viernes, 12 de diciembre de 2014

BOCHORNOSO, SEÑOR IGNACIO GONZÁLEZ

     Le plantea Tomás Gómez  a Ignacio González que, con independencia de intereses partidarios, tenga a bien asegurarse de que los comedores escolares permanezcan abiertos durante las vacaciones navideñas, en vista de que 60.000 niños madrileños se pueden quedar sin su única comida caliente.
    Y ya sale al quite el señor presidente Ignacio González, reprochándole no sé qué cosa interna de los socialistas y del propio Gómez. Niega el problema del hambre, por todos conocido, ya tabulado por Cáritas. Y encima, se nos explaya diciendo que aquí el problema no es el hambre sino la obesidad infantil.
    En resumen, el señor presidente no quiere saber nada de la humanitaria propuesta, lo que entra en su guión neoliberal, sin que nos sea dado saber si es tonto o malvado o las dos cosas a la vez.
      Con el agravante de que, creyéndose muy listo, ha dejado constancia de su falta de preparación para el cargo que ostenta. Y no me refiero a su inhumanidad, que me asquea, suficiente para que se reclame su dimisión, sino al hecho de que ignora que precisamente la mala alimentación es una de las culpables de la obesidad de la gente menuda, siendo precisamente la parte más desfavorecida la sufre las peores consecuencias de las diversas formas de comida basura. La comida sana es un lujo que muchas familias no se pueden permitir. Por lo visto el presidente ignora este dato elemental,  o no habría tenido la ocurrencia de incurrir en su sofistica, maleducada e inhumana contestación.

jueves, 11 de diciembre de 2014

LA “LEY MORDAZA” DEL PP


      La “Ley Mordaza” sale adelante. No es que en este país la normativa sobre seguridad ciudadana fuese una broma, es que ahora el poder establecido, tras las innumerables protestas que han tenido lugar, ha considerado necesario dotarse de nuevos recursos represivos.
    Nos encontramos ante una regresión, pues la nueva ley trae a la memoria la Ley de Orden Público de 1959 y  deja ver una actitud dictatorial frente al ciudadano, completamente indigna de un sistema democrático.  El ciudadano, en efecto, se ve expuesto a sufrir una represión directa sobre su persona y sobre su bolsillo, según unos principios de arbitrariedad que hielan la sangre. 
     Se trata de legalizar las devoluciones en caliente, de  mantener a raya a los gamberros, a los vendedores ambulantes y a los que hurgan en la basura, pero, sobre todo, de amedrentar al ciudadano disidente, entendiendo por tal no solo al que es capaz de quemar un contenedor o liarse a pedradas con la autoridad, de suyo siempre fuera de la ley, sino al disidente pacífico, el verdadero protagonista de las manifestaciones de protesta y huelgas habidas hasta la fecha. Habrá a disposición del poder  un tétrico surtido de multas (tremebundas) y de penas de cárcel (desproporcionadas), y encima se podrán dar palos a discreción in situ.
      Esto quiere decir que el poder, que ya ha liberalizado el espionaje de las comunicaciones, se prepara para hacer frente a tiempos difíciles. No habiendo propósito de enmienda en orden al gran proyecto de seguir desplumándonos en beneficio de una minoría, nada tiene de sorprendente que se incurra en esta regresión. Que lo que esa minoría se trae entre manos nunca fue posible por las buenas lo sabemos desde las jefaturas del neolítico. Allí donde la riqueza no se distribuye, allí donde se actúa en beneficio de una camarilla, la violencia y la arbitrariedad desde arriba se han impuesto indefectiblemente, con horribles resultados.
     La nueva ley de seguridad ciudadana viene a revelarnos con la mayor crudeza hacia dónde vamos y, de paso, la ausencia de un proyecto constructivo y la mala conciencia de nuestros gobernantes. Se da la circunstancia de que en este país la gente ha demostrado ser, cívicamente hablando, muy superior a ellos, como han acreditado las protestas, las mareas y las marchas de la dignidad, así como el hecho incontestable de que, a pesar de la rabia y la frustración acumuladas, no se hayan oído aquí las llamadas a la acción violenta que nunca suelen faltar en situaciones de flagrante injusticia como la que estamos viviendo (recuérdese, por favor, que la Declaración Universal de los Derechos Humanos da por sentado que de la injusticia puede derivarse una rebelión violenta y legítima). El país, muy resabiado, desea que las cosas se hagan de manera razonable y pacífica. De modo que no se merece el desprecio que comporta la nueva ley, plagada de segundas intenciones. 

martes, 9 de diciembre de 2014

LA PROSTITUCIÓN DEL ESTADO DE BIENESTAR


     Desde hace  tres décadas los predicadores neoliberales se han dedicado a denostar al Estado en cuanto tal. Incluso, hablaron de reducirlo hasta el punto de que fuera posible “ahogarlo en una bañera”, siempre en nombre de la “libertad económica”.
     De más está decir que, en realidad, nunca se les pasó por la cabeza liquidar el Estado. Se trataba de conquistarlo y de reducirlo simple maquinaria de extorsión y dominación al servicio de los peces gordos, lo que, por otra parte, siempre formó parte de su esencia.
   El grueso de la artillería neoliberal cayó sobre el Estado de Bienestar o Estado de Servicios. Este fue tildado de Estado-Niñera, de vampiro burocrático y antieconómico, de  fábrica de holgazanes. De su historia y su razón de ser, ni una palabra. Se ha predicado el bulo de que fue un invento de tiempos de vacas gordas, una forma de enterrar en el olvido que en Gran Bretaña se puso en pie en tiempos de vacas muy flacas (como en España). Ni siquiera es casual que no se hable de “Estado de Servicios”, por ser de mayor efecto hablar de “Estado de Bienestar”; en tiempos malos bienestar suena a país de Jauja, a cosa insostenible que pide a gritos unas tijeras o un hacha.
    Siempre se pasa por alto que entre los beneficiarios del viejo  Estado de Servicios debemos contar no solo al los trabajadores y los pobres.  También fue de gran ayuda para los empresarios y banqueros, en condiciones de operar sin tener que hacerse cargo de todos los gastos de sus trabajadores y directivos, familias incluidas. Hechos los cálculos, los empresarios y los banqueros de ayer comprendieron que salían ganando si contribuían al desarrollo del Estado de Servicios en el plano económico y, lo que era vital, en el plano social, no fuera una revolución a estallarles en la cara.
    A mediados de los años setenta del pasado siglo, los peces gordos se hartaron del invento. Ya no querían pagar su parte. El proyecto de ir mejorando el Estado de Servicios como parte del progreso fue arrojado a la papelera de la historia. Por un lado, porque ya no era tan fácil hacer negocios facilones a gran escala (shock del petróleo, competencia de países libres de grandes gastos militares como Alemania y Japón);  por otro lado,  porque los tiburones se habían llevado una sorpresa muy desagradable para ellos. Los progresos realizados en el plano de la cohesión social por medio del Estado de Servicios,  no tenían por resultado, como ellos habían esperado, unas  sociedades conformistas.
     En efecto, los tiburones se toparon con la evidencia de que los pueblos relativamente bien educados y bien servidos y atendidos querían más y no menos, como querían más libertad. De modo que había que meterlos en cintura por las malas, provocando un regreso forzoso al encuadre hobbesiano, ricardiano, maltusiano y espenceriano. En cuanto se vio que la Unión Soviética se venía abajo, cuando esos caballeros ya no le vieron ninguna utilidad a tener “en libertad” las mejores escuelas y hospitales, los mejores servicios públicos, dieron el carpetazo a lo social sin el menor escrúpulo. Sin miedo a las consecuencias (los tiburones no son historiadores, ni sociólogos ni estadistas). Y en ello estamos, ya avanzado el proceso, conducente a la restauración de una desigualdad lacerante, digna de épocas que creíamos felizmente superadas.
    Ya pisoteado el contrato social, rotos todos los frenos morales, estos caballeros remataron la jugada: ahora el Estado está a su servicio. Del Estado de Bienestar de pasados tiempos hemos pasado al Estado de Servicios para los Grandes Banqueros, Especuladores y Empresarios. Si sumamos las subvenciones, terrenitos,  facilidades, bonificaciones, descuentos,  si sumamos las aportaciones de los ciudadanos a estos vampiros por medio del Estado, descubriremos que lo que era una niñera se ha convertido en una vaca. Los pobres y la clase media se quedan con un poquito, a modo de consolación,  y los peces gordos se llevan la parte del león.  Hoy los tiburones arramblan con el grueso del “dinero social” disponible, sudado por la gente hasta la última gota, y encima con el dinero todavía virtual que esta pobre gente y sus hijos y nietos ganarán el  futuro… Como el nuevo Estado pertenece a los tiburones, dado que la iniciativa les ha sido gentilmente cedida, nada tiene de extraño que se construyan aeropuertos sin aviones o que hayan saqueado Bankia. Lamento dejar constancia de que nos escandalizamos ante lo que en este fase histórica es absolutamente normal.
     Por no hablar de las formidables ayuditas que recibía la duquesa de Alba, tómese como referencia la chapuza de Castor. Ahora resulta que durante los próximos treinta años los consumidores de gas tendrán que pagar casi cinco mil millones de euros, temblando de frío si es preciso. Los genios del fracasado negocio se van de rositas, con los bolsillos llenos. Resulta que el Estado no puede hacer nada frente al drama humano de los desahucios, nada por los niños españoles hambrientos, nada por lo que se mueren de frío, pero sí por los locos de Castor.
    Si unos banqueros hacen locuras, adelante, las pagaremos entre todos, exprimidos por el Estado, al que en realidad nadie pensó en ahogar en una bañera. Ya se encargan los tiburones neoliberales de mantenerlo a pleno rendimiento, como ente socialmente irresponsable pero necesario para ejecutar su política de tierra quemada, necesario como avalista, como garante de los contratos leoninos, como simpático donante, como encubridor de absurdos, como cobrador de impuestos al honrado trabajador y como brazo armado. Si al Estado de Servicios de ayer se le acusó de ser una antieconómica fábrica de holgazanes, al nuevo, al servicio de los tiburones, se me permitirá que lo defina como fábrica de dementes, chapuceros y malvados, incalculablemente más caros y dañinos para el conjunto de la sociedad.
      Las diatribas neoliberales contra el Estado, envueltas en promesas de gran prosperidad, surtieron efecto, como es sabido. Se dijo que las empresas públicas no podían funcionar satisfactoriamente por “carecer de dueño” [sic!]. Ola de privatizaciones, todas trileras,  Iberia, Repsol y Telefónica, etc. Ya va quedando poco. Ahora les toca el turno a los ferrocarriles, a AENA, al agua, en el mismo plan. Y como queda poco, ya no se habla de liquidar el Estado de Servicios: a la chita callando se procede a privatizarlo por partes.  
     Desde las cárceles hasta el registro civil, desde los hospitales a las universidades y los paradores de turismo, hay de todo, muy atractivo para tiburones de todos los tamaños, locales o extranjeros, con nombre propio o con nombres misteriosos inventados para la ocasión. Así aparece una constructora en la recogida de basuras de Toledo. No es extraño que los trabajadores de los servicios privatizados tengan salarios bajísimos y un porvenir incierto. De sus patronos solo cabe esperar que presten atención a los beneficios, que suban los precios, que bajen los salarios, que se quiten de encima todos los compromisos molestos y que aprovechen las ayuditas de la administración con ellos compinchada. El resultado es la prostitución del Estado de Bienestar, un negocio seguro.
    No hace falta ser un genio para saber que esa prostitución irá a más, sin dar nunca la cara como lo que tiene de robo y de atentado masivo contra el bien común. Su irreversibilidad será claramente establecida en el todavía secreto Acuerdo de Libre Comercio e Inversiones EEUU/UE.  No es un problema exclusivamente español. ¿Qué hace Goldman Sachs invirtiendo en el principal presidio de Nueva York? Ahora los genios del emprendimiento son todos iguales. ¿Problemas en África? Ya se luce el señor Gates con su fundación caritativa, y de paso les impone a sus ayudados las bondades de Monsanto. Es el paso siguiente. En lugar de justicia, caridad, pero no la que antaño obedecía al temor de Dios o al buen corazón, sino otra caridad, de increíble retorcimiento y bajeza.

    

miércoles, 3 de diciembre de 2014

GLOBALIZACIÓN Y DESNACIONALIZACIÓN

     En 1947 Harry Truman declaró que el sistema capitalista norteamericano solo podría mantenerse en el tiempo y evitar las repeticiones del  crack de 29 si se hacía mundial; era prioritario, dijo, poner coto a los impulsos nacionalistas, un obstáculo para ese plan y, por lo tanto, “una amenaza para la paz” (la amenaza era, en realidad, la suya). Lo que llamamos “globalización” viene de más atrás, del siglo XIX, pero las palabras de Truman fueron su consagración como proyecto a largo plazo de la potencia hegemónica.
     Dicho y hecho. Estados Unidos aplastó todos los brotes de nacionalismo económico, todos los intentos de anteponer los intereses de los pueblos a los intereses transnacionales. Recuérdese de qué manera fueron derribados el guatemalteco Arbenz, el iraní Mossadeg, el indonesio Sukarno y el brasileño Goulart. Recuérdese el asesinato de Lumumba. El argentino Illia fue depuesto por los militares en cuanto se vio su intención de poner límites a los empresarios del petróleo. Estas cosas ocurrían en el Tercer Mundo, lejos de la conciencia del Primero, durante los “fabulosos años” que siguieron al fin de la guerra mundial. La destrucción de Salvador Allende data del fin de ese período (1973). Luego vendrían los “accidentes” de aviación de  Jaime Roldós y Omar Torrijos. Horrores lejanos desde la óptica de las clases bienpensantes. Pero ya le llegaría la hora a Europa. El democristiano Aldo Moro  fue asesinado antes de que pudiese hacer efectivo un entendimiento con los comunistas. La caída de Gorbachov y su sustitución por Yeltsin, peón del neoliberalismo, estaba cantada.
     En definitiva, los líderes que intentaron anteponer los intereses de sus respectivos pueblos a los intereses de la potencia hegemónica y de las élites locales a ella asociadas  siempre acabaron mal. En cambio, los peones favorables gozaron de apoyo mediático, económico y militar sin límites, incluso cuando recurrieron al terrorismo de Estado puro y duro (Suharto, Pinochet, etc.). Por ser poco condescendientes con los intereses de la potencia hegemónica, Milosevic, Sadam Hussein y Gadaffi  fueron  objeto, ellos y sus pueblos, de “bombardeos humanitarios”, ya sabemos con qué resultados. Todo ello según el mismo guión.
     Lo de ahora es una continuación, a lo grande, sin rebozo ni máscara.  Pero sospecho que Truman se quedaría perplejo ante el curso de los acontecimientos. Él hablaba de Estados Unidos en primera persona, y no creo que imaginase que la desnacionalización que imponía a los demás como plato único llegaría a imponerse, neoliberalismo mediante y a la chita callando, a su propio país, donde ya hay gente que no se puede pagar ni el agua.
    Todavía vemos a Estados Unidos como gran protagonista de la historia, sin advertir que sus verdaderos protagonistas desprecian los intereses del pueblo norteamericano. Este pueblo es uno más entre los pueblos caídos en las manos de las empresas transnacionales, los especuladores y los banqueros. Ya decía Marx que el dinero no tiene nacionalidad. Los norteamericanos de a pie lo están experimentado en sus propias carnes.
    Cualquiera que se devane los sesos con la política exterior norteamericana de las últimas décadas se ve en la necesidad de reconocer que no hay manera de entenderla si se prescinde de esas fuerzas privadas, desprovistas del menor compromiso social. Si el complejo militar industrial científico quiere guerra, habrá guerra, a crédito, a costa de las buenas gentes. La comida de los soldados y la limpieza de las letrinas se privatizan, como las cárceles. ¡Adelante con los faroles! Si unos banqueros sin escrúpulos han vendido basura, se los rescata y luego se les confían los resortes económicos del país.
     Truman podía pensar que su agenda serviría a los intereses del pueblo norteamericano,  receptor de la riqueza planetaria, pero los hechos han demostrado su error de cálculo. La clase media norteamericana, la gran obra de ingeniería social de los años de la posguerra, ya ha sido destruida. Los salarios han caído, la desigualdad se ha disparado, el Estado federal ha sido esclavizado por unos mafiosos.
    Ahora les ha toca morder el polvo a los diversos nacionalismos europeos, cuyas elites están entregadas al servicio de esas fuerzas transnacionales.
     Nadie habría imaginado que tras “el milagro alemán” millones de alemanes fuesen a caer en la precariedad, como así ha ocurrido ante nuestros ojos a cámara lenta pero en pocos años. De los británicos ya se ocuparon la señora Thatcher y el señor Blair. La  Unión Europea es a estas alturas un engendro de ocupación al servicio de la élite transnacional. En España, la democracia, tardíamente conseguida, pasará a la historia como una concesión política para ocultar la mano de una desnacionalización sin precedentes, digna de un país tercermundista de los más tirados.
   En el mundo resultante ni los norteamericanos ni los europeos, sean alemanes, italianos, griegos, franceses o españoles, valen en cuanto tales para sus gobernantes, salvo como sujetos de masiva explotación o de maltusiana  exclusión. Al mismo tiempo, toda la artillería mediática bate con furia contra la sola idea de nacionalismo, para lo cual se echa mano de los malos recuerdos de las viejas guerras patrióticas, con tal estruendo que no deja oír la menor crítica contra esta manera de entender la globalización, publicitada cínicamente como una protección contra tales guerras, ya que no contra las que ahora se libran por el petróleo y los intereses privados.
    Si no pasas por el aro, te reventaremos; si pasas con una sonrisa y trabajas "en la dirección del capitalismo salvaje”, te untaremos. Así se acabó simultáneamente con la socialdemocracia y su variante democristiana, así se redujo a los sindicatos a una caricatura de sí mismos, así se redujo a marionetas a varias generaciones de políticos y de jefes de Estado. Y vamos, no se le podía pedir al señor Felipe González que fuese de la madera de Palme o de Allende..., tampoco a Venizelos u Hollande.
    Ni se te ocurra sacar a relucir los principios internacionalistas de la Ilustración ni la Declaración Universal de los Derechos Humanos, indispensables para una globalización digna de tal nombre, incompatibles con esta forma de rapiña. Se pide de ti que celebres la desigualdad, que revuelvas el caldero de lo particular, de lo étnico, de lo religioso; se pide de ti que repitas  los mantras neoliberales, vengan o no a cuento, se te pide que sacrifiques todos los valores humanitarios en el altar del dinero apátrida.
    Aquí el problema no es si los españoles o los griegos van a soportar más recortes, todos ellos de intenciones pésimas. ¿Los va a soportar la humanidad? Esta es la gran pregunta, seguida de la pregunta acerca de qué son capaces de hacer con la pobre humanidad los que nos han conducido este callejón sin salida. A juzgar por estos, la civilización está acabada, putrefacta. A juzgar por las buenas gentes, no.