El
paleontólogo ve una mandíbula y visualiza
el entero dinosaurio, el médico oye una tosecilla y ya sabe de qué va… La
actuación de Esperanza Aguirre a raíz de lo que empezó por una venial
infracción de tráfico no delata una simple aguirritis sino el completo síndrome del aristócrata al antiguo modo,
también conocido como síndrome del cacique, o síndrome del pez gordo.
Hace
tiempo, las clases privilegiadas, muy crecidas por el éxito de su revolución,
se quitaron de encima los requerimientos elementales del respeto por el prójimo
y, de paso, los requerimientos de la prudencia en el trato con el personal de
las clases subalternas. Regresaron al estado de inocencia. Fin del
igualitarismo. Ningún temor respecto a los que están por debajo, olvido de la
historia. Desenvoltura, cierta campechanía (bronquita y multita) de la que más
vale no fiarse.
De
cualquiera que hubiese actuado como Esperanza Aguirre habríamos pensado que venía
mamado o hasta arriba de coca. Pero todo se explica por el síndrome: complejo
de superioridad, ausencia de límites, nulo sentido de la justicia, prodigioso
hinchamiento del ego. Se puede esperar cualquier cosa loca, cualquier palabro
rapidísimo y viperino (de modo que ya estamos hablando de retención ilegal y de
machismo).
En los viejos tiempos, el
afectado decía a modo de presentación, sacando fiera mandíbula: “Usted no sabe
con quién está hablando”. Ahora, gracias a la televisión, el sujeto explica que
se ve irritado porque la tienen tomada con él por ser famoso.
El “que se jodan” de la señora Fabra tiene el mismo sustrato morboso. Como la reciente salida de un primate provincial que se pronuncia a favor de que el obrero despedido indemnice a la empresa… Y yo la verdad es que veo operando al síndrome en la listeza de la “recuperación” y en tremenda callada por respuesta que ha dado el gobierno a la multitudinaria manifestación del 22-M. La cosa se las trae: al final el síndrome, tan odioso, contribuirá a devolver la conciencia de clase a los que hayan cometido el descuido de perderla…
El “que se jodan” de la señora Fabra tiene el mismo sustrato morboso. Como la reciente salida de un primate provincial que se pronuncia a favor de que el obrero despedido indemnice a la empresa… Y yo la verdad es que veo operando al síndrome en la listeza de la “recuperación” y en tremenda callada por respuesta que ha dado el gobierno a la multitudinaria manifestación del 22-M. La cosa se las trae: al final el síndrome, tan odioso, contribuirá a devolver la conciencia de clase a los que hayan cometido el descuido de perderla…