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jueves, 11 de marzo de 2021

ISABEL DÍAZ AYUSO COMO SÍNTOMA

    Visto lo visto en Murcia, la lideresa madrileña, temiendo lo que le pudiera pasar, ha reaccionado sobre la marcha, pillando a todos desprevenidos. Ha dejado cesantes a sus socios de gobierno, ha disuelto la Asamblea y convocado elecciones. Se nos presenta como la gran defensora de la libertad, decidida a plantar cara a los socialistas –a la no libertad norcoreana  o bolivariana–, necesitada, añade, de hacerse con una mayoría absoluta.  (Véase el post anterior sobre el uso que hace la neoderecha del vocablo libertad.)         
   Que esto ocurra cuando estamos lejos de haber salido de la pandemia (cuando sí o sí se tenían que aprobar los presupuestos para hacer frente a las necesidades más acuciantes de los madrileños en apuros), debería ser motivo de escándalo. Pero no: Pablo Casado se ha apresurado a darle su bendición a Ayuso, al parecer arrastrado por la brava iniciativa y sin pensar ni poco ni mucho en lo que esta tiene de definición política. 
    Para Casado y para el entero Partido Popular, seguir a la señora Ayuso y despedirse del famoso centro viene a ser lo mismo. De aquí en adelante las apelaciones al centro derecha no tendrán ningún sentido.  Seguir a la señora Ayuso es abrazar el abecé de la neoderecha y despedirse de otras potencialidades que su partido tuvo en aquellos tiempos idos en los que Aznar se las daba de azañista y de hablar en catalán en la intimidad. Ahora se deja sentir el magnetismo de Vox, o mejor dicho, de lo que Vox representa. 
    Ahora rigen los argumentarios de tercera mano inspirados en los decires de la Fox y en los pastiches de los think-tanks ultrarreaccionarios del otro lado del Atlántico. No he podido descubrir ninguna idea propia. Los proyectiles que se lanzan contra Sánchez son idénticos a los que cayeron sobre Obama, disparados desde mismo ángulo. Y en cuanto a la actitud, muy vista la tenemos: Esa asertividad, ese populismo simplón… 
    La señora Ayuso es nuestra Sarah Palin, nuestro Trump en miniatura. Y no tiene ninguna gracia porque lo que parece loco se inscribe en una táctica, en un modo de antipolítica perfectamente conocido. No se nos olvide que la señora Ayuso no va por libre. En la trastienda tiene a Miguel Ángel Rodríguez, siempre dispuesto a ir a por todas (como buen discípulo de Pedro Arriola y Karl Rove), a quien no tiene sentido pedirle que abjure de la religión política del padre Friedman.
     Y no tiene gracia porque los expertos en sociología electoral dicen que esta señora podría ganar las elecciones (bien que difícilmente  por mayoría absoluta). Lo que oyen: podría ganarlas, tal como ella es y precisamente por sus toscos decires y su irresponsable comportamiento… Se comprenderá que yo vea en su figura el síntoma de una enfermedad política de pronóstico pésimo. No es agradable hacerse cargo de que hay millones de madrileños dispuestos a votar contra sus propios intereses con extraño embeleso y no menos extraño despiste, un triunfo de la neoderecha antaño impensable. La gravedad del cuadro viene dada también por la división y los despropósitos de la izquierda, todavía atontada por razones que se me escapan.