unas indigestas pócimas plurinacionalistas en función de la clientela.
   Iglesias presenta su República ideal como social (eso sí, en el extravagante sobreentendido de que las Repúblicas son necesariamente sociales y las monarquías necesariamente antisociales).  Lo que importa es lo social, estoy de acuerdo, por descontado. Sin embargo, no me parece admisible utilizar lo social para dar sentido a cualquier desvarío y para demorar los asuntos sociales que no pueden esperar por el procedimiento de acumular deberes revolucionarios de imposible cumplimiento. Esta es una forma de irse por la tangente.
   La carta de Iglesias deja entrever una desmesura de pésimo pronóstico. Olvida que en este país nada sensato y decente es posible si se tiene la pretensión de copar todo el espacio político,  en plan adánico. Aquí no es nada saludable andar buscando camorra, empujando a alineaciones maniqueas, aspirando a que los oponentes desaparezcan como por ensalmo, porque no desaparecerán y hasta podrían volverse locos. Como para llegar a la República plurinacional habría que entrar en un proceso constituyente en toda la regla, la cosa da hasta miedo. 
    Parece que hay gente que ignora que en este país hay herederos del franquismo y del republicanismo, no necesariamente por libre elección, afortunadamente apaciguados y en buenas o aceptables relaciones gracias a las concesiones a la vez pragmáticas y heroicas que unos y otros se hicieron hace cuatro décadas. Yo, la verdad, no tengo ninguna gana de verme empujado a las coordenadas de los años treinta. ¿Encerrado en el campo de batalla donde peleaban republicanos y monárquicos con las consecuencias por todos conocidas y padecidas? No y mil veces no. Si para resolver los problemas sociales que nos acucian hay que volver tan atrás, estamos perdidos, señor Iglesias, y algo me dice que la mayor parte de los españoles no está de humor para semejante retroceso. 
    

lunes, 25 de septiembre de 2017

LO DE CATALUÑA ES CONTAGIOSO...

    La situación es de mal pronóstico: por extraño que parezca, el mal catalán es contagiosísimo.
     Si para mí ya es bastante perversa la colusión de la izquierda catalana con los herederos de Pujol, el contagio sufrido por Pablo Iglesias y sus huestes me  parece el colmo. Si dicha colusión daña por igual la causa de la izquierda, que es la de la justicia social, y la causa de la República,  en mala hora mezclada con tamaño brote de irracionalidad, lo segundo amplifica el daño  en grado superlativo, hasta el punto de que ya afecta al entero sistema político.
     Era de prever que la crisis económica dañaría este sistema, pero cuesta entender semejante extravío de las conciencias, semejante malversación  y manipulación de un sentimiento de indignación tan legítimo como generalizado. Resulta que no pocos indignados de ayer se han dejado enloquecer por el terruño y que algunos de sus portavoces, imbuidos de insano oportunismo, creen que se puede hacer palanca sobre dicho terruño para acabar con lo que llaman “el régimen del 78”. Toda la fuerza y la razón que se necesitan para abolir la Ley Mordaza y para salvar nuestro Estado de Servicios se perderá por el agujero negro del terruño.
   Me será dicho que ni Pablo Iglesias ni Ada Colau ni Alberto Garzón son independentistas, pero he aquí que no han resistido la tentación de hacerles el juego a los que sí lo son, ampliando la magnitud del desafío catalán. Lo han hecho con palabras dulces, con invocaciones a la libertad, al derecho de decidir, sirviéndoles en bandeja argumentos falaces para continuar su galopada. Un detalle lo dice todo:  Pablo Iglesias aprovecha la ocasión para atacar al gobierno de Rajoy, lo que en la presente situación implica un ataque sumamente artero contra el Estado y la Constitución. ¿Cuanto peor, mejor?  Detecto en ello oportunismo y desmesura a partes iguales. Puede uno maliciar que Rajoy ha dejado que se pudra la situación catalana con miras a encubrir sus vergüenzas, pero ni con esas se puede justificar el triple ataque, habida cuenta de que lo que aquí está en juego es nuestra convivencia y nuestro futuro político.
    Pablo Iglesias y los suyos ya han dado el paso de asociar, al modo de los catalanes independentistas, a Rajoy y a su socio Rivera con el autoritarismo, nada menos. De resultas de esta alucinación, se proyecta sobre el sufrido imaginario colectivo una inusitada división entre los demócratas y los que no lo son, merecedores de desprecio e incluso de desobediencia.
    Pedro Sánchez ha sido formalmente invitado a unirse a los buenos, en el plan maniqueo habitual. La idea es sacarse de la manga, en palabras de Pablo Iglesias, un nuevo Gobierno de unidad plurinacional y democrático que organice un referéndum en Cataluña". Como si el gobierno actual no fuese democrático y estuviese constituido por madrileños  enloquecidos. Tonto sería Sánchez si le hiciera el más mínimo caso. ¿Cuánto tiempo se tardaría en constituir ese taumatúrgico “gobierno de unidad plurinacional”? Desde luego que más de una semana, que es lo que nos separa del 1-O.
    Visto lo visto, me da la impresión de que ya se habría aplicado el artículo 155 de la Constitución si no fuera por la debilidad parlamentaria de Rajoy. El temor a que el Estado se quedase en pelotas ante el desafío catalán por obra y gracia de la parte de la izquierda que no entiende ni jota de sus responsabilidades, parece haber desaconsejado su aplicación.  Y es una pena, porque la vía judicial/policial es, por su propia dinámica, mucho menos transparente, menos garantista y menos pedagógica también.
    Como es obvio, las cosas habrían ido mucho mejor si  en su día, de resultas de una mayoría absoluta el PP,  no hubiese actuado torpemente en lo que a las aspiraciones catalanas se refiere. En su momento, no se dialogó con la debida altura de miras, pero ya no hay vuelta atrás, al menos por un tiempo. Estamos en la fase siguiente.
    Podemos y sus socios quieren dialogar, como si la desconexión no se hubiese planteado, y quieren hacerlo no a costa de las aspiraciones independentistas  sino a costa de nuestra Constitución y a costa de la tranquilidad de los catalanes no independentistas, lo que me parece demencial.
    La sola idea de que se nos proponga en esta precisa coyuntura un período constituyente con la triple finalidad de darles el gusto a los independistas, de expulsar a Rajoy y de refundar lo que los de Podemos designan como “régimen del 78”…  me parece una locura. Solo hay que restituir los términos originales del artículo 135 para que nuestra Constitución recupere su brillo. Algún día, claro, habrá que mejorarla, pero más vale no intentarlo en medio de la confusión reinante.

martes, 12 de septiembre de 2017

A VUELTAS CON EL CASO CATALÁN

   Lo que está pasando me produce un sentimiento de consternación.
   Los dirigentes de  la operación independentista han tomado la iniciativa,  saltándose la Constitución, por lo que veo venir una respuesta contundente, de última hora, por parte del Estado español.
    Que este Estado sea lento de reflejos no quiere decir que sea débil. Puede ser tolerante en muchas cosas, pero de seguro que en otras no lo es en absoluto. Póngase en riesgo  “la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles”, y actuará, con mayor o menor miramiento, a tiempo o a destiempo.
    Uno se pregunta qué hacen los de Izquierda Republicana de Cataluña y los de la CUP del brazo de los herederos de CIU. ¿Cómo pueden anteponer el valor terruño al valor justicia social? ¿Acaso no tienen conciencia del daño que le están haciendo a la izquierda de este país?
    ¿Cómo osan echarle la culpa a España de los males sociales que sufre Cataluña, desviando nuestra atención de los mercaderes que están labrando la perdición de todos? ¿Cómo se atreven a prometer un futuro alegre y próspero por el simple procedimiento de desconectarse? ¿Cómo se atreven a meter a este país en su follón particular, debilitándolo ante los retos del presente y del futuro inmediato? ¿Acaso no son conscientes de esos retos?
    ¿Acaso no se percatan que su proceder deja malherida la causa de la República para varias décadas?
    ¿Acaso ignoran que su demencial conducta refuerza la posición del gobierno del Partido Popular?
    Metidos en su rollo, les importa un bledo que su proceder excite las fibras más insanas del nacionalismo español, sin ningún provecho para nadie. Resulta que este nacionalismo, que ya se está desperezando, se lanzará contra ellos, dándole la espalda a los ataques contra la soberanía procedentes instancias económicas superiores y ajenas…
    Ni se dude que ciertos tiburones se relamen ante la perspectiva de que aquí pase algo grave. En otras latitudes, el nacionalismo, en mala hora reavivado por la galopada neoliberal, se revuelve contra Europa, en plan Le Pen o Farage, y aquí se revuelve contra el vecino de al lado… ¡Uf!
   Puestas las cosas en los términos escogidos por los señores independistas catalanes, una minoría compuesta por osados y por vacilantes, ¿qué sentido tiene proponerles no sé qué retoques de la Constitución, no sé que “federalismo asimétrico”? ¡Si precisamente ellos no merecen que se les conceda nada de nada! Y además, su independentismo es de tal calibre que ningún retoque les podría valer.
    ¿Y qué sentido tiene dar vivas a  no sé qué “soberanía catalana”  que no figura en nuestra Constitución? Para mi desconcierto, es lo que han hecho Ada Colau y Pablo Iglesias...
    Por lo que parece, una parte significativa de la izquierda toma como referencia suprema el “derecho a la autodeterminación de los pueblos”, transponiendo al presente caso la terminología de los tiempos de la descolonización. ¡Como si Cataluña tuviese hoy, en nuestro encuadre constitucional, la misma consideración que tenía Angola en tiempos del dominio portugués!