Hace diez años tuvo lugar en Madrid un atroz atentado terrorista,
imposible de olvidar, como tampoco
se puede olvidar lo que ocurrió a continuación, un síntoma de que algo malo
ocurre en este país, algo que nada tiene que ver con la sabiduría, el autodominio y la solidaridad de la
gente, que estuvo a la altura de las circunstancias en aquellos
momentos terribles.
Resulta que había elecciones a la vista, y que el partido gobernante, de
suyo preocupado por las encuestas, tomó la decisión de atribuir el atentado a
ETA, esto sobre la marcha, pisando el acelerador a fondo. En términos de pura
mercadotecnia electoral, la cosa estaba clara: si la gente creía que el
atentado era obra de ETA, juntaría filas alrededor del gobierno; si lo atribuía
a una célula yihadista, se volvería contra él, por habernos metido en la guerra
de Irak. Y he aquí que el gobierno
tomó la decisión de jugárselo todo a la carta de ETA, esto a sabiendas de que
los datos –ya los primeros datos–
apuntaban clara e indubitablemente a una autoría yihadista.
El resto, las presiones, las mentiras, los infundios, la intoxicación, fue la
consecuencia de ese cálculo electoral. Así se nos mostró una forma de hacer
política que desprecia a la vez la verdad y el bien común. No es extraño que el
PP perdiese las elecciones. Lo extraño es que consumiese toda una legislatura
en ese rollo infernal.
Una
y otra vez el PP volvió a lo mismo, sin ejercer el papel de una leal oposición,
ensuciándolo todo, como si los verdaderos problemas del país le trajeran sin
cuidado, como si fuese decente atizar los bajos instintos de la gente. Hasta echó la culpa a Zapatero de haber
movido hilos.
Llega uno a pensar que, en algún despacho de Génova toma asiento una
especie de doctor Goebbels, un Karl Rove, un individuo sin escrúpulos, un
jugador de ventaja, siendo inútil buscar eso que antes se llamaba un hombre de
Estado.
Mi impresión: todo lo que el PP dice con rostro basáltico sobre temas tan graves como el empleo,
la sanidad, la educación y el aborto, ha pasado por el laboratorio de dicho émulo de
Goebbels. Y también lo de Bárcenas, el innombrable, lo del desafío catalán, lo
del final de ETA. Y ahora lo de
que hemos dejado atrás el cabo de Hornos…
Como estamos ante un genio de mentira y
de la prestidigitación, ante un técnico, ahora lo interesante será ver si sus
manipulaciones del hombre medio al que se dirige, un sujeto estadísticamente definido,
le siguen funcionando, cosa que, desgraciadamente, siendo trágico para el país,
entra dentro de lo posible. No creo que haga falta añadir que se trata de un
experimento inmoral, letal para nuestra democracia.