Para el cumplimiento de la ley antitabaco se cuenta con el celo de
los denunciantes anónimos, es
decir, de personas que encuentran un gran placer en fiscalizar neuróticamente
el comportamiento de sus semejantes.
Vamos, pues, hacia atrás: no es precisamente la democracia lo que saldrá ganando con este
tipo de medidas. Podemos estar seguros de que si la sociedad se traga
“cívicamente” este atropello a los derechos de la minoría fumadora, es que está
madura para otras prohibiciones. Las imagino escalonadas, y cada vez más
irracionales y antivitales.