Vivimos tiempos muy feos.
Llamadas por el arzobispo, cardenal Rouco Varela, las fuerzas de
seguridad del Estado irrumpieron en la catedral de la Almudena y procedieron a desalojar un grupo de personas desahuciadas, allí reunidas en demanda de socorro, y a las personas de buena voluntad que las acompañaban,
entre las que se encontraba el párroco de Entrevías.
En
plan solemne, se dijo esas personas en apuros estaban profanando un lugar
sagrado. Mucho me temo que si alguien lo profanó fue la propia Iglesia, siendo especialmente horrible que haya instigado una acción policial en ese sentido.
No deja de ser de interés la justificación que un eclesiástico
dio a la policía en el lugar de
los hechos: “Si
ahora atendemos a estos, mañana tendremos aquí a muchos más”. De modo que, como antes se
decía: “Por la caridad entre la peste”. Y en esas estamos, con algunos añadidos: había que
identificar a esas personas, no fueran a haber robado algo...
La Iglesia
verá lo que hace, si sigue el ejemplo del cardenal Rouco o el ejemplo del
párroco de Entrevías. Si se piensa
en los tiempos que se avecinan, la elección tendrá que ser forzosamente clara.
O con los tiburones o con los desahuciados, con los mineros y con la gente. O con
la Bestia neoliberal o contra ella.
Tanto la Iglesia como la Corona se juegan el porvenir, como se lo juega el
común de los mortales. O con el
pueblo, o con los asaltantes del pueblo. Ambas instituciones pueden hacer mucho
por frenar la escalada de la Bestia, y así de paso redimirse de actuaciones
pasadas que nadie ha olvidado. No es pedirles demasiado: sólo que estén a la
altura del papel que, según ellas mismas, justifica su privilegiada existencia.
No estamos
ante una situación equívoca. Si la Iglesia no se enfrenta valientemente a la
Bestia, haciendo uso de todos sus recursos, los historiadores de mañana
tendrán que alinear su capitulación ante la fiera con las capitulaciones morales
ante Mussolini, Hitler y Franco. Aunque la hora pueda parecer menos grave
desde el arzobispado, es igualmente grave, vista desde la calle.
Claro que para
estar a la altura del párroco de Entrevías, la Iglesia tendría que ser capaz de
resistir una tentación realmente demoníaca. Me refiero a la tentación de aprovechar los aspectos
retrógrados que caracterizan al movimiento neoliberal, empeñado en usar la
religión, en plan oscurantista, como parte de su programa de ingeniería social,
esto es, como opio del pueblo. El uso abyecto de la religión viene en el lote
de la desvalorización de los valores de la que tanto se ha hablado. Hay gentes moralmente enfermas que creen que mediante la mercadotecnia religiosa se puede poner remedio a esa desvalorización, pero espero que no se salgan con la suya.
Y he aquí la gran pregunta, en definitiva: ¿Será capaz la Iglesia de plantarle cara la Bestia y de
negarse a cualquier complicidad con el sucio intento de devolvernos a la parte
peor de la Edad Media? La
respuesta la tendremos muy pronto.