domingo, 29 de junio de 2025

EL "YO MISTERIOSO" DE DIONISIO RIDRUEJO

  Como decía Gabriel Marcel, cuando la muerte se lleva a alguien, nos deja su “yo misterioso”.  Una y otra vez, la misteriosa entidad brilla en la conciencia, siempre inasible, como son las cosas del alma. Por descontado que no todos los “yoes misteriosos” que nos visitan son del mismo rango. Hay visitas tristes, otras alegres, muchas meramente informativas y algunas, las menos,  nos influyen. 

     El “yo misterioso” de Dionisio Ridruejo (1912-1975) me visita  por cualquier motivo,  a raíz de una fotografía, de comentario, de un libro, pero sobre todo cuando me hace falta, cuando me siento vencido y absurdo. Me reanima  y me centra. A veces me basta con “verlo” sentado a su mesa de trabajo, rodeado de montañas de papel, para sentirme en mis cabales. No exagero.    

   Con el Ridruejo histórico mis contemporáneos se han hecho un buen lío, hasta el punto de que sólo saben dar vueltas a lo mismo. Como fue un fascista cuando era joven, el tema de su conversión al liberalismo democrático consume la escasa atención disponible.

   La derecha no le ha perdonado su enérgica oposición a Franco y la izquierda esos orígenes. Como se considera mucho peor haber sido fascista que haber sido comunista, Dionisio Ridruejo, la figura histórica, levanta ampollas. Para algunos, no necesariamente ágrafos –como Francisco Umbral o Ramón Tamames, por ejemplo–, lo más cómodo es insinuar que no era para tanto. Habiendo sido un fascista, ¿cómo reconocerle algún mérito, alguna grandeza? 

     El caso es que el yo misterioso que me visita se encuentra muy por encima de la soporífera polémica que suscita el personaje histórico. Se me aparece en relación a mis personalísimas inquietudes. Por ejemplo, cuando me veo apeado de la dimensión poética por unas circunstancias antipoéticas, ¿cómo no acordarme de él, capaz de poetizar en el campo de batalla o en una celda?

     Su yo misterioso me viene puntualmente a la memoria cuando me veo escindido entre la teoría y la praxis, caído del lado de aquella e incapaz de salir de mi torre de marfil.

 

La excepción necesaria… 

   Su yo misterioso supera, con mucho, los límites del intelectual contemporáneo, ya morbosamente proclive a hacer de su impotencia una virtud. Si no fuera por él, lo consideraría inevitable… El Dionisio Ridruejo que yo conocí era capaz de actuar conforme a lo pensado, con todo el cuerpo además, sin ninguna red de seguridad,  sin hacer ningún aspaviento, sin asomo de exhibicionismo. En este sentido, sigue siendo para mí un ejemplo de intelectual comprometido, justo lo contrario de un bocazas y de un vanidoso.

    Su yo misterioso, en relación con ello, me recuerda que, por encima de los intereses materiales e incluso de la propia supervivencia, hay compromisos más altos para un intelectual, empezando por el compromiso con la verdad, que no por esquiva se deja traicionar impunemente.

    Ya damos por sentado que un hombre de letras, como cualquier mortal, está autorizado a obrar en función de su cuenta corriente. Nos hemos cargado la herencia de Lessing con la mayor frescura:  estamos muy contentos con nuestra condición de intelectuales orgánicos. Pero he aquí que  en presencia del yo misterioso de Dionisio Ridruejo semejante contentamiento se deja ver como lo que es, una   indignidad,  una vergüenza.

    Es inevitable recordar al hombre que voluntariamente dio con sus huesos en la cárcel de Carabanchel, al hombre cuya mesa de trabajo llegó a estar embargada por la imposibilidad de pagar sus multas por “delitos de opinión”. Su yo misterioso me lo muestra sonriendo en el preciso momento de recibir una inquietante citación judicial. Ridruejo parecía siempre en disposición de renunciar, por su libertad interior, a todos los bienes de este mundo. 

   En la misma línea, su yo misterioso me instruye sobre la posibilidad de mantener el ánimo sereno en las peores circunstancias. Claro que para un hombre como él, templado en el infierno de Possad, a cuarenta grados bajo cero, ciertas amenazas eran un juego de niños, pero la lección es imperecedera. Se puede… Y mis debilidades son ciertamente eso, debilidades, de las que –por su culpa–,  no puedo extraer ninguna autojustificación. 

    Su yo misterioso me recuerda que la valentía sigue siendo una virtud, aunque no caiga del cielo. Podemos imaginarlo igual a sí mismo, en su casa, al calor de la amistad, celebrado o condenado, libre o preso. Fue un campeón del ser, ya que no del tener. Por eso me hace bien su yo misterioso. Porque me recuerda que una existencia auténtica es posible, que no estamos todos  condenados a una existencia banal. Pero, claro, para acceder a ella y no descender, hace falta esa valentía. 

    Algunos creen que Ridruejo era una especie de asceta, un estoico pagado de sí mismo y propenso al sacrificio, pero no. Su yo misterioso me lo muestra disfrutando de la vida, de la naturaleza y del ser, pero también saboreando un buen cognac, o justipreciando una corbata de seda. Tenía buen gusto, y causaba un gran placer verlo disfrutar con colores y formas, con pequeñeces bonitas, no necesariamente caras. No le hacía ascos al lujo. Lo que añade a su yo misterioso un registro gratísimo, pues  no le ataba en ningún sentido. Lo tomaba y lo dejaba con idéntica naturalidad, sin pontificar al respecto. No era un burgués, aferrado a cosas materiales  y al hábito de calcular. 

       En definitiva, no se parecía a los “revolucionarios ascéticos”, tan peligrosos para la humanidad, de los que me enseñó a desconfiar. Hasta la pereza, la bendita pereza, tantas veces vituperada, tenía un lugar en su vida, en su forma más pura, pero también como recogimiento del alma, como recurso para incubar sus grandes decisiones.

   Tenía, por supuesto, un trasfondo ascético, de castellano viejo, pero no se veía dominado por él, ni tenía la pretensión de imponérselo a su prójimo. Poseía un registro hedonista, probablemente inseparable de su habilidad para mantener en buen estado a su niño interior. Amante de la belleza, vivía en ella, pero cuando las cosas venían mal dadas, se refugiaba habilidosamente en su estoicismo. 

   Y esto es lo más interesante: a diferencia de los estoicos comunes, no era un conservador. Sin darse cuenta, me enseñó que el estoicismo no es necesariamente un camino de acomodación y servidumbre. A juzgar por su yo misterioso, puede ser un recurso de emergencia para conservar la libertad interior.

   El yo misterioso de Dionisio Ridruejo se me presenta cuando me veo ante mis propios ideales rotos o traicionados, cuando coqueteo con alguna forma de rendición. 

    

Más invitaciones a la excelencia

    Ante la quiebra de su idealismo juvenil, Ridruejo sufrió lo indecible, pero no se rompió ni se pasó de rosca. Se sobrepuso admirablemente, en el sentido rilkeano del término. 

    El joven fascista se transmutó en un socialdemócrata, ya con la disposición de volver a jugarse el tipo por el nuevo proyecto surgido de la autocrítica y la madurez. La lección no puede ser mayor.  Tras el derrumbe de los ideales, lo normal es dejarse caer en el vasto piélago de los descreídos, buscar la acomodación a la realidad en términos tan rastreros como haga falta. 

    Así, grandes idealistas se han convertido y se convierten ante nuestros ojos en tristes caricaturas de sí mismos. Hoy precisamente, cuando el tránsito de la izquierda a la derecha sin escalas ni razones es algo más que una moda, el yo misterioso de Dionisio Ridruejo brilla con particular intensidad. Entre otras cosas porque él fue de la derecha a la izquierda, donde, como es fama, no se reparten los premios gordos.

     Su yo misterioso me recuerda, desafiantemente, que la crisis del idealismo juevenil no es el final del camino: él depuró sus ideales, sin romperse, y echó a andar de nuevo. Y esto es lo grande, el rasgo que distingue a su yo misterioso de otros que andan flotando por allí. 

   Un desencanto político puede ser tan pernicioso y fatal como un desencanto amoroso. De allí que muchos desencantados se instalen en el cinismo, en plan Curzio Malaparte, dándonos a entender que éste es el condimento de toda lucidez que se precie. Dionisio Ridruejo llegó a ser un gran realista, pero nunca contempló a la humanidad desde semejante atalaya. Prefirió “volver a las andadas”, sobre una nueva base.  Ni autodestructivo ni destructivo, ¿cómo no lo voy a admirar, cada vez con mayor conocimiento de causa?

    Creo que a Ridruejo ni se le pasó por la cabeza aprovechar su conocimiento de la realidad en beneficio propio, de su bolsillo o de su prestigio literario. De allí que siguiese trabajando con la vista puesta en la socialización de la riqueza. Ésta ya no estaba a la vuelta de la esquina, ni vendría como resultado de un golpe de mano maximalista; se había alejado, debía ser conquistada democráticamente, no se podía confiar a las buenas intenciones de una minoría mesiánica, pero, dato capital, no había desaparecido de su horizonte. De modo que cuando yo la olvido, cuando dejo de verla, le recuerdo, nuevamente asociado a la voz de mi conciencia.

    Hay, por supuesto, algo enigmático en todo esto, y allí está la gracia, en el secreto del personaje. Lo que a mí me maravilla, lo que me lleva a reclamar su yo misterioso en caso de necesidad: su condición de hombre completo en el sentido renacentista del término. Hasta tenía la muy apreciada sprezzatura que Castiglione consideraba el rasgo distintivo del “hombre de calidad”: lo hacía todo –poetizar, pintar, enfrentarse a la dictadura– con cierto descuido o naturalidad. No era maquinal en ningún sentido. 

   En una época de especialistas y de irresponsables “hombres intermedios”, el yo misterioso de Ridruejo nos habla de  un hombre contemplativo y de un hombre de acción, de un poeta y un político, de un hombre a la vez hogareño y mundano, simultáneamente dionisíaco y apolíneo, afable y fuerte, afectuoso con el prójimo, heroico pero nada masoquista. 

    Ridruejo no debería perderse en un pliegue de la historia. Conviene tenerlo a la vista, como recuerdo de ciertas potencialidades humanas irrenunciables, como antídoto contra el empequeñecimiento que nos aflige. Como paradigma humano, semejante yo misterioso puede acomplejar con sus visitas porque a nadie le gusta que le recuerden sus limitaciones y miserias, pero, afecto y admiración mediante, siempre se sale ganando…

    

viernes, 14 de octubre de 2022

JOHN F. KENNEDY, JOE BIDEN Y EL ARMAGEDÓN

 

     En Nueva Jersey, ante el Comité Nacional de su partido,  el presidente Biden ha admitido que “por primera vez desde la crisis de los misiles en Cuba (1962) tenemos la amenaza de un arma nuclear si, de hecho, las cosas continúan por el camino que van”. 

     Seguidamente, dio como posible el temido Armagedón en vista de que Putin, un “tipo” al que dice conocer bien, “no está bromeando cuando habla sobre el uso potencial de armas nucleares”. Los malos resultados de los rusos en el campo de batalla  acentúan el  peligro…  reconoció,  para luego afirmar que es imposible que Putin recurra a un arma nuclear táctica sin  desencadenar el Armagedón. Se deduce que Biden está decidido a dar una respuesta devastadora, es decir, a desencadenar el Armagedón en caso de que Rusia haga uso de una de esas armas. En consecuencia,  el destino del pueblo norteamericano –y de la humanidad– depende de lo que haga Putin…

         ¿Qué va a hacer  Biden para que las cosas no continúen “por el camino que van”? En Nueva Jersey dejó bien sentado que seguirá apoyando a Ucrania, sin más. E incluso fue más lejos, al  explicar que anda a vueltas con el problema de cómo lograr que Putin salga de la escena. Va lanzado sobre férreos raíles mentales, en el ingenuo supuesto de que el  ruso se va a arredrar…  Y sí, a juzgar por las  palabras  y los hechos del anciano presidente, el destino de la humanidad depende de que  Putin se arredre, lo que nos da una escalofriante idea del peligro que corremos. 

     El portavoz del Pentágono, John Kirby, se apresuró a puntualizar que en estos momentos no hay trazas de que Rusia se esté preparando para lanzar un ataque nuclear. ¡A ver si nos tranquilizamos! Por su parte, el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg,  ha querido rebajar el  terror que provoca la sola mención del Armagedón;  ha declarado que Putin “sabe muy bien que nunca se debe librar una guerra nuclear y que no se puede ganar”.   Nada tranquilizador, a mi juicio, precisamente porque no estamos, qué más quisiéramos, en los tiempos de la Guerra Fría.

      Encima, las autoridades europeas han declarado, unánimes,  sacando pecho como si estuvieran en una taberna o en el patio del colegio, que no se van a dejar intimidar por las amenazas nucleares de Putin. Son muy “valientes", y de paso nos confirman que la estrategia occidental reposa sobre el principio de que Putin no hará nada irreparable (a pesar de sus antecedentes y de la presión a que se ve sometido).   Continúa vigente, sin matices, el principio sentado por Josep Borrell: la guerra de Ucrania se dirimirá en el campo de batalla. Hasta la expulsión del todos los invasores, reclama Zelensky. Como si Putin no dispusiese de armas nucleares. Es mismamente como si los líderes occidentales confundiesen al inquilino del Kremlin con un simple Sadam Hussein. Solo así se entiende que no hagan ni la menor concesión a la diplomacia, lo que evidencia una voluntad de correr un riesgo demencial,  intolerable para el común de los mortales. 

      No es una  provocación menor que  Ursula von der Leyen, disfrazada con la bandera de Ucrania, haya expresado su deseo de ver deshecho el tejido productivo ruso. Es evidente que esta señora, a quien no tengo noción de haber elegido, se salta a la torera el Tratado de Lisboa, por el que la UE se justificó, entre otras cosas, por la común voluntad de contribuir a la paz y a trabajar activamente en la prevención de los conflictos. 

      Por no hablar de señora Tuss, entusiasmada sobre un tanque, afirmando que no le temblará la mano en el instante de apretar el botón nuclear británico. A destacar el afamado general Petreus:  imagina que, en caso de que Putin lance una bomba nuclear táctica, lo mejor que podría hacer Estados Unidos en aniquilar a los rusos presentes en Ucrania y a la entera flota fondeada en Crimea con sendos ataque convencionales. Otro que ignora el peligro de que Putin pase a mayores, como el señor Borrell, que acaba de declarar que “un ataque nuclear contra Ucrania provocaría que el ejército ruso fuera aniquilado”.  Mientras tanto, lo mejor que se le ocurre a John Bolton es hacer saber a Putin y a toda la cúpula dirigente rusa que pasarán a mejor vida si se les ocurre dar el paso fatal. Hasta le vienen a las mientes  los asesinatos de Bin Laden y el general iraní Qasen Soleimani… Otro que menosprecia el potencial nuclear de los rusos.

      Al hilo del discurso de Biden en Nueva Jersey,  varios comentaristas han afirmado que Putin es “impredecible”. Ponen en entredicho la certeza de que se abstendrá, pase lo que pase, de hacer algo irreparable, pero solo para  exonerar a Occidente de la responsabilidad de negociar, pues  se supone que no hay manera de hacerlo con un loco. El problema es que Putin es bastante predecible. Sus demandas han sido las mismas desde 2007 y ha ido de menos a más precisamente porque no se le ha hecho el menor caso. Ya se ha lanzado criminalmente a esta guerra atroz y no quiero ni pensar en hasta dónde va a llegar si Occidente persiste en su actitud. Estando Ucrania en el centro de la hipotética primera diana nuclear,  no entiendo que Zelensky llegase a demandar un ataque preventivo contra Rusia, pero comprendo que luego, pensándoselo mejor, haya atribuido esa exigencia loca a un error de traducción. Sí entiendo que ahora diga que mejor ni mentar el Armagedón,  un tabú para seguir en las mismas. Forzar la situación es la ley del momento.

     Ya que Biden ha mencionado la crisis de los misiles de 1962, confieso que me embarga la impresión que la situación actual es  muchísimo más peligrosa. Ahora corre la sangre y reina el caos. En aquellos tiempos ambas partes tenían bien claro lo que cabía esperar de una confrontación nuclear: la destrucción total. Tenían conciencia de los límites del peligroso juego que se traían entre manos y guardaban frescos en la memoria  los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Y esto es lo que ahora se echa en falta.

       En 1962, en respuesta a la colocación de plataformas misilísticas nucleares en Turquía, los soviéticos, para nada inconscientes del peligro,  introdujeron subrepticiamente sus armas de destrucción masiva en Cuba. Estados Unidos, claro es, no podía consentir la sola idea de vivir bajo semejante amenaza. Hoy la cosa va de ocultar las causas de lo que está pasando, lo que para nada facilita el entendimiento y la negociación. Además, para nuestra desgracia, en la actualidad existen armas nucleares en miniatura (que por algo han sido concebidas, malditas sean). Nos vemos en el peor escenario imaginable y yo me pregunto si Biden está a la altura de las circunstancias. ¿Podría  emular la proeza de John F. Kennedy?   

       Recuérdese que Kennedy fue capaz de contener a sus halcones (gente como el embrutecido Curtis LeMay), fue capaz de entenderse con Krushev, de negociar y de ceder, esto es, de renunciar a sus vectores nucleares instalados en Turquía a cambio de que Krushev retirase los suyos de Cuba. Así, entre los dos –dejando a un lado a Fidel Castro, que por nada del mundo quería verse privado de los misiles–, salvaron a la humanidad  (con la ayudita del capitán de un submarino ruso que se saltó el protocolo y optó por no iniciar la conflagración fatal). Me parece terrible, pero es más fácil imaginar a Putin en el papel de Krushev que a Biden en el de Kennedy. 

       Confieso que no consigo entender que Biden se haya dedicado a echar leña al fuego y a seguir atizándolo. No entiendo que haya pasado por alto el ejemplo de Kennedy y  que eche en saco roto los consejos de George Kennan, Paul Nitze, Henry Kissinger y demás halcones con cerebro. Al parecer, se atiene a los los papeles de la Rand Corporation, y a los dichos neocón de Victoria Nuland y John Bolton, y no me lo explico…  o no quiero explicármelo porque me da miedo. 

      Vicepresidente en tiempos de Obama, Biden estuvo involucrado en las oscuras tareas encaminadas a dejar a Rusia fuera de juego en Ucrania. En esas tareas se habrían gastado no menos de 5.000 millones de dólares entre finales del 2013 y principios de 2014,  sin importar las consecuencias, la ira de Moscú y la ruptura del equilibrio  en este país,  empujado a una guerra civil entre la porción  rusófila y la rusófoba. Si me da por pensar que Biden obra en consecuencia con aquello, cuya operaria fue precisamente la señora Nuland, la del “que se j… Europa”, me llevan los demonios. ¡Nada que ver con Kennedy!   

       Biden es el hombre que dio la callada por respuesta a la carta que le envió Putin a finales de 2021 en demanda de garantías de seguridad, con lo que quizá esté todo dicho, pues era el primero en saber qué querían decir los rusos con “medidas técnico-militares” en caso de no recibir una contestación  seria a los problemas planteados en esa misiva.  No se apeó de la idea de incluir a Ucrania (y a Georgia) en la OTAN ni antes de la invasión ni ahora, a sabiendas de que para Rusia se ha tratado siempre de una línea roja o, mejor dicho, de un casus belli

      Que se actúe como si las armas nucleares estratégicas y tácticas no existiesen, como si los artefactos convencionales de hoy fuesen cosa menor, nos da una idea de lo profunda que es la recaída en la barbarie. No estoy disculpando ni justificando a Putin. Simplemente, me veo en la obligación moral de señalar la corresponsabilidad de Occidente, a ver si comprende de una vez que no es solo cuestión de huevos y de ocultar a las muchedumbres una demencial agenda geoestratégica, agenda que los rusos, los chinos y cualquiera que piense un poco se sabe de memoria. Sin inteligencia y humanidad, de esta no salimos. De "la guerra como la continuación de la política por otros medios", ya hemos pasado al estado siguiente, ya observado también  por Clausewitz, el de la bélica ebriedad, de curso incontrolable ya en sus tiempos y ahora no digamos. 

miércoles, 5 de octubre de 2022

EL MISTERIOSO SABOTAJE CONTRA EL NORD STREAM


      Cuatro explosiones casi simultáneas han reventado el Nord Stream I  y el Nord Stream II en el mar Báltico, frente a  Bornholm. Primero las explosiones, de intensidad sísmica;   seguidamente,  tremendas fugas de gas. Las autoridades danesas y suecas afirman que se trata de un sabotaje; descartan un accidente. Inutilizar ambos gasoductos, de muy problemática y costosa reparación, este ha sido el objetivo alcanzado de pleno. Cuando termine salir el gas, se  llenarán de agua.

       Curiosamente, lo ocurrido no merece en los medios occidentales la  atención que merece.  Detecto perplejidad, palidez y miedo a meter la pata. El asunto se trata con pinzas. Algunas voces  voces madrugadoras, como la de una ministra española, cargan la responsabilidad, cómo no, sobre el señor Putin.  Altas autoridades occidentales prometen graves represalias contra el culpable… sin nombrarlo.  Por su parte, Rusia demanda a la ONU una investigación, como quien obra sobre seguro, con la vista puesta en Estados Unidos, no sin recordar las recientes maniobras de la OTAN en la zona de las explosiones. Putin  ha señalado la autoría “anglosajona” en su último discurso.

        Dadas la robustez de las cañerías y  la vigilancia occidental, el sabotaje no ha sido obra de unos aficionados.  Al parecer,  por lo que veo y oigo, solo hay dos posibilidades: la mano negra de Rusia o, tema tabú, la de Estados Unidos. El intercambio de acusaciones promete ser espectacular y mucho me temo, a juzgar por eventos anteriores, que nunca nos será dado saber a ciencia cierta quién perpetró estos sabotajes. Hay demasiado en juego. Sin embargo, a partir de los hechos comprobados por las autoridades suecas y danesas, sería imprudente quedar en modo de espera, en situación de ser arrastrados como pardillos por la siguiente ola mediática. Pensemos un poco, al menos lo indispensable para ser exigentes con las “explicaciones”.

        ¿Hay alguna manera de poner el sabotaje en relación con los intereses de Rusia, elevando, por ejemplo,  a la décima potencia  la perfidia del señor Putin?  No veo qué ha podido salir ganando. Ha perdido un as en la manga, ya no puede jugar con la llave de paso del gas,  ya no puede tentar a Alemania con un alivio energético inmediato a cambio del cese de las sanciones y de una suspensión de la cadena de suministros bélicos a Ucrania. Imaginar que Putin atentó contra una obra que le salió carísima solo para fabricar un casus belli, me parece delirante, pues no necesita añadir ninguno a los ya conocidos. Entonces, nada por allá. 

       La otra hipótesis disponible, sometida, como digo, a un tabú, me causa escalofríos.  Ni queriendo se puede olvidar que el presidente Biden se comprometió a acabar con el gasoducto ruso en caso de invasión. ¿Y cómo?,  le preguntó un periodista, a lo que respondió con un “le prometo que somos capaces de hacerlo”. La señora Nuland, neocón, bruja mayor, corroboró la ominosa advertencia. Y ahora el secretario de Estado Antony Blinken tercia con la idea de que la voladura representa una “gran oportunidad” de eliminar  la dependencia del gas ruso. ¡Acabáramos!

        No es posible hacer la vista gorda ante los intereses económicos y estratégicos que prácticamente nos impone esta segunda hipótesis.  La inutilización del Nord Stream, un paso más en la desconexión entre los grandes bloques, asegura no solo la dependencia alemana del gas licuado norteamericano;  también, dato decisivo,   ha borrado de un plumazo la posibilidad de que, puesta en graves apuros, Alemania ceda a la gran tentación de apearse del  enloquecido tren de la historia. El sabotaje, en efecto, impide que se salga del guión atlantista. La entera Ostpolitik ha sido dinamitada en el fondo del Báltico. Alemania ya no puede retornar a  su vieja política de entendimiento con Rusia en materia energética, cosa que hasta ayer mismo  podría haber hecho en nombre de la necesidad  y harta de ir de suicida o imbécil.  En definitiva, el sabotaje ha eliminado de raíz la esperanza de volver al status quo anterior. 

         En mi opinión, las cuatro explosiones dejan entrever una jugada arriesgadísima, del tipo que solo se realiza cuando se anda sobrado de poder, sin miedo a ser pillado. En casos así, como la historia documenta, el saboteador opera sobre el principio de que engañará a las muchedumbres desconcertadas. Quienes no se fíen de su versión serán pocos y quedarán mentalmente desconectados del enjambre. Y ni siquiera se considera malo que los grados de miedo se eleven. Esto, en teoría.

         Hay que tener en cuenta un inconveniente: podría darse el caso de que mucha gente se subleve de una forma u otra.  La mera sospecha de que la mano negra de cierta élite norteamericana  sin escrúpulos, metida en sus asuntos de poder y totalmente ajena a los requerimientos del bien común, haya perpetrado el sabotaje puede acabar funcionando como una bomba de relojería contra el amañado consenso europeo (con los correspondientes  e imprevistos beneficios para Putin). Y conste que para que detone dicha bomba psicológica ni siquiera hacen falta  unas pruebas incontestables de culpabilidad, porque basta con la desconfianza de largo tiempo instalada en el ánimo de las buenas gentes. En cuando estas se vean precipitadas  en un escenario digno de lo que antes se llamaba Tercer Mundo, los efectos podrían ser devastadores.  Imagínese el sentimiento de los alemanes al verse expuestos a la carestía por dirigentes burlados por unos mandantes norteamericanos de lo más  taimados y egoístas. Ese sentimiento podría arruinar la narrativa oficial.  Los alemanes podrían sentirse traicionados por sus dirigentes. La reputación de Estados Unidos, ya tocada, se vería arrastrada por el fango. 

        En cualquier caso, a la luz de este sabotaje y de acuerdo con la “hipótesis norteamericana” es posible hacerse una idea de hasta qué punto está avanzado el proyecto de ir a por todas contra Rusia y, de paso, aunque cueste asumirlo, contra Europa.  Es el momento de tener muy presente que  las excepcionalidades de esta en materia social y ambiental siempre fueron odiosas para la élite neocón que desde hace décadas pugna por adueñarse del destino de la humanidad. Y recuérdese que esta élite, para nada comprometida con el bien común en su tierra, ya devastada y sumida en la miseria, nunca perdonó “el milagro alemán”, por ella entendida como desagradecimiento, como competencia desleal (a falta de gastos militares). Liquidado el “sueño americano”, todo lo que sirva para arruinar el “sueño europeo” le parece una genialidad, y esto sí que lo sabemos con certeza.  

miércoles, 14 de septiembre de 2022

GORBACHOV Y LA OCASIÓN PERDIDA

    

   

     A  los 91 años de edad ha fallecido Mijail Gorbachov, el hombre de la perestroika y la glasnost. Soñó con democratizar la Unión Soviética y le debemos nada menos que la finalización de la Guerra Fría y la esperanza –bien lo recuerdo, no sin emoción– de que sería posible  fundar una  casa común desde Lisboa a Vladivostok. 
     Para quienes vivimos desde jovencitos bajo la amenaza de la destrucción mutua asegurada y  tuvimos tiempo de hartarnos de la sórdida confrontación entre el mundo comunista y el mundo presuntamente libre, fue un gran hombre, un visionario, un tipo valiente y , con todas sus peculiaridades, un modelo de humanidad militante. Él sí que le dio “una oportunidad a la paz”, y no precisamente a una paz miserable, pues imaginaba que, libres de la piedra de molino de los gastos militares desbocados, los pueblos podrían acceder a niveles de vida nunca vistos.
      Sin embargo, de acuerdo con las encuestas, los rusos no lo recordarán con cariño sino con aborrecimiento, prefiriendo con mucho al horrible Stalin. Le consideran responsable de la penosísima década de desesperación resultante del derrumbamiento del imperio soviético. Sería mucho pedir que se olvidase fatídica imposición del abecé neoliberal. Él lo empezó todo, luego él tuvo la culpa de todos los males que se abatieron sobre la indefensa población. Que el proceso se le fue de las manos, esto está fuera de discusión, como también, al menos para mí, que la desgracia colectiva que siguió al derrumbamiento debe recaer, si la cosa va de personalizar y simplificar, sobre el borracho Yeltsin. Por no hablar  de la artera mano del salvaje capitalismo occidental. Que cada palo aguante su vela.
      Gorbachov fracasó, y con él nosotros, a juzgar por los resultados. Está claro que, de haberlo querido, dada la naturaleza de su poder, podría haber aplastado a sus oponentes como si fueran cucarachas. Creo sinceramente que le honra no haberlo hecho, pero el precio ha sido altísimo: su contención moral se entiende ahora como mera ingenuidad ante Occidente,  un pecado que difícilmente se va a repetir. 
     Gorbachov  no imaginó que Estados Unidos faltaría deshonrosamente a su palabra con la metódica y prepotente ampliación de la OTAN. Exactamente como si desconociese los modos y costumbres de la superpotencia, o como si creyese que su buena voluntad pudiese modificarlos en sentido positivo por magia o simple contagio. Putin tiene  bien aprendida la lección, pues pasó hambre en su juventud, y además le dieron un repaso ampliando la OTAN  bajo sus narices y tomando a guasa todas sus propuestas constructivas y todas sus advertencias de 2008 en adelante. Me refiero a la misma lección que recibieron los chinos, quienes difícilmente se avendrán a  repetir un experimento como el de Gorbachov. En definitiva, el mundo sería distinto, mucho mejor, si Gorbachov hubiera ganado la partida. Ni siquiera han sobrevivido sus acuerdos para limitar y desmantelar las armas nucleares de largo y de corto alcance, ya enviados a la papelera de la historia por Bush Jr. y Trump, a manera de avance de la funesta guerra que actualmente nos desvive. 
     Nosotros, en España, tuvimos suerte: cuando se llevó a cabo la Transición seguía vigente el capitalismo de antaño, todavía vacunado contra los excesos que forman parte de su ADN (de ahí que nuestra Constitución posea valiosos mimbres sociales). Caso distinto el de la Unión Soviética y el de todas las partes en que se descompuso.  La compleja operación tuvo lugar en plena galopada del capitalismo salvaje. De ahí el tremendo desprecio por el bienestar de los pueblos involucrados. De ahí la castración general a mayor gloria de unas élites  que se pusieron rápidamente en sintonía con el espíritu  predatorio de  los centros de poder occidentales. Que los muertos quedaran sin enterrar, que la gente pasase hambre, que la esperanza de vida cayese en picado, ¿eso a quién le importaba? No desde luego a los inversores y traficantes occidentales. Hubo algunas ayuditas muy publicitadas, pero la cosa iba de aprovecharse de la debilidad de los ex componentes del Estado soviético, esto en grado de humillación.  
      Ojo, dijo George Kennan, mucho ojo habría dicho Keynes, porque Rusia, el país más grande del mundo, no iba a permanecer de rodillas para siempre. Ni caso, por ignorancia o maldad, ya da igual. ¡La horrorosa y demencial guerra de Ucrania! Hemos entrado en una nueva era,  muchísimo más peligrosa que la Guerra Fría. Como diría el viejo Séneca, Gorbachov ha tenido la suerte de irse antes del desenlace.

domingo, 7 de agosto de 2022

LA GUERRA DE UCRANIA, EL PODER Y LA MORAL

       La humanidad vive horas cruciales bajo  dos amenazas terroríficas, el calentamiento global y el  apocalipsis nuclear. Según António Guterres, secretario general de la ONU,  lo de Ucrania podría acabar en una hecatombe planetaria. Por su parte, Selwin Hart, brazo derecho de Guterres, asesor para la Acción del Clima, lo tiene claro:  hay que proceder a la descarbonización y eliminar los combustibles fósiles sin pérdida de tiempo. 
     ¿Qué posibilidades hay de que salgamos bien librados de esta doble amenaza? A mi juicio, no muchas, más dependientes de la suerte que de la razón, malamente pervertida en los tiempos que corren. La guerra de Ucrania ha provocado reacciones en cadena que bloquean una reacción sensata al cambio climático  y nos lanza a la cara la posibilidad de una confrontación nuclear. 
      Joe Biden llegó a la presidencia con la promesa de afrontar el desafío climático con la debida ambición y urgencia, pero, como siempre,  estamos a la espera de los resultados. En cuanto a la guerra de Ucrania, ni viéndola venir hizo nada positivo para impedirla, demostrando con ello su incapacidad como líder mundial y su irresponsable sometimiento a intereses oscuros.  No tuvo mejor idea que llamar "asesino" a Putin, sentando el principio bélico y antidiplomático que vemos todos los días en los medios. Aunque bien es verdad que en mayo, en un artículo opinión  publicado en The New York Times, Biden  dejó dicho que no abriga el deseo de derrocar a Putin, que no quiere que que la guerra se prolongue "solo para infligir dolor a Rusia". Algo es algo, pero todo indica que este anciano presidente cabalga un tigre. En estos momentos Estados Unidos presta a Ucrania un creciente apoyo dinerario, armamentístico y de inteligencia, mientras trata de estrangular la economía rusa. El juego va de recordar el poderío atómico de Putin y de olvidarlo a continuación.
        El 77 aniversario de las bombas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki debería servirnos de aviso. ¿Se arrepintió Truman de haber dado orden de lanzar esas bombas con la intención principal de poner a Stalin en su sitio? No, nunca. ¿Con qué ánimo había procedido a sacrificar esas dos ciudades inermes y desprovistas de interés militar? Truman levantó la mano hacia el entrevistador e hizo un chasquido con los dedos. Así de fácil. Ni el menor atisbo de mala conciencia. Y pienso que ese chasquido también debería recordarse, como símbolo de la deshumanización que puede acabar con nosotros.
        ¿Acaso hemos progresado? Me temo que no. La lógica del poder, o mejor dicho la lógica de la atrocidad, ha vuelto por sus fueros y ya se ha saltado reiteradamente todos los límites delante de nuestras narices. Es una malísima señal. Y lo digo yo, acostumbrado a vivir bajo la amenaza de la Destrucción Mutua Asegurada, hecho a los modos de la Guerra Fría. Me sobrecoge la manifiesta temeridad de los primates actuales. 
        Antes, las desgracias, por tremendas que hubieran sido, concedían una segunda oportunidad y los supervivientes lo primero que acordaban era no volver a las andadas aunque tuvieran que tragar sapos y culebras. No cabe representarse el futuro inmediato a la luz de esa enseñanza recurrente. Se diría que en las altas esferas nadie se acuerda  de las dos guerra mundiales y de su cerril causación. O no se jugaría con fuego. Incluso hay algún imbécil que propone una guerra atómica con la idea de darle una lección a Putin… El calentamiento global es algo nuevo, pero, aplicada de lógica de la atrocidad, ¿adónde iremos a parar? ¿Qué se ha hecho desde que James Hansen dio la voz de alarma ante el Congreso de Estados Unidos en los años ochenta? Solo dar largas, redactar informes y suavizarlos concienzudamente, hacer negocios y marearnos con el greenwashing o lavado ecológico.  
        Para colmo, la barbarie de los primates ha calado a millones de personas. ¿Se declara usted pacifista? ¿Exige la paz aquí y ahora, con las inevitables cesiones entre las partes enfrentadas? ¿Exige que se emprendan acciones serias contra el calentamiento? ¡Pues tonto debe de ser! 
       Aquí lo que cuenta es el Poder (así, con mayúscula, como lo escribía Pasolini), ya desprovisto de ataduras morales. De ahí que la OTAN nos convoque a una competencia global por el gran poder, decidida a imponer  los designios norteamericanos no solo a Rusia sino también a China.  Me parece el colmo de la desmesura. (Y conste que lo digo sin experimentar ni la menor simpatía por el formato de los regímenes desafiados.) ¿Se ha tenido en cuenta el calentamiento, que exige acuerdos globales inmediatos? ¡Pues no! Quema masiva de combustibles fósiles para el sostenimiento y la ampliación del aparato bélico, regreso al carbón…  
         Por desgracia, no se puede decir que el plan de la OTAN para la humanidad sea un simple brindis al sol.  Los chinos y los rusos se lo toman muy en serio. Los halcones de Pekín y Moscú hasta pueden ver en él una justificación para cualquier emprendimiento racional o insensato. Y no se crea que es solo cosa de una OTAN en clave ofensiva. Dentro de ese plan inhumano cobran sentido las declaraciones de Josep Borrell, alto representante de la política exterior europea: en lugar de ejercer como diplomático, nos hace saber que la guerra de Ucrania se dirimirá en el campo de batalla. Por su parte, con la misma actitud, Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, sueña con desmantelar la industria rusa. El influyente magnate George Soros sueña con un mundo liberado tanto de Putin como de Xi Jingping. No tiene ninguna gracia. El poder occidental ha perdido el sentido de los límites. Aquí, en esta desmesura, se deja ver, a mi juicio, una pérdida del sentido de la realidad y una capitulación de orden moral.
       Que la moral sea un invento humano surgido precisamente de la necesidad existencial de ponerle límites al poder no se trae a colación  ni por descuido. Se da por supuesto que  tomársela en serio es propio de curas, filósofos trasnochados y  buenistas. Lo que no impide que se moralice a toda máquina a ambos lados de la línea de fuego:  nadie, y menos los expertos en propaganda  y relaciones públicas que trabajan a sueldo del Poder, ha echado en saco roto  lo dicho por Maquiavelo, a saber, que la moral, no venida del cielo,   es un poderoso e insustituible instrumento de dominación, ni más ni menos.  Y como tal instrumento se la usa a todas horas, malbaratándola. Nosotros, faltaría más, somos los buenos, portadores de las luces de la libertad y la democracia. Estoy hablando de moralizaciones de usar  y tirar. Se condena al ostracismo al príncipe Salman por el descuartizamiento del periodista Kashoggi, y unos días después, se compadrea con él sin el menor sonrojo.
          Al mismo tiempo y sintomáticamente, las voces  que desafían la narrativa oficial tienen a gala expresarse sin valoraciones morales de por medio, como si estas tuvieran que ser  necesariamente tontas o torticeras, como si la lucidez fuera incompatible con el humanismo, como si estuviéramos ante fenómenos teléuricos.   Miren por donde, vienen a coincidir estas voces con aquello del “no hay alternativa”,  el famoso veneno thatcheriano contra la conciencia moral, ya responsable del desaliento, el cinismo y la paralización de millones de personas tanto de derechas como de izquierdas. 
        ¿Acaso hay alguna incompatibilidad entre analizar los hechos  a la fría manera de Tucídides y juzgarlos desde la óptica moral que corresponde a las necesidades humanas y a la sabiduría acumulada? Tal parece,  porque ahora, que yo sepa, solo el papa Francisco,  Noam Chomsky  y Rafael Poch  son capaces de hacer ambas cosas. Los demás son devotos de la cratología, no sé si por presumir de objetividad, por un tic académico,  o por no querer meterse en líos. El caso es que así colaboran a la militarización de las conciencias. 
      La adoración del poder va a más, al tiempo que este va a por todas sin el menor escrúpulo. Las buenas gentes ya habituadas al lenguaje del poder en el orden económico pasan a usarlo en el orden militar y ceden gustosamente a la necia pretensión de dividirnos entre buenos y malos, amigos y enemigos.
       Conviene recordar que tiempos hubo en que para ser  respetado y admirado, para ganar lealtades,  había que poseer algo llamado autoridad moral (algo que, a diferencia de sus lectores posmodernos, Maquiavelo nunca se tomó a la ligera).  He recordado el siniestro chasquido de Truman, pero solo a bombazos y dólares desde luego que Estados Unidos no habría alcanzado el rango de potencia hegemónica. Habría sido temido, nada más. En cambio, con su doctrina de las cuatro libertades (de expresión, de culto, del miedo y de la miseria)  se hizo con un formidable crédito moral durante la II Guerra Mundial, que luego consolidó con el apadrinamiento la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948).  
       ¿Qué queda de ese crédito? Nada, por desgracia.  Estados Unidos lo dilapidó en los últimos cuarenta años a mayor gloria de los señores del dinero y de la guerra. A estas alturas ya suena a hueco todo lo que se diga apelando a su recuerdo. Lo que yo considero una señal clara, entre otras, de que la potencia hegemónica se encuentra en decadencia. (Ande, señor Biden, vaya a pedirle sacrificios a su pueblo o a los europeos de a pie y a ver qué cara le ponen.) 
        Hace mucho que pasamos de la señora Eleanore Roosevelt, promotora incansable de los derechos humanos, a la neocon Jeanne Kirkpatrick, capaz de afirmar en público que dicha Declaración no pasa de ser una carta a Santa Claus. La misma señora que, para deleite de Ronald Reagan y de sus asociados, afirmaba que siempre hay que distintiguir entre dictadores malos y “buenos”, con los que es  lícito hacer toda clase de negocietes sin venir con cominerías. Y  sí, ya nos vamos acostumbrando al doble rasero, una la inmoralidad. 
        Al principio, consciente de lo que se jugaba, Estados Unidos actuó con disimulo en el “lado oscuro” (los derribos de Mossadeg, Arbenz, Sukarno y Allende, el asesinato de Lumumba, por poner solo algunos ejemplos), tratando de  mantener a salvo la autoridad moral ganada con tanto esfuerzo. Luego, vino la guerra de Vietnam, empezada con disimulo y continuada a cara descubierta. ¿Y de ahí en adelante?  Descontada la fanfarria mediática, puro matonismo de inspiración neocon: Conmoción y Pavor, bombardeos de ciudades, fósforo blanco, secuestros (entregas extraordinarias), torturas (técnicas de interrogación mejoradas), asesinatos selectivos, por lo general con víctimas colaterales, actos de “justicia” según la jerga oficial, y allí en Guantánamo un Dachau a modo de siniestra advertencia.  Y todo esto haciendo trampas, mintiendo desde las más altas tribunas, incurriendo en chapuzas monstruosas, como  el financiamiento de bandas armadas de fanáticos y la alevosa provocación de guerras civiles interminables. Pongámonos en el pellejo de los afganos que, creyendo en las lindas palabras de los invasores,  acabaron entregados a lo talibanes. No, aclaró Biden tras veinte años de campaña, nunca se trató de configurar una democracia; simplemente, se había actuado contra el terrorismo. La retirada no era, pues, una derrota, sino el premio por haber cumplido la misión.  
        Con esos procederes Estados Unidos dilapidó su crédito moral.  Y no hay más que ver cómo trata a sus  propias gentes para que uno sepa a qué atenerse. El  pueblo norteamericano, antes envidiado, está sumido en la miseria y el precariado, por no hablar de los veteranos de guerra  con los nervios destrozados de por vida (se suicidan por decenas). Si  la élite prepotente y avariciosa ya se cargó el “sueño americano”, díganme qué le puede interesar el bienestar de la humanidad. 
        Y todo esto, precisamente por el papel inspirador otorgado en el imaginario colectivo a ese país en base a sus pasados logros, ha tenido graves consecuencias para el conjunto de la humanidad: desengaño, odio, desorientación.  La pérdida de autoridad moral ha acabado por afectar a su credibilidad y desde luego que también a cualquier pretensión de legitimidad de los planes de dominación en que pretende involucrarnos. Hace unos años una encuesta Gallup reveló que mucho más que al terrorismo o cualquier otra amenaza, los terrícolas temen a Estados Unidos. 
      ¿En qué quedaron los usos del llamado “poder blando”, capaz de ampliar la simpatía por el gigante del norte? En nada. Lo que cuenta es la fuerza bruta, de la que ese país anda sobrado, algo muy peligroso ahora, cuando su hegemonía empieza a ser cuestionada tanto en el plano económico como en el tecnológico.
       Según una famosa lista filtrada por el general Wensley Clark, después de  Afganistán, Irak y Libia venía Siria. Bacher Al Asad fue demonizado en  la línea habitual, se financió y armó a insurgentes diversos, incluidos los extremistas islámicos; en suma, se organizó otra guerra civil.  Y todo iba según lo planeado hasta que, oh sorpresa, Vladimir Putin salió en defensa del presidente sirio con sus bombarderos. Estados Unidos tuvo que envainársela.  Fue un aviso. 
       Estados Unidos no le perdonaría jamás a Putin la bofetada, la primera que recibió así, en frío.  El nuevo orden (por llamarlo como se acostumbra) surgido tras la caída de la Unión Soviética se podía considerar roto ya por aquel entonces.  Al matón supremo le había surgido un rival, otro matón. Se diría que el resto es una consecuencia. 
       Henry Kissinger, entre otros pesos pesados, maligno él pero con cerebro, explicó que no había que acorralar a Rusia ni empujarla  a  una alianza con China, explicó que no era una buena idea meter a Ucrania en la OTAN y que era un desatino atizar una guerra civil en este país. No se atendió a sus razones, ya vemos con qué resultado. ¿Y por qué no se le hizo caso? ¿Por qué no se atendió a sus pragmáticas recomendaciones? La  respuesta es simple: porque en la actualidad el poder está  tan desprovisto de frenos morales como de frenos pragmáticos. Hay motivos para creer que hasta la noción de “mal menor” se perdió por el camino. 
      Si el poder ya no entiende las razones de un Kissinger, ya me dirán. Visto lo visto, ni siquiera debería asombrarnos que el señor Putin, hasta ayer mismo considerado astuto y calculador, haya acabado por lanzarse criminal y chapuceramente  sobre Ucrania. No es asombroso, digo, de acuerdo con los usos imperantes de un tiempo a esta parte. 
       Sin duda  abundan en los círculos del poder norteamericano los  seres pensantes capaces de tener en cuenta las realidades y los obvios requerimientos de la supervivencia humana.  Pero, lamentablemente, hay otros, en la élite del poder, que están en otra onda y que por lo visto ejercen una influencia decisiva a la hora de la verdad sea cual sea el presidente. Me refiero a sujetos que tienen en el oído  los monólogos a puerta cerrada del tenebroso Leo Strauss,   unos tipos convencidos de la superior sapiencia de la idiota de Ayn Rand, unos adictos al trotskismo de  Kristol (una versión ultraderechista de la famosa “revolución permanente”). Estos van a lo suyo,  inmisericordes, psicopáticamente decididos dominar el mundo por las malas, tomándose su tiempo, yendo por etapas, susurrando al oído del fantoche de turno, haciendo de paso negocios armamentísticos formidables so pretexto de emprendimientos guerreros  no menos demenciales que el de Putin.  
       ¿El país se queda en los huesos? ¿El capitalismo salvaje por ellos impuesto nos ha metido a todos en un callejón sin salida? ¡Es que les da igual! Que por algo están prendidos de las ubres del Complejo Militar Industrial (ese monstruo fuera de control sobre cuya peligrosidad advirtió el presidente Eisenhower en su discurso de despedida). Que esa porción de la élite  pretenda arrogarse la representación de Occidente es una listeza intolerable (salvo que se refiera a lo peor de Occidente elevado al cubo). Del hecho de que hayan conseguido hacerse con el el apoyo de  unos líderes europeos desconectados de la sensibilidad común solo se deduce que los valores occidentales que se publicitan como superiores han sido desactivados a ambos lados del Atlántico. 
        Ojalá estuviésemos ante un mero sometimiento perruno a los dictados norteamericanos, como parece  a primera vista: ya es hora de que reconozcamos que la élite europea ha caído bajo el embrujo neocon, al punto de ser incapaz de pensar por sí misma hasta cuando la tratan a patadas.  Siento decirlo, pero lo veo venir: estos primates europeos van a terminar de cargarse la autoridad moral heredada de las generaciones precedentes y, en la misma jugada, el Estado de Servicios que a ellas les debemos. Sí, están dispuestos a sacrificar a sus pueblos,  a empeñarlos para los restos, a gastarse en armas lo que no tienen, a destruir  y envilecer sus sistemas políticos, como si  estuviesen decididos a copiar en sus respectivos países la degenerada  polarización que distingue a la sociedad de sus mandantes. Es el momento de esgrimir la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Pero, ¿quién, entre esta gente poderosa, podría hacerlo sin que nos pareciera el colmo del cinismo?
     Entre las consecuencias del derrumbe de la Unión Soviética, debemos incluir no solo el sueño neocon de un mundo unipolar bajo la férula de Estados Unidos, de penoso despertar. Porque a ese derrumbe le siguió la galopada, ya sin barreras, del capitalismo salvaje, que ni siquiera se molesta en frenar en vista de las tremendas crisis que produce (paga el contribuyente) , y algo más: una pérdida de valores. Para contender con la Unión Soviética y frenar la expansión del comunismo, había que cuidar las formas, mostrar lo bien  y civilizadamente que se vivía en libertad,  en democracia, con cierta idea de superioridad basada en ideales  y valores de procedencia cristiana entreverados con los mimbres del liberalismo. Occidente se esmeró en presentarse como una alternativa bien probada y muy atractiva a los regímenes dictatoriales de Stalin y e Mao. ¡El mundo libre! Pero luego, tras la caída la Unión Soviética, al diablo esos valores, a los que solo se apela cuando interesa  manipular las emociones de las “muchedumbres desconcertadas”
     El problema es que sin valores, sin la autoridad moral que se deriva de su cultivo, solo queda la fuerza bruta. Triste espectáculo: resulta que ya no hay nada más que se pueda oponer a Rusia y a China, cuyos líderes hace tiempo están advertidos de la mutación, del giro hacia el matonismo planetario y del carácter fraudulento de la apelación a los valores traicionados. Lo que en sí mismo no augura nada bueno.  A estas alturas del partido, por cada acusación que los líderes occidentales lancen contra los regímenes de Rusia y China, estos lo tienen fácil: les  basta con acusarlos de ver la paja en el ojo ajeno y de no ver la viga en el propio.
        ¿Hay alguna posibilidad de que Occidente recupere sus valores esenciales?  ¿Puede recuperar su autoridad moral? Ojalá. Sería patético que los rusos o los chinos se vieran forzados a darnos lecciones de pragmatismo, y más patético aun que nos viéramos en situación de esperar que algún remanente de la Iglesia Ortodoxa Rusa, o algún giro dialéctico en el cerebro de Putin  o  alguna fórmula confuciana vengan en auxilio  de la humanidad… ¡Qué dolor! ¡Qué vergüenza!

lunes, 11 de julio de 2022

LA OTAN VS. RUSIA + CHINA: ¡POBRE HUMANIDAD!

  

      La puesta en escena de la OTAN en Madrid ha sido muy llamativa, con la presencia de la clase política al completo, incluido el alcalde de Kiev, el ex boxeador Vitali Klitschko,  y la intervención estelar del presidente Zelensky por videoconferencia. 

       El espectacular elenco político/militarista que dice servir a nuestra defensa  se exhibió a placer en el museo de El Prado, lo que a mí me parece de mal gusto e incluso una profanación. 

       La ensaladilla rusa se llama ahora ensaladilla tradicional. Al parecer, todos contentos , unánimes, sonrientes y muy seguros de lo que se traen entre manos a pesar de su extrema peligrosidad. La participación de las esposas de los dignatarios, encabezadas por doña Letizia, vino a refrendar la bondad del acontecimiento.

       La OTAN ha cruzado el Rubicón, no de tapadillo sino a las claras, con la evidente pretensión de remodelar la mentalidad de nuestro tiempo en función de sus intereses a corto, medio y largo plazo. La organización se arroga la representación de Occidente, está claro, y de paso nos mete  compulsivamente en una confrontación con Rusia y China... sin matices, sin ninguna alternativa. Por si no nos habíamos enterado, el escenario de la organización ya no se circunscribe a la vieja Europa; es el mundo. Y la intención, a diferencia del pasado, no es ninguna clase de  equilibrio o contención, lo que debería preocuparnos porque, dato capital, esta organización y sus satélites no tienen el dominio global y nada podrán hacer al respecto sin causar daños y sembrar el caos. 

         La OTAN nos hace saber que pretende lidiar  con la amenaza de Rusia  y simultáneamente con la de China, cuya actividad considera “maliciosa”. Afirma que  nuestra seguridad y modo de vida se encuentran en peligro, lo que, se mire como se mire, podría justificar cualquier cualquier medida militar… o no militar. Ya tenemos el plan: VENCER  a esos enemigos colosales. Se nos da a entender que la cosa va de un enfrentamiento entre la pureza democrática occidental y el totalitarismo oriental...

       Con la guerra de Ucrania en curso, el plan luce inoportunamente temerario. Por así decirlo, el viejo orden ha saltado por lo aires. Ya se ha decidido que el conflicto en Ucrania se dirima en el campo de batalla. La idea es  que Putin va a perder hasta la camiseta…  sin jugarse el todo por el todo, sin recurrir a sus armas peores. Sí, Ucrania se incorporará a la OTAN y también Georgia…  Ni caso al señor Putin. La OTAN se reafirma  en el  ninguneo que causó la guerra y dobla la apuesta, implicando de paso a China.

         El comunicado oficial no deja margen alguno a la diplomacia, pequeño detalle que no ha merecido el menor comentario crítico en los grandes medios de comunicación. Confrontación pura y dura. Se da por sentada una dinámica de bloques, un choque de civilizaciones, así, con la mayor crudeza. 

       No por casualidad, se ha escogido un lema más bien aterrador en las actuales circunstancias:  “NATO [OTAN] in an Era of Great Power Competition”. ¿Se  puede ser más claro? De esto se trata, del Poder, del Gran Poder, de la competición por el poder mundial. Y bien sorprendente sería que en Moscú y Pekín no se entendiese ese lenguaje, de sobra conocido. Me parece muy triste que Occidente  solo ofrezca más de lo mismo (con una actitud que ya le costó a la Humanidad dos guerras mundiales). 

      Si Paul Nitze y Georges Kennan tuvieron claro que sería de locos acorralar a Rusia, Henry Kissinger, que participa de esa opinión y que algo entiende del gran poder, ha dejado bien sentado que  no se debe hacer nada que provoque la unión de Rusia y China. A los dirigentes de la OTAN y sus asociados políticos, al parecer influidos por el chulesco pensamiento neocon, esos consejos les traen sin cuidado. Quieren imponerse y punto, al precio que sea. De modo que sería ingenuo pensar en un retorno a la Guerra Fría. Esto es mucho peor, más peligroso.

      ¿No es sorprendente que Europa obedezca las órdenes de una potencia hegemónica sumida en una crisis sin  precedentes?  ¿Tan rápido se han dado por archivadas las mentiras, barbaridades y chapuzas en que ha incurrido dicha potencia a la vista de todos, en Afganistán, Irak, Libia y Siria? 

        A la indignidad se le suma la falta de luces. La jugada actual de Estados Unidos apunta no solo a desangrar a Rusia. Se trata de impedir que Europa se crezca de la mano de Rusia y que deje de ser un motivo de inspiración  para los norteamericanos que quisieran gozar de los estándares sociales europeos (insuficientes pero molestísimos para los amos del capital).  En el mejor de los casos, Europa quedará hecha unos zorros. Por no hablar del negocio armamentístico.  Ahora todos los gobiernos europeos están dispuestos a gastar más en armas, lo que sea, a costa de lo que sea, por muy en apuros que estén ya.  Al diablo el bien común y a poco que la cosa se vaya de las manos de los aprendices de brujo que dicen representarnos, todo esto provocará daños sociales que dejarán pequeños los actuales. Y es especialmente macabro  por cuanto la competición por el gran poder se plantea cuando el cambio climático ya se nos ha echado encima.  ¡Pobre humanidad! 

viernes, 15 de abril de 2022

GUERRA EN UCRANIA: NEGOCIACIÓN O DESTRUCCIÓN

    

        Afirmé hace un mes que a mayor resistencia a las huestes de Putin, mayor sería la barbarie. Los horrores de Grozni y Alepo se reproducirían en Ucrania. Y véase  ahora el martirio de Mariúpol, por decirlo todo con un solo nombre. No sé a usted, amable lector, pero a mí me indigna que no se haya tenido en cuenta tan atroz posibilidad. Los ucranianos, a los que se dice defender, víctimas  seguras de una barbarie que se veía venir. ¿Acaso ignora Occidente de qué va la guerra? ¿Por qué se deja arrastrar por Putin a las tinieblas? Al final, lo presiento, no habrá forma de distinguir a los buenos de los malos. 

           La barbarie de Putin no exonera ni santifica a los máximos dirigentes occidentales. No movieron un dedo para evitar  la tragedia; provocaron a Rusia, la ningunearon, enviaron armas a Ucrania, instruyeron a militares ucranianos e incluso a  elementos del Batallón Azov; atizaron el fuego en el Dombás.  Todo, sin pensar en  las buenas gentes.  Y ahora siguen armando a Ucrania ostentosamente. ¿Cómo creen que se interpretan desde el Kremlin los envíos de armas y las sanciones económicas masivas en ausencia de un solo gesto conciliador? ¡Como más de lo mismo! ¡Como una llamada a la guerra total! No hace falta ser un putinólogo para saberlo, ni  ser un experto en  nada para justipreciar los riesgos de una escalada fatal. De momento, Putin hace la vista gorda al dinero, a las armas y a las aportaciones de inteligencia, como si no quisiera contribuir a una escalada o, quién sabe, como si despreciase esas aportaciones occidentales contra su campaña militar  en el supuesto de que puede destruir el material antes de que llegue a destino. 

        Condeno rotundamente la invasión y me identifico con el pueblo ucraniano. Pero  tengo al mismo tiempo la obligación de exigir una negociación seria e inmediata. Y  por eso no puedo aplaudir la actuación de los líderes occidentales, mis supuestos representantes.  Alguno me dirá que es inmoral negociar con Putin, que no se puede ni se debe ceder a ninguna de sus demandas. Respondo: Gracia no tiene, pero hay que hacerlo, como es de rigor en casos así.  ¿Acaso hay otra manera de defender a los ucranianos ya que, como es sabido y como Putin entendió, no los defenderemos con nuestros cuerpos? 

          Los dirigentes occidentales actuaron  y actúan como pirómanos. Le cabe a Macron el honor de haber intentado mantener una línea de comunicación con Putin y de recomendar un empleo cuidadoso de las palabras por entender, inteligentemente, que llamarlo “asesino” es una pésima idea. No se lleva lo de Macron. El canciller austriaco ha sido criticado por viajar a Moscú con intenciones  dialogantes…  Lo que se lleva es lo de Josep Borrell,  que  acaba de pedir menos aplausos y más armas para Ucrania (¡menudo diplomático!).

       Incluso se pretende, con veladas amenazas, que China se sume a la campaña occidental, como si su hipotético papel mediador fuera prescindible. Como si no fuera obvio que esta guerra debe terminar cuanto antes con una negociación. Y claro que hará falta la mediación de China, como la Turquía, dos países que se han opuesto a la voladura de todos los puentes. Sí, la de estos dos países precisamente en vista de que el señor Biden no está por la labor por intereses para nada edificantes. 

         Con las excepciones aludidas, los primates  europeos se comportan como si estuviésemos ante un conflicto medieval, como si no hubiera que contar con las  capacidades destructivas del armamento “convencional” del siglo XXI (bombas termobáricas, bombas de racimo, fósforo blanco y demás), como si ignoraran que las guerras de este siglo se libran a costa de  machacar bárbaramente a la población civil y,  encima, como si las bombas nucleares tácticas y estratégicas no existieran. Les veo capaces de acorralar a Putin hasta el punto de que se sienta  “obligado” a hacer uso de estas armas, como contempla su doctrina militar oficial en casos de “amenaza existencial”.   ¿No les parece una locura poner el destino de la humanidad  precisamente en manos del líder ruso, en su capacidad de autocontención, en su sistema nervioso, en sus cálculos?  ¡Qué ocurrencia! 

       No me lo explico, me parece una señal de degeneración intelectual y moral. Intelectual, porque estos líderes parecen desconocer las crueles lecciones de la historia, y moral porque están anteponiendo sus intereses geoestratégicos, narcisistas y mafiosos al valor de la vida humana (como ya hicieron reiteradamente en el pasado inmediato, dándole con ello lecciones de poder a cualquiera y en primer lugar a Putin).  Estos genios,  muy toscos si los comparamos con los de ayer (Kennedy hablaba con Krushev, Bush padre  hablaba con el inquilino del Kremlin, Reagan hablaba…),  ¿qué pretenden? 

       ¿Quieren que Rusia se desangre en Ucrania? ¿Desean derribar a Putin y convertirla en un Estado fallido? ¿Desean (en plan Victoria Nuland) que Europa termine de doblar las rodillas y que se olvide del sueño de “una casa común” e incluso del gas? ¿Desean dar rienda suelta   a formidables negocios armamentísticos   incompatibles con toda causa decente y con el lamentable estado del planeta? ¿Realmente les interesa el bienestar del pueblo ucraniano? Son preguntas inquietantes, de momento encubiertas bajo una unanimidad de la que ya hemos sido víctimas otras veces. En el peor momento, estos dirigentes se olvidaron de la Realpolitik, fea pero nunca imbécil. 

         Nótese que el presidente Zelenski, con trato de héroe y paseado por los parlamentos –lo nunca visto–, demanda acciones radicales al parecer sin pensar ni poco ni mucho en que, de ser satisfechas, la historia de la humanidad tal como la conocemos llegaría bruscamente a su fin. Y sin pensar demasiado, por lo visto, y no lo entiendo, en el creciente sufrimiento de su propio pueblo, al que se siente compelido a sacrificar en el altar de la guerra (no sabemos si por rapto dramatúrgico o por puro patriotismo, o por una combinación de patriotismo y de promesas y presiones internas y externas). Uno le comprende emocionalmente, pero se debe conservar la cabeza fría y no perder  el sentido de las proporciones. ¿De verdad hay alguien que crea que la titularidad de Crimea y del Dombás vale más que el género humano  o más que los ucranianos que tan cabalmente lo representan?

        Oficialmente al menos,  el Pentágono y la CIA mantienen la cabeza fría, ante la evidencia de que no se puede jugar con fuego en esta materia, pero los dirigentes occidentales, de Biden a Borrell,  juegan sin ningún recato y nos la calientan de la forma más irresponsable que quepa imaginar. 

        Han renunciado  a la función política y reparadora que les exige  una guerra de estas características. Nos invitan a apoyar ciegamente a Zelenski en su numantina resistencia, le ofrecen más armas, más dinero, que se sepa sin ninguna condición y desde luego que sin pensar las consecuencias de militarizar a todo un pueblo y de  concentrar el poder en manos de elementos extremadamente iliberales. Es como si ya hubieran resuelto que el conflicto se dirima en el campo de batalla –es decir, en ciudades, pueblos y pueblecitos– a costa del sufrimiento que sea. Como la culpa la tiene Putin, adelante a ojos cerrados.

          De este modo que se han metido –y nos meten– en una dialéctica infernal.  ¿Cuánto dinero contante y sonante, cuánto prestado? ¿Cuántas armas  hacen falta para cubrir el expediente, cuántas para mantener a raya a los rusos? ¿Cuántas harían falta para expulsarlos? ¡A saber!  Y como esto es infernal, se procede sin tener ni la menor idea de en qué punto podrían desencadenarse acciones terroríficas no convencionales por parte de Putin, astutas o desesperadas. Lo único claro es que, no siendo este un lance caballeresco sino una guerra brutal estilo siglo XXI, no ganará nadie en ningún sentido humanamente inteligible. Lo dicho: negociación o destrucción parcial o total.