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lunes, 21 de enero de 2019

LA CRISIS DE PODEMOS

     Íñigo Errejón se ha aliado con la independiente Manuela Carmena y la crisis de Podemos es tal que no hay manera de celebrar su quinto cumpleaños. 
   El proceder de Errejón, una felonía desde la óptica oficial, no parece obedecer a simple ambición personal, ni tampoco a cálculos electorales más o menos obvios. Supongo que ha dado el paso de unirse a Carmena por las bravas ante la imposibilidad de hacerlo por las buenas, desde dentro. Y esto es en sí mismo muy revelador, pues nos deja entrever la rigidez del aparato constituido alrededor de Pablo Iglesias.
    Lo único que tengo claro es que la izquierda situada a la izquierda del PSOE se ha metido, ella solita, en una crisis de las gordas, viéndose sus votantes mareados  y fraccionados hasta sentir náuseas. Esto para gran satisfacción de las derechas y, por supuesto, del PSOE, cuyo lema “somos la izquierda” cobra sentido y hasta parece de buena ley en medio de tamaña confusión.
   Hay algo incomprensible en todo esto, dadas las circunstancias, en teoría favorables a la causa de una izquierda digna de tal nombre. Ya nos veo en situación parecida a la de la veterana Rossana Rossanda, que confesó que no sabía a quién votar en la próxima cita electoral italiana. El colmo.
   Como no entiendo lo sucedido, solo se me ocurre dejar caer algunas impresiones. Por ejemplo, como ya escribí en este blog, no me parece verosímil en la España actual el florecimiento de un liderazgo carismático. Es para alegrarse, pero he aquí que precisamente Podemos se ha jugado hasta la camiseta a esa ficha perdedora. El aparato a medida de tal liderazgo que se ha construido repugna a las personas normales y, para colmo, por muchas invocaciones a la democracia interna que se hagan, no funciona. La soledad del líder empieza a ser preocupante.
    Y hay cuestiones de fondo de las que no se habla. En primer lugar, no se habla de la desmesura y tampoco del adanismo improductivo que en definitiva han terminado por remeter a Podemos en el nicho hasta ayer mismo reservado a Izquierda Unida. Los ataques al Régimen del 78, las llamadas a un proceso constituyente, el antimonarquismo, el republicanismo idealista y ciertas ambigüedades en el tema catalán no podían conducir a otro sitio. No sé cuánta gente se ha dejado entusiasmar por tales movidas, pero me parece que no sirven para definir a una auténtica izquierda a la izquierda del PSOE, pero sí para darle a este todas las facilidades en lo que al monopolio de la cordura se refiere.
   La gente quiere justicia social porque es urgente, pero no está de humor para dar un rodeo enorme y peligrosísimo antes de poner manos a la obra. Es una cuestión de sentido común, y por supuesto de memoria histórica. 
   Y está lo otro: si de las grandes palabras se pasa bruscamente y sin explicaciones a tomar como gran cosa la aprobación de unos presupuestos no tan sociales, la buena gente se desconcierta o se enfada. El desmesurado queda mal parado cuando da muestras de contención… (hasta he oído hablar del famoso chalet de Galapagar como explicación).
   Por otra parte, creo que Podemos se ha equivocado al entrar en el juego de la superación de la dialéctica izquierda/derecha, un rollo posmoderno surgido de la matriz neoliberal (ya Reagan andaba en ello). Esa dialéctica no se puede sustituir provechosamente con el rollo de los de arriba y los de abajo, o lo de la casta y la no casta, como considero demostrado. Para frenar a la horda neoliberal, dicho sea de pasada, no bastan “los de abajo”. Hace falta contar con el apoyo de gentes de arriba, a las cuales es estúpido estigmatizar o asustar.
    Tampoco ha acertado Podemos al meterse en una batalla lingüística minoritaria. Eso de “la portavoza” ha causado hilaridad. Ver machismo donde no lo hay es tan irritante como considerar prueba de feminismo ese palabro pintoresco. La lengua evoluciona, desde luego, pero no a voluntad, y la sociedad patriarcal  es invulnerable a las ridiculeces y además disfruta con ellas.
    Y he dejado para el final un asunto muy molesto: resulta que en el imaginario colectivo, Podemos, que no termina de aclarar su posición, es visto como de izquierdas, como es lógico, con la particularidad de que muchos se lo representan como comunista, como comunista vergonzante… 
     Se ha dicho que el aparato del partido es estalinista y algunos se representan a Echenique en el papel de Beria. Es una frivolidad, desde luego (del mismo calibre que llamar fascistas a los carcas neoliberales de Vox), pero no se puede tomar a guasa por la sencilla razón que afecta a la intención de voto. ¿Cuánta gente está dispuesta a votar a un partido comunista? ¿Cuánta gente está dispuesta a votar a un partido hipócrita, al que se supone capaz de ocultar su comunismo bajo un amable disfraz? La división de la izquierda en comunista y no comunista ya ha causado penas innumerables. Un poco de claridad sería muy de agradecer (no basta con hablar de moderados y no moderados).