El
rey ha tenido el acierto de pedir perdón, sin dar muestras de tomarnos a mal que
nos preocupásemos más por la integridad del elefante que por su regia cadera.
Esto le honra, y le sitúa muy por encima de quienes se creen más allá del bien
y del mal en temas bastante más graves que una excursión cinegética.
Sucede
cuando la corona se ve bajo la lupa de muchos. Y sucede cuando la clase
política se encuentra con el prestigio por los suelos, algo perjudicial para la
monarquía, directamente expuesta a la contaminación que se deriva del penoso
fenómeno, y más ahora, estando sobre la mesa el caso Urdangarín, de cuyo poder
contaminante ya hemos tenido pruebas en los periódicos, en los bares y en los
taxis. Los republicanos y los derechistas resentidos se frotan las manos a la
vez, con propósitos radicalmente opuestos.
¿Hemos
llegado al fin de una etapa? ¿Se agota el tiempo de la Monarquía constitucional
que suscribimos en 1978? Depende.
Y
depende, creo yo, de lo que haga don Juan Carlos, a quien la historia le ha puesto delante un nuevo reto, sólo
comparable al de la puesta en marcha y el feliz desarrollo de la Transición,
23-f incluido. Si sale airoso, habrá monarquía para rato, como la hubo hasta
ahora, sin chispas, fricciones ni fealdades, con un punto de merecido orgullo. Y
nos olvidaremos de Urdangarin, del elefante y de algunas cosas más.
Pero el reto se las trae: se trata de que contribuya a poner límites a
la bestia. Y por bestia entiendo, claro es, el capitalismo salvaje, que amenaza
con destruir todo lo construido hasta la fecha. Y saldrá airoso con sólo que lo
intente, con sólo que lo sintamos efectiva y seria y sostenidamente de nuestra
parte.
Si el rey se dejase seducir por la
bestia –Dios no lo quiera–, si fuese visto –visión escalofriante– como compadre
de dicha bestia, si perdiese contacto con las necesidades de la gente –como le
ocurrió a su abuelo por su afición al tiro al pichón–, si se pusiese al nivel de los peones de
la bestia, acreditados ignorantes y vendepatrias, la monarquía se metería en un
terreno intransitable.
La historia está llena de monarcas sin el menor sentido de futuro. Pero
don Juan Carlos lo tuvo, como tuvo sentido del Estado y de las proporciones,
como supo arreglárselas para ser rey de todos los españoles y no de una
camarilla prepotente. ¿Hemos de pensar que ha perdido facultades y que va a
jugarse el destino de la monarquía en el casino de la banda neoliberal? Esperemos
su respuesta, la única que cuenta.
(Vista
la correlación de fuerzas, no deberíamos apresurarnos a segarle la hierba bajo
los pies en nombre de los ideales republicanos. Pues para hacer frente a la
citada bestia hacen falta todos los ciudadanos de buena voluntad. También el
rey.)