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jueves, 20 de octubre de 2011

LA MUERTE DE GADAFI


      La visión del cadáver del líder libio, como  la de los despojos de Sadam Hussein, no me causa ni la menor satisfacción. Al contrario.  El vídeo  muestra un auténtico linchamiento, algo moralmente repulsivo. La "comunidad internacional" debe necesariamente cuestionarse el significado de haberse involucrado en semejante acción. Lo sucedido nos indica en qué fase de la historia nos encontramos. Empeoramos y ciertos cadáveres se exhiben como trofeos, por la tele, como antes se hacía en la plaza pública. 
    Anteayer enemigo de la potencia imperial, que en tiempos de Reagan bombardeó Trípoli y Bengazi haciendo pagar a justos por pecadores –en respuesta a un atentado acaecido en La Belle, un pub de Berlín–, ayer amigo de nuevo, tan amigo que hasta daba gusto sentarse en su jaima, hoy acribillado, Gadafi ha acabado sus días trágicamente,  previamente demonizado. Cumpliendo, eso sí, su promesa de morir en su patria.
    Se nos ha hecho saber que la intervención de la OTAN ha sido de tipo humanitario. La ministra Chacón acaba de agradecer a nuestros aviadores su contribución a “salvar vidas”.  ¡Un tirano menos, viva la democracia! ¡Qué buenos somos! "¡Guau!" ha exclamado la señora Clinton, al recibir la noticia del linchamiento de Gadafi... Obama a felicitado a los rebeldes a raíz de este suceso, dándoles el título de "vencedores"... 
      Mejor no pensar en los intereses petroleros, en los intereses geoestratégicos y en las divisas que controlaba Gadafi, un bocado apetitoso. Mejor no pensar en que lo sucedido nos confirma la disposición a derribar gobiernos incómodos a cualquier precio, sangrientamente, a lo que se supone que tenemos que ir acostumbrándonos.
   Mejor no pensar de qué forma se armó a la oposición a Gadafi, ni de qué manera se bombardeó el país, mucho más allá de lo que se nos dio a entender y siempre al servicio de los rebeldes.  Mejor no pensar en los inocentes masacrados. 
   Y mejor no pensar tampoco en lo que les espera a los libios.  Pero de algo podemos estar seguros, y es de que, por mucho que los intereses materiales y rapaces  se camuflen mediáticamente bajo lindas apelaciones humanitarias, todos vamos a acabar, tarde o temprano, igualmente mal. Nuestra civilización está fallando y nadie puede considerarse a salvo de la barbarie. Desde el punto de vista de la pobre humanidad, aquí lo terrible no es que Gadafi no fuera lo que se dice un buen hombre, lo terrible es que los que presumen de ser mejores evidentemente no lo son.