viernes, 15 de abril de 2022

GUERRA EN UCRANIA: NEGOCIACIÓN O DESTRUCCIÓN

    

        Afirmé hace un mes que a mayor resistencia a las huestes de Putin, mayor sería la barbarie. Los horrores de Grozni y Alepo se reproducirían en Ucrania. Y véase  ahora el martirio de Mariúpol, por decirlo todo con un solo nombre. No sé a usted, amable lector, pero a mí me indigna que no se haya tenido en cuenta tan atroz posibilidad. Los ucranianos, a los que se dice defender, víctimas  seguras de una barbarie que se veía venir. ¿Acaso ignora Occidente de qué va la guerra? ¿Por qué se deja arrastrar por Putin a las tinieblas? Al final, lo presiento, no habrá forma de distinguir a los buenos de los malos. 

           La barbarie de Putin no exonera ni santifica a los máximos dirigentes occidentales. No movieron un dedo para evitar  la tragedia; provocaron a Rusia, la ningunearon, enviaron armas a Ucrania, instruyeron a militares ucranianos e incluso a  elementos del Batallón Azov; atizaron el fuego en el Dombás.  Todo, sin pensar en  las buenas gentes.  Y ahora siguen armando a Ucrania ostentosamente. ¿Cómo creen que se interpretan desde el Kremlin los envíos de armas y las sanciones económicas masivas en ausencia de un solo gesto conciliador? ¡Como más de lo mismo! ¡Como una llamada a la guerra total! No hace falta ser un putinólogo para saberlo, ni  ser un experto en  nada para justipreciar los riesgos de una escalada fatal. De momento, Putin hace la vista gorda al dinero, a las armas y a las aportaciones de inteligencia, como si no quisiera contribuir a una escalada o, quién sabe, como si despreciase esas aportaciones occidentales contra su campaña militar  en el supuesto de que puede destruir el material antes de que llegue a destino. 

        Condeno rotundamente la invasión y me identifico con el pueblo ucraniano. Pero  tengo al mismo tiempo la obligación de exigir una negociación seria e inmediata. Y  por eso no puedo aplaudir la actuación de los líderes occidentales, mis supuestos representantes.  Alguno me dirá que es inmoral negociar con Putin, que no se puede ni se debe ceder a ninguna de sus demandas. Respondo: Gracia no tiene, pero hay que hacerlo, como es de rigor en casos así.  ¿Acaso hay otra manera de defender a los ucranianos ya que, como es sabido y como Putin entendió, no los defenderemos con nuestros cuerpos? 

          Los dirigentes occidentales actuaron  y actúan como pirómanos. Le cabe a Macron el honor de haber intentado mantener una línea de comunicación con Putin y de recomendar un empleo cuidadoso de las palabras por entender, inteligentemente, que llamarlo “asesino” es una pésima idea. No se lleva lo de Macron. El canciller austriaco ha sido criticado por viajar a Moscú con intenciones  dialogantes…  Lo que se lleva es lo de Josep Borrell,  que  acaba de pedir menos aplausos y más armas para Ucrania (¡menudo diplomático!).

       Incluso se pretende, con veladas amenazas, que China se sume a la campaña occidental, como si su hipotético papel mediador fuera prescindible. Como si no fuera obvio que esta guerra debe terminar cuanto antes con una negociación. Y claro que hará falta la mediación de China, como la Turquía, dos países que se han opuesto a la voladura de todos los puentes. Sí, la de estos dos países precisamente en vista de que el señor Biden no está por la labor por intereses para nada edificantes. 

         Con las excepciones aludidas, los primates  europeos se comportan como si estuviésemos ante un conflicto medieval, como si no hubiera que contar con las  capacidades destructivas del armamento “convencional” del siglo XXI (bombas termobáricas, bombas de racimo, fósforo blanco y demás), como si ignoraran que las guerras de este siglo se libran a costa de  machacar bárbaramente a la población civil y,  encima, como si las bombas nucleares tácticas y estratégicas no existieran. Les veo capaces de acorralar a Putin hasta el punto de que se sienta  “obligado” a hacer uso de estas armas, como contempla su doctrina militar oficial en casos de “amenaza existencial”.   ¿No les parece una locura poner el destino de la humanidad  precisamente en manos del líder ruso, en su capacidad de autocontención, en su sistema nervioso, en sus cálculos?  ¡Qué ocurrencia! 

       No me lo explico, me parece una señal de degeneración intelectual y moral. Intelectual, porque estos líderes parecen desconocer las crueles lecciones de la historia, y moral porque están anteponiendo sus intereses geoestratégicos, narcisistas y mafiosos al valor de la vida humana (como ya hicieron reiteradamente en el pasado inmediato, dándole con ello lecciones de poder a cualquiera y en primer lugar a Putin).  Estos genios,  muy toscos si los comparamos con los de ayer (Kennedy hablaba con Krushev, Bush padre  hablaba con el inquilino del Kremlin, Reagan hablaba…),  ¿qué pretenden? 

       ¿Quieren que Rusia se desangre en Ucrania? ¿Desean derribar a Putin y convertirla en un Estado fallido? ¿Desean (en plan Victoria Nuland) que Europa termine de doblar las rodillas y que se olvide del sueño de “una casa común” e incluso del gas? ¿Desean dar rienda suelta   a formidables negocios armamentísticos   incompatibles con toda causa decente y con el lamentable estado del planeta? ¿Realmente les interesa el bienestar del pueblo ucraniano? Son preguntas inquietantes, de momento encubiertas bajo una unanimidad de la que ya hemos sido víctimas otras veces. En el peor momento, estos dirigentes se olvidaron de la Realpolitik, fea pero nunca imbécil. 

         Nótese que el presidente Zelenski, con trato de héroe y paseado por los parlamentos –lo nunca visto–, demanda acciones radicales al parecer sin pensar ni poco ni mucho en que, de ser satisfechas, la historia de la humanidad tal como la conocemos llegaría bruscamente a su fin. Y sin pensar demasiado, por lo visto, y no lo entiendo, en el creciente sufrimiento de su propio pueblo, al que se siente compelido a sacrificar en el altar de la guerra (no sabemos si por rapto dramatúrgico o por puro patriotismo, o por una combinación de patriotismo y de promesas y presiones internas y externas). Uno le comprende emocionalmente, pero se debe conservar la cabeza fría y no perder  el sentido de las proporciones. ¿De verdad hay alguien que crea que la titularidad de Crimea y del Dombás vale más que el género humano  o más que los ucranianos que tan cabalmente lo representan?

        Oficialmente al menos,  el Pentágono y la CIA mantienen la cabeza fría, ante la evidencia de que no se puede jugar con fuego en esta materia, pero los dirigentes occidentales, de Biden a Borrell,  juegan sin ningún recato y nos la calientan de la forma más irresponsable que quepa imaginar. 

        Han renunciado  a la función política y reparadora que les exige  una guerra de estas características. Nos invitan a apoyar ciegamente a Zelenski en su numantina resistencia, le ofrecen más armas, más dinero, que se sepa sin ninguna condición y desde luego que sin pensar las consecuencias de militarizar a todo un pueblo y de  concentrar el poder en manos de elementos extremadamente iliberales. Es como si ya hubieran resuelto que el conflicto se dirima en el campo de batalla –es decir, en ciudades, pueblos y pueblecitos– a costa del sufrimiento que sea. Como la culpa la tiene Putin, adelante a ojos cerrados.

          De este modo que se han metido –y nos meten– en una dialéctica infernal.  ¿Cuánto dinero contante y sonante, cuánto prestado? ¿Cuántas armas  hacen falta para cubrir el expediente, cuántas para mantener a raya a los rusos? ¿Cuántas harían falta para expulsarlos? ¡A saber!  Y como esto es infernal, se procede sin tener ni la menor idea de en qué punto podrían desencadenarse acciones terroríficas no convencionales por parte de Putin, astutas o desesperadas. Lo único claro es que, no siendo este un lance caballeresco sino una guerra brutal estilo siglo XXI, no ganará nadie en ningún sentido humanamente inteligible. Lo dicho: negociación o destrucción parcial o total.