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lunes, 9 de junio de 2014

¿POPULISMO EN ESPAÑA?

     Los defensores del status quo ha salido al paso de Podemos diciendo es un fenómeno populista de tipo bolivariano, a ver si nos asustamos. ¡Que viene el coco! Se trata de que veamos en “la casta” una reserva de buen hacer democrático, una garantía de que estamos a salvo. Todo un síntoma.
     En lugar de respetar la aparición de la nueva fuerza, de entrada se la rechaza de plano. Lo que indica que el sistema carece de flexibilidad y de sentido de futuro y que, como ya se sospechaba, aspira al insano monopolio del espacio político, aspiración que, en teoría, podría dar lugar a la necesidad de crear otro monopolio alternativo, con la consiguiente turbulencia. La historia está llena de ejemplos, no precisamente felices para la democracia en cuanto tal.
    Nadie puede saber qué rumbo tomará Podemos. No sólo va a depender de su propia lógica interna, pues el rumbo de una formación política depende en buena medida de lo que hagan sus oponentes, contra ella y en general. Pero ya ha sido tildado de populista bolivariano, con la intención de que caiga sobre él la artillería mediática concentrada en Maduro.
     En realidad, Podemos es una originalidad española. La comparación con el chavismo está traída por los pelos. En primer lugar, porque nos encontramos en Europa, en otro contexto. Pero también porque faltan otros rasgos característicos del populismo y hecho y derecho. Si bien es cierto que los dos  populismos de referencia, los más conocidos, el peronismo y el chavismo, hicieron acto de presencia en circunstancias semejantes, en vista de la putrefacción de los respectivos sistema políticos, lo que algo nos atañe en la actualidad, hay diferencias fundamentales a tener en cuenta.
    No parece posible que Podemos genere un líder carismático del tipo de Perón o de Chávez, un elemento que nunca falta en los populismos propiamente dichos. La artificial elevación de Pablo Iglesias a esa dimensión comportaría, dentro de la sensibilidad de la gente de Podemos, un suicidio político. Además, en un pueblo resabiado como el nuestro, no parece posible que la gente se deje llevar apasionadamente por el magnetismo de un solo individuo, por un caudillaje puro y duro. Aquí sólo parecen admitirse ciertos liderazgos condicionales y de baja intensidad. Podemos  se expresa por medio de varias personas y su insistencia en la democracia interna le sirve de adecuada protección contra una deriva caudillista.
     Por otra parte, debe recordarse que tanto el Perón como Chávez, si bien llegaron al poder por la vía democrática, tras movilizar a las grandes masas perjudicadas por sus respectivas oligarquías “vendepatrias”, necesitaron contar un el respaldo de las fuerzas armadas. No es casual que fueran precisamente militares, un coronel y un comandante. O habrían sido barridos a las primeras de cambio. Aquí no hay candidatos al doble papel de líder carismático y jefe militar. Nos encontramos en un encuadre muy alejado el punto de partida del peronismo de la Argentina de los años cuarenta y del chavismo de los noventa. Hasta que no se demuestre lo contrario, aquí no vivimos expuestos a un golpe de mano maximalista.
    Otra diferencia importante se refiere a la composición humana de Podemos. En los dos populismos de referencia, el peronismo y el chavismo, se dieron cita, encabalgándose sobre las masas movilizadas, unos elementos muy diversos, de por sí incompatibles: de extrema derecha nacionalista, de la derecha nacionalista y templada, de sectores conservadores y progresistas de la Iglesia, de la izquierda moderada  y de la extremosa…  Sólo el líder carismático podía dar sentido y aparente unidad de acción a un conjunto tan heteróclito. Podemos es una fuerza mucho más homogénea tanto desde el punto de vista social como del político. Las gentes movilizadas no son de la hechura de las masas que depositaron sus esperanzas en Perón y en Chávez. Nadie se atrevería a tildarlas de “aluvión zoológico”. Y en cuanto a los dirigentes, no cabe dudar de que se trata de personas que han tenido ocasión de disfrutar, como buena parte de sus seguidores, de una excelente preparación. Podemos ha salido a la palestra tras muchos lustros de trabajo colectivo encaminados a mejorar la cohesión social, y esto se nota mucho, marcando una diferencia con respecto a los modelos populistas de referencia.
    También hay que tener en cuenta un factor material decisivo. Me refiero a la riqueza disponible. La Argentina de los años cuarenta era un país rico, consagrado como potencia por su condición de granero en un mundo en ruinas. La Venezuela de Chávez tenía petróleo en abundancia. De modo y manera que ambos caudillos populistas pudieron ponerse a repartir riqueza desde el primer día, ganándose con ello el corazón de las masas, inmunizándose de paso contra los ataques internos y externos. El caso de España es,  salta a la vista, muy distinto, tanto que no parece posible aplicar el mismo modelo. Casi cualquier cosa que se haga contra la casta y sus asociados externos requerirá esfuerzos y sufrimientos incompatibles con el abecé del populismo clásico.
     Así pues, en mi opinión no tiene sentido hablar de populismo propiamente dicho en España y a propósito de Podemos. En este partido se detectan, claro, elementos populistas, pero de género menor. Como en todos. Cuando los candidatos del PP o del PSOE se quitan la corbata y se calzan unos vaqueros para un mitin, incurren en dicho populismo menor, como el propio gobierno cuando nos cuenta que la crisis ha quedado atrás.
    Dicho esto, no quiero dejarme en el tintero un par de consideraciones. Porque hay algo en Podemos que sí tiene cierto regusto a populismo clásico. Me refiero a su tendencia a situarse por encima de la dialéctica izquierda/derecha, sobre el principio de que se trata de algo superado, como los propios partidos configurados en función de ella, lo que lleva implícito el rechazo del “régimen de 1978”.
   Esta tendencia, seré sincero,  me deja un regusto peronista y chavista (y también, por cierto, fascista y franquista). Y a esto sí que no le veo la gracia, tanto por razones teóricas como prácticas. Porque, a conciencia o sin ella, es una manera de apuntar a lo que se entiende por un partido único, a una situación de conmigo o contra mí, de todo o nada, de lo que  a la larga no cabe esperar un curso democrático. Y en la práctica, porque en ausencia de los elementos del populismo clásico antes señalados, una cosa así resulta inviable.
    Hace falta aquí y en Europa una izquierda potente, pero eso no se puede lograr si se guarda disimuladamente en un cajón la correspondiente etiqueta. Claro que, por otra parte, hay que entender el fenómeno. Podemos aspira a hacerse desde abajo, en función de las creencias imperantes en su electorado presente y potencial. Y hoy lo que se lleva es precisamente decir que la dialéctica izquierda/derecha ha caducado. Y se lleva esta creencia por la larga prédica de los teóricos del fin de la historia y de las ideologías… asociados y pagados, oh ironía,  por los promotores de la revolución de los muy ricos,  por no hablar de los rollos filosóficos posmodernos que vienen en el lote. A ello sólo ha tenido que sumarse la reiterada  y frustrante comprobación de que los dos partidos hegemónicos hasta la fecha, el PP y el PSOE, juegan en el mismo equipo, a favor de la casta, para que mucha gente experimente el espejismo de  que izquierda y derecha son lo mismo.  Ya veremos lo que pasa con estos matices, que no me bastan para extender el acta de nacimiento de un populismo propiamente dicho en nuestro país.