lunes, 27 de febrero de 2012

LA ABSOLUCIÓN DEL JUEZ GARZÓN

    El  Tribunal Supremo acaba de absolver al juez Baltasar Garzón en el juicio que se seguía contra él con motivo de su intento de juzgar los crímenes del franquismo. Llega esta sentencia absolutoria cuando ya se ha visto inhabilitado por su instrucción del llamado caso Gürtel.  Así pues, este resultado afecta menos al juez que a la causa contra dichos crímenes, que quedará en una especie de limbo.
     A juzgar por el alto tribunal, Garzón habría cometido algunos errores, nada más, y no ve motivos para castigarle. Ya es algo. Pero me llama mucho la atención la diferente tipificación de los delitos. Donde Garzón veía crímenes contra la humanidad, el Supremo ve simplemente “delitos comunes de acuerdo con los tipos penales contemplados en el Código penal de la época”, es decir, delitos prescritos y, en todo caso,  liquidados por la amnistía preconstitucional de 1977.
     He seguido de cerca este  doloroso asunto. Escribí un libro titulado La causa contra Franco. Juicio al franquismo por crímenes contra la humanidad (Planeta, 2010), vivamente impresionado por la polémica suscitada por el auto del juez Garzón.
     La opinión se dividió entre partidarios y detractores de Garzón, acusado por estos, ruidosamente, de saltarse a la torera las leyes no escritas de la Transición, de reabrir viejas heridas y de un comportamiento parcial, a favor de los perdedores de la guerra civil y, por lo tanto, hiriente para los vencedores.
     De pronto, volví a oír declaraciones en el sentido de que más crímenes habían cometido los republicanos, o en el sentido de que los unos y los otros habían cometido crímenes similares, como si las culpas se dividieran al cincuenta por ciento,  que parece ser la versión de las personas bienpensantes. Yo creía que algo habíamos madurado y me llevé una desagradable sorpresa, al toparme con la vieja visión maniquea de nuestra desdichada guerra civil.
    En su auto de 2008, Garzón denunciaba la existencia de “un plan sistemático y preconcebido de eliminación de oponentes  políticos a través de múltiples muertes, torturas, exilio y desapariciones […]  de personas a partir de 1936, durante los años de la guerra civil y los siguientes de la posguerra, producidos en diferentes puntos geográficos del territorio español”, de donde se desprendía la evidencia de que estábamos ante crímenes contra la humanidad. Esta apreciación hiere, por supuesto, la sensibilidad de los herederos del franquismo, que ven saltar por los aires la justificación moral del llamado alzamiento.
     Mi investigación me llevó a confirmar la afirmación del juez, e incluso a señalar que el plan era también de remodelación de la sociedad, en todos los planos, y a concluir que, para acabar  fusilado, preso o destruido, no hacía falta ser un “oponente político”. Innumerables inocentes se vieron tratados como si no fueran seres humanos. Lo que, por supuesto, no quiere decir que todos los franquistas fueran conscientes de la operación en marcha. Muchos se pusieron de parte de Franco por creer que, como un golpista común, se proponía poner orden y poco más, como le pasó al mismísimo Unamuno, que tardó en comprender que aquello no se parecía en nada a lo hasta entonces conocido.
    Hubo, en efecto, un plan de exterminio, encaminado eliminar a todas las personas que podían representar un obstáculo para el plan de saneamiento que los generales Mola y Franco se habían trazado, un plan ciertamente sanguinario, inspirado en el principio de “cortar por lo sano”, esto es, sin discriminar entre “culpables” e “inocentes”,  un plan que se vio completado por una neutralización de los oponentes, tanto reales como imaginarios, y por la totalitaria voluntad de controlar las conciencias por medio de la religión, la educación  y la prensa, voluntad a la que el Régimen se atuvo desde su principio hasta su final.
      No hay muchos documentos en los que se dejase constancia del plan, aunque hay algunas piezas que no se pueden pasar por alto (por ejemplo, las instrucciones reservadas de Mola, o las confidencias recogidas por Farinacci, en las que este general le habló de eliminar a un millón de españoles). No es extraño.  Ciertas cosas no se suelen poner por escrito, ni decir tan alegremente. Todavía no ha aparecido un documento firmado por Hitler con la orden de enviar a los judíos a las cámaras de gas. Y no aparecerá. 
      Por eso los hechos, tal como los conocemos, son tan importantes. Y estos hechos nos indican que la represión salvaje y la represión reglada en el campo franquista no  servían al simple propósito de poner orden o de vencer en la contienda.  Se fue, desde el principio, mucho más allá, sin ningún ánimo de reconciliación. Porque no se trataba de llegar a un consenso, a un nuevo equilibrio. Se trataba de aplastar a la mitad indeseable, razón por la cual acabaron contra la pared y en las mazmorras del nuevo régimen tantas personas inofensivas, simples liberales e innumerables personas de la llamada clase baja, sospechosas  de entrada y para siempre. Se trataba de rehacer la sociedad, tras una limpieza en profundidad, tarea desmesurada, muy en la línea de las brutales operaciones que se presenciaron en los espacios coloniales y en los dominios de Hitler y de Stalin, operaciones en las que debe ser inscrito el plan que nos ocupa, casi inconcebible desde la perspectiva actual.
     Para mí, Garzón estaba cargado de razón al hablar de un plan sistemático de eliminación de adversarios políticos y, por la amplitud de su aplicación, cargado de razón también al colocarlo entre los crímenes contra la humanidad.  Tratar de atenuar su acusación por el procedimiento de señalar los crímenes del lado republicano no conduce a ninguna parte, pues no fueron patrocinados por las autoridades, como sí ocurrió del lado nacional. Tampoco se extendieron en el tiempo de manera comparable.
     Me  ha sido dicho que la izquierda tenía un plan maximalista no menos atroz. No dudo de que en ciertas cabezas de la extrema izquierda había un plan así, de cuño marxista-leninista, y hasta sugiero que el plan franquista fue una copia particular de ese plan en sentido contrario, pero  niego  que estuviera a punto de producirse un golpe maximalista de extrema izquierda (lo que no pasó de ser un bulo basado en documentos tan apócrifos como perversos que deben figurar, técnicamente hablando, entre los preparativos del golpe).
     También he oído decir que la guerra civil empezó en 1934 con la revolución de Asturias. Pues no, empezó en julio de 1936.  No se puede poner al mismo nivel la acción de los mineros asturianos de 1934,  o la rebeldía desesperada de los familiares y amigos de Seisdedos, y  la sublevación de 1936.  He aquí que los sublevados de 1936 eran precisamente las personas a las que una sociedad libre había confiado el uso legítimo de la fuerza. Una confianza que traicionaron de manera alevosa, dando por acabado el orden público e iniciando un viaje a lo desconocido, plenamente conscientes de que lo que se traían entre manos costaría torrentes de sangre y ríos de lagrimas.
    Es de hacer notar que, hasta entonces, precisamente porque esas personas habían cumplido sus obligaciones, ninguna intentona revolucionaria había podido prosperar. La República las había sofocado, y habría seguido sofocándolas de no mediar la sublevación de sus fuerzas armadas. El cuadro se oscurece más todavía cuando se reconoce que estos sublevados actuaron de común acuerdo con una derecha que, desgraciadamente y salvo honrosas excepciones, era antiliberal y antimoderna de pies a cabeza. Sin  la acción de los primates de esa derecha, no habría habido en julio ninguna sublevación.
    Y es inevitable hacer notar que la sublevación de 1936 y el plan maximalista concomitante cayeron sobre los españoles precisamente cuando, tras la victoria del Frente Popular,  esa derecha temía que por vía democrática se llegase a un reparto de la propiedad y de la riqueza en general, esto con criterios de justicia social y eficiencia económica, justo lo que ella había rechazado de plano durante décadas, más pendiente de sus egoístas intereses que del bienestar de la nación. Y es inevitable hacerlo notar porque no es lo mismo sublevarse contra el orden establecido con ánimo de preservar los propios privilegios que salir en defensa de la justicia social cuando el ataque de los privilegiados ya ha dado comienzo.
     Nuestra modélica Transición hubiera sido imposible si los vencedores y los derrotados no hubieran hecho un esfuerzo supremo, a favor de la concordia. Y creo que el Supremo tiene su parte de razón al afirmar que la Ley de Amnistía preconstitucional fue una pieza clave en aquel proceso, necesariamente imperfecto.  Pero me parece que a estas alturas deberíamos haber progresado más en la comprensión del drama que afectó a nuestros padres y abuelos y, de forma menos clara, a nosotros mismos, en aspectos que a veces ni siquiera sospechamos.  La dificultad es grande, desde luego, pero hay que hacerlo, mirando de reojo las dificultades que, por ejemplo, los alemanes, los italianos y los franceses han tenido y tienen al respecto.
     Lo peor es la negación de la responsabilidad, pues la sociedad queda desamparada ante las eventuales repeticiones catastróficas.  No se puede sustentar una convivencia sana sobre la desmemoria, ni sobre las visiones angélicas y mitificadas del pasado que a uno le tocó en gracia. Y entiendo que el auto del juez Garzón, aunque no haya podido prosperar, ha venido –mérito inmenso el suyo– a poner a plena  luz la enorme tarea pendiente. Y no me cabe ninguna duda de que el Estado debe dar una respuesta satisfactoria a las denuncias sobre los 114.266 desaparecidos que todavía pesan sobre su conciencia. Alguien tendrá que retomar, para ello, el trabajo que Garzón se ha visto obligado a abandonar, y por el que merece mi apoyo y solidaridad (http://congarzonylaverdad.blogspot.com/)

domingo, 26 de febrero de 2012

EL MOMENTO HISTÓRICO

    Se caracteriza por la ausencia de un proyecto positivo, en el que se incluya el necesario propósito de enmienda. Naturalmente, nadie nos va a decir “os desplumaremos, eso es todo lo que os cabe esperar”, pues vivimos en la era de la mercadotecnia política, cuyo compromiso con la verdad es nulo. Y podemos dar por seguro que los magos de dicha mercadotecnia saben muy bien que hay cosas que mejor no mencionar, pues sería contraproducente para sus maniobras. De ahí que no se mente la cohesión social, ni la igualdad de oportunidades, conceptos en sí mismos perturbadores para la buena marcha de los negocios.
      ¿De qué va esto? De la revolución de los muy ricos, que nada tiene a ofrecer a los que no lo son. En palabras, Michael Hudson, profesor de Economía de la Universidad de Missouri,  somos víctimas de  “un golpe de Estado oligárquico por el que los impuestos y la planificación de la economía y el control de los presupuestos están pasando a manos de unos ejecutivos nombrados por el cártel internacional de los banqueros”. Así de claro. Y esto ya no hay genio que lo maquille, que lo endulce o que lo venda. Es algo que se impone, sencillamente, por las malas, violentamente, como acaban de constatar unos muchachos valencianos ante la estupefacción de la ciudadanía, o unos niños, súbitamente obligados a presenciar la incautación de los pupitres y hasta de los dibujos.
     En 1941, grandes recursos humanos se movilizaron en nombre de la doctrina de las cuatro libertades –libertad expresión, de culto, contra la miseria y contra el miedo–, por la que mucha gente estuvo dispuesta a sacrificar su vida y a la que debemos la parte más noble del orden que se está yendo al carajo.
    Es algo que nos queda tan lejos que el otro día, al mencionar yo dicha doctrina, un oyente de buena fe creyó que me refería a otra doctrina de las cuatro libertades que sí que anda por ahí (libre circulación de mercancías, la libre circulación de trabajadores, de servicios y de capitales). Ya pueden reunirse los primates de Bruselas, ya puede reunirse el G2O, da igual. La técnica consiste en dar largas y en no ponerse de acuerdo en nada positivo. 
     A los pueblos no se les transmite ni la menor esperanza. No sabemos de ningún grupo de sabios puestos a trabajar al servicio de alternativas sensatas y prometedoras.  Si los dirigentes de la humanidad sólo son capaces de bailar como osos de feria según las indicaciones del Comité del Dolor (financieros, banqueros y empresarios), si lo único que se les ocurre es que nos apretemos el cinturón, vamos hacia una catástrofe social y política, pues hay retos aun más serios que darle el gusto al Comité, si pensamos en el calentamiento global, en la contaminación, en los problemas alimentarios y energéticos. Creo que la humanidad no ha estado nunca en manos de un poder tan asombrosamente cutre.

domingo, 19 de febrero de 2012

LA REFORMA LABORAL COMO VICTORIA

      Duele decirlo, pero la infame reforma laboral que nos acaba se ser impuesta es una gran victoria, entre otras pasadas e inmediatamente venideras, de la revolución de los muy ricos, iniciada a principios de los años setenta. La siguiente cota a alcanzar es la laminación del derecho de huelga, a juzgar por los globos sonda.
     El Comité del Dolor (integrado por banqueros, financieros y grandes empresarios) se ha salido con la suya, como era de prever. La Comunidad Europea hace tiempo que abdicó de su razón de ser y de los valores sociales en que habíamos depositado nuestras esperanzas. Hemos regresado al siglo XIX, a las coordenadas de Ricardo, Malthus y Spencer, revelándose la crisis como lo que es, un simple pretexto para acabar con el compromiso con el bien común. Como ya he dicho en este blog, volveremos a ser apetitosos cuando no valgamos nada, cuando nos vean arrastrarnos por el barro en pos de un euro o un dólar.
     Y no son sólo los derechos del trabajador los que se acaban de ir por el sumidero de la historia.  Sépase que la reforma nos hará daño en el alma y en el cuerpo, no sólo en el bolsillo. Y sépase que hará un daño irreparable al sistema político, pues por el mismo agujero se va ese bien precioso llamado legitimidad.  Cuando el poder se vuelve contra el bien común, el resultado es inevitablemente catastrófico.  
    Los defensores de esta reforma se dividen en dos clases de personas, las malvadas, que apuntan desvergonzadamente a una sociedad dividida entre ricos y pobres, entre tiburones y sardinas, y las memas, gentes que ni siquiera adivinan las consecuencias humanas y políticas de semejante retroceso, gentes que no saben una palabra de historia, gentes que han llegado a detentar “puestos de mando”  por su ignorancia y su servilismo, gentes propensas a creerse sus propias mentiras y, por tanto, no menos peligrosas que las malvadas.
      El nuestro es un pueblo de elevado sentido cívico, no exento de memoria histórica, un pueblo experimentado, poco dado a las aventuras por venir escarmentado. Pero ha tenido que salir nuevamente a la calle, para rechazar este trágala. No entra dentro del guión que el Comité del Dolor se inmute por ello, como tampoco el gobierno, que ahora tiene a gala presumir de gran firmeza,  lo que me  impone negros presentimientos.  Primero se agota la legitimidad, luego la paciencia. Es regla fatal.
       Aprovechándose del desfallecimiento del PSOE, consumido por la fase precedente, la señora Cospedal no duda  en afirmar que el PP es el partido de la clase trabajadora. ¿Pero se va a alguna parte con bizarras declaraciones de este tipo, como la que ha venido a definir esta reforma –en plan semiblíblico– como "buena, justa y necesaria"?  Yo no lo creo, como tampoco creo que nadie se vaya a conmover por los topes salariales impuestos a ciertos ejecutivos que, en todo caso, seguirán ganando cien veces, e incluso seiscientas veces más, que el trabajador de a pie.  Se demanda de nosotros un enorme sacrificio sin ninguna contrapartida, con algunas promesas de imposible cumplimiento a juzgar por la jugada. Churchill pudo excitar la fibra heroica de sus compatriotas desde la verdad, porque se jugaban la libertad y la dignidad ante los nazis. Por eso surtió efecto su "sangre, sudor y lágrimas". Pedir no sé que espíritu de sacrificio para darle el gusto a unos timadores y a unos rufianes no tiene ningún sentido, salvo que se trate de irritar a la gente.
      Hasta ayer mismo, las lamentaciones venían sólo del campo socialista, y ahora las oigo también en el campo vecino… Votantes del PP, ayer arrogantes, empiezan a asustarse y a hacerme partícipe de inquietudes personales de lo más comprensibles. E incluso me ha sido dicho que da náuseas el genuflexo comportamiento de la derecha española ante el señor Rehn y otras autoridades foráneas, una especie de giro sarcástico de la historia.  En fin, ya he  escrito que, si ayer le tocó al PSOE, ahora le toca al PP. El programa del Comité del Dolor parece diseñado a propósito para destruir partidos y sistemas políticos enteros.

martes, 14 de febrero de 2012

“SOCIALISTAS DE ÉLITE”

     Así se titula el libro de Javier Chicote, subtitulado “Felipe y los felipistas. De Suresnes al club del millón de dólares” (La esfera de los libros, 2012), un trabajo de muy recomendable lectura,  aunque  deprimente.
     Más que los nombres y apellidos y el montante de las ganancias, sin duda espectaculares, lo que me llama la atención es el fenómeno en sí mismo, que no dudo en poner en directa relación con la poquedad del socialismo que nos ha tocado en gracia, caracterizado por una perfecta adecuación a los requerimientos oligárquicos nacionales, europeos y atlantistas.
     Algo parecido ha ocurrido con los socialistas de otras latitudes, no menos acomodaticios, como acreditan los casos de Mubarak, Schröder y Blair, miembros distinguidos de la Internacional Socialista.
      No se trata simplemente de un asunto de personas, pues cabe hablar de un síndrome –el síndrome del socialista pudiente–, cuyo padecimiento algunos llevan con cierto disimulo, pues, como es natural, quieren seguir siendo “socialistas” ante las buenas gentes…  y ser invitados como tales socialistas a las tenidas del Club Bilderberg  y a tomar asiento en los consejos de administración, donde les cabe esperar un trato cuasi preferente. 
     No hay que confundir a  las víctimas de este síndrome con los socialistas  no pudientes que se han pasado a la derecha ostentosamente con aires de haber descubierto el Mediterráneo. Aunque no quepa ni la menor duda sobre que tanto aquellas como estos  trabajan en sentido socialmente retrógrado, con sus particulares intereses por  referencia suprema. Hace tiempo que los poderosos han descubierto las enormes ventajas que se derivan de tratar con mimo tanto a los enfermos como a los no enfermos.
    Nada nos puede sorprender que los sistemas políticos se hayan desplazado hacia la derecha en  todas partes, como oportunamente señaló James Petras.  Lo que sí me sorprende es con qué facilidad, como me sorprende el caso de nuestros socialistas, y me preocupa, y mucho, ya de cara al porvenir, pues el “no nos representan” también ha ido por ellos.
     La gente empieza a cansarse del juego.  Hay muchos votantes socialistas que se sienten burlados y estafados, y a ellos no bastará con decirles “he entendido el mensaje” o cosa parecida,  ni  les resultarán suficientes los avances referidos a la igualdad de género, a los matrimonios homosexuales y al aborto, si se dejan intocados los asuntos económicos más serios y perentorios, en los que no le va a bastar al PSOE ir dos pasos por detrás del PP por el mismo camino de perdición.
     También me sorprende que no haya excepciones claras, personalidades de referencia, insobornables, capaces de decir algo, de mantener el rumbo, algún legítimo continuador de Pablo Iglesias. Es como si, por así decirlo, a nuestro socialismo le hubiera faltado su Fraga Iribarne, esto es, un líder capaz de evolucionar y de adaptarse al espíritu de los tiempos pero sin pasarse de rosca, sin entrar en contradicción consigo mismo y con sus seguidores, un líder desprovisto de la tendencia al enriquecimiento fácil, bien armado desde el punto de vista intelectual,  sin complejos…  De seguir las cosas así, habrá que admitir que la derecha ha  sobrellevado  su necesaria puesta al día con menos daño para sus líderes que lo ocurrido en el campo de la izquierda. Los líderes de esta han acabado extrañamente irreconocibles. Una desgracia, sin duda, sobre la que habrá que reflexionar.  

domingo, 12 de febrero de 2012

EL HACHAZO A LOS DERECHOS DEL TRABAJADOR

   De aquí en adelante el trabajador se verá completamente indefenso ante el patrón de turno, en estricta aplicación de las recetas neoliberales. Por mucho que se intente disimular, esta es la cruda realidad, en abierta contradicción con el espíritu y la letra de la Constitución que nos dimos en 1978.  Vivíamos –o creíamos vivir– y así lo enseñábamos a nuestros hijos en un “Estado social y democrático de Derecho” (Artículo 1º),  y ya no hay tal.  Esto es gravísimo, porque afecta a la legitimidad del sistema, y desde luego porque no se puede exponer  en las escuelas so pena de dar asco. Asistimos a una nueva victoria de la revolución de los muy ricos, que viene crecidísima y que, no conforme con las posiciones conquistadas, ni siquiera se toma la molestia de esconder que la escalada está lejos de haber terminado. ¡Pobre España, pobre Europa y pobre Humanidad!
    En lugar de un “Estado social”, término  entrañable para todos (también para los franquistas reciclados o no), tenemos un Estado antisocial; en lugar de un Estado democrático, tenemos un Estado controlado por unas camarillas oligárquicas integradas por personajes de peor catadura moral que los señores feudales de antaño.
     A la angustia económica, ya instalada en nuestra sociedad, se va a sumar, de aquí a nada, una atroz angustia política, con una crisis de representación que no habrá mago de la mercadotecnia capaz de disimular.  Véase lo que le ha pasado al PSOE; ahora le toca al PP, cuyos votantes tampoco son de goma.
     Y lo irónico del caso, es que no había que ser un adivino para verlo venir. La lógica subyacente se encuentra muy bien descrita en el libro de Naomi Klein, El auge del capitalismo del desastre. Es inútil que tratemos de llamarnos a engaño. Ya no somos espectadores sino víctimas. 

miércoles, 8 de febrero de 2012

OTRA VEZ A VUELTAS CON EL ABORTO


    Se prepara una reforma de la ley de aborto, que no se limitará a enmendar lo que se refiere a la libertad de las menores, que en adelante tendrán que recabar el consentimiento de sus padres. Se pretende ir mucho más lejos, con la idea de concretar en qué supuestos el aborto será legal y en cuáles no. Esto implica, aunque se haya negado, una regresión  espectacular, pues nos veremos reconducidos al encuadre de 1985… 
      Este retroceso me parece típico de la fase histórica que estamos viviendo, no sólo en España, sino en el mundo, una fase de vuelta atrás, de restricción de las libertades, laminadas en los campos más diversos. Por fortuna, Alberto Ruiz Gallardón no es un Rick Santorum, de los cuales hay muchos y muy crecidos, ya dispuestos a devolvernos a los tiempos oscuros de una patada. Pero el fenómeno no tiene ninguna gracia. Nuestros conservadores,  seria y definitivamente marcados por la doctrina católica, se oponen visceralmente al aborto y a sus implicaciones. Es un dato de la cruda realidad y habrá quien le tome a mal a Gallardón, desde la derecha, que no tome cartas en el asunto con el catecismo en la mano.
    Si el retroceso no es mayor se lo debemos a una fina argucia de origen teológico: el aborto no queda prohibido merced al mismo razonamiento que sirvió para abrirle la puerta al divorcio donde no había ni podía haber tal puerta.  
     El truco consiste en negarle a la persona la libertad de decidir como un sujeto moral autónomo. Será otro –la autoridad– quien tenga la potestad de hacerse cargo de la decisión, en base a tales o cuales supuestos. Lo que implica una intromisión en la vida privada de las personas, una intromisión que contradice los principios liberales sobre los que se supone asentada nuestra sociedad.
     En adelante, tratándose del aborto, la mujer no podrá decidir por sí misma, a solas con su conciencia. Tendrá que ponerse en manos de las autoridades, tendrá que justificarse. Sorprende con qué desparpajo se celebra el liberalismo en el campo económico mientras se procede en sentido antiliberal en el terreno de la moral y de las costumbres.

martes, 7 de febrero de 2012

CONTRA LA CULTURA DEL TRABAJO FIJO…


      El tecnócrata Mario Monti se ha dirigido a los jóvenes para hacerles saber que tener un trabajo fijo es un pasaporte a la monotonía, al aburrimiento. Se le han echado encima. ¡Con la que está cayendo!  ¡Mira que confundir precariedad laboral y delicioso ir y venir!
      La ministra de Interior, Ana María  Cancellieri,  ha salido en defensa de su jefe, declarando, ya en son de burla, que los italianos están “aferrados a un empleo fijo en la misma ciudad y cerca de mamá y papá”.  El dilema vital entre seguridad y libertad se las trae, en todos los órdenes y también en este.
     Claro que un trabajo fijo puede ser horroroso, y que uno puede acabar como Charlot en  “Tiempos modernos”, viendo la misma tuerca en todas partes, también en los botones de las señoras. El problema es que los discursos pedagógicos de Monti y Cancellieri llegan cuando la gente, víctima de la falta de trabajo o de la inseguridad laboral, no está para bromas, y menos por boca de personas que sin duda disfrutan pasando de una poltrona a otra.
     La denostada cultura del trabajo fijo no ha sido precisamente el resultado de un capricho. Porque no hay más que ver  cómo le va a la gente corriente cuando carece de él. Para hacer una apología del cambio, del trabajo a salto de mata, hacen falta otros pedagogos, y si ellos se empeñan en serlo, harían bien en aplicarse de inmediato a leerles la cartilla a los señores empresarios y a los banqueros.  Sólo en un mundo presidido por reglas justas y decentes podría celebrarse la cultura contraria, la de la movilidad. Ésta es impracticable  en estos tiempos, en los que, como es obvio, el pez grande se come al chico, empezando por el que va  pidiendo trabajo.
    En teoría, en la variedad está el gusto y puede ser estimulante  trabajar hoy en esto y mañana en aquello...   pero esto  sólo en un mundo en el que el trabajador, cualquier trabajador, se vea tratado con el debido respeto por su empleador y asistido por un Estado de servicios digno de tal nombre. En estos tiempos de indefensión, para muchos ya de zozobra y hasta de hambre, la falta de trabajo fijo es una maldición, y la invitación a disfrutar del trabajo precario resulta de pésimo gusto.
     Sospecho que ni Monti ni Cancellieri, encerrados en sus cenáculos, tienen ni la menor idea de a quiénes se dirigen. Si lo que están haciendo es una campaña de publicidad a favor del modelo neoliberal, me vería obligado a concluir que sus consejeros en la materia no están en sus cabales. En lugar de convencer, irritan.

viernes, 3 de febrero de 2012

RESPUESTA A PATRICIA FLORES


    “¿Tiene sentido que un enfermo crónico viva gratis del sistema?” Tal es la pregunta que nos ha planteado Patricia Flores, nada menos que la  viceconsejera de asistencia sanitaria de Madrid. Mi respuesta: Sí, señora Flores, claro que tiene sentido y usted debería ser la primera en saberlo, o no se entendería cómo ha podido llegar a un puesto de tanta responsabilidad.
      En sí misma, esa pregunta nauseabunda no tiene desperdicio. Nos indica por dónde van los tiros, pretende prepararnos para lo que viene, y además  juega retóricamente con la idea de que  lo obvio, lo que cualquiera piensa, es que  que el enfermo crónico no debe vivir “gratis” a costa del sistema, como un “parásito” diría Nietzsche,  siendo también obvia la conclusión   de que hay que hacerle pagar a él y a sus familiares. 
     Claro que no se dice que hay que dejarlo sin atención, lo que sonaría criminal y echaría para atrás a muchos cómplices potenciales de la señora Flores y, en general, a las personas conscientes de que la enfermedad nos amenaza a todos.
     La señora Flores, con su pregunta, revela su preferencia por la ley de la jungla, ley que aspira a imponernos en plan burocrático, como conviene a la revolución de los muy ricos, hace tiempo unidos en santa cruzada contra el Estado de Servicios.