Tras le hachazo a los derechos de
los trabajadores, un hachazo que nos ha devuelto al siglo XIX, ¿qué esperaba el
gobierno? ¿La felicitación de los afectados? La respuesta ha sido la huelga
general que acabamos de vivir. Y
he aquí que esta huelga, tardía y modulada, ha sido tildada de antipatriótica, de inoportuna,
de contubernio sindical, de asunto de un PSOE resentido, de cosa de lunáticos...
Sobre la marcha, en caliente, el gobierno
nos hizo saber que la reforma del mercado de trabajo es "imparable", y que no modificará
un ápice su política. No he oído una sola palabra calmante, ni el más pequeño gesto de comprensión. De forma que, de entrada, parece que se les quiere dar la razón a quienes ya han dejado de creer que por medios convencionales se pueda influir ni un poquito siquiera en el ánimo de los que están arriba.
La señora Aguirre ha llegado al extremo de decir que los sindicatos, “como el muro de Berlín”, se encuentran en fase de derribo, con lo que quiso decir que no valen nada y que la huelga ha sido un fracaso. Este es el punto de vista que la prensa amarilla se empeña en dejar bien sentado. Me parece lamentable: así se falta tanto a la verdad como al respeto debido a los sindicatos y a los huelguistas. Me da grima tanta arrogancia y tanta frivolidad, tanto desprecio por el dolor del ciudadano de a pie.
La señora Aguirre ha llegado al extremo de decir que los sindicatos, “como el muro de Berlín”, se encuentran en fase de derribo, con lo que quiso decir que no valen nada y que la huelga ha sido un fracaso. Este es el punto de vista que la prensa amarilla se empeña en dejar bien sentado. Me parece lamentable: así se falta tanto a la verdad como al respeto debido a los sindicatos y a los huelguistas. Me da grima tanta arrogancia y tanta frivolidad, tanto desprecio por el dolor del ciudadano de a pie.
Seguidamente, en vísperas de Semana Santa, cuando se supone que la gente
está distraída, como viene siendo norma, el siguiente hachazo: se dan a conocer los
presupuestos generales del Estado, con drásticos recortes en áreas delicadas,
que ya venían deprimidas, desde la Educación a la Sanidad, y con un fatídico
tijeretazo a los fondos destinados al benemérito cumplimiento de la Ley de
Dependencia. Bastarían estos
recortes para considerarlos los presupuestos de la vergüenza, pero es que
además tienen dos particularidades odiosas, pues obedecen a un chantaje
exterior y, encima, expresan que se ha renunciado de plano a invertir en
medidas que impulsen el crecimiento, lo que enmarca la reforma laboral en un panorama
desolador.
Desde el punto de vista del ciudadano de a pie, resulta que el Estado no
es más chico ahora, pues ejerce hacia abajo una fuerza aplastante, y que por
estado mínimo debemos entender un Estado puesto al servicio de oligarcas próximos
y remotos.