domingo, 29 de marzo de 2020

¿UN GOBIERNO DE SALVACIÓN NACIONAL?

     He oído un extemporáneo llamamiento de Pedro J. Ramírez. A su parecer, se impone la necesidad de establecer un nuevo gobierno, un gobierno de concentración, en el que estuvieran representados los líderes del entero arco parlamentario, un gobierno de emergencia, de salvación nacional…  
   Como la situación es grave, por no decir gravísima, es posible que a algunos esta idea les guste. A mí no, para nada. 
    En estos momentos, lo que puede sonar bien –un gobierno de unidad, qué bonito– no pasa de ser un golpe bajo al gobierno realmente existente, que es el de coalición PSOE-UP, una zancandilla a Pedro Sánchez, nada útil, nada práctico, una simple cabronada de pocas luces. 
    En medio de la tremebunda crisis causada por el coronavirus sería una locura disputarle el timón a Sánchez. Y no lo digo solo por él, que debe concentrar –más nos vale– sus cinco sentidos en la batalla, que no está para que le metan más presión. Lo digo también por el entero sistema político, que tiene que durar, a ser posible, de aquí a la eternidad.
    No es sensato poner en riesgo el sistema político en el peor momento forzándolo a incurrir en originalidades de género irreversible, generadoras no de unidad sino de purulenta confusión.
    Siempre que se habla de gobiernos de emergencia, la democracia sale perdiendo. Se pierde una de sus funciones, que es la de tener en el banquillo fuerzas políticas alternativas, no quemadas, en condiciones de tomar el relevo con naturalidad. 
    El PSOE y UP pueden acabar quemados, abrasados, y si eso ocurre, el sistema necesitará fuerzas intactas, para tomar democráticamente el relevo. De momento, a Sánchez le toca cargar con la responsabilidad de llevar la nave a buen puerto, empresa de por sí difícil. Si se quema, que se queme, pero quede a salvo el sistema. Yo no le veo ninguna ventaja  a que todas las fuerzas políticas, malamente unidas, tengan que hacer frente a la casi segura ola de indignación que nos espera a la salida.
   En   el caso de Sánchez, es pronto para saber si la guerra contra el coronavirus le valdrá apoyos que en situación de paz no habría podido ni soñar. En casos de guerra, los pueblos suelen alinearse con su presidente, e incluso sufren por él, apretando los dientes y haciendo la vista gorda ante sus yerros. La historia está plagada de ejemplos, pero, por lo que parece, este principio quizá no se cumpla, por el encono político reinante. Y con todo y con eso, mejor Sánchez que montar el quilombo del gobierno de emergencia nacional.
     Así pues, en estos momentos toca apoyar al gobierno. La situación lo exige. No se trata de pasar por alto sus fallos, pero entiendo que sería imperdonable utilizarlos para hacer sangre con fines particulares. 
   Acosar a Sánchez y a su gobierno, ponerlo en situación de debilidad ante Bruselas, el FMI, el Banco Mundial y demás instancias planetarias y locales es algo que España no se puede permitir en hora tan crucial, y menos a cuenta de personalidades que en ninguna parte está escrito que lo fueran a hacer mejor.

viernes, 27 de marzo de 2020

TRUMP, JOHNSON & CÍA (y 2)

      En pleno ataque del coronavirus, ya se detectan fuertes tensiones entre los países, cierta atmósfera de sálvese quien pueda. 
    Solo la ayuda de China y la llegada a Italia de un contingente de médicos cubanos y de otro de soldados rusos se salen claramente del guión con su encomiable aporte de solidaridad, algo rarísimo en las alturas de la dirigencia planetaria, tanto que se ha optado por no ponerlo en primera plana. No vaya a ser que Putin y Xi Jinping se agiganten en la consideración de la opinión pública.
    Vistos desde aquí, desde mi confinamiento, los primates occidentales se limitan a marear la perdiz, incapaces de alumbrar una respuesta a la altura de las circunstancias. Van pasando los días, y nada. No se me puede pedir optimismo. Evidentemente, no hay cabezas pensantes para hazañas como New Deal,  Bretton Woods o el Plan Marshall, aunque haya muchas empeñadas en salirse con la suya. 
   No es que Trump, Johnson & Cía hayan desafinado un poco. Es que están en otra galaxia: para ellos, por encima de todo está el dinero, no las personas, no sus respectivos pueblos. El sadocapitalismo da la cara una vez más, como lo que es, a saber, un movimiento de codiciosos prepotentes, de darwinistas sociales irredentos e irrecuperables, rebozados en la banalidad del mal y dispuestos a transitar sobre una montaña de cadáveres.
     Ninguno de esos personajes actúa a título individual. Sus declaraciones obedecen a una visión del mundo. Se pronuncian de acuerdo a un argumentario compartido, para nada improvisado. No es casual que Trump de por hecho el regreso a la normalidad dentro de tres semanas. Imagina las iglesias abarrotadas el Domingo de Pascua. En la misma línea se pronuncia Jair Bolsonaro, para el cual el Covid-19 solo produce un risible "resfriadito"  [sic!].
    Con algún disimulo, andan  en lo mismo los Países Bajos y Alemania… ¿Se sacó algo en limpio de la reunión extraordinaria del Consejo Europeo? Pues sí: no a los coronabonos. Se pretende resolver el problema sin retocar la arquitectura financiera de la zona euro, es decir, con los mismos métodos usados para apañar la crisis del 2008 (con ventaja para los bancos y los especuladores en general). ¡Sálvese quien pueda! 
    El ministro neerlandés de finanzas, Wopke Horkstra, no tuvo mejor idea que reclamar a la Comisión que investigue a España –y a otros países– por pedir medidas excepcionales, por mangonear o cosa parecida. Le ha correspondido al primer ministro portugués, Antonio Costa, el honor de calificar la reclamación de Horkstra como se merece, como "repugnante"… Con ese tipo de reclamaciones, se pone en peligro, dice Costa, el entero proyecto europeo. Tiene razón.  Ha sido el más claro. Pedro Sánchez ha mantenido un perfil bajo, al igual que Macron y Conte, a ver si dentro de quince días los alemanes y los neerlandeses se avienen a entrar en razón, cosa que dudo. O Sánchez, Macron y Conte dan un puñetazo sobre la mesa o el último que apague la luz.
  Actualmente, Trump, Johnson y Cía van lanzados hacia una vuelta a la normalidad, como si tal cosa fuera posible. Y sus peones van segregando mensajes de apoyo, revestidos, cómo no, de cierto aire tecnocrático, dirigidos a las mentes supuestamente pensantes y supuestamente inmunes a los giros pintorescos. Ya se sabe, un mensaje para el populacho, otro para el lector que se las da de culto.
   Ahora es fácil entender  por qué la OMS, presionada por esa banda, empezó por minimizar el impacto demográfico de la enfermedad y  por qué se resistió a usar la palabra pandemia hasta el 12 de marzo. ¿Ocurrió por falta de reflejos, por incompetencia? No lo creo.
    Y ahora es fácil también comprender el goteo de mensajes encaminados a convencernos de que en realidad no pasa nada, por tratarse de un resfriadito, de una gripecita, siendo hasta obvio que no hay motivo alguno para suspender la actividad económica, pues aquí solo corren peligro los viejos. Ni Trump ni Johnson estuvieron nunca solos.
   El vicegobernador de Tejas acaba de declarar en plan melodramático que los abuelos deben estar dispuestos a dar la vida por el bienestar económico de sus hijos y nietos. El genio de Cambridge Analítica y mago de los algoritmos  Robert Mercer (coleccionista de yates de lujo y orgulloso propietario del arma usada por Arnold Schwarzenegger en Terminator) quiere que se vuelva a la normalidad de inmediato. El presidente de Goldman Sachs y los del Tea Party piden lo mismo. El reverendo Jerry Falwell Jr, líder evangélico, se niega a cerrar su universidad, con la misma idea demencial. 
    No faltan los intelectuales que andan en ello. Por ejemplo, tenemos el caso de Thomas L. Friedman, ganador del Premio Pulitzer en tres ocasiones. Friedman, campeón del optimismo, muy celebrado en las tenidas de los think-tanks del movimiento a favor del sadocapitalismo, acaba de dar publicidad en el New York Times a las tesis del doctor David L. Katz (Universidad de Yale). "Es hora de pensar si hay una alternativa mejor que cerrar todo"  es un artículo que no tiene desperdicio. 
    El tándem Friedman/Katz apuesta, al igual que Johnson, por la famosa inmunidad de grupo, dejando correr el virus. Habría, sí, que proteger un poco a los más vulnerables, pero nada más (pues se sobreentiende que no hay mucho que se pueda hacer por los ancianos y por los tocados). Que los jóvenes enfermen, se recuperen y vuelvan al trabajo. Es, nos asegura, lo mejor que se puede hacer, porque bajar la persiana durante meses y tratar de salvar del virus a todos, sin importar su perfil de riesgo, sí que tendría consecuencias catastróficas: "matamos a muchos otros por otros medios, al matar nuestra economía y tal vez nuestro futuro". Me pregunto cuánto tardará este mantra inmoral (y fatalmente antieconómico por lo que sabemos del virus) en alinear las conciencias de la porción más repulsiva de nuestra sociedad.
    En cualquier caso, todo indica que la elite del poder está dividida. Una parte, la de mayor peso, junta filas tras Trump, Johnson y Cía; otra, en la que por fortuna milita Pedro Sánchez, considera insoslayable anteponer la salud al dinero; y hay otra más, la de los poderosos indecisos, que pueden inclinar la balanza en uno o en otro sentido. Lo que está claro es que la humanidad se la juega. 

jueves, 19 de marzo de 2020

TRUMP, JOHNSON & COMPAÑÍA

    Nos ataca el coronavirus, somos víctimas de una pandemia global, unos encerrados en nuestras casas y otros  jugándose la salud en primera línea, en la batalla por salvar vidas, reducir el sufrimiento y mantener la sociedad en funcionamiento. 
    En medio de todo esto, ya inmerso en una angustia medieval, la actitud de los señores Trump, Johnson & Cía me causa una indecible repugnancia. No por su torpeza.  Lo que me repugna es su mentalidad, de índole psicopática. Un cero en empatía. Un cero en solidaridad. ¡Un diez en sadocapitalismo! 
    Es inevitable recordar lo dicho por Margaret Thatcher: la sociedad no existe; existen los individuos; no hay alternativas. 
    Lo que empezó como neoliberalismo, una religión laica no menos repugnante y antihumana que el fascismo o el estalinismo, nunca tuvo nada que ver con la famosa mano misteriosa de Adam Smith, el deísta bonachón que creía de buena fe en que la suma de los egoísmos particulares, debidamente regida por esa mano divina, los haría confluir en movimiento armonioso hacia un mundo más próspero y más justo. ¡Pobre Smith, cómo abusaron de él!
    Publicidad engañosa aparte, el neoliberalismo es puro y simple darwinismo social, voluntad de poder desprovista de frenos morales. De ahí que de las promesas incumplidas (capitalismo popular, sociedad de propietarios) pasásemos directamente a la explotación alevosa de los pueblos. 
    Hace tiempo que el neoliberalismo ejerce dando la cara como lo que es, descarnado sadocapitalismo. ¿Se tomaron en consideración las advertencias sobre la peligrosidad de los coronavirus? ¿Se puso a trabajar a los sabios con la vista puesta en proteger la salud planetaria? No, claro que no. Porque no era un negocio a corto plazo.
    ¿Y cabe esperar que los genios del sadocapitalismo estén a la altura de las circunstancias, que se rediman ahora por medio de una actuación humanitaria digna de tal nombre? Harán ver, claro que se preocupan, para no ser barridos pasado mañana por una ola de indignación. Pero poco más. Habrá quien se las arregle para que las farmacéuticas se aprovechen de los dineros públicos para competir entre sí en la búsqueda de tratamientos y una vacuna, para que se lucren una vez más, cobrando lo que les de la real gana. 
    Salvarán su pellejo y el de sus asociados y cómplices, y de algún modo se las compondrán para salir ganando. E ingenuos seríamos si no contásemos con la puntualidad de los encargados de recordarnos el infame artículo 135 de nuestra Constitución, y la obligación de pagar a los señores prestamistas y especuladores por encima de cualquier consideración humanitaria.
    Son inhumanos, quizá posthumanos. Hasta qué punto nos lo reveló el señor Boris Johnson, al invitar a sus paisanos a aceptar como inevitable la muerte en masa de seres queridos de cierta edad. Ni siquiera se tomó la molestia de disimular que le importa mucho más la pasta que poner los medios para impedir la hecatombe. ¿Reconocer que el sadocapitalismo arrasó la envidiable seguridad social británica, dejándola en los huesos, en estado de emergencia desde hace años, incapacitada para hacer frente a una crisis de este calibre? No, eso jamás.
   Los ciudadanos del mundo globalizado tomamos nota: estamos como estábamos, a saber, desamparados. Inútil levantar la vista hacia la OMS, hacia la ONU, hacia Bruselas, hacia Estados Unidos. Si algún acorde humanitario llega a mis oídos procede de China, lo que pone al descubierto las vergüenzas de todos los poderes occidentales. 
     

sábado, 23 de noviembre de 2019

ESPAÑA: ¡CUIDADO, MUCHO CUIDADO!

    Todavía no sabemos si se llegará o no a un “gobierno de progreso”, ni si llegado el caso merecerá dicho título. Pero hay algo claro:  se nos impone la obligación de andar con cuidado en evitación de situaciones irreparables. Los juegos sofísticos y los cálculos de mercadotecnia política son muy peligrosos en las actuales circunstancias, y también inmorales. 
   Lo digo porque la cuestión catalana va camino de ocasionarnos daños que creíamos de otras épocas, de otras latitudes. El independentismo catalán ya ha desequilibrado por completo sistema político, potenciando los efectos de la crisis económica de la peor manera posible (unos y otros aprovechan el fenómeno para ocultarla y para ir maquiavélicamente a su bola, sin preocuparse por las consecuencias). 
   El nacionalismo independentista catalán ha despertado el nacionalismo españolista, y ya se están produciendo colisiones no solo entre políticos sino también entre familiares y amigos. De pronto, tocado el tema, la tolerancia, sin la cual no hay sociedad abierta que valga, se ve arrastrada por el fango. 
    En nuestro caso, con una guerra civil a las espaldas, milagrosamente salidos de una larga dictadura (milagrosamente, a juzgar por los modales actuales), hay que ser psicopáticamente malvado o patéticamente ignorante y necio para echar leña al fuego como se está haciendo a diario. 
   Por eso, me permito recomendar la entrevista que Ángel Villarino le hizo a Slavenka Drakulik, publicada en El confidencial(https://www.elconfidencial.com/mundo/europa/2019-11-16/slavenka-drakulic-balcanes-crisis-politica-espana-nacionalismo_2337340/), donde esta escritora croata, estudiosa de la desintegración de Yugoslavia, nos ofrece algunas observaciones sobre la galopada del nacionalismo catalán y la emergencia de su contrario. 
   Según Slavenka Drakulik, bien podríamos haber incubado ya, sin darnos cuenta, el huevo de la serpiente. Primero esto, luego el caos, por último la sangre y la aflicción. Evitar que tal cosa se haga realidad depende, a su juicio, de todos y de cada uno de nosotros.
   Por mi parte, diré lo siguiente: 1) Mientras los independentistas catalanes sigan erre que erre, los redivivos nacionalistas españolistas seguirán en alza, lo que solo puede redundar en un gravísimo daño para la democracia (cualquier concesión que se les haga, por nimia que sea, será motivo de respuestas airadas). 2) Como no sé de ningún Estado que, meramente charlando, haya consentido y facilitado graciosamente la segregación de una de sus partes, temo un desenlace violento, como lo teme la señora Drakulik, especialista en estos temas.
   De momento, ya tenemos aquí a Vox, en respuesta al desafío catalán, con Abascal y los suyos en situación de gravitar sobre Ciudadanos y sobre el Partido Popular hasta el punto de haberlos alejado del centro y de suministrarles la correspondiente cobertura retórica para mejor atacar a Sánchez (como si Sánchez fuera nuestro peor problema, como si no fuera obvio que es indecente utilizar el tema catalán como arma arrojadiza).
   De momento, ya tenemos en la retina los desórdenes habidos en las calles y carreteras de Cataluña, y también las masivas protestas pacíficas del independentismo. Los desórdenes violentos nos indican que el independentismo se nutre de una indignación desviada, pues no va contra un estado de cosas injusto, lesivo para todos los españoles, sino en defensa de un ideal particular. Y las manifestaciones pacíficas, por muy respetables que sean, van de lo mismo. Lo que solo puede tener dos efectos negativos: el descrédito de las movilizaciones sociales de protesta y un aumento de las previsiones represivas del Estado. No son extremos que uno tenga ganas de agradecer a los señores independentistas.    
   De momento, ya tenemos al presunto “gobierno de progreso” dependiendo de una peculiar clase de pseudoprogresistas de obediencia independentista. De momento, tenemos al constitucionalista Sánchez puesto situación de depender de personajes que se han jactado tomar a broma el por ellos llamado Régimen del 78. 
   De momento,  ya tenemos a Sánchez en coalición con Pablo Iglesias, el mismo que ha tenido a gala desairar al rey y dar alas a un proceso constituyente (¡con estos mimbres!). Y qué fácil se lo han puesto a Abascal: que estos van, de últimas, a por el rey. Lo que desencadena, cómo no, un reflejo defensivo que potencia el reflejo defensivo ante la hiriente estimulación independentista. 
   Es cierto que últimamente, en los debates televisivos, Pablo Iglesias ha esgrimido determinados artículos de la Constitución, pero no se sabe si sinceramente o por mero oportunismo. Y esta duda es de suyo muy significativa y desequilibrante. ¿Constitución en parte o totalmente? Peligroso juego este, precisamente por la situación creada por los independentistas catalanes, republicanos ellos (algunos por cálculos sobrevenidos). 
   Se levantan de sus tumbas los fantasmas, rojos y azules, en el peor momento, desviando la atención de problemas urgentes, con grave daño a la credibilidad del sistema. 
   Hay aprendices de brujo que imaginan que, de una tacada, se puede enmendar la plana a la Constitución del 78 y solucionar el problema catalán. Se deja entrever, en lugar del “café para todos” que dio lugar al diseño autonómico, un República para todos…
   Ya sabemos por dónde andan Esquerra Republicana de Cataluña y los señores de la CUP, asociados a los herederos de Pujol y desentendidos de la izquierda del otro lado del Ebro. Pero he aquí que los de Más País, supuestamente venidos para calmar los ánimos, se han mostrado partidarios de cierto “federalismo republicano” que no se sabe cómo pretenden alcanzar y que no se sabe por qué imaginan que serviría de antídoto contra el independentismo catalán. Sobre el papel, se puede escribir cualquier cosa, pero la historia  no se anda con bromas ante tales pretensiones. Si para resolver los problemas que afectan a la gente normal se requiere el derribo de la Monarquía, estamos perdidos. Y por cierto: Esta gente no tiene ni la menor idea de cómo se las gasta un Estado moderno.
   Los señores independentistas catalanes sueñan con su Estado propio y con su República particular. Es decir, se han saltado ya la Constitución (una “deslealtad intolerable”, como dijo el rey con toda razón). 
     Uno no puede dejar de lamentar las torpezas del gobierno anterior, incapaz de desactivar el conflicto. Si de lo que se trataba era de enconarlo, lo hizo muy bien, pero, ¿cómo salir de esta trampa histórica? Me será dicho que mediante el diálogo, y me será repetido el mantra de la “plurinacionalidad”, pero como no he tenido noticia de que los independentistas catalanes estén dispuestos a pisar el freno ni por cortesía, ni por respeto a los catalanes que no lo son, ni por una mejor idea de lo que podría ser una izquierda española, nos veo en un callejón sin salida. Si el nuevo gobierno, pretendidamente de progreso, va a depender de los independentistas catalanes, mal asunto, mal asunto para la izquierda y para el sistema político en su conjunto. En fin, lo dicho, hay que leer la entrevista a Slavenka Drakulik, publicada en El confidencial…

jueves, 14 de noviembre de 2019

LA NEUROSIS DEL PACTÓMETRO

    Como ya dije en este blog, la crisis económica, descaradamente gestionada a favor de la minoría rapaz, debe ser entendida como trituradora de los sistemas políticos conocidos. Lo que aquí nos pasa está sucediendo en todas partes. Lo que nada tiene de consolador. Hasta lo que ocurre en Cataluña tiene que ver con esa desgracia mundial.
   Ahora andamos neuróticamente a vueltas con el pactómetro. Se dice que es posible un “gobierno de progreso”. El resultado de las elecciones, que han dado cierta ventaja al centro izquierda, parece ir en esa dirección, para gran fastidio del bando retrógrado, pero el invento está en el alero. Lo verdaderamente peligroso: si el PSOE y Unidas Podemos se queman conjuntamente, la revancha retrógrada estará servida. De la noche a la mañana, estaríamos en situación parecida a la de los franceses y los italianos, es decir, hechos un lío. Con el agravante de que aquí tenemos la cuestión catalana, de ribetes demenciales. 
   Hay varias cositas que no entiendo. Entiendo, sí, la escalada de Vox, que ha hecho su agosto con la cuestión catalana y con los mantras bannonianos y trumpianos. Entiendo, en parte, al PP, oscilante, como siempre, entre sus pulsiones derechistas y sus necesidades centristas, pero no comprendo su falta de sentido de Estado, su lenguaje pasado de vueltas, por momentos incendiario, de pésimo efecto sobre las conciencias. Tampoco logro entender a los de Ciudadanos, que ni siquiera ahora, barridos en las urnas, parecen en condiciones de recapacitar. Como no los entiendo, estimo que les falta un tornillo. Como les falta a los señores de la izquierda catalana que se han aliado con los herederos de Pujol. El  problema es que esos tornillos faltantes dañan al entero sistema político, que rechina horriblemente.
   Tampoco entiendo que Unidas Podemos se haya jugado hasta la camiseta a la carta de meterse en un gobierno de coalición con el PSOE. ¿Por qué no se limita a apoyar, a colaborar con el PSOE? ¿Por qué ese empeño de “tocar poder”? A mi juicio, con esto de la coalición comete varios errores de imposible rectificación. En primer lugar, ha violentado a Sánchez a la vista de todos, lo que no deja de ser aprovechado, desde ya, por sus enemigos, que ya lo pintan como un débil, como aliado de maduristas o cosa peor, dispuesto a cualquier componenda con tal de atornillarse a La Moncloa. Era obvio que Sánchez no quería gobernar en coalición con Unidas Podemos. Ha dado su brazo a torcer, y ya se publicita que cederá en temas capitales, sea cual sea su intención. 
    En segundo lugar, Unidas Podemos da a entender que para apoyar a Sánchez se puede y se debe exigir esto o lo otro, de lo que naturalmente han tomado nota todos los que tienen algo que ofrecer a la luz del pactómetro. Si Iglesias se hace con una vicepresidencia, ¿por qué tendría Rufián que apoyar gentilmente a Sánchez? Que este haya sido el más votado llega a parecer una pequeñez… 
   Y en tercer lugar, esto de la coalición PSOE/Unidas Podemos puede ser un negocio de lo más ruinoso para la izquierda y una delicia para el establishment, una de cuyas especialidades es pringar a la izquierda en sus maniobras contra el bien común. En cuanto empiecen los chantajes, que empezarán en cuanto se constituya el gobierno, Sánchez e Iglesias harán, me temo, lo que se acostumbra: perorarán sobre su elevado sentido de la responsabilidad. Pero habrá que ver qué cara se les pone a sus votantes. Los del PSOE ya están acostumbrados a ciertos acomodos, pero los de Unidas Podemos no, lo que podría tener resultados catastróficos.

jueves, 22 de agosto de 2019

LEYENDO A MANOLO MONEREO

     Leo en Cuarto Poder un artículo de Manolo Monereo, “¡Que se vayan todos! El retorno del ‘momento populista’ que nunca se fue”, publicado el 29 de julio de 2019 (https://www.cuartopoder.es/ideas/2019/07/29/manolo-monereo-que-se-vayan-todos-el-retorno-momento-populista-que-nunca-fue/).
    Es inspirador, como otras piezas que le he leído, comparto su anhelo de una sociedad justa y libre, pero me produce malestar, mucho malestar. Detecto las peculiaridades  intelectuales y estratégicas de una izquierda que, a poco que se descuide, quedará encerrada para siempre en la trampa para incautos que le han tendido los magos la revolución de los muy ricos. 
   Imagina Monereo que la única fuerza capaz de vencer al populismo de derechas es un populismo de izquierdas. Apela al “momento populista que nunca se fue”, apela al 15-M. No suena mal, pero no termino de acostumbrarme a esa manera de hablar y mucho me temo que el 15-M ya se fue. A mi entender el populismo es por definición una instrumentalización del sentir colectivo, por la izquierda o por la derecha. (Lo del nacional-populismo de izquierdas, sobre el que he oído hablar, me parece completamente ilusorio.)
   El 15-M no fue un movimiento populista sino un movimiento popular, cosa muy distinta. Fue una reacción espontánea y masiva contra la crisis económica y su gestión, una reacción de los indefensos y no representados. Si de lo que se trataba era de que Podemos le diese alas y orientación a ese movimiento, fracasó por completo. Se alejó de la gente, perdió apoyo electoral, y no es extraño que , habiendo renunciado a ese papel histórico, se empeñe ahora en “tocar poder” al precio de su completa esterilización. Y en  el supuesto de que volviese a producirse un movimiento popular como el del 15-M –algo muy difícil bajo el repulsivo articulado de la Ley Mordaza–, no creo que Podemos, ya consumido por su torpe ejecutoria, pueda adueñarse de su destino. Ha perdido el tren.
   También me causa malestar el trato superficial que Monereo dedica a la socialdemocracia. Hace bien en señalar la complicidad de los socialdemócratas en la jugada neoliberal y en la restauración del status quo, pero demando precisiones. Una cosa es la socialdemocracia como teoría política y otra la andadura de sus dirigentes de los últimos cuarenta años. Considero muy empobrecedor confundir la socialdemocracia con los hechos de falsos socialdemócratas como Schröeder, González, Blair u Hollande, una confusión que ya afecta seriamente a los más jóvenes. 
   Si la izquierda renuncia a la socialdemocracia por culpa de tales personajes, si renuncia al registro liberal que le pertenece, ¿qué le queda? Perseguir en vano la hegemonía, en plan comunista. Y la gente, aunque no lo diga, se lo barrunta, de lo que se aprovechan a placer los publicistas de la derecha. Y por cierto: Podemos nos debe una aclaración.  No puede jugar a la vez la carta comunista y la carta socialdemócrata, ni siquiera jugando vergonzantemente a ambas. 
    En otro artículo, firmado por Monereo y Julio Anguita (https://www.cuartopoder.es/ideas/2019/08/19/un-mundo-grande-y-terrible/), se habla de reflotar el socialismo, pero no queda claro a qué socialismo se refieren. Por el contexto, no parece que al socialismo libertario. Podría tratarse del de Brezhnef, del de Castro, vaya usted a saber. Lo que hay que tener claro es que muy poca gente se siente atraída por tales modelos y que el PSOE, por un lado, y por el otro, los publicistas de la derecha se aprovechan de la ambigüedad, el primero para sacar brillo a su título en plan tranquilizador, y los segundos para meter miedo con los fantasmas coreanos o venezolanos. Hace falta claridad, aunque ciertos teóricos la teman. 
    Hay quien se complace en imaginar un enfrentamiento a cara o cruz con el capitalismo. Es  comprensible desde luego, porque  la imaginación no es dialéctica ni tiene que atenerse a las duras realidades. No obstante, tal y como están las cosas, entiendo que la socialdemocracia seriamente entendida ofrece el único cauce político en el que pueden converger las distintas variedades de la izquierda. El salto de la minoría a la hegemonía es una cosa de locos.
   Otro motivo de malestar: aunque reconoce que es comprensible que se hable en términos de derecha e izquierda, Monereo considera que es un lenguaje desfasado. No estoy de acuerdo y me da mala espina, porque tengo muy presente cómo empezó el juego de confundir al personal, con Daniel Bell y el canturreo tecnocrático. ¿Acaso se puede olvidar que el pistoletazo de salida de la moda de negar la dialéctica izquierda/derecha lo dio Ronald Reagan, hace muchos, muchos años? Jamás entenderé que la izquierda se dejase vender la moto. 
   En opinión de Monereo, de lo que se trata es de que el 99 por ciento se movilice contra el 1 por ciento, siendo necesario sustituir la vieja dialéctica por la pugna entre los de abajo y los de arriba. No suena mal, suena a pan comido en términos democráticos, pero es un error tremendo, de pronóstico pésimo, una invitación a darse cabezazos contra una pared de hormigón. Y esto lo digo porque no sé de ninguna revolución que se haya producido sobre esa hipótesis. Las grandes revoluciones fueron obra de una combinación de elementos de arriba y de abajo. Y la revolución que habrá de hacerse si queremos salvar el pellejo, la dignidad  y la entera humanidad, será obra de gentes de arriba y de abajo, sumadas, o no habrá revolución. Thomas Jefferson no era un pringadillo, tampoco lo eran los nobles que desencadenaron la Revolución Francesa, tampoco los militares que le dijeron al zar hasta aquí hemos llegado, tampoco lo era Lenin, financiado por los alemanes… ¿O no lo hemos entendido aun? 

viernes, 26 de julio de 2019

LA INVESTIDURA FALLIDA

    La fracasada investidura de Pedro Sánchez no solo copa los titulares; oigo despectivos comentarios, brevísimos, como de pasada, en bares, taxis y ascensores. Impresión de cosa zanjada, de asunto sobre el que ya no apetece añadir nada más. 
   Algunos desesperados escriben que todavía es posible que Sánchez e Iglesias se pongan de acuerdo. Me sorprende. Si algo ha quedado claro es que estos caballeros no están en condiciones de alumbrar un gobierno de coalición.  Mejor que mañana, ya todos en alta mar, ahora mismo: archívese ese sueño. Un gobierno de coalición con esos mimbres naufragaría a las primeras de cambio, y la vergüenza y el daño serían mucho mayores para la izquierda y para el entero sistema político.
   Es tentador echarle la culpa del fracaso al tándem Sánchez/Redondo, a la perfidia del IBEX o a una llamadita de la Casa Real. Pero no se me pida que caiga en esa trampa. En mi opinión, la culpa la tiene Pablo Iglesias. Ha pedido demasiado como tiene por costumbre y muy mal de la cabeza tendría que estar Sánchez para ceder a sus pretensiones. 
   En lugar de apoyar a Sánchez sin pringarse en su gobierno, en lugar de un razonable acuerdo de colaboración, Iglesias ha optado por tentar a la suerte, a ver si sonaba la flauta, y al menos conseguía una vicepresidencia para Irene Montero. No ha sonado, y ahora se dispone a hacer política a costa de Sánchez, presunto responsable del tremendo fracaso, se dispone a hacer política facilona, digo, de nivel no superior a la practicada por la derecha.  
   Lo preocupante no es que Pablo Iglesias de muestras de no conocer la naturaleza del PSOE, uno de los pilares del establishment. Lo grave es que ignore sus propios límites y los de Podemos. La idea de que podría hacer una política de izquierdas seria por el simple procedimiento de subirse a la chepa del PSOE es digna de lástima. La creencia de que Unidas Podemos podría acomodarse a una política de izquierdas de pega sin sufrir un colapso es ya de género tonto. 
    Nótese que la fuerza combinada PSOE y Unidas Podemos no se presta a ensoñaciones estimulantes. En el supuesto de que no se dañaran mutuamente, estos partidos no le llegarían ni a las rodillas a lo que fue el combinado de Syriza de la primera hora. ¡Y ya sabemos cómo acabó Syria!
     Darnos a entender que se ha desperdiciado la gran ocasión de parir un gobierno de izquierdas digno de tal nombre es un completo desatino. Lo que se ha desperdiciado es la oportunidad de un gobierno de sufrida contención de las pulsiones derechistas sistémicas. Media un abismo entre lo uno y lo otro. Y conste que lo de la sufrida contención, a lo máximo a que se puede aspirar en la actualidad, no es ninguna pequeñez. 
   Desde la óptica de los indefensos e incorrectamente representados (categoría en la que me incluyo) lo mejor que podría haber hecho Unidas Podemos es respaldar la investidura de Sánchez, colaborar en lo posible, asistirle en temas de Estado, no meterle palos en las ruedas, dejarle que cargue con sus responsabilidades (se vienen encima 15.000 millones de nuevos recortes), y tener vida propia, sin perjuicio de esa colaboración. 
    Y en lo de tener vida propia incluyo el necesario trabajo de introspección y puesta a punto de su ideario. Considero demostrado que es una locura arremeter contra el régimen del 78, agitar el fantasma constituyente, dejarse llevar por peroraciones sobre el derecho a decidir y la soberanía catalana, desairar al rey  y venir luego a exigir que se cumpla la Constitución y que se le haga un lugar a Unidas Podemos en el gobierno (por no mencionar el apoyo electoral modesto y menguante). De seguir como va, Unidas Podemos encajará a con exactitud milimétrica en el nicho de la antigua Izquierda Unida. Y de ello no se le podrá echar la culpa a Sánchez, ni al IBEX ni a las cloacas del Estado. Se lo habrá buscado y ganado a pulso.