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jueves, 27 de agosto de 2020

SOBRE LAS FUNCIONES DE LA MONARQUÍA

    Por lo que leo y oigo, se echan de menos algunas consideraciones básicas sobre las funciones  de la Monarquía en nuestro caso particular. Sin ánimo agotar el tema, me permitiré unas líneas al respecto, en el sobreentendido de que nos interesa más la coexistencia que la confrontación.
      La Monarquía española fue instaurada por el general Franco. Que don Juan Carlos renunciase al poder absoluto ("por la gracia de Dios"), que renunciase a capitanear la Monarquía del 18 de Julio, que habilitase el tránsito de la dictadura a la democracia, todo esto no ha bastado para redimirle de este pecado original a ojos de puristas y desengañados. Ahora bien, si no hubiera sido designado por Franco, ¿cómo diablos habría podido habilitar ese tránsito? 
     En cuanto asumió la necesidad de ser rey de todos los españoles y no solo de una porción,  don Juan Carlos empezó a cumplir una función trascendental, a saber, la de tender un puente entre las dos Españas, sirviendo de pararrayos a la ira de los nostálgicos del búnker, a los que supo borbonear oportunamente. Se me dirá que no tuvo más remedio, pero fue meritorio, tan meritorio que se ganó el apoyo pragmático de incontables republicanos. 
     De este apoyo republicano dependía el negocio. Y ha de decirse que este negocio  incluía la operatividad de otra función regia para nada secundaria: garantizar a los vencedores de la guerra civil que los perdedores no tendrían ocasión de  exigirles responsabilidades y que, además, conservarían sus privilegios, títulos y merecimientos. Esta forma de continuismo requería que la izquierda hiciera la vista gorda.
     (De paso, la Monarquía recién instaurada se daba a sí misma la posibilidad de disfrutar de una suerte de doble legitimidad, la anterior y la nueva, una especie de reaseguro en vista que le daba miedo plantear a los españoles si la querían o preferían una República.)
    Ni qué decir tiene que tal función, sobre la que se considera de buen gusto no hablar, determinó no pocas incongruencias y oscuridades, como la quema u ocultación de archivos, la permanencia de funcionarios del régimen anterior o la escandalosa dejación de responsabilidades en lo tocante a los más de cien mil desaparecidos. 
    Todo eso y mucho  más se toleró en aras de la libertad, con la esperanza de que el ejercicio democrático reduciría a cero la función continuista.   Sin embargo, más que ese ejercicio –renuente la clase política a tomar cartas en el asunto–, ha sido el relevo generacional el principal obstáculo a esta función. No es algo fácil de entender para los más jóvenes. No es extraño que haya quedado medio en suspenso, sirviendo únicamente para avejentar la Institución  y dejarla bajo sospecha.
    En cuanto a la función de puente entre las dos Españas, ¿es prescindible en la actualidad, por el entendimiento normal de las partes? Por lo visto, cuarenta años son pocos para curar los efectos de una guerra civil y de una prolongada dictadura. Dicho entendimiento   brilla por su ausencia. La clase política que hizo la Transición practicó la tolerancia y el respeto por el adversario en grado muy meritorio. Para vergüenza de la actual.
    Por ignorancia, malicia o inercia, hay gentes que actúan y se pronuncian como si nuestro pasado fuera otro, como si compartiésemos la misma visión histórica, como si una de las partes –la suya– fuese la buena y tuviese derecho a  monopolizar todo el espacio político. Sorprende que sea así a estas alturas, pero hay que contar con ello. Razón por la cual, me parece a mí, la Monarquía sigue haciendo falta precisamente en el papel de puente,  es decir, en el papel de árbitro y moderador que le atribuye la Constitución (Artículo 56). 
     La izquierda republicana, para nada interesada en esa función, considera llegado el momento de moverle el piso a Felipe VI,  desequilibrado por las andanzas de su padre, y de ir en pos de la Tercera República. A poco que se piense en nuestros antecedentes, en el clima reinante, en la ausencia de una derecha republicana, la cosa da grima. ¿Empeñarse en traer una República en plan Puigdemont, por los pelos? ¡El peor servicio que se le podría hacer al país y a la causa republicana! 
     Entregarle graciosamente la Monarquía a la derecha, de por sí deseosa de apoderarse de ella, me parece un negocio pésimo. ¿Quién tiene ganas de volver a una situación parecida a la de 1931?  La suma de la derecha realmente existente más una Monarquía hostil sería una piedra de molino atada al tobillo de una posible República. Me da espanto de solo imaginarlo. 
     A pesar de la función continuista, es preciso reconocer que la presente Monarquía ha oficiado como tal bastante más a la izquierda de lo que estaba previsto por su mentor y de lo que cabía esperar por nuestra parte. Al punto de que ciertos derechistas la juzgaron y la juzgan traidora, lo que no deja de ser un dato muy relevante: Felipe VI necesita a la izquierda, o al menos a buena parte de ella, para mantener una base de sustentación suficiente. 
    Y no creo que  Felipe VI tenga ganas de repetir el error de entregarse  en cuerpo y alma  a la derecha montaraz (el tremendo y continuado error de Alfonso XIII). Pero, claro, si una parte significativa de la izquierda se empeña en rechazarlo sistemáticamente, podría caer en la trampa, ya tendida. En definitiva, yo creo que sería mucho más inteligente prestar apoyo a Felipe VI desde la izquierda,  para una mejor contención de los del otro lado y para mejor salvaguardar nuestra sociedad abierta.
   Por lo demás,  ya debería estar claro que una Monarquía no puede vivir de las rentas. Todo indica que don Juan Carlos se creyó en situación saltarse los deberes de ejemplaridad inherentes a la jefatura de un Estado moderno, como si todo se le debiera con honra en razón de su hazaña de 1978. Y no es así como funciona la cosa. 
    El pasado es importante, el pasado inmediato importantísimo, pero mucho más el presente. ¿Cumple o no cumple su función la Monarquía? Esta es la pregunta capital. ¿Modera o no modera? ¿Arbitra o no? ¿Mantiene la centralidad o se vence a un costado? ¿Descorcha botellas de champán mientras el común de los mortales está con el agua al cuello o se sacrifica por ellos? 
    Acaban de salir defensa de don Juan Carlos unos doscientos altos cargos de administraciones pasadas. Piden que se respete la presunción de inocencia y evocan su legado en términos encomiásticos, a manera de superior justificación. Leo en su manifiesto:  "La monarquía parlamentaria, así como el conjunto de la Constitución de 1978, han propiciado una España moderna, con un sistema político, económico y social avanzado fraguado en la libertad, en la justicia y en la solidaridad"
    Si así fuese, a pesar de las andanzas de su padre, Felipe VI lo tendría fácil… y nosotros estaríamos agradecidísimos.  El problema es que, siendo cierto que Juan Carlos trajo o contribuyó a traer una monarquía parlamentaria donde teníamos una dictadura, lo demás chirría lastimosamente. ¿De verdad creen estos señores que vivimos en un estado económico y social avanzado...justo y solidario?  Desde la calle, les aseguro que ni siquiera los que valoramos debidamente los logros de la Transición (a pesar de sus defectos) tenemos esa impresión. 
    Hay demasiada desigualdad, demasiada pobreza, demasiada desesperanza. Y más vale reconocerlo, también al hablar del porvenir de la Monarquía, dañada precisamente por la comparación de imágenes de opulencia y de miseria. Pues no se salvará por la autocomplacencia onanista de esos doscientos altos cargos. Se nos vienen encima tiempos muy duros, y la gente no está para milongas. O siente que el rey está de su parte, que arrima el hombro en la dirección debida, aquí y en la arena internacional, o siente que esa es una de sus funciones, o le hará el vacío, como ya se lo ha hecho a su padre con presunción de inocencia o sin ella.
    

jueves, 12 de junio de 2014

A PROPÓSITO DE LOS RELEVOS GENERACIONALES

      Yo me pronuncié por el sí con motivo del referéndum constitucional de 1978, aceptando la monarquía.  Lo principal era dejar atrás la dictadura y cancelar de una vez por todas la lógica de 1936. Mis particulares principios eran una cuestión secundaria. Juan Carlos I se presentaba como rey de todos los españoles, y ya Dionisio Ridruejo, que algo entendía del funcionamiento de las cosas en este país,  me había convencido de que la solución monárquica, sobre ese supuesto, debería ser aceptada con miras a tan alta finalidad. Y eso hice, como millones de españoles.
    Es evidente que los planificadores de la tardía instauración monárquica obraron de la única manera posible. Hasta Franco sabía que su sucesor a título de rey no podría gobernar como él. El sentimiento monárquico brillaba por su ausencia y el tinglado no se  podría mantener exclusivamente sobre las espaldas del ejército y de los cuerpos de seguridad.  La llamada Monarquía del 18 de Julio era una pieza del pleistoceno que ni siquiera contaba con la devoción del Movimiento.  
     Además, no se podía seguir en las mismas porque la situación económica era pésima (shock el petróleo);  el Régimen franquista había perdido la capacidad comprar la fidelidad de la gente. Las huelgas se sucedían. Y por si fuera poco, las nuevas generaciones del propio Régimen demandaban cambios, conscientes de su falta de legitimidad.  Los jóvenes franquistas que no habían participado en la guerra civil no tardaron en descubrir que se entendían mejor con las gentes de la oposición que con los nostálgicos de 1936, intratables y como de otra galaxia. Se hizo, pues, el cambio, sin ruptura, y pasamos de una dictadura a una sociedad abierta, que es  lo que realmente se le agradece a Juan Carlos I, a tenor de esas circunstancias irrepetibles.
    Nadie puede negarle a Juan Carlos I el mérito de haber renunciado sabiamente al poder omnímodo que le había dejado Franco. La especie de que él urdió el golpe del 23-F  no pasa de ser una maliciosa estupidez. Para llegar a la democracia, él ya había quemado sus naves, y se habría contado entre las víctimas del golpe si este hubiera triunfado (el búnker se la tenía jurada).
     La Transición salió bastante mejor de lo que cabía esperar si tenemos en cuenta, dato fundamental, que ni el rey  ni los realizadores de la operación tenían lo que se dice formación democrática. Otra cosa es lo que se hizo sobre de la base de la Constitución de 1978, en los años siguientes, donde ese defecto salió a relucir. Se actuó con la idea de que era suficiente lo que se había hecho, como si en el plano histórico se pudiera vivir de las rentas en plan tarambana.
     Yo tengo 62 años y no es extraño que traiga a colación ciertas cosas. Como no es extraño que los españoles criados en democracia, para los cuales esta es natural,  se llevaran un chasco tremendo al ver la situación en que nos hemos ido a meter. No están para viejas batallas, ni viejos laureles y bien se ve que no tienen metido en el cuerpo el miedo que llegamos a tener los de mi generación, más que suficiente para justificar los ejercicios de ambigüedad, los cálculos, las duplicidades y las bajadas de pantalones. De ahí que estos jóvenes digan “lo llaman democracia y no lo es”, expresándose como personas sanas.
    Es una locura dar gato por liebre a las nuevas generaciones: acaban sublevándose contra lo que ven y lo hacen precisamente en nombre de los mismos principios políticos y morales que les fueron inculcados por los mayores autosatisfechos. Eso de que el PSOE no es monárquico pero que sirve de sustento a la monarquía no lo van a entender jamás, y en realidad sería una pésima señal que les pareciese natural. Baste con este ejemplo.
     Deducen  estos jóvenes que la tremenda crisis que amenaza con destruir sus vidas se debe al “régimen de 1978”. Y no se les puede reprochar. Instruidos en el abecé de la modernidad, sería francamente raro que les resultase natural la Monarquía, por muy parlamentaria que se la pintemos. A ellos les ha tocado darse de bruces  con una sucesión de burradas que ni con la mejor voluntad dejan el menor margen para hacer la vista gorda.
    Llegados a este punto, ni los monárquicos de obediencia ni los pragmáticos tienen nada que decirles; las habituales monsergas no surten efecto. Si les decimos que la Monarquía garantiza hoy la estabilidad y la convivencia de los españoles como si estuviéramos en 1978, les suena a una confesión de poquedad democrática. Es como si les estuviéramos diciendo que seguimos en plan de emergencia, sin haber consolidado el sistema democrático en todos estos años, todavía necesitado de un incongruente soporte medieval. 
    Y ahora le toca a Felipe VI.  No es que el contador se ponga a cero. Su padre acabó siendo visto como un comisionista de grandes empresarios, como compadre de autócratas  y gentes dudosas, como matador de elefantes,  lo que forma parte de la herencia.
     Para ser aceptado,  Juan Carlos I pudo dar a los españoles una libertad desconocida para ellos. ¿Qué puede ofrecer Felipe VI? Sin duda,  voluntad de  saneamiento y de amparo frente a la Bestia neoliberal. Su padre contó con el respaldo póstumo del dictador  y con el poder de un ejército constituido como fuerza de ocupación,  pero él depende sobre todo del apoyo de la gente, que  no está de humor para borboneos de ninguna clase y que no cree en las  superiores bondades de la sangre azul. No lo tendrá nada fácil, por lo tanto. Parece muy expuesto a dejarse llevar por el modus operandi de su padre, esto cuando ya sabemos todos lo que da sí el una monarquía consagrada a los intereses de eso que la gente joven llama “la casta”, de cuyo presunto monarquismo virtuoso no debería fiarse un pelo…