Acaba de saltar a la luz una modalidad de participación activa en la
conciencia del premier británico. Resulta que por “sólo 250.000” se puede cenar
con él en Downing Street, se diría que a la luz de las velas, y contar además
con la presencia de George Osborne, el ministro de Finanzas. Siempre, claro es,
con la disculpa de que el dinerillo se destinará a la financiación del partido
conservador.
La noticia es escandalosa, pero no de tipo sorprendente, porque hace
tiempo que el sistema nervioso de la democracia ha sufrido un cortocircuito,
siendo lo demás, estas cenitas y la bajada de impuestos a los ricos, la
consecuencia inevitable.
Aunque
trate de hacerse el distraído para no respirar el mal olor y para hacerse cargo
de los imperativos de la supervivencia, el ciudadano normal recibe todos los
días, en la cara, abundante información sobre las enormes sumas de dinero
contante y sonante que circulan y se intercambian alegremente por encima de su
cabeza. Cameron saldrá del paso de cualquier manera, con ayuda de sus sofistas
de cabecera, y el caso acabará naturalmente en nada. Ahora bien, es inevitable
que uno se pregunte cuánto tiempo más se podrán seguir manteniendo las
apariencias. Nuestros primates no experimentan el menor escrúpulo de
conciencia, y ningún reparo estético tampoco, y se dedican, sin más, a chulear
al ciudadano normal. Me parece una irresponsabilidad por su parte. Y me parece
trágico, si tenemos en cuenta lo mucho que costó atemperar los odios de clase,
si tenemos en cuenta la cantidad de ruedas de molino que nos hemos tragado a
espera de que dichos primates recapaciten.