Se ha celebrado en Luxemburgo una tenida del Eurogrupo y, al término de la misma, Jean Claude Juncker, su presidente, y
Olli Rehn, comisario europeo de Economía, nos han aclarado la situación. Dicen
comprender a los indignados,
pues “los más débiles” tienen que
pechar con una “factura desproporcionada” como consecuencia de la crisis.
Al menos, reconocen que hay algo
indignante en todo esto, lo que no quiere decir gran cosa: a continuación afirman que no hay nada que se pueda
hacer al respecto.Es más, se desprende de sus comprensivas palabras que la indignación
es muy peligrosa: no vaya a ser que se contagie la desconfianza, no sea que los países más indignados acaben fatal,
como Grecia, hoy en el ojo del huracán.
Más que la “comprensión”, lo que me llama la atención es la amenaza, ya
con valor de respuesta formal. El presidente y el comisario declaran que Atenas no tiene más
remedio que tragar con las medidas de “ajuste” y “privatizar”, y hacerlo rápido, o irá a la quiebra (una
desgracia peor que tragar).
Los modales de ambos caballeros son
exquisitos, con un toque de conmiseración
muy de agradecer, pero estamos, obviamente, ante un chantaje, un chantaje al pueblo griego y, por extensión, a la
Europa menos pudiente. Esta es la situación, en efecto, y haríamos bien en
sentir el puñal en las costillas.
Yo no
recuerdo haber participado en la elección de los señores Juncker y Rehn, y creo
que nadie se acordará de ellos cuando se haga memoria sobre los pasos en falso
conducentes a la ruina del sueño europeo. Y eso que, como servidores de lo que Krugman llama el Comité del Dolor, son de lo más intrigantes, no como políticos (desgraciadamente ínfimos) pero sí desde el punto de vista psicológico y moral.