No sería nada raro que la
segunda vuelta electoral dejara las cosas más o menos como están. Lo que no está como siempre es el
sistema político. La crisis económica, como era de prever, ha terminado por afectarle
negativamente, y no cabe esperar de las urnas ningún efecto terapéutico a
juzgar por los dichos y los hechos de unos y de otros. El daño no ha sido
cuestión de un día, y tampoco lo será la curación.
He aquí la anomalía: tanto el PP como el PSOE actúan como si aquí no
hubiera pasado nada, como si fueran unos santos. El PP se produce como si todavía conservase su mayoría
absoluta, repite los mantras de ayer, saca brillo a su victoria de diciembre,
va de sobrado, como si se bastase a sí mismo para gobernar. No otra cosa hace
el PSOE, aunque ya no las tenga todas consigo. Pedro Sánchez se muestra
beligerante a derechas e izquierdas, tratando de afirmarse en un centro que ya
se le ha desvanecido bajo los pies.
Como el PSOE ha ido de partido de izquierdas, es muy comprensible que el
electorado le haya pasado factura antes que al PP, pero ambos se encuentran en
el mismo desfiladero, cuesta abajo
en su rodada. Es cuestión de tiempo que este reciba un castigo que dejará
pequeño al de diciembre.
Salvo reacciones geniales, el PSOE acabará como el PASOK y el PP como
Nueva Democracia. Y conste que un entendimiento entre los dos después del 26-J
no sería una genialidad sino un acto de desesperación.
Se dice que el problema radica en la
incompatibilidad entre Rajoy y Sánchez, pero no; es un problema de fondo. El problema es que estos partidos ya no
representan a sus respectivos votantes, una desagradable evidencia que se abre
paso poco a poco en las conciencias.
Tal es la consecuencia de haber tomado como propio el infumable programa
que ha acabado con el sueño europeo. Han hecho suyo ese programa elitista; no
tienen otro. Se dejan llevar, nada más, el PP con mucho gusto y el PSOE con
disimulo. Y ha pasado lo que tenía que pasar.
Desde la noche de los tiempos, desde
la remota época de las jefaturas, es sabido que no se puede gobernar a favor de
una minoría y en detrimento del común de los mortales sin acabar mal. O el PP y el PSOE rectifican,
o acabarán como sombras de lo que fueron. Y no hay más que ver cómo han
reaccionado ante la recomposición de la izquierda propiamente dicha para
concluir que carecen de recursos políticos para sobreponerse a la adversidad.
La
manía de meternos miedo con lo que
podría hacer Unidos Podemos o con lo que podría pasar si Pablo Iglesias llegase
a la Moncloa es algo más que una vieja artimaña electoralista. Revela una ausencia de autocrítica que
da grima, pésimos modales políticos y un vacío mental que hará historia.
Resulta patético que le pidan a Unidos Podemos precisamente lo que ellos no
tienen.
Al
parecer, el PP y el PSOE todavía no han reparado en que hay millones de
españoles les temen bastante más que a Unidos Podemos. A estos españoles ya no
se les engatusa con milongas macroeconómicas ni se les
conmueve con declaraciones de principios incumplidos. Aunque solo fuera por la
existencia de estos votantes, el PP y el PSOE deberían mostrarse más
respetuosos. Y hay que tener en cuenta, además, que de no mediar esta
izquierda, ellos habrían terminado de perder el sentido de la realidad. La
normalización de nuestro sistema democrático no depende solo del buen hacer de
Unidos Podemos. A ver qué hacen ellos.