jueves, 3 de marzo de 2022

PUTIN SE ABALANZA SOBRE UCRANIA

 

      Me duele el alma por el sufrimiento del pueblo ucraniano, y al mismo tiempo, por el pueblo ruso y por la humanidad. Vladimir Putin ha iniciado su viaje a las tinieblas y, a poco que nos descuidemos, siento decirlo, me avergüenza decirlo, nos arrastrará consigo.

       Evidentemente, esto podía pasar y, en mi opinión, el presidente Biden y los líderes europeos no han estado a la altura de las circunstancias: Han sido incapaces de impedirlo. ¿Acaso estaban desinformados? Hasta podría dar la penosa y desconcertante impresión de que  no quisieron reconducir la situación cuando todavía era posible. Ni siquiera es posible afirmar que se tomaran en serio los acuerdos de Minsk. 

         Llevan años haciendo oídos sordos a las pretensiones iniciales de Putin, incómodas pero no absurdas. No lo entiendo, como tampoco lo  comprenden –por poner solo tres referencias serias– Ignacio Ramonet, Noam Chomsky y Jack F. Martlock, ex embajador norteamericano. Para mí es inevitable recordar que Paul  Nitze y George Kennan aconsejaron que nunca se acorralase a Rusia. El tiempo ha demostrado cuánta razón tenían estos dos geoestrategas, dos halcones, dos entendidos en los asuntos del poder puro y duro. ¿Por qué jugar con fuego precisamente ahora, cuando toca hacer algo serio contra el calentamiento global?

         ¿Tan difícil era darle a Putin algo de lo que pretendía, alguna seguridad? ¿Acaso los líderes occidentales  no tienen ni la menor idea de cómo se las gasta y qué clase de lecciones de poder, todas brutales, le han sido impartidas por ellos mismos?  ¿Desconocían el abecé del Kremlin? ¿Estaban en la luna? No lo parece, porque Biden predijo la invasión. A  mi juicio, lo inquietante es que ni viéndola venir se prestase a negociar seriamente, que es lo que demandaban el Kremlin,  los ucranianos y el mundo entero. 

         Biden se limitó a  despreciar a Putin (una forma de distinguirse de Trump y de hacerse el duro), a asegurar que no enviaría tropas a Ucrania, que la OTAN no intervendría y que, esto sí,  Rusia se exponía a gravísimas sanciones económicas. Esto fue todo, unido al envío de armas y dinero a Ucrania. Y esta ha sido la combinación fatídica. Ningún palo que Putin, acostumbrado a las sanciones, pudiera ver como tal; ninguna zanahoria.

        Tras la criminal invasión, hemos entrado en una nueva fase. Occidente demoniza abiertamente a  Rusia, y a la inversa, corre la sangre. Han saltado todos los puentes de comunicación. Occidente impone a Rusia sanciones económicas devastadoras y envía  montones de armas a Ucrania (a sumar a las que ya había enviado). Ni que decir tiene que Putin interpreta todo esto como una declaración de guerra. Algunos de los suyos pensarán que, después de todo, él sí sabía lo que cabía esperar de Occidente. Todos contra Rusia, Rusia contra todos. 

       ¿Qué pasará?  En primer lugar, bajo presión creciente y ante la evidencia  de que  las defensas ucranianas no se han venido abajo a las primeras de cambio, todo indica que Putin  intentará alcanzar sus objetivos rápido y a cualquier precio. Lo que solo le será posible con una brutalidad que al principio no quiso permitirse por razones de imagen. A mayor resistencia ucraniana, más violencia, más indiscriminada y terrorífica. Empezamos a verlo. Conmoción y pavor.

        En estos momentos, todavía bajo el impacto de la invasión, los países europeos en bloque (¡también Alemania!) anuncian que van a entregar a los ucranianos armas defensivas y ofensivas. Pues bien, la luz de lo que acabo de decir, me parece oportuno plantear dos preguntas elementales, seguramente odiosas si uno tiene en la retina la imagen de Zelenski y de sus desamparados compatriotas: ¿Hace bien Europa al renunciar tan abiertamente a una función pacificadora y reparadora?  Voluntarismos aparte, ¿qué posibilidad hay de que esas armas reviertan la situación creada por Putin? Si a mayor resistencia ucraniana, peor comportamiento de los invasores, esas armas y la declaración de intenciones que las acompaña podrían servir para aumentar el sufrimiento de los ciudadanos dispuestos a empuñarlas o simplemente a creer en ellas. 

      No vaya a ser que estas armas, muchas de ellas antiguas, tengan por resultado no la liberación sino una represión salvaje contra la población, contra los mal armados y contra los desarmados. La perspectiva de ver a Kiev reducida a escombros, como Grozni o Alepo nos obliga a pensarnos dos veces este tipo de iniciativas. Mejor, a todos los efectos, una ayuda humanitaria masiva, integral, por el bien de las víctimas y para dotar a Europa de la necesaria autoridad moral para mejor protegerlas. Tal es mi opinión, al menos.

       Por si no fuera bastante espantoso imaginar una guerra interminable en Ucrania, que a todos hará sufrir, hay algo más. Nadie quiere pensar en ello, hay un tabú al respecto, pero esto podría terminar en un apocalipsis nuclear por accidente, por irracional escalada o por una fría decisión. Putin ya ha lanzado varias advertencias  al respecto. Cuanto más acorralado se sienta, mayor será el peligro. 

        Ni siquiera cabe descartar que Putin considere sus misiles hipersónicos como un as en la manga,  con rango de “ocasión” por emplear el lenguaje de Tucídides (se supone que perderá esa ventaja en un par de años, cuando EE UU se ponga al día).  En consecuencia, así lo entiendo, actuar con la chulería acostumbrada,  hacernos los valientes a costa del pueblo ucraniano, negarnos a buscar una salida honrosa para atacantes y  atacados, pedir a estos que se desangren heroicamente para desangrar a aquellos,  todo esto es una locura. Como hacer negocios armamentísticos, como felicitarse por el error de cálculo de Putin y  por la posibilidad de insuflar nueva vida a la OTAN y encubrir la desunión y las miserias de Europa. Algunos hasta sueñan con una segunda victoria sobre la Unión Soviética. A mi entender,   no estamos para tales maldades y delirios. Sin sabiduría, de esta no salimos.

        Es el momento de recordar que en horas tremendas  John F. Kennedy fue capaz de tomar el toro por los cuernos: negoció con Krushev, cedió. Quítame de encima tus misiles cubanos y yo te quitaré los míos de Turquía.  También Krushev cedió. ¿Se acuerdan? El equilbrio del terror  les obligó a ello por no ser imbéciles, pero ahora nadie  ha planteado negociar nada en términos satisfactorios para las partes. A saber por qué razón. Se siente uno en manos de unos irresponsables. Incluso he oído traer a colación el “apaciguamiento” de Chamberlain como invitación al “no apaciguamiento”, como si el contexto fuera el mismo, como si se pudiera actuar de espaldas a la amenaza atómica y al poderío de las armas del siglo XXI, como si, de pronto, hubiésemos olvidado todo lo aprendido de las duras enseñanzas de la historia.