Nos vemos
inmersos en cábalas, admoniciones y cálculos, a ver si hay alguna manera
de salir del impasse político. En
más de un sentido, seguimos en las mismas, con los mismos cuadros alérgicos,
con el agravante de que los discursos de unos y otros están agotados.
En una situación normal, sería
fácil salir de un impasse de esta naturaleza. El señor Rajoy no tendría más que
incluir algunas concesiones a sus rivales para hacerse con los apoyos y las
abstenciones que necesita para acceder a la investidura. Pero la situación es
anormal. Los malos modos y los sofismas nos están pasando factura precisamente
en este trance delicado. Hemos llegado a un punto en el que solo sus fieles le
creerían a Rajoy si se comprometiese en sede parlamentaria a acabar con el
hambre y con los desahucios, mereciendo otra oportunidad. La desconfianza, no precisamente
infundada, es la reina del corral.
Y además, Rajoy no está en condiciones de hacer concesiones sociales a quienes
han rechazado sus políticas por la sencilla razón de que está comprometido con estas
al ciento por ciento. Las más altas instancias vernáculas y transnacionales le
han dispensado en estos tiempos difíciles un trato muy benevolente, no por
casualidad. Según la agenda de los chantajistas de Bruselas ahora lo que le toca
es hacer nuevos recortes y profundizar en las reformas neoliberales. En cuanto
sea investido presidente, no tardarán ni un segundo en llamar a su puerta con
imperiosos golpes. Esto lo sabemos todos (muchos españoles le votaron
precisamente para obedezca).
En
estas circunstancias anormales, es muy comprensible que el PSOE no se aclare. Puede acabar como el PASOK y lo sabe. Es
lógico que vaya por la línea del menor esfuerzo, arremetiendo contra el PP y
contra Rajoy, “el indeseable”. Arremeter contra los chantajistas de Bruselas
sería cosa bien distinta. Pero, claro, aquí y ahora el problema es que no se
puede acabar con el hambre ni retomar el camino de una sociedad más justa e
igualitaria porque esas buenas obras no figuran en la agenda. Problema del que
se derivan los demás.
Pedro Sánchez puede crecerse, puede aspirar a ser visto como un
presidenciable de rectas intenciones sociales, porque tal manera de producirse
no molesta a los chantajistas de Bruselas, muy conscientes de que con ello
cumple su papel en el mantenimiento de la fachada del sistema. ¡Mientras todo quede en gestos y
palabras! Si pretendiese eliminar el infame artículo 135 de la Constitución, si
pretendiese abolir la Ley Mordaza o dar marcha atrás a la reforma laboral, ya
me contarán lo que le pasaría. Felipe González sería el primero en
considerarlo un completo irresponsable.
Tal y como están las cosas,
ni siquiera le es permitido a Sánchez acercarse a Unidos Podemos. Y esta fuerza, por su parte, y no nos engañemos, se
encuentra asimismo bajo la pesada gravitación de los chantajistas de Bruselas. O se pliega a las exigencias de adaptación que le plantea el sistema o se las salta.
Por mi parte, yo no creo que de mucho más de sí esta política del avestruz en la que incurren nuestros candidatos bajo la
atenta mirada de las altas instancias. Y esto porque la gente acabará por darse
cuenta. Tiene su gracia que Rajoy vaya de traje y Sánchez sin corbata, tiene su
encanto la coleta de Iglesias, al parecer de gran valor simbólico (recientemente
contrapesada con un rudimento de corbata). Pero el fondo del asunto no tiene ninguna gracia. Lo más probable es que nos libremos de una tercera cita con las urnas. Tendremos un gobierno de mírame y no me toques, claramente desgarrado entre la necesidad de no hacerse odiar por la gente y la de servir a los amos de la situación.