El encuentro entre Pablo Iglesias y Alberto Garzón ha sido desastroso.
Iglesias no quiere saber nada de la propuesta de una combinación de “unidad
popular” reclamada por Garzón con vistas a las elecciones generales. Es más,
rechaza cualquier contacto formal
con IU.
En una entrevista publicada simultáneamente por Público y Critic,
Iglesias se ha despachado a gusto contra la izquierda encarnada en IU, a la que
llega a acusar de no haber hecho nada positivo. Quiere lejos de sí a sus
dirigentes, a los que acusa de pesimismo, de no creer en la gente, de ser unos
cenizos profesionales.
“Que
se queden la bandera roja y nos dejen en paz”. Los deja retratados como típicos
izquierdistas tristones, aburridos y amargados, a los que solo cabe invitarles
a que se cuezan en su propia salsa, conformes con su lamentable 5%. Tal cual.
Muchos, no solo Garzón, se habrán quedado de piedra al leer tales cosas.
Yo me limito a constatar que Iglesias quiere tener las manos libres, que se
siente lo bastante fuerte como para articular el complejo movimiento a favor
del cambio con sus propias manos, que desea desmarcarse de los decires y
símbolos izquierdistas de toda la vida, que pugna por la “centralidad” y
que no quiere servir a la derecha
en bandeja el miedo a una reedición del Frente Popular. Es evidente que se ha
tomado muy en serio y que aplica a rajatabla eso de no plantear el conflicto en términos de un
enfrentamiento entre izquierda y derecha.
De ello se deduce que Pablo Iglesias tiene muy en cuenta el
abecé de la sociología electoral. Precisamente, IU es un buen ejemplo de
“partido ideológico”, habituado a presentarse con sus principios por bandera,
en plan perdedor según dicho abecé. Y de ello se deduce también que Pablo
Iglesias no quiere renunciar a los beneficios de las formaciones “partido
atrápalo-todo”, lo que explica
sobradamente sus ambigüedades y elusiones. Él desea ganar –lo repite en la
entrevista– y obra en consecuencia. No hay ningún misterio en ello. Tal y como
están las cosas, sería de necios que incurriese en bizarras declaraciones de
principios a favor de la República o de la nacionalización de la banca…
Sin embargo, no termino de entender por qué se ha permitido tan crudo
desbordamiento anti IU. No le veo
ninguna utilidad. ¿Acaso puede servir para que le quiten la etiqueta de radical
quienes tanto le temen? Pues no.
¿Hace un guiño de entendimiento a los sufridos votantes de IU? No, desde
luego. Y no me lo explico.
Puedo
entender, desde luego, y no tanto a pesar sino en razón de mi condición de
sexagenario, que arremeta contra la izquierda tristona y aburrida, pero no he
podido disfrutar de sus palabras por el contexto, demasiado agrio.
No olvido que la “izquierda amargada” no se amargó por casualidad, sino
por las brutales realidades que gravitaron sobre ella y configuraron formas de
pensar y modos de ser más bien tétricos. Y recuerdo que esa izquierda fue aborrecida no solo por la
derecha, que la usó a placer para meter miedo, sino también por la no amargada,
imposible de encuadrar en un sistema de obediencia ciega, con la
correspondiente división de las fuerzas progresistas.
Quizá Pablo Iglesias ha comprendido la necesidad de poner fin a esa división fatal, culpable de incontables fracasos electorales dentro y fuera de España. Pero no creo que su diatriba anti IU haya sido de utilidad al respecto. Es difícil remediar una división con otra, y encima parece hasta de mal gusto confundir a Alberto Garzón con los clásicos cenizos que se la inspiraron.
Quizá Pablo Iglesias ha comprendido la necesidad de poner fin a esa división fatal, culpable de incontables fracasos electorales dentro y fuera de España. Pero no creo que su diatriba anti IU haya sido de utilidad al respecto. Es difícil remediar una división con otra, y encima parece hasta de mal gusto confundir a Alberto Garzón con los clásicos cenizos que se la inspiraron.