domingo, 29 de marzo de 2020

¿UN GOBIERNO DE SALVACIÓN NACIONAL?

     He oído un extemporáneo llamamiento de Pedro J. Ramírez. A su parecer, se impone la necesidad de establecer un nuevo gobierno, un gobierno de concentración, en el que estuvieran representados los líderes del entero arco parlamentario, un gobierno de emergencia, de salvación nacional…  
   Como la situación es grave, por no decir gravísima, es posible que a algunos esta idea les guste. A mí no, para nada. 
    En estos momentos, lo que puede sonar bien –un gobierno de unidad, qué bonito– no pasa de ser un golpe bajo al gobierno realmente existente, que es el de coalición PSOE-UP, una zancandilla a Pedro Sánchez, nada útil, nada práctico, una simple cabronada de pocas luces. 
    En medio de la tremebunda crisis causada por el coronavirus sería una locura disputarle el timón a Sánchez. Y no lo digo solo por él, que debe concentrar –más nos vale– sus cinco sentidos en la batalla, que no está para que le metan más presión. Lo digo también por el entero sistema político, que tiene que durar, a ser posible, de aquí a la eternidad.
    No es sensato poner en riesgo el sistema político en el peor momento forzándolo a incurrir en originalidades de género irreversible, generadoras no de unidad sino de purulenta confusión.
    Siempre que se habla de gobiernos de emergencia, la democracia sale perdiendo. Se pierde una de sus funciones, que es la de tener en el banquillo fuerzas políticas alternativas, no quemadas, en condiciones de tomar el relevo con naturalidad. 
    El PSOE y UP pueden acabar quemados, abrasados, y si eso ocurre, el sistema necesitará fuerzas intactas, para tomar democráticamente el relevo. De momento, a Sánchez le toca cargar con la responsabilidad de llevar la nave a buen puerto, empresa de por sí difícil. Si se quema, que se queme, pero quede a salvo el sistema. Yo no le veo ninguna ventaja  a que todas las fuerzas políticas, malamente unidas, tengan que hacer frente a la casi segura ola de indignación que nos espera a la salida.
   En   el caso de Sánchez, es pronto para saber si la guerra contra el coronavirus le valdrá apoyos que en situación de paz no habría podido ni soñar. En casos de guerra, los pueblos suelen alinearse con su presidente, e incluso sufren por él, apretando los dientes y haciendo la vista gorda ante sus yerros. La historia está plagada de ejemplos, pero, por lo que parece, este principio quizá no se cumpla, por el encono político reinante. Y con todo y con eso, mejor Sánchez que montar el quilombo del gobierno de emergencia nacional.
     Así pues, en estos momentos toca apoyar al gobierno. La situación lo exige. No se trata de pasar por alto sus fallos, pero entiendo que sería imperdonable utilizarlos para hacer sangre con fines particulares. 
   Acosar a Sánchez y a su gobierno, ponerlo en situación de debilidad ante Bruselas, el FMI, el Banco Mundial y demás instancias planetarias y locales es algo que España no se puede permitir en hora tan crucial, y menos a cuenta de personalidades que en ninguna parte está escrito que lo fueran a hacer mejor.

viernes, 27 de marzo de 2020

TRUMP, JOHNSON & CÍA (y 2)

      En pleno ataque del coronavirus, ya se detectan fuertes tensiones entre los países, cierta atmósfera de sálvese quien pueda. 
    Solo la ayuda de China y la llegada a Italia de un contingente de médicos cubanos y de otro de soldados rusos se salen claramente del guión con su encomiable aporte de solidaridad, algo rarísimo en las alturas de la dirigencia planetaria, tanto que se ha optado por no ponerlo en primera plana. No vaya a ser que Putin y Xi Jinping se agiganten en la consideración de la opinión pública.
    Vistos desde aquí, desde mi confinamiento, los primates occidentales se limitan a marear la perdiz, incapaces de alumbrar una respuesta a la altura de las circunstancias. Van pasando los días, y nada. No se me puede pedir optimismo. Evidentemente, no hay cabezas pensantes para hazañas como New Deal,  Bretton Woods o el Plan Marshall, aunque haya muchas empeñadas en salirse con la suya. 
   No es que Trump, Johnson & Cía hayan desafinado un poco. Es que están en otra galaxia: para ellos, por encima de todo está el dinero, no las personas, no sus respectivos pueblos. El sadocapitalismo da la cara una vez más, como lo que es, a saber, un movimiento de codiciosos prepotentes, de darwinistas sociales irredentos e irrecuperables, rebozados en la banalidad del mal y dispuestos a transitar sobre una montaña de cadáveres.
     Ninguno de esos personajes actúa a título individual. Sus declaraciones obedecen a una visión del mundo. Se pronuncian de acuerdo a un argumentario compartido, para nada improvisado. No es casual que Trump de por hecho el regreso a la normalidad dentro de tres semanas. Imagina las iglesias abarrotadas el Domingo de Pascua. En la misma línea se pronuncia Jair Bolsonaro, para el cual el Covid-19 solo produce un risible "resfriadito"  [sic!].
    Con algún disimulo, andan  en lo mismo los Países Bajos y Alemania… ¿Se sacó algo en limpio de la reunión extraordinaria del Consejo Europeo? Pues sí: no a los coronabonos. Se pretende resolver el problema sin retocar la arquitectura financiera de la zona euro, es decir, con los mismos métodos usados para apañar la crisis del 2008 (con ventaja para los bancos y los especuladores en general). ¡Sálvese quien pueda! 
    El ministro neerlandés de finanzas, Wopke Horkstra, no tuvo mejor idea que reclamar a la Comisión que investigue a España –y a otros países– por pedir medidas excepcionales, por mangonear o cosa parecida. Le ha correspondido al primer ministro portugués, Antonio Costa, el honor de calificar la reclamación de Horkstra como se merece, como "repugnante"… Con ese tipo de reclamaciones, se pone en peligro, dice Costa, el entero proyecto europeo. Tiene razón.  Ha sido el más claro. Pedro Sánchez ha mantenido un perfil bajo, al igual que Macron y Conte, a ver si dentro de quince días los alemanes y los neerlandeses se avienen a entrar en razón, cosa que dudo. O Sánchez, Macron y Conte dan un puñetazo sobre la mesa o el último que apague la luz.
  Actualmente, Trump, Johnson y Cía van lanzados hacia una vuelta a la normalidad, como si tal cosa fuera posible. Y sus peones van segregando mensajes de apoyo, revestidos, cómo no, de cierto aire tecnocrático, dirigidos a las mentes supuestamente pensantes y supuestamente inmunes a los giros pintorescos. Ya se sabe, un mensaje para el populacho, otro para el lector que se las da de culto.
   Ahora es fácil entender  por qué la OMS, presionada por esa banda, empezó por minimizar el impacto demográfico de la enfermedad y  por qué se resistió a usar la palabra pandemia hasta el 12 de marzo. ¿Ocurrió por falta de reflejos, por incompetencia? No lo creo.
    Y ahora es fácil también comprender el goteo de mensajes encaminados a convencernos de que en realidad no pasa nada, por tratarse de un resfriadito, de una gripecita, siendo hasta obvio que no hay motivo alguno para suspender la actividad económica, pues aquí solo corren peligro los viejos. Ni Trump ni Johnson estuvieron nunca solos.
   El vicegobernador de Tejas acaba de declarar en plan melodramático que los abuelos deben estar dispuestos a dar la vida por el bienestar económico de sus hijos y nietos. El genio de Cambridge Analítica y mago de los algoritmos  Robert Mercer (coleccionista de yates de lujo y orgulloso propietario del arma usada por Arnold Schwarzenegger en Terminator) quiere que se vuelva a la normalidad de inmediato. El presidente de Goldman Sachs y los del Tea Party piden lo mismo. El reverendo Jerry Falwell Jr, líder evangélico, se niega a cerrar su universidad, con la misma idea demencial. 
    No faltan los intelectuales que andan en ello. Por ejemplo, tenemos el caso de Thomas L. Friedman, ganador del Premio Pulitzer en tres ocasiones. Friedman, campeón del optimismo, muy celebrado en las tenidas de los think-tanks del movimiento a favor del sadocapitalismo, acaba de dar publicidad en el New York Times a las tesis del doctor David L. Katz (Universidad de Yale). "Es hora de pensar si hay una alternativa mejor que cerrar todo"  es un artículo que no tiene desperdicio. 
    El tándem Friedman/Katz apuesta, al igual que Johnson, por la famosa inmunidad de grupo, dejando correr el virus. Habría, sí, que proteger un poco a los más vulnerables, pero nada más (pues se sobreentiende que no hay mucho que se pueda hacer por los ancianos y por los tocados). Que los jóvenes enfermen, se recuperen y vuelvan al trabajo. Es, nos asegura, lo mejor que se puede hacer, porque bajar la persiana durante meses y tratar de salvar del virus a todos, sin importar su perfil de riesgo, sí que tendría consecuencias catastróficas: "matamos a muchos otros por otros medios, al matar nuestra economía y tal vez nuestro futuro". Me pregunto cuánto tardará este mantra inmoral (y fatalmente antieconómico por lo que sabemos del virus) en alinear las conciencias de la porción más repulsiva de nuestra sociedad.
    En cualquier caso, todo indica que la elite del poder está dividida. Una parte, la de mayor peso, junta filas tras Trump, Johnson y Cía; otra, en la que por fortuna milita Pedro Sánchez, considera insoslayable anteponer la salud al dinero; y hay otra más, la de los poderosos indecisos, que pueden inclinar la balanza en uno o en otro sentido. Lo que está claro es que la humanidad se la juega. 

jueves, 19 de marzo de 2020

TRUMP, JOHNSON & COMPAÑÍA

    Nos ataca el coronavirus, somos víctimas de una pandemia global, unos encerrados en nuestras casas y otros  jugándose la salud en primera línea, en la batalla por salvar vidas, reducir el sufrimiento y mantener la sociedad en funcionamiento. 
    En medio de todo esto, ya inmerso en una angustia medieval, la actitud de los señores Trump, Johnson & Cía me causa una indecible repugnancia. No por su torpeza.  Lo que me repugna es su mentalidad, de índole psicopática. Un cero en empatía. Un cero en solidaridad. ¡Un diez en sadocapitalismo! 
    Es inevitable recordar lo dicho por Margaret Thatcher: la sociedad no existe; existen los individuos; no hay alternativas. 
    Lo que empezó como neoliberalismo, una religión laica no menos repugnante y antihumana que el fascismo o el estalinismo, nunca tuvo nada que ver con la famosa mano misteriosa de Adam Smith, el deísta bonachón que creía de buena fe en que la suma de los egoísmos particulares, debidamente regida por esa mano divina, los haría confluir en movimiento armonioso hacia un mundo más próspero y más justo. ¡Pobre Smith, cómo abusaron de él!
    Publicidad engañosa aparte, el neoliberalismo es puro y simple darwinismo social, voluntad de poder desprovista de frenos morales. De ahí que de las promesas incumplidas (capitalismo popular, sociedad de propietarios) pasásemos directamente a la explotación alevosa de los pueblos. 
    Hace tiempo que el neoliberalismo ejerce dando la cara como lo que es, descarnado sadocapitalismo. ¿Se tomaron en consideración las advertencias sobre la peligrosidad de los coronavirus? ¿Se puso a trabajar a los sabios con la vista puesta en proteger la salud planetaria? No, claro que no. Porque no era un negocio a corto plazo.
    ¿Y cabe esperar que los genios del sadocapitalismo estén a la altura de las circunstancias, que se rediman ahora por medio de una actuación humanitaria digna de tal nombre? Harán ver, claro que se preocupan, para no ser barridos pasado mañana por una ola de indignación. Pero poco más. Habrá quien se las arregle para que las farmacéuticas se aprovechen de los dineros públicos para competir entre sí en la búsqueda de tratamientos y una vacuna, para que se lucren una vez más, cobrando lo que les de la real gana. 
    Salvarán su pellejo y el de sus asociados y cómplices, y de algún modo se las compondrán para salir ganando. E ingenuos seríamos si no contásemos con la puntualidad de los encargados de recordarnos el infame artículo 135 de nuestra Constitución, y la obligación de pagar a los señores prestamistas y especuladores por encima de cualquier consideración humanitaria.
    Son inhumanos, quizá posthumanos. Hasta qué punto nos lo reveló el señor Boris Johnson, al invitar a sus paisanos a aceptar como inevitable la muerte en masa de seres queridos de cierta edad. Ni siquiera se tomó la molestia de disimular que le importa mucho más la pasta que poner los medios para impedir la hecatombe. ¿Reconocer que el sadocapitalismo arrasó la envidiable seguridad social británica, dejándola en los huesos, en estado de emergencia desde hace años, incapacitada para hacer frente a una crisis de este calibre? No, eso jamás.
   Los ciudadanos del mundo globalizado tomamos nota: estamos como estábamos, a saber, desamparados. Inútil levantar la vista hacia la OMS, hacia la ONU, hacia Bruselas, hacia Estados Unidos. Si algún acorde humanitario llega a mis oídos procede de China, lo que pone al descubierto las vergüenzas de todos los poderes occidentales.