Nada nos puede sorprender
que el BOE consagre la religión como asignatura puntuable y el creacionismo como saber digno de
ser impuesto en las escuelas. En primer lugar porque nuestro Estado se ha
resistido a ser un Estado laico cabal (no es raro topar con personas que se
expresan como si siguiera vigente aquello del Trono y el Altar). Y en segundo
lugar, por la adscripción del Partido Popular a la corriente neoliberal y
neoconservadora, un sofrito intelectual de origen norteamericano en el que la
religión desempeña, cínicamente, un papel premoderno.
Uno
puede creer que la religión como asignatura obedece a la simple reactivación de pulsiones nacional-católicas locales. En parte sí, desde luego, pero lo
decisivo ha sido el influjo
creciente de la corriente neoliberal y neoconservadora, capaz de insuflar
nuevos bríos a cualquier fundamentalismo.
El señor Ignacio Wert, ministro de Educación, pertenece en cuerpo y alma a esa corriente
retrógrada. Puede que él se crea muy avanzado, pero sus iniciativas en el plano
de la educación datan de mediados de los años setenta del pasado siglo. Todas
ellas despuntaron en los conventículos derechistas financiados por los hermanos
Koch, Mellon y similares, como reacción contra el modelo de sociedad imperante
y, desde luego, contra los ideales de la Ilustración y del New Deal.
¿Qué
sentido tenía ofrecer una buena educación para todos, si el resultado no era
una sociedad conformista? Las eminencias grises de esos conventículos
pretendían acabar con los usos y costumbres políticos vigentes. Querían volver
en economía al laissez-faire y a la ley de hierro de los salarios, querían
imponer una educación elitista, entendida como negocio privado, la única que
convenía a los intereses oligárquicos, la única compatible con el capitalismo
salvaje. Aquí no nos enteramos.
La Transición se hizo con viento a favor, según los planteamientos
característicos de los años mejores del siglo XX, antes de que el pensamiento
neoliberal y neoconservador mostrase sus poderes propagandísticos. Dejar
abandonadas las escuelas públicas, apoyar las privadas y tomar al asalto las
universidades no fue una simple moda. Obedeció a un completo programa de
ingeniería social made in USA, orquestado de menos a más. Lo que empezó del otro
lado del Atlántico no tardó en llegar a Europa por la puerta de atrás, estimulando
a la elite y sus asociados y peones de brega, categoría esta a la que pertenece
el señor Wert.
Y claro, hubiera sido
mucho pedirles a esos antiilustrados que dejaran en paz la religión. Pronto se
acordaron de que había sido un formidable instrumento de dominación y de que
como tal la había considerado el sapiente Maquiavelo. Ahora iba a ser más
necesaria que nunca, para que los norteamericanos tuvieran a qué agarrarse y con
qué distraerse cuando la miseria se abatiera sobre ellos como una plaga bíblica.
A
principios de los años setenta había en Estados Unidos unos diez millones de
cristianos renacidos, hoy son nada menos que noventa millones. Y no por casualidad. Hizo falta una montaña de
dinero para lograrlo. Telepredicadores como Jerry Fallwel y Pat Robertson fueron cortejados por la Fundación
Heritage. Dinish d´Souza, un racista declarado, uno de los protegidos de Irving
Kristol, cobró sus buenos dineros
por escribir una biografía de Falwell, cofundador de la Moral Majority. Falwell
era capaz de afirmar que el SIDA es el merecido castigo de Dios
a los homosexuales y a la sociedad que los tolera. Siempre contó con el apoyo
del American Enterprise Institute (algo así como la matriz de la FAES). Como defendía un peculiar “sionismo
cristiano”, el lobby judío le
regaló un avión, para facilitar sus espectaculares desplazamientos.
Cuando la señora
Thatcher proponía, junto al dogma neoliberal, un retorno a la moral victoriana,
encarnaba esa ideología emergente,
al igual que el señor Reagan al presentarse a las elecciones con la idea de
imponer la oración en las escuelas (decidido a cargarse una sentencia en
sentido contrario del Tribunal Supremo rubricada en 1951…) ¡Al diablo el Estado laico! Reagan no dudó en afirmar que los
norteamericanos estaban “volviendo a Dios”. Se reputaba seguidor de la Moral
Majority de Falwell. Y fue muy
lejos al declarar que el laicismo es una "desviación", una "degeneración"… Así se expresaba este santón de la derecha
neoliberal española, admirada de su tosca asertividad.
Afortunadamente para nosotros, estas cosas nos alcanzaron con algún retraso, o en este país no
tendríamos ni divorcio ni aborto. Hace treinta años el señor Gallardón no se
habría atrevido ni siquiera a proponer su ley antiabortista; tampoco Wert a
imponernos sus torticeras iniciativas
de largo alcance. Ahora, sin embargo, con el manoseado manualillo ideológico de aquellos conventículos,
sumado a la mayoría absoluta y a la presión de los de siempre, ninguno de los
dos se ha andado con pequeñeces, como tampoco su partido, clara e irreparablemente
reducido a su registro neoliberal y neoconservador.
Solo
la sensatez de la gente puede frustrar el plan de consumar la maniobra de ingeniería social
subyacente. Pero, de momento, ya tenemos aquí la religión como asignatura, los
rezos por obligación, con nota. Y aquí tenemos también el creacionismo, en
versión católica, como asunto de Estado. Me repugna. Una cosa es la religión
como respetable asunto privado, otra como asunto de Estado, en cuyas manos se
transforma en mera superstición, como ya nos previno el poeta Virgilio hace dos
milenios.
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