Abundan entre nosotros, como parte
de la pesada herencia histórica que nos distingue, los demócratas peligrosos,
merecedores de un suspenso en conducta política. Todos ellos están aquejados por lo que alguna vez bauticé
como “síndrome del liberalismo inmaduro”,
o síndrome del liberalismo de tres al cuarto.
Más próximas al absolutismo que a la democracia, estas gentes todavía no
han entendido que la razón de ser
de esta se funda en la necesidad de salvaguardar los derechos y las preferencias tanto de las
mayorías como de las minorías en aras de una convivencia sensata, más o menos
agradable para todos, con ánimo de
cuidarla como cosa preciosa y, desde luego, de irla perfeccionando en la medida
de lo posible.
¿Por qué son nefastas las mayorías absolutas en este país? Por la superabundancia
de demócratas peligrosos, todavía metidos en la lógica de que al enemigo ni
agua.
Cuando el señor Zapatero y el señor Rajoy pactaron a escondidas el
artículo 135 y lo calzaron de mala manera en nuestra Constitución obraron como
es típico de los demócratas peligrosos. En una sola jugada loca mancillaron la
Constitución, arrastraron la legitimidad por el fango, se burlaron del
Parlamento, pisotearon bárbaramente a sus electores, pusieron al pueblo en
manos de sus acreedores y encadenaron a futuros gobiernos. Todo para darles el
gusto a los amos del momento, sin pensar en el porvenir, lo que es típico,
insisto, de los demócratas de este tipo.
Otro ejemplo de demócratas peligrosos nos lo ofrecen los actuales
protagonistas del independentismo catalán. He aquí que por una victoria por la
mínima acaban de dar por hecha su república catalana, a la que ya ven
legítima y satisfactoriamente asentada sobre la mitad del electorado, en el supuesto demencial
de que la otra mitad no pinta para nada, importando un carajo lo que piense o
desee. Semejante forma de entender la democracia revela, para quien tenga ojos,
un resorte absolutista de la peor especie. El mismo que nos saltó a la cara con motivo del maldito
artículo 135.
Añadiré que los demócratas
peligrosos ensucian todo lo que tocan. Si de ellos dependiera, ¡pobre
Monarquía, pobre República, pobres de nosotros!