Viene
esto a cuento de que Internet, con sus redes sociales, pone a nuestra
disposición herramienta para hacer oír nuestras críticas de manera nunca vista ni soñada. En rigor, eso que se llama “opinión pública” podría convertirse en
algo serio y nada fácil de manipular por el poder establecido. A condición,
claro es, de que tengamos en cuenta nuestra responsabilidad en el uso de tan impresionante medio de comunicación. Hasta ahora, elecciones y plebiscitos han venido siempre de
arriba. Podrían venir de abajo. Hasta la fecha, los partidos políticos han
podido dormitar y marear la perdiz interminablemente, pero no tendría por qué
ser necesariamente así.
Ya sé
que es mucho pedir que esto de Internet se use para devolver el pulso y la
probidad a nuestra actividad política, y mucho me temo que, en la era de la
comunicación, seguiremos luchando por meter papeletas en unos sobres cada
cuatro años. Pero, si nos tomamos en serio la herramienta, el
poder establecido, tendrá que vérselas con redes de opinión ante las cuales no
podrá seguir haciéndose el bobo. Puede que la fe de Kant en la libertad de
expresión fuese ingenua, pero quizá la pongamos a prueba con fe o sin ella, al
menos mientras dure.