viernes, 3 de abril de 2020

LA PANDEMIA, EL SADOCAPITALISMO Y LA VERDAD

     El neoliberalismo no es una mera doctrina económica. Es una forma de entender la vida y las relaciones humanas, una pseudofilosofía  confeccionada con retales decimonónicos; es una religión laica, una más de las que ha producido la modernidad. Yo no dudo en incluirla, sin contemplaciones, en el saco del estalinismo y el fascismo (como sigamos así, se cargará a la humanidad entera). 
    Y digo que es una religión porque sus cultores se distinguen por su fanatismo y sus supersticiones. No buscan honradamente la verdad, se la inventan sobre la marcha y, como es propio de esta clase de gente, niegan cualquier elemento de juicio que interfiera sus delirios. 
    Ahora mismo, dato tremendo, se ha sabido que desde enero de 2017 el Pentágono vio venir esta pandemia (https://ctxt.es/es/20200401/Politica/31805/militares-coronavirus-pentagono-the-nation-covid19-exclusiva-ken-klippenstein.htm), poniendo sobre la mesa la necesidad de contar con elementos –respiradores, guantes, epis, etc– que ahora se están echando en falta desesperadamente. Y nada, ni caso. Y claro que ese informe no fue la única señal de alarma. No nos sorprenda: el neoliberalismo no pasa de ser  un disfraz del poder, del poder en estado puro, libre de frenos morales y, además, imbécil. 
    Siempre se ha mentido, siempre se ha ocultado la verdad. Pero nunca como ahora, tan metódicamente. Resulta que el mentiroso, hechos sus cálculos, opera con la certeza de que saldrá ganando. Los tontos seguirán engañados, y los listos, los que no se traguen la mentira, unos pocos, recibirán junto con el conocimiento de la verdad una revelación añadida, un patadón en la cara, a saber, la evidencia de que al mentiroso le importa un comino ser pillado,  en lo que cualquiera puede ver no solo la prueba de su desfachatez sino también la de su poder. Te miento porque puedo mentirte, ¿o no te das cuenta, imbécil? Meto el informe del Pentágono en un cajón y me olvido, porque me da la gana.
    La reacción ante el coronavirus ha sido la que cabía esperar: negación de la realidad, mentiras. Puro automatismo. Trump, Johnson y Bolsonaro han actuado como autómatas, sin percatarse de que ahora tienen que vérselas con un virus. Nada, una gripecita. Simplemente, hay que sacrificar a los viejos, y adelante con los faroles. ¿En serio?
    Si ahora vacilan es porque el sistema mismo se ve gravemente amenazado. El virus es insensible a sus peroratas. Ninguno de los tres sobrevivirá políticamente a la hecatombe, esto lo doy por seguro. Ya se han cubierto de oprobio, ya han dejado a la vista sus vergüenzas intelectuales y morales, su incompetencia y su sadismo. Ahora, de pronto, la verdad cotiza alto, como también la solidaridad.
    Ahora bien, si estoy seguro de que estos tres personajes se irán por el sumidero de la historia de aquí a poco, no puedo decir lo mismo del sadocapitalismo en cuanto tal. Los tres son simples peones, de fácil sustitución.
    Si el sadocapitalismo fue capaz de robarnos la cartera impunemente a raíz de la estafa del 2008, si fue capaz de engatusar a millones con no sé qué recuperación, con no sé qué capitalismo verde, ¿por qué tendría que enmendarse ahora? Algunos lo dan por muerto y enterrado, imaginan a Friedman hundido y a Keynes resucitado. 
    Puede que la imperiosa llamada a la fraternidad humana tenga algún efecto positivo, puede que algo se haga para suavizar los horrores presentes y  venideros, puede que los publicistas del sistema nos inculquen algunas dosis de esperanza, pero, cuidado. Nos toca estar atentos a la letra pequeña y a los hechos. No es una pequeña cosa que el señor ministro de finanzas de los Países Bajos se haya poco menos que disculpado por su escasa empatía con los países del sur y que ahora hable de algún regalo asistencial. Pero habrá que ver qué entiende él por regalo. Y así con todo.

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