miércoles, 5 de octubre de 2022

EL MISTERIOSO SABOTAJE CONTRA EL NORD STREAM


      Cuatro explosiones casi simultáneas han reventado el Nord Stream I  y el Nord Stream II en el mar Báltico, frente a  Bornholm. Primero las explosiones, de intensidad sísmica;   seguidamente,  tremendas fugas de gas. Las autoridades danesas y suecas afirman que se trata de un sabotaje; descartan un accidente. Inutilizar ambos gasoductos, de muy problemática y costosa reparación, este ha sido el objetivo alcanzado de pleno. Cuando termine salir el gas, se  llenarán de agua.

       Curiosamente, lo ocurrido no merece en los medios occidentales la  atención que merece.  Detecto perplejidad, palidez y miedo a meter la pata. El asunto se trata con pinzas. Algunas voces  voces madrugadoras, como la de una ministra española, cargan la responsabilidad, cómo no, sobre el señor Putin.  Altas autoridades occidentales prometen graves represalias contra el culpable… sin nombrarlo.  Por su parte, Rusia demanda a la ONU una investigación, como quien obra sobre seguro, con la vista puesta en Estados Unidos, no sin recordar las recientes maniobras de la OTAN en la zona de las explosiones. Putin  ha señalado la autoría “anglosajona” en su último discurso.

        Dadas la robustez de las cañerías y  la vigilancia occidental, el sabotaje no ha sido obra de unos aficionados.  Al parecer,  por lo que veo y oigo, solo hay dos posibilidades: la mano negra de Rusia o, tema tabú, la de Estados Unidos. El intercambio de acusaciones promete ser espectacular y mucho me temo, a juzgar por eventos anteriores, que nunca nos será dado saber a ciencia cierta quién perpetró estos sabotajes. Hay demasiado en juego. Sin embargo, a partir de los hechos comprobados por las autoridades suecas y danesas, sería imprudente quedar en modo de espera, en situación de ser arrastrados como pardillos por la siguiente ola mediática. Pensemos un poco, al menos lo indispensable para ser exigentes con las “explicaciones”.

        ¿Hay alguna manera de poner el sabotaje en relación con los intereses de Rusia, elevando, por ejemplo,  a la décima potencia  la perfidia del señor Putin?  No veo qué ha podido salir ganando. Ha perdido un as en la manga, ya no puede jugar con la llave de paso del gas,  ya no puede tentar a Alemania con un alivio energético inmediato a cambio del cese de las sanciones y de una suspensión de la cadena de suministros bélicos a Ucrania. Imaginar que Putin atentó contra una obra que le salió carísima solo para fabricar un casus belli, me parece delirante, pues no necesita añadir ninguno a los ya conocidos. Entonces, nada por allá. 

       La otra hipótesis disponible, sometida, como digo, a un tabú, me causa escalofríos.  Ni queriendo se puede olvidar que el presidente Biden se comprometió a acabar con el gasoducto ruso en caso de invasión. ¿Y cómo?,  le preguntó un periodista, a lo que respondió con un “le prometo que somos capaces de hacerlo”. La señora Nuland, neocón, bruja mayor, corroboró la ominosa advertencia. Y ahora el secretario de Estado Antony Blinken tercia con la idea de que la voladura representa una “gran oportunidad” de eliminar  la dependencia del gas ruso. ¡Acabáramos!

        No es posible hacer la vista gorda ante los intereses económicos y estratégicos que prácticamente nos impone esta segunda hipótesis.  La inutilización del Nord Stream, un paso más en la desconexión entre los grandes bloques, asegura no solo la dependencia alemana del gas licuado norteamericano;  también, dato decisivo,   ha borrado de un plumazo la posibilidad de que, puesta en graves apuros, Alemania ceda a la gran tentación de apearse del  enloquecido tren de la historia. El sabotaje, en efecto, impide que se salga del guión atlantista. La entera Ostpolitik ha sido dinamitada en el fondo del Báltico. Alemania ya no puede retornar a  su vieja política de entendimiento con Rusia en materia energética, cosa que hasta ayer mismo  podría haber hecho en nombre de la necesidad  y harta de ir de suicida o imbécil.  En definitiva, el sabotaje ha eliminado de raíz la esperanza de volver al status quo anterior. 

         En mi opinión, las cuatro explosiones dejan entrever una jugada arriesgadísima, del tipo que solo se realiza cuando se anda sobrado de poder, sin miedo a ser pillado. En casos así, como la historia documenta, el saboteador opera sobre el principio de que engañará a las muchedumbres desconcertadas. Quienes no se fíen de su versión serán pocos y quedarán mentalmente desconectados del enjambre. Y ni siquiera se considera malo que los grados de miedo se eleven. Esto, en teoría.

         Hay que tener en cuenta un inconveniente: podría darse el caso de que mucha gente se subleve de una forma u otra.  La mera sospecha de que la mano negra de cierta élite norteamericana  sin escrúpulos, metida en sus asuntos de poder y totalmente ajena a los requerimientos del bien común, haya perpetrado el sabotaje puede acabar funcionando como una bomba de relojería contra el amañado consenso europeo (con los correspondientes  e imprevistos beneficios para Putin). Y conste que para que detone dicha bomba psicológica ni siquiera hacen falta  unas pruebas incontestables de culpabilidad, porque basta con la desconfianza de largo tiempo instalada en el ánimo de las buenas gentes. En cuando estas se vean precipitadas  en un escenario digno de lo que antes se llamaba Tercer Mundo, los efectos podrían ser devastadores.  Imagínese el sentimiento de los alemanes al verse expuestos a la carestía por dirigentes burlados por unos mandantes norteamericanos de lo más  taimados y egoístas. Ese sentimiento podría arruinar la narrativa oficial.  Los alemanes podrían sentirse traicionados por sus dirigentes. La reputación de Estados Unidos, ya tocada, se vería arrastrada por el fango. 

        En cualquier caso, a la luz de este sabotaje y de acuerdo con la “hipótesis norteamericana” es posible hacerse una idea de hasta qué punto está avanzado el proyecto de ir a por todas contra Rusia y, de paso, aunque cueste asumirlo, contra Europa.  Es el momento de tener muy presente que  las excepcionalidades de esta en materia social y ambiental siempre fueron odiosas para la élite neocón que desde hace décadas pugna por adueñarse del destino de la humanidad. Y recuérdese que esta élite, para nada comprometida con el bien común en su tierra, ya devastada y sumida en la miseria, nunca perdonó “el milagro alemán”, por ella entendida como desagradecimiento, como competencia desleal (a falta de gastos militares). Liquidado el “sueño americano”, todo lo que sirva para arruinar el “sueño europeo” le parece una genialidad, y esto sí que lo sabemos con certeza.  

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