Sobrecoge pensar lo que está pasando allí. Los acontecimientos de Túnez y de Egipto nos recordaban el
inmenso poder de una protesta pacífica, en la línea de la resistencia activa no
violenta de Gandhi, poder en el que se fundan, en medio del absurdo en que ha
caído nuestra civilización, nuestras esperanzas, las pocas que nos quedan. Gandhi
consiguió echar a los ingleses por ese procedimiento, como los tunecinos y los
egipcios se las han arreglado para obligar a sus respectivos tiranos a arrojar
la toalla, lo que hasta hace poco habría parecido imposible.
Gadafi ha optado por defender su trono a tiros,
lo que, en mala hora, nos recuerda los límites de la resistencia activa no
violenta y, de paso, los límites del concierto internacional en que nos movemos. Sus alevosos procedimientos represivos
y sus amenazas pueden inducir a muchos de sus oponentes a olvidarse de la no
violencia. De momento, lo único claro es que, mimado por el FMI, sentado sobre
sus pozos petrolíferos, Gadafi ha emprendido una huída hacia adelante. Ahora
veremos hasta dónde le dejan llegar sus valedores, esos que, con gusto, iban a
sentarse en su lujosa tienda con los ojos puestos en sus propios intereses. Que
Gadafi era inmanejable, eso lo sabíamos todos.