Sólo hay que esperar un poco, unos días, menos de un mes. Me confieso
con el alma en vilo. Tengo mis sospechas, pero a ver qué pasa.
¿En qué acabará la “negociación” entre Grecia y la Troika? ¿Habrá un debate
inteligente entre las partes, o un simple dicktat?
¿Hay siquiera un margen para los juegos de prestidigitación? ¿Seguirá la Troika
chantajeando y machacando a los griegos, indiferente a su sufrimiento, e
incluso los castigará por la osadía de haber depositado su confianza en Tsipras? ¿Se
impondrá la ley de la jungla como hasta la fecha? Un poco de paciencia y lo
sabremos. Si Grecia acaba humillada y económicamente peor de lo que estaba, no
quedará otra que darnos por enterados de una vez por todas sobre lo que nos
espera y sobre lo que ya se ha cocido sobre nuestro destino en la trastienda de
esta Europa que me resulta irreconocible. Bien entendido que ya es el colmo
haber llegado hasta aquí.
Pero no sólo vienen días decisivos para Grecia. Tengo el alma en vilo
por lo de Ucrania. Europa y el
mundo podrían estar en camino de un desastre de proporciones inauditas. Ahora
mismo tienen lugar “negociaciones” a varias bandas, en ausencia de las Naciones
Unidas y mientras en el este del país truena la artillería. De lo que se decida
ahora depende, tengámoslo claro, nuestro porvenir.
Dada
la habituación de ciertas potencias a jugar con fuego por razones
geoestratégicas y económicas, todas inconfesables, dada su peculiar habilidad
para crear focos de horror y experimentar cínicamente con ellos, solo cabe
esperar una desgracia. Pero, a ver qué se decide.
Si todo siguiese igual o peor sobre el terreno, será inevitable concluir que las negociaciones no fueron tales por haber planes ya perfectamente trazados y en fase de ejecución. Por momentos, lo confieso, me vuelve la sensación de incertidumbre, por no decir de miedo, que experimenté cuando era un muchacho a propósito de la crisis de los misiles soviéticos en Cuba, con el mismo contrapeso de “no puede ser”, con la misma tendencia a no pensar en ello y a distraerme con pequeñeces.
Si todo siguiese igual o peor sobre el terreno, será inevitable concluir que las negociaciones no fueron tales por haber planes ya perfectamente trazados y en fase de ejecución. Por momentos, lo confieso, me vuelve la sensación de incertidumbre, por no decir de miedo, que experimenté cuando era un muchacho a propósito de la crisis de los misiles soviéticos en Cuba, con el mismo contrapeso de “no puede ser”, con la misma tendencia a no pensar en ello y a distraerme con pequeñeces.
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