viernes, 14 de octubre de 2022

JOHN F. KENNEDY, JOE BIDEN Y EL ARMAGEDÓN

 

     En Nueva Jersey, ante el Comité Nacional de su partido,  el presidente Biden ha admitido que “por primera vez desde la crisis de los misiles en Cuba (1962) tenemos la amenaza de un arma nuclear si, de hecho, las cosas continúan por el camino que van”. 

     Seguidamente, dio como posible el temido Armagedón en vista de que Putin, un “tipo” al que dice conocer bien, “no está bromeando cuando habla sobre el uso potencial de armas nucleares”. Los malos resultados de los rusos en el campo de batalla  acentúan el  peligro…  reconoció,  para luego afirmar que es imposible que Putin recurra a un arma nuclear táctica sin  desencadenar el Armagedón. Se deduce que Biden está decidido a dar una respuesta devastadora, es decir, a desencadenar el Armagedón en caso de que Rusia haga uso de una de esas armas. En consecuencia,  el destino del pueblo norteamericano –y de la humanidad– depende de lo que haga Putin…

         ¿Qué va a hacer  Biden para que las cosas no continúen “por el camino que van”? En Nueva Jersey dejó bien sentado que seguirá apoyando a Ucrania, sin más. E incluso fue más lejos, al  explicar que anda a vueltas con el problema de cómo lograr que Putin salga de la escena. Va lanzado sobre férreos raíles mentales, en el ingenuo supuesto de que el  ruso se va a arredrar…  Y sí, a juzgar por las  palabras  y los hechos del anciano presidente, el destino de la humanidad depende de que  Putin se arredre, lo que nos da una escalofriante idea del peligro que corremos. 

     El portavoz del Pentágono, John Kirby, se apresuró a puntualizar que en estos momentos no hay trazas de que Rusia se esté preparando para lanzar un ataque nuclear. ¡A ver si nos tranquilizamos! Por su parte, el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg,  ha querido rebajar el  terror que provoca la sola mención del Armagedón;  ha declarado que Putin “sabe muy bien que nunca se debe librar una guerra nuclear y que no se puede ganar”.   Nada tranquilizador, a mi juicio, precisamente porque no estamos, qué más quisiéramos, en los tiempos de la Guerra Fría.

      Encima, las autoridades europeas han declarado, unánimes,  sacando pecho como si estuvieran en una taberna o en el patio del colegio, que no se van a dejar intimidar por las amenazas nucleares de Putin. Son muy “valientes", y de paso nos confirman que la estrategia occidental reposa sobre el principio de que Putin no hará nada irreparable (a pesar de sus antecedentes y de la presión a que se ve sometido).   Continúa vigente, sin matices, el principio sentado por Josep Borrell: la guerra de Ucrania se dirimirá en el campo de batalla. Hasta la expulsión del todos los invasores, reclama Zelensky. Como si Putin no dispusiese de armas nucleares. Es mismamente como si los líderes occidentales confundiesen al inquilino del Kremlin con un simple Sadam Hussein. Solo así se entiende que no hagan ni la menor concesión a la diplomacia, lo que evidencia una voluntad de correr un riesgo demencial,  intolerable para el común de los mortales. 

      No es una  provocación menor que  Ursula von der Leyen, disfrazada con la bandera de Ucrania, haya expresado su deseo de ver deshecho el tejido productivo ruso. Es evidente que esta señora, a quien no tengo noción de haber elegido, se salta a la torera el Tratado de Lisboa, por el que la UE se justificó, entre otras cosas, por la común voluntad de contribuir a la paz y a trabajar activamente en la prevención de los conflictos. 

      Por no hablar de señora Tuss, entusiasmada sobre un tanque, afirmando que no le temblará la mano en el instante de apretar el botón nuclear británico. A destacar el afamado general Petreus:  imagina que, en caso de que Putin lance una bomba nuclear táctica, lo mejor que podría hacer Estados Unidos en aniquilar a los rusos presentes en Ucrania y a la entera flota fondeada en Crimea con sendos ataque convencionales. Otro que ignora el peligro de que Putin pase a mayores, como el señor Borrell, que acaba de declarar que “un ataque nuclear contra Ucrania provocaría que el ejército ruso fuera aniquilado”.  Mientras tanto, lo mejor que se le ocurre a John Bolton es hacer saber a Putin y a toda la cúpula dirigente rusa que pasarán a mejor vida si se les ocurre dar el paso fatal. Hasta le vienen a las mientes  los asesinatos de Bin Laden y el general iraní Qasen Soleimani… Otro que menosprecia el potencial nuclear de los rusos.

      Al hilo del discurso de Biden en Nueva Jersey,  varios comentaristas han afirmado que Putin es “impredecible”. Ponen en entredicho la certeza de que se abstendrá, pase lo que pase, de hacer algo irreparable, pero solo para  exonerar a Occidente de la responsabilidad de negociar, pues  se supone que no hay manera de hacerlo con un loco. El problema es que Putin es bastante predecible. Sus demandas han sido las mismas desde 2007 y ha ido de menos a más precisamente porque no se le ha hecho el menor caso. Ya se ha lanzado criminalmente a esta guerra atroz y no quiero ni pensar en hasta dónde va a llegar si Occidente persiste en su actitud. Estando Ucrania en el centro de la hipotética primera diana nuclear,  no entiendo que Zelensky llegase a demandar un ataque preventivo contra Rusia, pero comprendo que luego, pensándoselo mejor, haya atribuido esa exigencia loca a un error de traducción. Sí entiendo que ahora diga que mejor ni mentar el Armagedón,  un tabú para seguir en las mismas. Forzar la situación es la ley del momento.

     Ya que Biden ha mencionado la crisis de los misiles de 1962, confieso que me embarga la impresión que la situación actual es  muchísimo más peligrosa. Ahora corre la sangre y reina el caos. En aquellos tiempos ambas partes tenían bien claro lo que cabía esperar de una confrontación nuclear: la destrucción total. Tenían conciencia de los límites del peligroso juego que se traían entre manos y guardaban frescos en la memoria  los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Y esto es lo que ahora se echa en falta.

       En 1962, en respuesta a la colocación de plataformas misilísticas nucleares en Turquía, los soviéticos, para nada inconscientes del peligro,  introdujeron subrepticiamente sus armas de destrucción masiva en Cuba. Estados Unidos, claro es, no podía consentir la sola idea de vivir bajo semejante amenaza. Hoy la cosa va de ocultar las causas de lo que está pasando, lo que para nada facilita el entendimiento y la negociación. Además, para nuestra desgracia, en la actualidad existen armas nucleares en miniatura (que por algo han sido concebidas, malditas sean). Nos vemos en el peor escenario imaginable y yo me pregunto si Biden está a la altura de las circunstancias. ¿Podría  emular la proeza de John F. Kennedy?   

       Recuérdese que Kennedy fue capaz de contener a sus halcones (gente como el embrutecido Curtis LeMay), fue capaz de entenderse con Krushev, de negociar y de ceder, esto es, de renunciar a sus vectores nucleares instalados en Turquía a cambio de que Krushev retirase los suyos de Cuba. Así, entre los dos –dejando a un lado a Fidel Castro, que por nada del mundo quería verse privado de los misiles–, salvaron a la humanidad  (con la ayudita del capitán de un submarino ruso que se saltó el protocolo y optó por no iniciar la conflagración fatal). Me parece terrible, pero es más fácil imaginar a Putin en el papel de Krushev que a Biden en el de Kennedy. 

       Confieso que no consigo entender que Biden se haya dedicado a echar leña al fuego y a seguir atizándolo. No entiendo que haya pasado por alto el ejemplo de Kennedy y  que eche en saco roto los consejos de George Kennan, Paul Nitze, Henry Kissinger y demás halcones con cerebro. Al parecer, se atiene a los los papeles de la Rand Corporation, y a los dichos neocón de Victoria Nuland y John Bolton, y no me lo explico…  o no quiero explicármelo porque me da miedo. 

      Vicepresidente en tiempos de Obama, Biden estuvo involucrado en las oscuras tareas encaminadas a dejar a Rusia fuera de juego en Ucrania. En esas tareas se habrían gastado no menos de 5.000 millones de dólares entre finales del 2013 y principios de 2014,  sin importar las consecuencias, la ira de Moscú y la ruptura del equilibrio  en este país,  empujado a una guerra civil entre la porción  rusófila y la rusófoba. Si me da por pensar que Biden obra en consecuencia con aquello, cuya operaria fue precisamente la señora Nuland, la del “que se j… Europa”, me llevan los demonios. ¡Nada que ver con Kennedy!   

       Biden es el hombre que dio la callada por respuesta a la carta que le envió Putin a finales de 2021 en demanda de garantías de seguridad, con lo que quizá esté todo dicho, pues era el primero en saber qué querían decir los rusos con “medidas técnico-militares” en caso de no recibir una contestación  seria a los problemas planteados en esa misiva.  No se apeó de la idea de incluir a Ucrania (y a Georgia) en la OTAN ni antes de la invasión ni ahora, a sabiendas de que para Rusia se ha tratado siempre de una línea roja o, mejor dicho, de un casus belli

      Que se actúe como si las armas nucleares estratégicas y tácticas no existiesen, como si los artefactos convencionales de hoy fuesen cosa menor, nos da una idea de lo profunda que es la recaída en la barbarie. No estoy disculpando ni justificando a Putin. Simplemente, me veo en la obligación moral de señalar la corresponsabilidad de Occidente, a ver si comprende de una vez que no es solo cuestión de huevos y de ocultar a las muchedumbres una demencial agenda geoestratégica, agenda que los rusos, los chinos y cualquiera que piense un poco se sabe de memoria. Sin inteligencia y humanidad, de esta no salimos. De "la guerra como la continuación de la política por otros medios", ya hemos pasado al estado siguiente, ya observado también  por Clausewitz, el de la bélica ebriedad, de curso incontrolable ya en sus tiempos y ahora no digamos. 

miércoles, 5 de octubre de 2022

EL MISTERIOSO SABOTAJE CONTRA EL NORD STREAM


      Cuatro explosiones casi simultáneas han reventado el Nord Stream I  y el Nord Stream II en el mar Báltico, frente a  Bornholm. Primero las explosiones, de intensidad sísmica;   seguidamente,  tremendas fugas de gas. Las autoridades danesas y suecas afirman que se trata de un sabotaje; descartan un accidente. Inutilizar ambos gasoductos, de muy problemática y costosa reparación, este ha sido el objetivo alcanzado de pleno. Cuando termine salir el gas, se  llenarán de agua.

       Curiosamente, lo ocurrido no merece en los medios occidentales la  atención que merece.  Detecto perplejidad, palidez y miedo a meter la pata. El asunto se trata con pinzas. Algunas voces  voces madrugadoras, como la de una ministra española, cargan la responsabilidad, cómo no, sobre el señor Putin.  Altas autoridades occidentales prometen graves represalias contra el culpable… sin nombrarlo.  Por su parte, Rusia demanda a la ONU una investigación, como quien obra sobre seguro, con la vista puesta en Estados Unidos, no sin recordar las recientes maniobras de la OTAN en la zona de las explosiones. Putin  ha señalado la autoría “anglosajona” en su último discurso.

        Dadas la robustez de las cañerías y  la vigilancia occidental, el sabotaje no ha sido obra de unos aficionados.  Al parecer,  por lo que veo y oigo, solo hay dos posibilidades: la mano negra de Rusia o, tema tabú, la de Estados Unidos. El intercambio de acusaciones promete ser espectacular y mucho me temo, a juzgar por eventos anteriores, que nunca nos será dado saber a ciencia cierta quién perpetró estos sabotajes. Hay demasiado en juego. Sin embargo, a partir de los hechos comprobados por las autoridades suecas y danesas, sería imprudente quedar en modo de espera, en situación de ser arrastrados como pardillos por la siguiente ola mediática. Pensemos un poco, al menos lo indispensable para ser exigentes con las “explicaciones”.

        ¿Hay alguna manera de poner el sabotaje en relación con los intereses de Rusia, elevando, por ejemplo,  a la décima potencia  la perfidia del señor Putin?  No veo qué ha podido salir ganando. Ha perdido un as en la manga, ya no puede jugar con la llave de paso del gas,  ya no puede tentar a Alemania con un alivio energético inmediato a cambio del cese de las sanciones y de una suspensión de la cadena de suministros bélicos a Ucrania. Imaginar que Putin atentó contra una obra que le salió carísima solo para fabricar un casus belli, me parece delirante, pues no necesita añadir ninguno a los ya conocidos. Entonces, nada por allá. 

       La otra hipótesis disponible, sometida, como digo, a un tabú, me causa escalofríos.  Ni queriendo se puede olvidar que el presidente Biden se comprometió a acabar con el gasoducto ruso en caso de invasión. ¿Y cómo?,  le preguntó un periodista, a lo que respondió con un “le prometo que somos capaces de hacerlo”. La señora Nuland, neocón, bruja mayor, corroboró la ominosa advertencia. Y ahora el secretario de Estado Antony Blinken tercia con la idea de que la voladura representa una “gran oportunidad” de eliminar  la dependencia del gas ruso. ¡Acabáramos!

        No es posible hacer la vista gorda ante los intereses económicos y estratégicos que prácticamente nos impone esta segunda hipótesis.  La inutilización del Nord Stream, un paso más en la desconexión entre los grandes bloques, asegura no solo la dependencia alemana del gas licuado norteamericano;  también, dato decisivo,   ha borrado de un plumazo la posibilidad de que, puesta en graves apuros, Alemania ceda a la gran tentación de apearse del  enloquecido tren de la historia. El sabotaje, en efecto, impide que se salga del guión atlantista. La entera Ostpolitik ha sido dinamitada en el fondo del Báltico. Alemania ya no puede retornar a  su vieja política de entendimiento con Rusia en materia energética, cosa que hasta ayer mismo  podría haber hecho en nombre de la necesidad  y harta de ir de suicida o imbécil.  En definitiva, el sabotaje ha eliminado de raíz la esperanza de volver al status quo anterior. 

         En mi opinión, las cuatro explosiones dejan entrever una jugada arriesgadísima, del tipo que solo se realiza cuando se anda sobrado de poder, sin miedo a ser pillado. En casos así, como la historia documenta, el saboteador opera sobre el principio de que engañará a las muchedumbres desconcertadas. Quienes no se fíen de su versión serán pocos y quedarán mentalmente desconectados del enjambre. Y ni siquiera se considera malo que los grados de miedo se eleven. Esto, en teoría.

         Hay que tener en cuenta un inconveniente: podría darse el caso de que mucha gente se subleve de una forma u otra.  La mera sospecha de que la mano negra de cierta élite norteamericana  sin escrúpulos, metida en sus asuntos de poder y totalmente ajena a los requerimientos del bien común, haya perpetrado el sabotaje puede acabar funcionando como una bomba de relojería contra el amañado consenso europeo (con los correspondientes  e imprevistos beneficios para Putin). Y conste que para que detone dicha bomba psicológica ni siquiera hacen falta  unas pruebas incontestables de culpabilidad, porque basta con la desconfianza de largo tiempo instalada en el ánimo de las buenas gentes. En cuando estas se vean precipitadas  en un escenario digno de lo que antes se llamaba Tercer Mundo, los efectos podrían ser devastadores.  Imagínese el sentimiento de los alemanes al verse expuestos a la carestía por dirigentes burlados por unos mandantes norteamericanos de lo más  taimados y egoístas. Ese sentimiento podría arruinar la narrativa oficial.  Los alemanes podrían sentirse traicionados por sus dirigentes. La reputación de Estados Unidos, ya tocada, se vería arrastrada por el fango. 

        En cualquier caso, a la luz de este sabotaje y de acuerdo con la “hipótesis norteamericana” es posible hacerse una idea de hasta qué punto está avanzado el proyecto de ir a por todas contra Rusia y, de paso, aunque cueste asumirlo, contra Europa.  Es el momento de tener muy presente que  las excepcionalidades de esta en materia social y ambiental siempre fueron odiosas para la élite neocón que desde hace décadas pugna por adueñarse del destino de la humanidad. Y recuérdese que esta élite, para nada comprometida con el bien común en su tierra, ya devastada y sumida en la miseria, nunca perdonó “el milagro alemán”, por ella entendida como desagradecimiento, como competencia desleal (a falta de gastos militares). Liquidado el “sueño americano”, todo lo que sirva para arruinar el “sueño europeo” le parece una genialidad, y esto sí que lo sabemos con certeza.