Tenemos encima una crisis económica de la peor especie y de la mayor trascendencia, y henos aquí a vueltas con los trajes del señor Camps, con las trapisondas gürtelianas y con otros asuntillos menores, presenciando todos en primera fila una mareante campaña electoral que viene de lejos y que va para largo.
En términos prácticos no hay ninguna diferencia entre el cuento de que ya se ve una lucecilla al final del túnel y el cuento de que, si yo gobernase, asunto arreglado. Con estas listezas propias de expertos en mercadotecnia y de asesores de imagen, con estos jugueteos al borde del abismo y de espaldas a la verdad, la situación es de mal pronóstico y hasta podríamos acabar muy vertiginosamente, con las correspondientes convulsiones políticas, en una situación que los rumanos, para su desdicha, conocen a la perfección. La historia está llena de ejemplos trágicos.
¡Y todavía no se ha dicho nada sobre cómo pasar del ladrillo a otra u otras actividades de suficiente potencial! Y es que vamos a ciegas, sin imaginación ni creatividad, metiendo dinero en lo de siempre, tirando a base de promesas, analgésicos y pases mesméricos.
Pero, ay, si no se acierta con el remedio, el sistema, que es global, se hará cargo de la situación por sí mismo. Y entonces vendrán los de siempre a celebrar la “recuperación”, que es lo que sigue necesariamente al abaratamiento de la mano de obra, a la depreciación de terrenos, casas, fábricas, cerebros y nalgas. Porque cuando todo ha caído, siempre aparece alguien con ganas de comprar, y mejor si es en plan “inversión”. Y los españoles no seríamos los primeros en sufrir tan burdo latrocinio, a todas luces legal en los tiempos que corren.
No hay comentarios:
Publicar un comentario